Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Rodolfo Alonso
Juan Carlos Gómez

A veces me asalta el temor de que los gombrowiczidas lleguen a despertar finalmente un hartazgo como terminó produciéndole Gombrowicz al Asno.

“Sobre Gombrowicz ya está todo dicho. Probablemente demasiado. Hace varios años que me tiene podrido. No él, pobre cadáver. El circo alrededor (...) No hablo de nada con casi nadie. No es personal. Pero nunca más, sobre nada”

A veces me parece encontrar síntomas de esta reacción en los Protoseres cuando me les acerco con mis escritos bajo el brazo. En mi última embestida puse por enésima vez la cabeza bajo la guillotina para alimentar su pasión enfermiza de hacer dictámenes, a sabiendas de que el fenómeno que se iba a producir era el que tan bien había descrito en la caja negra, un sistema en el que puse al descubierto los cinco procedimientos que utilizan los editores para mandar de paseo a los hombres de letras.

Rodolfo Alonso

Santiago Alonso

Si bien es cierto que en las aventuras que tuve con los Protoseres analicé cumplidamente qué es lo que son, colocándolos en un rango que va de los rufianes melancólicos a los asesinos seriales, no me detuve demasiado en identificar quiénes eran.

La mayoría de los Protoseres son empleados de sociedades anónimas que se hacen llamar editores por aquello que una vez le dijo un juez a Gombrowicz: –Querido colega, diga que es juez, siempre es mejor que piensen que están delante de un juez y no de un pasante. La carrera de estos Protoseres es tortuosa, algunos utilizan la ley del gallinero para ascender en esa carrera creada por Gutenberg, y otros terminan desempeñando el papel de lectores, como le ocurrió a cierto Protoser de Interzona poco después de haber publicado “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”

Pero así como las hormigas utilizan a los pulgones para alimentar a las crías de los hormigueros, los Protoseres utilizan a los lectores para alimentar a las editoriales. Es muy difícil saber qué es un lector, pero otra vez Gombrowicz viene en nuestro auxilio con un pasaje de su memorable “Transatlántico”. En efecto, en esta novela narra lo que sucede en una biblioteca llena de libros y de manuscritos amontonados en el suelo, una montaña que llegaba hasta el techo sobre la que estaban sentados ocho lectores  flaquísimos dedicados a leer todo. Obras preciosas escritas por los máximos genios, se mordían y devaluaban porque había demasiadas y nadie podía leerlas debido a su excesiva cantidad. Lo peor es que los libros se mordían como si fuesen perros hasta darse muerte.

No hay mejor definición que pueda hacerse del Pulgón, el protagonista convicto y confeso de este gombrowiczidas. Ni bien le puse el punto final a “Un polaco de dos mundos” se lo mandé con premura a la Hierática, una Protoser que se distingue por ser tan gentil para recibir las obras como para rechazarlas.

El Pulgón que eligió la Hierática es hijo de uno de nuestros más prestigiosos poetas y esto me dio una cierta esperanza, de modo que entré inmediatamente en contacto con el Padre.

“Yo le di ‘Un polaco de dos mundos’ a la Hierática. La Hierática se lo pasó a tu hijo Santiago para que le haga un informa a Emecé. Y yo te lo estoy pasando a vos para que le echés una mirada a tu hijo”

El Padre tuvo la gentileza de contestarme inmediatamente pero sin hacerse cargo de lo que pudiera hacer el Pulgón.

“Lo iré leyendo con gusto. Pero mi influencia en todos esos ámbitos es absolutamente nula. Como prueba, verás que ninguna de esas editoriales me ha publicado nunca un libro. Que los dioses nos sean propicios”

Cuando la Hierática me informó que el Pulgón le había puesto seis puntos al libro puse el grito en el cielo.

“Tu hijo Santiago terminó de leer ‘Un polaco de dos mundos’ y le puso seis en valor literario y cuatro en valor comercial. Decile que es un burro y que está aplazado, que vuelva en marzo mejor preparado”

En las fotos que forman parte de este gombrowiczidas aparecen los rostros de un padre sin carácter y de un hijo perverso, pero es otro el asunto que me tiene preocupado.

En efecto, cuando pienso en los Protoseres, en los Pulgones y en los hombres de letras, es decir, en los seres y en las cuestiones relacionados con la actividad de escribir, se me presenta en los sueños cada vez con más frecuencia el Pájaro Tabernil, un avechucho que se me apareció por primera vez como un representante onírico del Pato Criollo..

Debo reconocer que el Pato Criollo me dio más de una mano, fue el Pulgón que utilizó la editorial Emecé para leer las cartas que Gombrowicz me había escrito, y también fue el Pulgón que utilizó Interzona para echarle una mirada a “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”
Yo estaba verdaderamente deslumbrado con la capacidad que tenía el Pato Criollo para inventar cuentos, novelas y reflexiones de cualquier especie, al punto que empecé a soñar con él.

Pero él, de igual modo, me trataba en un pie de igualdad y con mucha generosidad en un terreno en el que se movía como pez en el agua, había leído las cartas que yo le había escrito a Gombrowicz y me alentaba para que las publicara.

En cierto momento me sentí obligado a leer alguno de sus libros para retribuirle en parte tan buena disposición, una intención que le hice conocer en una de mis cartas.

“Llegados a este momento, y como es muy probable que a vos te interese saber, por lo menos hasta cierto punto, qué es lo que pienso de tus escritos, creo que deberías recomendarme la lectura de uno de tus libros. Para prevenirnos, tanto vos como yo, de malos entendidos que podrían resultar fatales para el futuro de nuestra relación, más teniendo en cuenta que a vos te salen las novelas del escritorio como porotos de la chaucha, debemos tomar ciertos recaudos (...)”

“Es imprescindible que se entienda muy bien que te estoy pidiendo la recomendación para la lectura de tan solo uno de tus libros, no vaya a ser que se te ocurra jugarme una mala pasada, como me la jugó el Niño Ruso desde México cuando me mandó tres libros suyos dedicados para que los leyera”

En sueños el Pato Criollo se me aparecía como un pájaro cuya verdadera naturaleza no alcanzaba a precisar, pero es seguro que estaba actuando sobre mí la misma curiosidad de la que habla Gombrowicz cuando conoce a Rudnicki y que me hacía ver al Pato Criollo como un rival.

Eran sueños confusos, como lo suelen ser los sueños, me atreví entonces a consultar al doctor Cesar Rodríguez-Moroy Porcel, un terapeuta especialista en psicopatías de origen literario de gran renombre entre los hombres de letras, a ver si con su ayuda los podíamos precisar.

Después de un par de sesiones los sueños, aunque aún misteriosos, se me aparecían con la magnífica claridad de un Pájaro llamado Tabernil que sólo me atrevo a presentar como un adjunto, pues es el representante de una verdadera sublimación.

En cuanto al Padre debo agregar que se comporta respecto a Gombrowicz de una manera estándar, es decir, escribe solamente sobre un Gombrowicz en la Argentina y, en su caso, en forma poco documentada, al punto de aparecer como  lector de un único libro: “Diario argentino”
“Estas páginas son la huellas del paso por el país de un gran escritor, colocado por el destino durante largo tiempo en una situación muy singular, y que tuvo la altura innegable y luminosa de no engañarse y no engañarnos (...)”

“Si esas páginas nos sorprenden muchas veces con una inusitada agudeza intelectual, nunca alcanzan a defraudarnos si lo que buscamos es, como debería ser, una fraternidad exigente. Y recordemos que estos relámpagos de intuición a fondo, incluso dolorosamente reveladores, se producen cuando todavía resultábamos deseables para el mundo, cuando el país ocultaba sus entresijos bajo la apariencia de una riqueza inextinguible. Que se cargan de inesperadas reverberaciones en las difíciles circunstancias que hoy nos toca vivir”

El Padre es dueño de un talento común a algunos hombres de letras argentinos: escribir muchas palabras con la intención de no decir nada, una intención con la que ocultan su falta de conocimientos. Hay que decir, sin embargo, que González Lanuza escribió hace más de cuarenta años un buen texto sobre el “Diario argentino”, una pequeño ensayo que aventaja con holgura muchas intervenciones posteriores de los escritores hispanohablantes.

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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