Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Pablo de Rokha
Juan Carlos Gómez

Gombrowicz despreciaba la utilización de la metáfora, y tenía reparos para la actitud romántica y para la mismísima poesía, a pesar de que él no estaba tan lejos de aquello que despreciaba. Es justamente la metáfora la que lo separa de Bruno Schulz.

En la medida que Gombrowicz lo conoció fue descubriendo que su prosa era demasiado metafórica y que no podía hacerse cargo del mundo pues no era capaz de asimilarlo. Elaboró una forma profunda pero estrecha y no pudo salir de esa problemática limitada porque su estilo y sus concepciones no eran originales, seguía las huellas de Kafka a quien lo unía la sangre semita. Si bien se mostraba creativo en más de un punto, las metáforas y la visión del mundo del checo que fecundó su universo, le pusieron límites a su alcance en el mundo a pesar de que era admirado en Francia e Inglaterra.

La impotencia ante la realidad caracteriza de manera contundente el estilo y la postura de los poetas, pero el hombre que huye de la realidad no encuentra apoyo en nada y se convierte en un juguete de los elementos. La metáfora privada de cualquier freno se desencadenó hasta tal punto que hoy en los versos no hay más que metáforas.

Pablo de Rokha

Esta postura religiosa también ha hecho estragos en la prosa, la eminencia y la grandeza de obras como “Ulises” se realiza en el vacío, son libros que nos resultan lejanos, inaccesibles y fríos puesto que fueron escritos con el pensamiento puesto en el arte y no en el lector. Es una prosa nacida del mismo espíritu que ilumina a los poetas y, por su esencia, es una prosa poética.

“A medida que iba creciendo me volvía cada vez más peligroso. Mis composiciones de polaco eran las mejores y eso me salvaba, en otras materias era un ignorante y un holgazán (...)”

“Un día, nuestro profesor Cieplinski nos mandó escribir una redacción sobre Slowacki, uno de los tres poetas profetas. Harto ya de tanto incienso dedicado al poeta profeta, decidí para variar, fastidiarlo un poco (...) El profesor Cieplinski me puso un cero y me amenazó con enviar el trabajo al ministerio. Yo le pregunté por qué obligaba a los alumnos a ser hipócritas (...) En ‘Ferdydurke’ encontraréis una descripción de las clases de polaco y de latín, así como del cuerpo de profesores, esas escenas delirantes nacían entonces en mi cerebro, en el séptimo grado, mientras naufragaba en las conferencias dulcemente conmovedoras del profesor Cieplinski –por lo demás una buena persona– sobre nuestros poetas profetas o cuando contemplaba con horror la figura maltrecha y grotesca de nuestro profesor de latín”

En un pasaje de “Ferdydurke” Gombrowicz se burla de la metáfora, de la poesía y del romanticismo polacos sacando a la superficie el verdadero espíritu de unos versos que le escriben a la Colegiala.

“Los horizontes estallan como botellas/ La mancha verde crece hacia el cielo/ Me traslado de nuevo a la sombra de los pinos/ desde allí/ Tomo el último trago insaciable/ De mi primavera cotidiana”

En la traducción de Pepe el poema pasa de la versión romántica y metafórica a la versión erótica y realista.
“Los muslos, los muslos, los muslos/ Los muslos, los muslos, los muslos, los muslos/ El muslo/ Los muslos, los muslos, los muslos”

“Contra los poetas” es un ensayo belicoso que le nació a Gombrowicz de la irritación que le habían producido los poetas de Varsovia, su poeticidad convencional lo tenía harto, pero la rabia lo obligó a ventilar todo el problema de escribir versos. A parte de la alteración que se produjo en el público presente y del bastonazo que le quiso pegar el viejo poeta, se desató una batalla tremebunda en la prensa.

Gombrowicz no podía esperar que los signos de interrogación que le había puesto a la poesía, al romanticismo y a la metáfora fueran a ser enriquecidos por los periodistas. Su razonamiento antipoético merecía un análisis bien hecho, no se lo podía despachar en cinco minutos con cuatro garabatos, su idea era nueva y estaba basada en un sentimiento auténtico.

Gombrowicz tenía clavada una espina con la poesía de Neruda. Cuando algún joven despistado se le presentaba como admirador de Neruda y de sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, Gombrowicz se retorcía en la silla, no podía soportar la presencia del cuerpo viejo y corrompido de Neruda al lado de ese canto al amor. Neruda era un bardo comunista que tenía mucha suerte, Gombrowicz en cambio era un burgués instalado en el capitalismo que vivía apenas mejor que un obrero. El cantor del proletariado, censor de la explotación del hombre, se revolcaba en millones largos gracias precisamente a su melopea revolucionaria recitada a los cuatro vientos.

“No hay mejor cosa que ser un poeta rojo en el podrido Occidente: se goza de una fama universal, también detrás del ‘telón de hierro’, se gana un montón de dinero y encima todos los placeres de ese capitalismo podrido están a mano. Sin hablar de que una situación casi oficial te convierte en una especie de embajador o ministro”

Con esta complexión abigarrada de metáfora, de romanticismo y de poesía Gombrowicz se las tiene que ver con Pablo de Rokha.

“He aprovechado la ocasión para ponerme a hojear de nuevo ‘El proceso’ y compararlo con la versión escénica de Gide. Pero tampoco esta vez he logrado leer debidamente este libro; me deslumbra el sol de la metáfora genial que atraviesa las nubes del Talmud, pero leerlo página a página, no, eso supera mis fuerzas. Algún día se sabrá por qué tanto grandes artistas han escrito en nuestro siglo tantas obras ilegibles. Y por qué arte de magia esos libros ilegibles y no leídos han pesado sobre nuestro siglo y son famosos. A veces tengo la sensación de que entre nosotros los escritores existe un absurdo que distorsiona toda nuestra actividad, y del cual no sabemos defendernos, pues es siempre anónimo (...)”

“Un contertulio del café Rex me muestra la edición de la obras completas del poeta chileno Pablo de Rokha, un volumen del tamaño de un maletín. Dentro del maletín veo cuatro fotos del autor y tres de la mujer del autor (también poeta), luego un página reproducida del manuscrito, la introducción del autor, en la que este dice que ‘al pueblo chileno ofrezco estos poemas’ (o algo por el estilo) y muchos añadidos más. Saltándome decenas de páginas leo: ‘Claman los rostros asesinos su triángulo pálido/ El sol poderosamente clamante en el sistema solar, carro de basura lleno de relámpagos/ La tormenta bélica, en medio del huracán cotidiano, transmite el trueno del ocaso...’ (...)”

“Es un gran poeta, me dice el contertulio. Con ese enorme volumen en la falda, con ese gigantesco objeto..., la grandeza material de la cosa me aplastaba como una bota (...)”

“Además sabía que a cualquier cosa que le dijera de las que quería decir, él contestaría que no entendía la poesía, que no había penetrado en el alma chilena, que no sentía la metáfora o que no percibía la vibración soterrada de la palabra (...)”

“Me fui a casa cargado con aquel bulto, lo deposité en un rincón y al cabo de unos días tuve que recogerlo y devolverlo, y cuando por fin me libré de ese enorme bulto, todavía tuve que balbucear algunas palabras que se fundieron en el cosmos con todas las demás palabras  balbuceadas en otras ocasiones parecidas por otros maleteros, para asegurar al maestro de Rokha gloria eterna en las alturas, amén”

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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