Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Maurice Nadeau
Juan Carlos Gómez

Deseamos conocer el lugar donde nacieron nuestros antepasados y despedirnos de las cosas que no volveremos a ver. Gombrowicz también tenía estas añoranzas y quería darle a su éxodo argentino alguna forma, despedirse de sus primeros días en el ya lejano año de 1939. 

Entonces va de vista a “El Palomar”, un conventillo de la calle Corrientes donde se amontonaban toda clase de indigentes, y donde a fines de 1940, enfermo y sin plata, Gombrowicz había pasado la época más dura de su vida.

Subió al cuarto piso y vio la puerta de su pequeña habitación, la mugre, las paredes con el revoque caído, y escuchó la música que le llegaba desde la sala de baile de la planta baja, reconoció los olores de antaño. Nada. Vacío. 

Fue todavía a la calle Tacuarí donde había vivido en diciembre de 1939. Se metió en el ascensor para ir la tercer piso: –¿Adónde va?; –¿Yo?, busco al señor López; –Aquí no vive ningún López; –Pensé que en el tercer piso; –¿Y cómo puede saber que es el tercer piso si usted no está seguro de que ese López viva aquí? ¿Qué es lo que quiere? El pobre Gombrowicz salió corriendo.

Maurice Nadeau



El primer escollo que Gombrowicz tuvo que vencer para ser escritor fue el de su familia. Desde que empezó a cultivar la literatura, siempre tuvo que destruir a alguien para salvarse a sí mismo. En “Ferdydurke” atacó a los críticos para salirse de ese sistema, para independizarse. Sus ataques a los poetas y a los pintores también estaban dictados por la necesidad de apartarse.

Con esta mezcla de naturalezas, la de su familia y la de la literatura, se moría de vergüenza cuando pensaba que llegaría a ser un artista como ellos, que se convertiría en un ciudadano de esa ridícula república de almas ingenuas, en un engranaje de esa terrible maquinaria, en un miembro de ese clan. Por nada del mundo quería pertenecer al gremio.

La desconfianza por el desempeño de una actividad que poco a poco fue absorbiendo la mayor parte de su tiempo lo puso en camino de preguntarse cuál era el quid de una obra, si la obra podía responder a las preguntas de qué se está hablando y en qué consiste la cosa. El quid de las obras de algunos autores es su vida personal, pero no siempre es así. Gombrowicz creía que aunque su vida se hubiera desarrollado de otra manera sus libros no hubieran cambiado demasiado. 

Su mudanza de Polonia a la Argentina lo puso en medio de gente que le hablaba en una lengua extraña para él, en la soledad y en la frescura del anonimato que, con el hielo de la indiferencia, le permitía conservar su orgullo. Al empezar a escribir los diarios tuvo que abandonar parcialmente su lenguaje artístico, fue entonces cuando le pareció que se le había caído la armadura. Pero después, poco a poco, se fue dando cuenta que podía comentarse a sí mismo, se convirtió en su propio juez y le quitó al cerebro de los críticos el poder de pronunciar veredictos..

Con los diarios acompañó a su arte hasta el lugar donde penetraba otras existencias, una zona que a menudo le resultaba hostil. Amordazado en Polonia, aislado del gran mundo por el exotismo de la legua polaca, acorralado en el ambiente cerrado y estrecho de le emigración, en esta bruma nacían sus obras difíciles, a tal punto difíciles que en el mismo corazón de París debieron luchar duramente para ser reconocidas.

La superficialidad de las cabezas polacas con las que trataba en la emigración se podría medir por el hecho de que el mismo “Diario”, más fácil de comprender en apariencia que sus otras obras, no conseguía penetrar en sus cerebros. 

Es interesante recordar quién lo sacó de esta prisión, y en qué lugar del mundo le abrieron las puertas de esta cárcel.

El lugar fue París, el mundo tenía que escuchar la voz de un francés para que Gombrowic fuera aceptado en la sociedad de los hombres de letras, y así ocurrió.

François Bondy, redactor de la revista “Preuves”, escribió en 1956 un artículo entusiasta sobre “Ferdydurke”, Maurice Nadeau se entusiasmó con el entusiasmo de Bondy y propuso la publicación de “Ferdydurke” en la colección “Les Lettres Nouvelles” de la editorial “Julliard”, y Julliard lo publicó. 

Antes del artículo de Bondy y del entusiasmo de Nadeau, la editorial “Julliard”, al igual que todos los grandes editores franceses, se había negado a publicar el libro. Fueron entonces los franceses Bondy y Nadeau quienes le abrieron las puertas de la cárcel a Gombrowicz en el mismísimo París.

Recién llegado a Francia Gombrowicz escribe en los diarios que Sartre se había convertido para él en una torre Eiffel, que sobresalía por encima de la totalidad del panorama. Estas palabras de los diarios de Gombrowicz no estaban destinadas al cajón del escritorio, Francia ya lo había descubierto, y algunos franceses estaban a sus pies.

“Nadeau se revuelca a mis pies en un ataque de admiración después de haber leído el ‘Diario’ (...)” 

“Me dice: ‘Maravillado. Estupefacto estoy. Esto es más que si fuese solo de un gran escritor.... Publicaré todo lo de Witold Gombrowicz pues quiero que ‘Les Lettres Nouvelles’ queden para siempre vinculadas con su nombre!’ Y aquí, Walter Jens proclama ‘Verfuhrung’ como una obra grande y malvada! Pero a lo mejor ya le escribí esto, no recuerdo. El diario saldrá en París en marzo”

Al mes de llegado a París Gombrowicz ya había puesto todo patas para arriba y se le ocurre comparar a los franceses con los perros de Pavlov.

“Me limito a decirle que por el momento mi estada en París parece todo un éxito, la prensa ha demostrado gran interés por mi persona, di 8 entrevistas de las cuales 5 muy importantes, ya aparecieron dos en ‘Arts’ y en ‘Le Monde’, grandotas y hasta diría sensacionales (...)”

“Alrededor de mí se formó un revuelo de proporciones, tuve que correr de un lado a otro, como dice ‘Le Monde’ se forma alrededor de mí una maçonnerie intenacional. Las damas mas distinguidas gritaban ‘ah, que felicidad, la suya!’ cuando Leonor Fini (la mujer del Príncipe Bastardo) les anunciaba mi presencia en su casa. Yo insulté por las dudas bastante a los franchutes en las entrevistas, comparándolos con los perros de Pavlov. Ay, Goma, ¿qué hago aquí, por qué, cómo, hasta cuándo? Calculo que ya gané 30 mil pues estoy 5 días en Berlín, no vi ni un solo centavo, en cambio vivo como un rey. Berlín es impresionante, archimoderno, una ciudad-jardín, el clima es de suspenso, me tratan con hospitalidad conmovedora pero ‘ojala dure’ como decía la madre de Napoleón (...)”

“Me imagino que en París me salió todo bien porque en realidad todo esto no me interesaba en absoluto, invadido por el sentimiento patrio, perdido en el mundo, abstraído, ensimismado, decía cualquier cosa y estaba sonambúlico”

En los diarios de París compara a los parisinos con los perros de Pavlov y esto provoca la consternación de los franceses. 

“Les Lettres Nouvelles en diciembre empiezan publicar mi Diario Trasatlántico. Todos dicen que habrá escándalo con los capítulos sobre París. Nadeau indignado y apenado dice que escribí pavadas, pero lo va a publicar. ¡Que cosa! Dios mío!”

Se trata de París, el ombligo del mundo, así que Gombrowicz se pregunta si sus juicios no habrán sido precipitados pues empieza a recibir cartas desagradables acusándolo de que adulteraba la realidad de esa ciudad. 

Sobre que Gombrowicz adultera la realidad en los diarios no cabe la menor duda, su descripción del mundo obedece a leyes poéticas pues quería expresarlo a través de su pasión, y su pasión a través del mundo.

La elite de París estaba sólo dispuesta a aceptar la grandeza del hombre, pero no su ingenuidad y su juventud. La juventud está impregnada de recuerdos vergonzosos, al punto que un maduro suele burlarse de otro recordándole algún pasaje de sus años mozos. 

Los franceses son refinados y cartesianos, así que trataban de clasificar de alguna manera a este mono que les había entrado por la ventana. No les había gustado nada el asunto de los perros de Pavlov.

La idea del artificio se le había asociado a Gombrowicz en una de las entrevistas con los perros de Pavlov y desde ese momento la artificialidad de los parisinos se le transformó en un perro pretencioso que dejó oír su aullido en el silencio de la noche. Los franceses se habían vuelto artificiales, y de tan artificiales que eran ya no hablaban.

“Cena con Genviève Serreau y Maurice Nadeau (...) Yo hablo, ellos escuchan. Hum..., eso no me gusta... Cuando viajaba de Buenos Aires a las provincias, a Santiago del Estero, yo callaba, y eran ellos, los escritores de allí, quienes hablaban... Siempre habla quien quiere hacerse ver, el provinciano”

Aquí, en Buenos Aires, Gombrowicz comentaba en el café Rex que no entendía como Gide podía hacer tantas cosas en un día: tocar el piano, ver editores, escribir; –yo apenas tengo tiempo de escribir un par de renglones y comerme un sandwichito. Pero ni bien pisa París, ¡otra que Gide!

“Ando enloquecido, ‘Ferdydurke’ aparece el 10 de noviembre en París, precedida por una publicación de ‘Lettres nouvelles’, ahora ocurre que sin avisarme han metido en el libro un prefacio, lo que me enfureció, mandé telegrama exigiendo que lo saquen a toda costa, el Príncipe Bastardo se enfermó, Nadeau asustadísimo, ahora bien, después leí otra vez el prefacio y me pareció tan bueno que estoy temblando que lo van a sacar y ya mandé otro telegrama. Ahora nada sé, todo está en manos de Dios”

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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