Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y María Swieczewska
Juan Carlos Gómez

La Madame du Plastique, doctorada en la Sorbona en la Facultad de Ciencias Químicas, hablaba conmigo de “Nueva guía de Gombrowicz”, una narración que yo había publicado en la revista “Twórczosc” de Polonia el año del centenario: –¿Y qué te parece, María?; –Muy científico, me está enseñando muchas cosas que yo no sabía, un trabajo muy documentado con los fragmentos de las cartas de Gombrowicz, una obra verdaderamente científica, sin antecedentes históricos; –María, pero también escribí sobre mi relación con Gombrowicz y sobre los temas de los capítulos, es personal más que científica, biográfica si querés; –Sí, científica.
Aquí ya me sentía en la gloria, María, la científica, me repetía maquinalmente, sin escuchar mis observaciones, que mi trabajo era científico, ¿qué más podía pedir? 

¿Te debe haber gustado mucho, entonces?; –Sí, pero ¿sabés qué?, a mí me gusta más la forma de escribir no científica, la que fluye en forma continua; –Ah, caramba, siendo así ¿por qué no lo leés otra vez pero ahora salteando los fragmentos de las cartas que son los que le dan a la narración el carácter documentado y científico, así te resulta más fluido?; –Sí, puede ser, pero ¿sabés qué?, las cartas de Gombrowicz también son interesantes.
Esta reiteración de lo científico y de la ciencia me hizo recordar que mi primer dios fue el que está en el cielo, y mi segundo dios, la físico-matemática. Son dioses que fui perdiendo junto a mi juventud pero no sé cuánto de ellos todavía están es mí y de qué manera aparecen.

La Madame du Plastique es una gombrowiczida que alcanzó su máxima celebridad en “Gombrowicz o la seducción”, la película de Alberto Fischerman, cuando en una de sus escenas más logradas aparece en su carácter de fabricante de santos de material plástico.

María Swieczewska

Su predisposición científica a veces le trae algunos inconvenientes, por una de estas contrariedades Rajmund Kalicki, mi editor polaco, recibió finalmente el mote de Pequeño K.

“Como sabés de vez en cuando me convierto en un poseso, el diablo se apodera de mí para transformarme en un íncubo endemoniado que desea tener comercio carnal con alguna polaca pero, como no puedo tener ese comercio, me veo obligado a descargar ese impulso malsano que me domina por completo en alguna persona (...)” 

“Vos me venías anunciando desde hace algún tiempo que en el “Diario patagónico” me elevabas a alturas increíbles así que le pedí a la Madame du Plastique que me tradujera los pasajes en los que te referís a mí, exclusivamente a mí, y esto por dos razones importantes: para ahorrarle trabajo a la polaca, por un lado, y para evitar el contacto prolongado con tu forma de escribir que no me resulta agradable, por otro. La Madame me tradujo una docena de líneas y de lo primero que me enteré es de que me estabas presentando como un energúmeno que le gritaba a los periodistas. Me quedé esperando las siguientes líneas a ver cómo te las arreglabas vos, degenerado, para elevarme a esas alturas increíbles, pero, nada, la Madame du Plastique enmudeció, pasó una semana sin dar señales de vida (...)”

“Ese tiempo fue más que suficiente para que se formara dentro de mí un estado de cólera incontenible, no sé si éste no habrá sido justamente el propósito de la Madame, a lo mejor resulta que es una mujer perversa a pesar de que va a misa todos los días, o también podría ser que el demonio se hubiera apoderado de ella y la hubiera convertido en un súcubo. La cuestión es que no me quedó más remedio que tratarte de contrahecho, reptil, cínico, desfachatado, payaso, gusano y víbora mientras le daba, y para toda la eternidad, cristiana sepultura al “Diario patagónico”. Como yo no dispongo de las facilidades que tenés vos de hacerte publicar cualquier cosa, estoy volanteando a diestra y siniestra, en la Argentina y en Polonia, el contenido de esta carta.”
En cierta ocasión Gombrowicz puso a prueba nuestros conocimientos científicos, los míos y los de Madame du Plastique, cuando estábamos de vacaciones.

Mientras paseábamos por los bosques de Piriápolis con la Madame du Plastique, Gombrowicz trataba de desentrañar cuáles eran los límites de la realidad, ¿por qué este árbol terminaba aquí y no allá?, ¿y por qué luego empezaba la tierra?, ¿por qué no era todo un continuo?, ¿cómo es que se establecen los límites de la realidad?, a él le parecía que se formaban artificialmente o, mejor dicho, por una intervención violenta de la voluntad. De repente, Gombrowicz se detiene bruscamente delante de un arbusto, y pregunta: –¿Qué es esto?; –Un arbusto, dice la Madame du Plastique; –No, no. 
Nos quedamos abstraídos mirando el arbusto. Cuando el silencio nos empezó a incomodar, dije: –Es el presentimiento de la forma. Gombrowicz se puso de rodillas, juntó las manos como si fuera a rezar y empezó a adorarme como si yo fuera el Dios mismo. 

Claro, el arbusto es una planta indefinida, una planta que no llega a ser un árbol, y la forma es una línea, es como el límite de la realidad. El arbusto tenía pues, para los propósitos de Gombrowicz, una naturaleza esfumada, tenía límites pero no tanto, pertenecía también a ese continuo donde las cosas están indiferenciadas. ¿Un arbusto no venía a ser entonces algo así como un presentimiento de la forma? Como yo conocía lo que andaba buscando Gombrowicz respecto a “Cosmos”, una obra que había empezado a escribir en ese año, no me fue tan difícil hacerlo arrodillar.
Los científicos eran para Gombrowicz unos especialistas que manipulan nuestros genes, se inmiscuyen en nuestros sueños, modifican el cosmos y manosean nuestros órganos íntimos. 

La ciencia tiene un carácter abominable, es como un cuerpo extraño introducido en la razón, que la razón lleva como una carga con el sudor de su frente. Es como un veneno, y cuanto más débil es la razón tantos menos antídotos encuentra y tanto más fácilmente sucumbe ante la atracción que produce la ciencia.
Los diarios que escribe en las postrimerías del año 1961 tienen un pasaje de género ligero que caracteriza la lucha entre la ciencia y el arte haciéndole crecer a un hombre una segunda cabeza en el trasero mediante un procedimiento científico.
“(...) al verlo pierdes la cabeza y ya no sabes cuál de esas cabezas es tu cabeza verdadera; no te quedará más remedio que gritar de horror, de rebeldía, de protesta, de desesperación...¡gritar que no estás de acuerdo! Ese grito encontrará a su poeta... y atestiguará que sigues siendo todavía el que eras ayer (...)”

Los de la barra del Rex, creíamos realmente que Gombrowicz dominaba con amplitud las teorías de la física moderna y la filosofía, especialmente las ideas referidas al marxismo y al existencialismo.
Yo había adquirido un cierto prestigio entre los contertulios: le explicaba a Gombrowicz lo que era un logaritmo, a Acevedo le calculaba la velocidad que debía tener una pelota para que girara alrededor de la tierra a un metro de altura sin caerse, al Alemán le demostraba por qué la raíz de dos no es un número racional. Estas cuestiones tan elementales entre los alumnos de mi facultad me ayudaron a mantenerme en pie en los primeros tiempos de mis aventuras gombrowiczidas. Más tarde me sirvieron también para profundizar en mis discusiones con Gombrowicz, con toda la seriedad que nos era posible, sobre sus relaciones con la filosofía, con la música y con cualquier otra cosa que se nos atravesara por el camino. 

Muchas palabras grandilocuentes que leo en el “Diario” tenían un sentido muy diferente para nosotros, pues ninguno podía ir mucho más allá de lo que en verdad sabía. A pesar de su muy evidente antitalento científico, Gombrowicz se manejaba muy bien con las concepciones generales de la física. La lectura de “Panorama de las ideas contemporáneas” de Gaëtan Picon le había sido de mucha utilidad en este sentido. El resto lo hizo su propia inteligencia. 
“Cuando a mi mesa, en un café, se sienta un estudiante de ciencias exactas para observarme con lástima (porque hablo sin decir nada), para despreciarme (porque es una tomadura de pelo), para bostezar (porque eso no se puede comprobar experimentalmente), no trato en absoluto de convencerle. Espero que lo invada una ola de lasitud y saturación”. 

¿Lo diría por mi? No creo, aunque con Gombrowicz nunca se sabe. A veces nos tomábamos venganza de alguna discusión del día anterior en la que habíamos quedado mal parados, nos preparábamos para esto. Una noche en la que me tocaba la venganza a mí, le pregunté ni bien llegué: –Dígame, Gombrowicz, ¿por qué el concepto de probabilidad introduce una relación irreversible entre la observación y la expresión del conocimiento correspondiente?; –Porque se apareció ‘un pájaro alado con cola de contingente’.
Existen dos blasfemias de Gombrowicz que han dado la vuelta al mundo, una la pronuncia contra Polonia en “Transatlántico” y otra la pronuncia en el “Diario” contra la ciencia.

“Y si a Sócrates se le hubiera aparecido Casandra con la siguiente profecía: –¡Oh, mortales! ¡Oh, estirpe humana! Mas os valdría no alcanzar a ver el lejano futuro que será diligente, escrupuloso, laborioso, liso, llano, miserable... Ojalá las mujeres dejasen de parir, pues todo lo que nazca nacerá al revés: la grandeza engendrará la pequeñez, la fuerza la debilidad, y de vuestra razón procederá vuestra estupidez. ¡Oh, ojalá las mujeres diesen muerte a sus recién nacidos...!, porque tendréis funcionarios por jefes y héroes, y los buenazos serán vuestros titanes. Se os privará de belleza, de pasión y de placer... (...)”
“Os esperan tiempos fríos, tediosos y secos. Y todo eso será obra de vuestra propia Sabiduría, que se despegará de vosotros y se volverá incomprensible y feroz”

“¡Y ni siquiera podréis llorar, puesto que vuestra desgracia estará ocurriendo fuera de vosotros! (...)”
“¿Será esto una blasfemia contra nuestro Supremo Hacedor? ¿Nuestro Creador de hoy? (Naturalmente me estoy refiriendo a la ciencia) ¡Quién se atrevería! También yo me postro ante la más joven de las Fuerzas Creativas, también yo me prosterno, hosanna, pues esta profecía canta precisamente al triunfo de la omnipotente Minerva sobre su enemigo, el hombre”

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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