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Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y la sociabilidad
Juan Carlos Gómez

“En el estudio sobre Brzozowski, ‘Un hombre entre escorpiones’, Milosz se pregunta: ‘¿Por qué tanta gente se ha aprovechado y sigue aprovechándose a manos llenas de la obra de Brzozowski, pero como a escondidas, sin admitirlo públicamente?’. ¿También yo me aprovecho? No, yo tengo la conciencia tranquila. Hasta la fecha nunca me he topado con Brzozowski, he sobrevivido sin que nada de él ni sobre él cayera en mis manos”

A pesar de su prematura muerte a los treinta y tres años, Stanislaw Brzozowski ha dejado un número impresionante de libros y artículos que ejercieron gran influencia en sus contemporáneos y sucesores. Conocido principalmente como un importante crítico literario de principios de la modernidad, familiarizado con los autores polacos y europeos del siglo XIX, también estaba interesado en la filosofía, la religión y los problemas sociales. 

En los ensayos sobre la filosofía, la poesía romántica de Polonia y la ficción contemporánea, en las críticas sobre la obras de Dostoievski y de Chéjov, en los artículos sobre Kant, Taine, Nietzsche, y sobre la ética de Spencer y los valores educativos de la literatura inglesa, acumula una gran variedad de inspiraciones intelectuales en una cosmovisión única, con la que espera transformar a Polonia y al mundo.

Witold Gombrowicz con sus hermanos


La carrera de Brzozowski está relacionada con la notoriedad, ya que se dio a conocer por los ataques feroces contra una de las luminarias reconocidas de la literatura polaca contemporánea: Henryk Sienkiewicz. “A veces hay desencuentros así, Brzozowski es uno de los autores polacos que me son perfectamente desconocidos, a pesar de lo que dice Milosz (...)” 

“Por otra parte cuando Milosz habla de la obsesión de Brzozowski por liberarse de Polonia o de que la literatura polaca lo hacía ruborizarse de vergüenza por haber dado al mundo a Sienkiewicz, me vienen a la memoria mis propias obsesiones y rubores. Sólo que mis obsesiones son muy diferentes a las de Brzozowski y provenientes de posiciones también diferentes, como diferentes son nuestras naturalezas (...)” 

“Al leer el trabajo de Milosz veo además que estoy tan profunda y radicalmente en contradicción con este filósofo como quizás no lo esté ninguno de los polacos ilustrados de hoy. ‘El principal pecado de la intelligentsia polaca consiste en sustituir el verdadero pensamiento por la sociabilidad. Con qué serenidad señorial, con qué libertad de juicio señorial se daban palmaditas en el hombro de las ideas y de los hombres’ (...)” 

“‘El experto en solitarios, o el mártir nacional que se aburría entre partida y partida, entre feria y feria, observaba con una sonrisa indulgente a su hijo que levantaba la cabeza ardiente de la lectura de Darwin’. Mostraré el vivo contraste que existe entre estas palabras de Stanislaw Brzozowski y yo si digo que en este caso me pongo con ganas del lado del padre y no del hijo (...)” 

“¡Sí! Apruebo la desconfianza de los viejos nobles y su conocimiento de que las teorías se apartan de la vida, igual que de todo aquello que no permite vivir plenamente el pensamiento”. En la época de Brzozowski había triunfado el intelecto con una violenta ofensiva en todos los campos, parecía entonces que la ignorancia podía ser erradicada por el esfuerzo tenaz de la razón. 

Este impulso intelectual creció hasta alcanzar su apogeo después de la segunda guerra mundial, cuando el marxismo y el existencialismo se desparramaron por toda Europa ampliando explosivamente los horizontes de los hombres dedicados al pensamiento. Gombrowicz empieza a darse cuenta de que, si bien la vieja ignorancia estaba desapareciendo, aparecía una nueva ignorancia.

Esta ignorancia estaba engendrada justamente por el intelecto, una estupidez desgraciadamente intelectual. La vieja visión del mundo que descansaba en la autoridad de los padres, de los maestros y sobre todo la de la Iglesia, estaba siendo remplazada por otra. Con la nueva autoridad cada uno tenía que pensar el mundo y la vida por cuenta propia, porque ya no existía la vieja autoridad. 

El mundo del pensamiento empezó a caracterizarse por una extraordinaria ingenuidad, a la que animaba una inmadurez sorprendente, los intelectuales exhortaban a que se pensara por uno mismo, con la propia cabeza. Las nuevas ideas podían tener un salvoconducto sólo si se las comprendía personalmente, pero todavía más, había que experimentarlas en la propia vida, había que tomarlas en serio y alimentarlas con la propia sangre. 

Los resultados funestos no se hicieron esperar. Empezaron a proliferar pensadores fundamentales que se remontaban hasta las fuentes para construir mundos nuevos que ponían una enorme distancia con el viejo pensamiento. “La filosofía se hizo obligatoria. Pero el acceso al pensamiento más elevado y más profundo, jalonado de grandes nombres, no es fácil (...)” 

“Henos aquí hundidos en la horrible ciénaga del pensamiento aproximado, no digerido, en el lodo, en el barrizal de la cuasi profundidad”. El aumento de este exceso de responsabilidad tuvo consecuencias realmente paradójicas: el conocimiento y la verdad dejaron de ser la preocupación principal de los intelectuales, una preocupación que fue remplazada por otra, por la preocupación de que descubrieran su ignorancia. 

El intelectual, atiborrado de conocimientos que no terminaba de asimilar, andaba con rodeos y disfraces para no dejarse pescar, entonces toma algunas medidas de precaución bastante ingeniosas: enmascara la formulación de los pensamientos, utiliza nociones pero no las desarrolla, dando por sentado que son perfectamente conocidas por todo el mundo, y todo esto lo hace para ocultar una ignorancia producida justamente por el pensamiento.

“Ha nacido una destreza particular que consiste en esgrimir hábilmente unas ideas no asimiladas poniendo cara de que todo está perfecto orden. Ha surgido un arte particular de citar y utilizar los nombres”. La omnipresencia de Sartre en la segunda mitad del siglo XX termina por cerrarle el cerco a los intelectuales, Sartre les exige que se comprometan y que elijan, que se pongan en pro o en contra. 

Cuando expone los postulados de su exhortación en “Situations”, los pobres burgueses pensantes toman conciencia de que para entender la idea de la libertad, había que leer antes la setecientas páginas de “El ser y la nada”, y de que, como el fundamento de esta obra es una ontología fenomenológica, había que leer antes a Husserl..., y antes a Hegel..., y antes a Kant.

“Pregunto: ¿cuántos de los que discutieron las tesis de Sartre se habrían atrevido a presentarse ante una comisión de examen? Y (teniendo en cuenta el trabajo incansable del vientre femenino), todos los elementos de esta mascarada tienen que multiplicarse y aumentar de día en día. Ah, la sociabilidad condenada por Brzozowski ha adquirido de pronto un aspecto inesperado (...)” 

“Estamos ya tan hartos de esas verdades últimas y profundas que hay que alimentar con la propia sangre que, no sabiendo finalmente cómo conciliar nuestro bostezo con la importancia de nuestra empresa, empezamos a preocuparnos únicamente por guardar las apariencias. Sartre va acumulando poco a poco toda la patología de nuestra época, pone en crisis la grandeza de la literatura y la convierte en una literatura funcional” 

La voz categórica del espíritu de Sartre desciende al terreno llano para desempeñar el papel de un maestro pedante y moralista. Como no consigue unir el dominio de la verdad esencial con los asuntos cotidianos, le asigna al escritor una función social. Sus instrucciones positivas sobre el papel del escritor en la sociedad contienen todas las debilidades propias de los sermones, sean religiosos o marxistas.

Estas instrucciones positivas son ajenas a los filósofos más antiguos, menos producidos y más naturales. “Ellos no experimentaban esos deseos de autodestrucción y de autodescrédito propios del intelectual de hoy que, no confiando en sí mismo, se esfuerza por adoptar un tono brutal prestado de una esfera inferior. La protagonista de una de las novelas de Thomas Mann, tras acostarse con un ascensorista se siente sorprendida (...)”

“‘¡Caray, yo, madame de no sé cuánto, poeta, persona mundana, con un ascensorista desnudo en la cama!’. Para mí esta anécdota encaja muy bien con Sartre, no tanto por la dialéctica de infraestructura y de superestructura que contiene, cuanto por el ascensor. Porque incluso en nuestra época ocurre a veces que un individuo escrupuloso se asusta por la idea que lo ha llevado tan alto (...)”

“Se asusta porque esa idea no es de su propia esencia, sino que es un mecanismo. Entonces aprieta el botón de la misma máquina que lo ascendió para descender cuanto antes”. El carácter artificial del pensamiento lo ponía a Gombrowicz del lado del padre que observaba con una sonrisa indulgente a su hijo que levantaba la cabeza ardiente de la lectura de Darwin. También lo ponía del lado de Sienkiewicz a quien Brzozowski detestaba.

“Estoy leyendo a Sienkiewicz. Una lectura atormentadora. Decimos: es bastante malo, y seguimos leyendo. Constatamos: es una lectura barata, y no podemos dejarla. Gritamos: ¡Es una ópera insoportable!, y continuamos leyendo fascinados”. Un año después de que naciera Gombrowicz. Henryk Sienkiewicz recibe el Premio Nobel de Literatura, el quinto en la historia de este galardón. 

Este insigne hombre de letras polaco, gran defensor de la causa de Polonia, que escribió sobre temas referidos a los problemas sociales del campesinado y de las clases pobres de las ciudades, es uno de los autores más leídos del siglo XX. La cuestión Sienkiewicz que se le presentó a Gombrowicz era complicada, estaba vinculada a Dios, a la patria y a la inferioridad.

Los valores más importantes que tenían los polacos antes del nacimiento de Gombrowicz eran los de Dios y los de la patria. Cuando murió ya no lo eran, se habían transformado, sin embargo, hay que decir que estos dos valores son universales, señalan las dos pertenencias fundamentales que tiene el hombre, a saber: la transcendencia y la tierra. Gombrowicz no creó ni destruyó estos valores, aunque ganas no le faltaban.

Sin embargo, un poco por cómo era la época y otro poco por cómo era él, se le fueron transformando; el primero que se le transformó fue el de Dios. Había sido creyente hasta los catorce años y dejó de serlo sin ningún aspaviento, nunca había sentido la necesidad de tener fe. Sin embargo, no era ateo, para un hombre que enfrentaba el misterio de la existencia como lo enfrentaba él cualquier solución era posible, no podía ser ateo.

Le costaba trabajo mantener relaciones con el catolicismo porque esa doctrina estaba en contradicción con su visión del mundo, pero el intelectualismo contemporáneo se estaba volviendo peligroso y le despertaba más desconfianza aún que el propio catolicismo. El segundo valor que se le transformó fue el de la patria, un poco después de la transformación del de Dios.

Experimentó este cambio con el valor de la patria a los dieciséis años, cuando los rusos llegaron a las puertas de Varsovia y fueron detenidos por el ejército polaco al comando del mariscal Pilsudski en el año 1920. Los jóvenes se alistaban como voluntarios y sus colegas se paseaban en uniforme por las calles, pero Gombrowicz permaneció en su casa. Esa ruptura con el grupo y con la nación surgió en el año memorable de la batalla de Varsovia.

La ruptura lo obligó a buscar su propia senda y a vivir por su cuenta. Se sintió humillado y a la vez en rebeldía, todas esas aventuras lo impulsaron a la anarquía, al cinismo y se puso en contra de la patria por la presión que ejercía sobre los individuos. Aunque estaba lejos todavía de dominar intelectualmente estos difíciles problemas empezó a comprender que en Polonia el precio de la vida humana era bajo.

El poder de Dios y de la patria se había debilitado en la conciencia de Gombrowicz y la idea de inferioridad presionaba para ocupar su lugar. Gombrowicz anduvo buscando durante toda su vida una manera de pasar de la inferioridad a la superioridad con un movimiento de ida y vuelta conservando por separado las propiedades que tienen cada uno de estos estadios.

Esta aspiración a la totalidad y a la universalidad era una característica de la cultura de su tiempo. En Polonia el hombre culto no estaba protegido de la presión de las masas por instituciones y tradiciones sólidas, por la jerarquía y el orden social como lo estaba en Occidente. “En nuestro país la inteligencia, la sutileza, la razón, el talento, están indefensos ante toda clase de inferioridad proveniente de los bajos fondos de la sociedad (...)”

“La miseria, las extravagancias, el salvajismo, las desviaciones y los desenfrenos, el embrutecimiento y la brutalidad; amenazan al intelectual polaco que ha estado siempre y sigue estando algo atemorizado”. Gombrowicz buscó inspiración satírica en las conversaciones que mantenía su madre con las amigas escuchando detrás de las puertas a hurtadillas y en las provocaciones que realizaba en otras mansiones de la región.

“De todos los ambientes, estilos moribundos el que agonizaba con más suntuosidad era el de los terratenientes, el espíritu de la nobleza. Fue un espíritu imponente, formado por la tradición, pulido por la literatura, representante de casi todas las facetas de lo polaco y que, en la víspera, aún gobernaba en el país. ¡Qué espectáculo daban los hidalgüelos bonachones y afables, corpulentos y cerrados de mollera! (...)”

“Cuando todo empezó a fundírsele entre las manos y tuvieron que enfrentarse con la modernidad armados nada más con un puñado de perogrulladas prestadas de Sienkiewicz se sintieron perdidos. Un exquisito bocado para un joven sádico... me dediqué enseguida a practicar la provocación en diversas mansiones grandes y pequeñas de las regiones de Sandomierz y Radom”

Desde sus primeros escarceos literarios con el mundo de la inmadurez hasta el Premio Internacional de Literatura pasó mucho tiempo. Cuando lo recibió Gombrowicz golpeó a los polacos de muy buena gana, como siempre lo hacía, para que sintieran en carne viva los errores que habían cometido con él. “¡Oh, literatura polaca! Yo, el andrajoso, el desplumado, el maltratado (...)” 

“Yo, el presumido, el renegado, el traidor, el megalómano deposito a tus pies este laurel internacional, el más sagrado desde los tiempos de Sienkiewicz y de Reymont! ¡Lo veis palurdos! Qué fácil es permanecer con los Copérnicos y con los Sienkiewicz. Resulta más difícil adoptar una actitud inteligente y honesta con los valores vivos de la nación como lo soy yo”

Empezamos diciendo que la cuestión Sienkiewicz se le había presentado a Gombrowicz vinculada a Dios, a la patria y a la inferioridad. El Dios polaco es un sistema maravilloso que mantiene al hombre en la esfera intermedia de la existencia, es una manera de esquivar lo extremo, el Dios polaco es el Dios de Sienkiewicz, ese escritor eximio de segunda fila, ese Homero de cuarta categoría, ese Dumas padre de primera clase. 

Es difícil encontrar en la historia de la literatura un encantamiento parecido al que produjo Sienkiewicz sobre la nación y las masas. Los polacos leían a Mickiewicz porque era una literatura obligatoria, pero Sinkiewicz embriagaba los corazones de todos los polacos porque les acercó un tipo de belleza distinto. Antes de Sienkiewicz la belleza polaca se identificaba con la virtud.

Los gustos fueron cambiando con el tiempo y la virtud terminó por resultar aburrida. La naturaleza humana se manifiesta en el pecado, en la expansión vital, y la verdadera belleza no se consigue silenciando la fealdad. El dilema entre la virtud y la vitalidad no estaba resuelto, entonces, Sienkiewicz, sazonó la virtud con el pecado, endulzó el pecado con la virtud y preparó un licor dulzón.

El licor no era demasiado fuerte y, sin embargo, era excitante, un licor que gustaba sobre todo a las mujeres. El pecado simpático, bonachón, encantador y limpio es la especialidad de la cocina de Sienkiewicz, lo preparaba para fortalecer a la nación y a Dios. A Gombrowicz le resultaba claro que el Dios de Mickiewicz y de Sienkiewicz estaba subordinado a la nación. 

La moral individual del Dios universal le cedía su lugar a la moral colectiva de la nación polaca abriéndole la puerta al espíritu del rebaño, por eso es que Sienkiewicz es un escritor católico pero sólo en apariencia. “Por eso la literatura de Sienkiewicz podría ser definida como el desprecio por los valores absolutos a los que reemplaza por una vida corriente facilitada (...)”

“La fuerza de Sienkiewicz consiste precisamente en que él elige el camino del menor esfuerzo, en que es todo placer, un desahogo despreocupado en un sueño barato. Nos introduce como nadie en los recovecos del alma donde se realiza nuestra huida de la vida, el modo polaco de eludir la verdad”. El lenguaje del catolicismo limitado de Sienkiewicz no alcanzaba para satisfacer el propósito de Gombrowicz 

No alcanzaba para lograr un encuentro entre lo superior y lo inferior, un encuentro que Gombrowicz buscaba y que el cristianismo, con una sabiduría calculada para todas las mentes, le podía procurar. Tuvo que seguir otro camino, un camino en el que entronizó la inmadurez como un promontorio de la cultura y con la que desmontó una buena parte de los hábitos contemporáneos.

Sin embargo, hacia el final de su vida Gombrowicz se acerca a Sienkiewicz porque, según escribe en los diarios, se había vuelto partidario de la mediocridad, de la tibieza, de las temperaturas medias, y enemigo de los extremismos. Toma partido por esa sociabilidad de los señores que despreciaban la mirada ardiente del hijo leyendo a Darwin, un partido que tanto despreciaba Brzozowski.

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Juan Carlos Gómez

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