Witold Gombrowicz y Juliusz Nowinski
Juan Carlos Gómez

En los primeros ocho años de vida en la Argentina Gombrowicz fue un bohemio que vivió en la miseria, en los ocho años siguientes fue un empleado de oficina. Ese hijo de una familia de terratenientes lituanos que no había trabajado en los últimos cuatrocientos años fue arrastrado al trabajo por el hambre. El transcurso de las horas en su empleo del Banco Polaco alcanzó en Gombrowicz una dimensión metafísica. Todas las horas eran terribles para este bancario ilustre, las más singulares eran sin duda la hora de entrada y la hora de salida. 

Como no soportaba al banco ni a nada de lo que ocurría dentro de él, el tiempo no le pasaba nunca. Para mitigar la angustia del paso del tiempo se imaginaba un viaje a Mar del Plata, a determinada hora calculaba que estaba promediando el viaje, más o menos había llegado a Maipú ya más cerca del destino final que era Mar del Plata y, en su caso, de la salida del banco. 

Claro que esta tortura la compartía con otros empleados de oficina, inútiles como él, que tenían poco para hacer, pero la tragedia de Gombrowicz era mucho mayor.

Para mostrar que estaba emparentado con una nobleza de orden superior un día le propuso a un amigo del café que lo visitara en el trabajo. Cuando ese comparsa del Rex lo estaba esperando dentro del Banco Polaco vio a una persona cojeando levemente de la pierna izquierda. Un minuto después vio a otra cojeando de la pierna derecha, también levemente; finalmente vio Gombrowicz cojeando de las dos en forma pronunciada: –Vea, el director y el subdirector cojean de una pierna solamente porque son personas distinguidas, pero yo cojeo de las dos porque soy un poco más distinguido que ellos.

Banco Polaco (Tucumán 462)

Es muy difícil imaginárselo a Gombrowicz manejando asuntos administrativos, o alguna otra cuestión que tenga algo que ver con el trabajo. 

Sin embargo, había ocasiones en que tomaba responsabilidades no carentes de cierta importancia. En los tribunales de Varsovia, cuando trabajaba como auxiliar en una de las secretarías, los jueces le encargaron un proyecto para cambiar los formularios impresos porque lo consideraban el mejor de los pasantes. 

Un Gombrowicz treintiañero era solicitado en ciertas oportunidades por sus hermanos con el propósito de que buscara administradores para las fincas que tenían en el campo, lo que ponía a Gombrowicz en una situación equivalente a la de un gerente de personal, a veces con algunos contratiempos.

“Finalmente, Gombrowicz fue contratado, pero no puedo en modo alguno atribuirme el mérito. ¿Por qué lo contrataron? ¿Qué fue lo que influyó en la decisión de mi marido? Aún hoy no lo sé, sin duda pensó que sería provechosa para el banco”

El testimonio es de Halina Nowinska, esposa de Juliusz Nowinski, presidente del Banco Polaco. Gombrowicz nos contaba a nosotros en el café Rex, que Nowinski había quedado deslumbrado por la seguridad con la que había conducido la conferencia contra los poetas, entonces pensó que esa maestría la podía aplicar en el trabajo, y lo contrató.

El desempeño de Gombrowicz en el Banco Polaco fue distinto al de sus experiencias laborales anteriores, especialmente por el tiempo que duró. Comenzó haciendo pequeños trabajos de secretario, luego Nowinski le dio permiso para escribir sus cosas en la oficina. 

Se aprovechó de la situación y se paseaba en forma arrogante delante de los otros empleados fumando nerviosamente en busca de inspiración; así escribió “Transatlántico”. 

También componía poesías festivas que circulaban de despacho en despacho, y hablaba por teléfono en voz alta para darse aires con sus relaciones aristocráticas: –Prepárame una cuajada, sobre todo, nada de caviar rojo, quiero estar a la derecha del príncipe.

La secretaria de Nowinski no lo quería a Gombrowicz: –Ha vuelto a llegar tarde otra vez y se sigue vistiendo como un puerco; pone las piernas sobre el escritorio y escupe las semillas de las naranjas en el canasto de papeles; le faltan botones en la camisa, se queda dormido en la silla, además, podría escribir, aunque sea por una sola vez, algo que tenga algún sentido.

Nowinski se burlaba de estos informes que le daba la secretaria, sentía una gran simpatía por Gombrowicz al que llamaba maestro.

“Mi marido encontró en Gombrowicz a un colaborador apreciable. Resolvían juntos los problemas más difíciles que se le presentaban al banco. Estas reuniones tenían lugar, cada vez con más frecuencia, en nuestra casa, los días feriados o después de las horas de oficina. Varias veces los vi redactar juntos los informes de las actividades del banco, destinados a las autoridades del banco central en Polonia. He oído decir a mi marido, y luego personalmente lo he oído repetir en Polonia, que estos informes eran excelentes, los mejores de todos aquellos que enviaban las diversas sucursales del banco diseminadas por el mundo”

En verdad lo que ocurrió fue que la actividad de escribir se convirtió para Gombrowicz en una especie de agujero negro, le absorbía toda la energía, no le quedó casi nada para ninguna otra cosa. A veces se ponía a favor de la actividad de escribir desalentando el trabajo.

En el fondo –le decía a la secretaria Helena Zawadzka–, usted no tiene muchas ganas de trabajar, así que hablemos de lo que pasa en Polonia. Otras veces se ponía en contra: –Estoy luchando duramente con mi obra –le decía a Swieczewski–, como un animal salvaje, a veces me gustaría mandar todo al diablo, la tarea de escribir es superior a mis fuerzas, no estoy hecho en absoluto para esto, además, hay que tener una paciencia sobrehumana.

En los agujeros negros no existe velocidad de escape, es decir, ni siquiera la luz puede salir de ellos. A Gombrowicz le pasaba algo parecido a lo que le pasa a la luz con los agujeros negros con ese otro Gombrowicz que vivía en sus obras.

“¿Renacerá mi rebelión de antaño en la imaginación de algún otro, de nuevo joven y cautivadora? No lo sé. Pero, ¿y yo?, ¿lograré siquiera una vez rebelarme contra él, contra ese Gombrowicz? No estoy muy seguro. Desembarazarme de Gombrowicz, comprometerle, destruirle, eso sí sería vivificante... pero no hay nada más arduo que luchar contra el propio caparazón”

A pesar de la pobreza que soportó en la Argentina Gombrowicz siempre se las arregló para irse de vacaciones. 

En los primeros ocho años de miseria, en los ocho del Banco Polaco, y en los últimos ocho de una vida modesta pero sin las antiguas preocupaciones, siempre se tomó vacaciones.

Mientras trabajó en el Banco Polaco tuvo servicios sociales a precios módicos, sin embargo, acostumbraba a pagarle a los médicos solamente con libros dedicados. 

También disponía de alojamiento en casas de vacaciones que el banco tenía disponibles en Mar del Plata y Córdoba a la mitad del costo, donde Gombrowicz pasó varias temporadas.

Salvo por el hecho de que el trabajo le quitaba siete horas diarias cinco días a la semana, no tenía tanto de qué quejarse. 

Cobraba horas extras, un sueldo mensual suplementario, componía poesías festivas, escribió los diarios y todo el “Transatlántico” en la oficina. La secretaria de Nowinski nos cuenta que Gombrowicz no se fue del banco para recuperar el tiempo que le robaba a su actividad de escritor, sino porque se lo estaban vendiendo a accionistas argentinos que no hubieran tenido con él seguramente tantas consideraciones.

Una tarde del año 1941, cuando la guerra había ensangrentado a toda Europa y toda Polonia yacía en ruinas, se apareció por la casa de los Nowinski: –Señora, deme algo de comer, llevo dos días sin probar bocado. El trozo de carne frita que le sirvió Halina en esa ocasión no lo olvidó nunca. En la víspera de su regreso a Europa algunas personas se reunieron en el café la Fragata para despedirlo: –La autorizo, señora Halina, a difundir la leyenda de cómo salvó usted de la muerte por hambre al orgullo de la nación polaca.

“A menudo, muy a menudo, lo vi abatido, desganado (...) Se quejaba de que no podía escribir, el trabajo le robaba el tiempo (...) Pensó muchas veces en el suicidio pero le faltó valor”

Banquete en el Banco Polaco


Con los escritores, con los ajedrecistas y en los cafés, no se quejaba, pero con algunos amigos polacos sí se quejaba, estaba reproduciendo en la Argentina el comportamiento que había tenido en Polonia.

En una de las fotos aparece Nowinski (a), el presidente del Banco Polaco, lo está mirando a Gombrowicz a ver cómo se porta; Helena Zawadzka (b), la secretaria de Nowinski, está pensando en la próxima maldad que le hará a Gombrowicz; Halina Nowinska (c), la mujer del presidente, lo mira con una benevolencia simpática, y el mismísimo Gombrowicz (d), parece que nos estuviera diciendo: –Y a mí por qué me miran. Y en otra foto más, se muestra la casa señorial que albergaba a todos estos personajes.

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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