Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y Juan Terranova
Juan Carlos Gómez

En el mismo año que Gombrowicz empieza a escribir sus diarios nos dice que lo fatiga la insincera sinceridad que pone en ellos, y los confronta con la seguridad y el valor de sus creaciones artísticas. Pero la escritura tiene que encontrar también su correspondencia en la esfera de la vida corriente, como la sombra del cóndor cuando se posa sobre la tierra.

La dificultad de escribir sobre uno mismo en un lenguaje corriente para un periódico y entre la gente es que uno no puede tratarse con la debida seriedad. En los diarios Gombrowicz se sentía asfixiado  por el imperativo de la modestia, un imperativo que lo había atormentado durante toda su vida, esa necesidad de menospreciarse a sí mismo para estar a la altura de los que lo menospreciaban y no tenían la menor idea de cómo era él.

Pero Gombrowicz por nada del mundo quería sucumbir a esa modestia a la que consideraba su enemigo mortal.

“Hay que poner las cartas boca arriba. Escribir no es otra cosa que una lucha llevada por el artista contra los demás por su propia celebridad”

Cuando empezó a escribir los diarios este propósito se la escurría entre las manos como una anguila pues entre la gente y él faltaba la forma artística, el contacto sin esa mediación le resultaba molesto. Su intención era que los lectores vieran en él lo que él les sugería que era, que mientras los otros diarios decían “yo soy así” el quería que el suyo dijera “yo quiero ser así”. Quería imponerse a los hombres con esa personalidad sugerida para quedar luego sometido a ella por el resto de su vida.

Quería diferenciarse en los diarios del pensamiento dominante y obligar a los lectores a confirmar esa diferencia, para descubrir la naturaleza de su presente y unirse a ellos en una nueva actualidad. Quería construir en sus diarios, abiertamente, su propio talento poniéndose en evidencia.

“Porque al ponerme en evidencia, deseo dejar de ser para vosotros un enigma demasiado fácil de descifrar. Al introduciros entre los bastidores de mi ser, me obligo a esconderme más profundamente”

Se lamenta que desde hacía tres años había abandonado el arte puro, que se había puesto a escribir el diario por miedo a la degradación y al hundimiento en la vida trivial, para salvarse.

La liberación de Gombrowicz se produce en junio de 1955 cuando renuncia a su empleo del Banco Polaco al que había ingresado en diciembre de 1947. Fueron siete años y medio de tortura, horas perdidas en un trabajo que nunca comprendió y en un ocio que le quitaba el tiempo para escribir.

“No se puede ser una nulidad durante toda la semana para ponerse a existir el domingo. Señores periodistas, y vosotros, honorables parlanchines y espectadores, no temáis nada. Por mi parte ya no hay peligro de que sea presumido o incomprensible. Igual que vosotros y que el mundo entero, me precipito hacia el periodismo”

El ataque a la actividad de la crítica literaria ocupa buena par-te de las páginas de su “Diario”.

La naturaleza de la facilidad con la que el periodismo literario le ajusta las cuentas a la literatura lo induce a oponerle resistencia. La obra de un escritor no puede ser inocente respecto de la crítica, pues corre el riesgo de ser destruida por el juicio de un idiota. El autor debe procurarse una ventaja de partida contra los críticos, pues un estilo que no sabe defenderse a sí mismo de un comentario humano no cumple con su cometido más importante.

Esos juicios son decisivos para el escritor, incluso cuando procedan de un cretino; la actitud orgullosa de ponerse por encima de ellos es una ficción absurda que produce consecuencias prácticas y de importancia vital. El crítico es por lo general un literato de segunda clase con una relación frágil, casi siempre de carácter social, con el mundo del espíritu.

¿Cómo un hombre así, inferior, puede valorar el trabajo de otro superior? Los efectos que causan estos parásitos son catastróficos.. Los escritores son como la Hidra de Lerna, tienen muchas cabezas: son periodistas, críticos literarios, escritores y, en algunas ocasiones, también editores.

El trabajo más expuesto y vergonzoso del hombre de letras lo realiza cuando escribe novelas, poesía..., es decir, cuando es creador. Para compensar esta debilidad el escritor se pone el traje de periodista o de crítico o de editor y empieza a destilar veneno.

El Buey Corneta acostumbra a citar a Gombrowicz en sus escritos. Para ubicar una cita que metió en una relato cuya acción transcurre en el Cabo Polonio le pedí ayuda a los gombrowiczidas pues no tenía el libro a mano.

De los que no me la consiguieron hay tres respuestas que me llamaron la atención. El Alfajor me escribió que el libro del Cabo Polonio era inenarrable, un comentario que no me sorprendió, ya le había dicho a la Hierática que “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” era delicioso.

Con su respuesta el Boxitracio intentó quedar bien con Dios y con el Diablo, me la iba a mandar en cuanto llegara a casa, pero lo pensó mejor y no me la mandó pues recientemente le había hecho un reportaje muy elogioso al Buey Corneta y no quería por nada del mundo malograrlo; la Flauta Traversa en cambio me escribió unas palabras para replicar las comparaciones que hago yo entre el Buey Corneta y el estadio estético de Kierkegaard.

“Kierkegaard dice que Nerón es un ejemplo perfecto de estadio estético porque no se conformaba con angustiarse sino que se dedicó a angustiar a los demás. Creo que habría que inventar nuevas categorías para los vuelos cortos y reservar éstas como estadio estético para quien corresponda”

Según parece el Buey Corneta está encaprichado, no quiere escribir ficciones y tampoco quiere escribir de política, entonces escribe diarios y los sazona para los lectores con un poco de Gombrowicz. Pero los diarios de Gombrowicz no se parecen en nada a los diarios del Buey Corneta que intenta ser más culto que los demás paseándose descalzo en la playa del Cabo Polonio y es por eso que dice tonterías, unas tonterías contra las que Gombrowicz estaba prevenido.

El Boxitracio había escrito dos notas muy atinadas sobre el “Diario” y sobre “Gombrowicz en Argentina”, pero me quedaron dando vueltas en la cabeza dos párrafos que no me gustaron nada.

“Los parientes de los escritores célebres suelen ser un pesado karma. El principio de una lista incluiría a María Kodama, Mirta Arlt, Leopoldo Lugones Hijo y Patricia Walsh. Rita Gombrowicz se redime, sin sacudirse el manto siempre incómodo de los albaceas, con este libro (...) Las voces de “Gombrowicz en Argentina” expresan una intensa vitalidad, como si Gombrowicz hablara, o más bien narrara y se dejara narrar, a través de ellas.”

A este halago que le hace a la Vaca Sagrada lo siguió con un comentario despreciativo que le hace la edición del “Diario” de Seix Barral.

“Sin embargo, y pese a su centralidad en el pensamiento del escritor polaco, los diarios tuvieron un destino editorial enrarecido y difícil en Buenos Aires. Aunque hubo otras traducciones, durante la década del noventa se conseguía apenas algún tomo perdido de Alianza. El voluminoso libro que ahora nos presenta la colección Biblioteca Gombrowicz de Seix Barral vienen a reparar esa falta con una traducción prolija a cargo de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles (...)”

“Sin embargo, la cantidad de páginas no necesariamente encarna siempre algo positivo. Esta edición completa abunda en momentos farragosos y repetitivos, se citan nombres de escritores polacos desconocidos para el lector argentino y el voluminoso tomo, complicado de llevar y consultar en subtes y colectivos, se vuelve imposible de leer en la cama (...)”

“Por otra parte, la introducción es más bien pobre y el aparato crítico, casi inexistente. Todo esto más allá de ser decididamente caro. Salvo fanáticos o estudiosos, no hay muchas razones para comprar este libro”

El conflicto pareciera ser la fuerza que nos une a los otros hombres sea con la intensidad que fuere. El Pterodáctilo no se fue a las manos con Gombrowicz cuando le contó en Vence que había destapado una botella de champaña el día que mataron al “Che”, pero Arrillaga, el comunista que me lo había presentado, lo amenazó con desparramarle mierda en la cara cuando Gombrowicz lo examinó en presencia mía sobre el origen del materialismo histórico y puso al descubierto que el desconcertado comunista no conocía ni siquiera el título de un libro de Hegel.

Mis conflictos con los gombrowiczidas en general terminan en desapariciones más o menos prolongadas pero a veces se vuelven más peligrosos.

En uno de los gombrowiczidas relaté cómo el Avechucho, director del “Búho”, después de salvar un embrollo fenomenal que había tenido conmigo, se propuso publicar en la República de Ecuador, “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, en tres entregas sucesivas.

Entonces se produjo un fenómeno muy estudiado por las ciencias físicas, el Avechucho desapareció inesperadamente pero apareció el Boxitracio, y de esta nueva aproximación resultó la publicación de dos notas en el Diario Perfil, una del Boxitracio y otra mía, ambas mutiladas cuidadosamente pues según parece a Perfil todo lo que le entregan le parece grande para el diario y demasiado fuerte para sus lectores.

La desaparición del Avechucho y la aparición del Boxitracio me llevaron de la mano a Antonio Lorenzo de Lavoisier, el ilustre sabio francés que hace dos siglos anunció con bombos y platillos que nada se crea ni se destruye, todo se transforma. El Boxitracio es un joven periodista con el que tuve un intercambio epigramático de palabras.

“Sé gentil conmigo, el calor me desmoraliza, si no querés publicar ninguno de mis escritos no los publiqués, pero decime qué pensás hacer, corrés el peligro de que te convierta en uno de los personajes de los gombrowiczidas”

“Tengo treinta años, hice box amateur y entreno tres veces por semana en un gimnasio de Flores, la literatura y sus personajes me recontra chupan un huevo. Así que, primero que nada, tené en cuenta que a donde te hagas el loco, por más astrofísico que seas, te voy a buscar y te voy a romper en mil pedacitos. Quedás avisado”

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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