Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Juan José Saer
Juan Carlos Gómez

La mala fe es para Sartre una mentira que uno se hace a sí mismo, un hombre de mala fe sabe la verdad pero se la disimula. Al proceder de mala fe es a la vez engañador y engañado, huye de la verdad en mala fe, pero no puede ignorar que está huyendo. Pero para Sartre, igual que para Gombrowicz, la sinceridad es un ideal contradictorio que el hombre no puede alcanzar. 

Al estar dividido en un sujeto y un objeto, el hombre no puede coincidir consigo mismo, y por lo tanto es necesariamente incapaz de una completa sinceridad. Sólo las cosas y Dios coinciden consigo mismo, pero las cosas no pueden ser sinceras porque no tienen conciencia, y ni Sartre ni Gombrowicz creen en Dios. Para Sartre ninguna realidad psíquica es inconsciente, lógicamente no podría ser de otra manera puesto que el existencialismo identifica la conciencia con la mismísima existencia.

“(...) mi fama quedará, por decirlo así, en suspenso muchos años todavía... pero a pesar de todo se va a consolidar de modo místico, diría, e imperceptible (...)”

Gombrowicz reprocha a los argentinos no haberle reconocido su importancia y su seriedad a su debido tiempo. Visto a la distancia podríamos decir que este reproche tiene un poco de mala fe, si es que fuera cierto como parece, que Gombrowicz veía el futuro. A pesar de que para el año 63’, año en que se va de la Argentina, ya empezaba a ser conocido en Europa, razón por la que la Fundación Ford le da la beca de Berlín, por acá, salvo sus amigos íntimos, nadie le creía nada. Un poco por la costumbre que tenemos los argentinos de no reconocer el mérito ajeno, y mucho menos la jerarquía, y otro poco porque Gombrowicz no daba la impresión de ser una persona muy seria que digamos, la cosa es que este genio polaco estuvo rodeado siempre de una atmósfera de irrealidad.

“Este exiliado perpetuo, involuntario, acaso exiliado de todas las ideas y estéticas convencionales, tiene en la Argentina el destino de los que no se mandan la parte. Reverenciado por casi toda la generación posborgeana, desde Ricardo Piglia, pasando por Germán García y Fogwill hasta Juan José Saer, y tantos más, sus libros casi no se encuentran en ninguna librería, y ‘La Nación’ lo recuerda en una nota de Odille Barón sobre todo porque pasaba hambre, donde el muerto de hambre ya es un Mito y una dietética Leyenda, que inadvertidamente previene a quien no pacte con nuestras módicas leyendas nacionales, de su lugar en el mundo”
 

Esta declaración amarga que hace el Asno nos lleva de la mano desde misterio de la irrealidad al misterio de Retiro, dos bocados sabrosos con los que se alimenta el arte.

Si dispusiéramos de un poder sobrenatural que nos permitiera sintetizar en una sola palabra el paso de Gombrowicz por la Argentina debiéramos elegir Retiro. Así como Gombrowicz utilizó el culo para empezar a desestructurar todos los disfraces con los que se nos aparece la forma, al cigarrillo para destruir a la pintura, a la mano para comprender la naturaleza de los alemanes, utilizó a Retiro para comprender su relación con la Argentina. Tan importante era Retiro para Gombrowicz que cuando tuvo en sus manos el primer ejemplar de la versión argentina de “Ferdydurke” hizo una peregrinación a Retiro y le ofrendó su obra más querida a la Torre de los Ingleses. Retiro se le convirtió en un recuerdo cruel y patético, así como en un representante de su propia catástrofe, la catástrofe de Polonia y la catástrofe de Europa. 

Entre los recuerdos de sus miserias argentinas, incluidos los de sus días entre rejas, el que permanecía en Gombrowicz como un símbolo misterioso era Retiro. Retiro es también uno de los puntos de comparación que utiliza el Filósofo Payador para encontrar un parecido entre Gombrowicz y el Asiriobabilónico Metafísico.

“Algunos verán en mi mitología del joven la prueba de mis inclinaciones homosexuales; pues bien, es posible. No obstante, deseo hacer una observación ¿es seguro que el hombre más hombre permanece insensible por completo ante la belleza del muchacho? Y aún más, ¿cabe decir que la homosexualidad, milenaria, extendida, siempre renaciente, no es otra cosa que extravío? Y si ese extravío es tan frecuente, si se halla tan universalmente presente, ¿no es acaso porque prospera sobre el terreno de una atracción innegable? (...)”

“¿No parecen ocurrir las cosas como si el hombre, seducido para siempre por el joven y a él sometido, procurase refugiarse en los brazos de una mujer porque ésta representa para él, a fin de cuentas, una juventud? Hay mucha exageración en todo ello, pero también una pequeña parte de verdad”

Ese fermento de Retiro nunca encontró su forma, pero Gombrowicz siempre sintió la necesidad de narrar esa experiencia argentina.. Consideraba que un hombre que toma la palabra públicamente, un literato, debe introducir a los lectores, de vez en cuando, en su historia privada. La fuerza de un hombre sólo puede aumentar cuando otro le presta la suya. De modo que el papel del literato no consiste en resolver problemas, sino en plantearlos para concentrar en sí la atención general y llegar a la gente: allí ya quedarán de alguna manera ordenados y civilizados. Gombrowicz necesitaba que los otros conocieran su homosexualidad de una forma artística, para ser más fuerte.

La declaración del Vate Marxista de que Gombrowicz era el mejor escritor argentino del siglo XX se hizo famosa. En efecto, el Filósofo Payador dice que esta afirmación no era tan descabellada como pudiera parecer a primera vista, y esto por varias razones: por los temas de la inmadurez y de lo inacabado, porque buena parte de la literatura argentina ha sido escrita por extranjeros en idiomas extranjeros, y porque la mirada de Gombrowicz no era sólo la mirada de un artista sino también la de un político. Por las mismas razones que el Vate Marxista considera a “Transatlántico” una de sus obras maestras. 

“La evolución de su literatura es inseparable de su experiencia argentina, y esa experiencia penetra y modela la mayor parte de su obra, que sin ella se volvería incomprensible” 

Esta exageración del Filósofo Payador es la conclusión que saca de la perspectiva que le atribuye a Gombrowicz para examinar el mundo, la que le parece igual al modo que tiene la cultura argentina de relacionarse con Occidente. Y agrega que si bien la perspectiva exterior de Gombrowicz puede ser una consecuencia de su búsqueda de originalidad, es también el resultado del destierro argentino.

Estos dos hombres no sólo eran diferentes sino que, además, querían ser diferentes, pero por aquello de que sólo pueden ser diferentes las cosas que son parecidas, el Filósofo Payador sale a buscar las semejanzas que tienen estos dos escritores. Gombrowicz afirma que el Asiriobabilónico Metafísico es europeizante y se ocupa de literatura, y que él, en cambio, no es europeizante y se ocupa de la vida. 

El Filósofo Payador intenta desmontar una buena parte de esta reflexión afirmando que Gombrowicz tenía la costumbre de preguntar si había personas inteligentes cuando llegaba a las ciudades del interior argentino, de lo que concluye que era más partidario de la inteligencia que del vitalismo. 

Los encuentra parecidos en: el esnobismo aristocratizante, uno, con los antepasados militares y los orígenes ingleses, otro, con las pretensiones nobiliarias y las manías genealógicas; en la atracción por lo bajo, uno, con el culto al coraje y a los matones de comité, otro, con la atracción por Retiro y la inmadurez. Tanto el Vate Marxista como el Filósofo Payador contribuyeron en forma originaria a crear alrededor de Gombrowicz un mito nativo.

El Esperpento y el Maestro Ciruela, dos ilustres gombrowiczidas que se caracterizan por su seriedad, se pliegan al pensamiento de este filósofo que resultó payador por las declaraciones que le hizo en cierta oportunidad a un periodista sobre que le hubiera gustado escribir un tratado de filosofía en una lengua popular que se hablara en el Río de la Plata.

“(...) Recientemente, el escritor Juan José Saer ha trazado un paralelo notable entre Borges y Gombrowicz, sobre todo en cuanto a la posición distante y comprometida que ambos mantuvieron frente a la cultura nacional, polaca y argentina respectivamente”

“(...) Me detuve en tu disenso con Saer a propósito del ‘novelista argentino’ Gombrowicz (....)” 

“Creo que ambos, Piglia y Saer, ‘exasperan’ al máximo las líneas interpretativas sobre la influencia que pudo haber tenido el país en la obra del polaco, pero al mismo tiempo coincido con ellos en cuanto a que yo también considero que la Argentina marcó profundamente a Gombrowicz. Un lugar irrescindible de su persona, más que de su obra que, también es cierto, él buscó que no estuviera situada en ningún otro lugar que no fuera ese ‘no lugar’ llamado Gombrowicz”

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Juan Carlos Gómez

 

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