Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Jeremi Stempowski
Juan Carlos Gómez

Cuatro días antes de la declaración de la guerra, el 28 de agosto del año 1939, el Chrobry recibió la orden de partir. Gombrowicz estaba muy nervioso. Dudaba entre regresar a Inglaterra o quedarse en la Argentina y esperar a que terminara el conflicto. Hizo que le subieran el equipaje, se despidió de Jeremi Stempowski y se embarcó. Cuando la sirena del barco empezó a anunciar la partida Gombrowicz estaba bajando por la pasarela con sus dos maletas y saltaba rápidamente al muelle.

Entre el viaje de ida a bordo del Chrobry y el de vuelta a bordo del Federico Costa vivió un exilio de veinticuatro años en el que intentó liberarse de las limitaciones que le impuso el destino habiendo recorrido para conseguirlo un camino extraño: para ser libre eligió ser extranjero en la mismísima Polonia y también en una Argentina que no lo leía, no lo editaba y no lo conocía.

Gustaw Kotkowski, Ramón Castillo y Jeremi Stempowski

De las tres pertenencias fundamentales que tiene el hombre, la trascendencia, la tierra y la especie, es seguro que por lo menos una Gombrowicz la perdió: la tierra. No tuvo oportunidades de regresar a Polonia después de su viaje providencial a la Argentina, primero los alemanes y después los comunistas le cortaron el paso.

Si bien es cierto que es desagradable no poder editar las obras y, en consecuencia, no tener lectores en un país extranjero hay que decir que el arte está cargado de soledad y encuentra su razón de ser en sí mismo.

Los hombres célebres suelen ser extranjeros en su propia casa y son célebres porque se valoran más a sí mismos que al éxito. El arte en general, y no sólo el del exilio, está en estrecha relación con la descomposición y la enfermedad a las que transforma en salud.

Un artista en el exilio es un ser ambicioso, un derrotado agresivo y asimismo un conquistador, pero eso también lo son los artistas que se quedan en casa.

El arte es un cementerio, de cada mil personas que no han logrado realizarse y se han quedado en la esfera de la dolorosa insuficiencia, apenas una o dos consigue existir de verdad. La suciedad que proviene de estas ambiciones insatisfechas no tiene tanto que ver entonces con el destierro sino más bien con la naturaleza misma del arte.

Son elementos característicos de cualquier café literario, y en realidad es indiferente en qué lugar del mundo se atormentan los escritores que no son bastante escritores para ser escritores de verdad. Quizá sea más sano que se vean privados de los mimos que les hacían en el propio país.

No hay nada de extraño en que unas criaturas de invernadero cuidadas en el seno de la nación se marchiten fuere de ese seno. El escritor que se muere cuando lo separan de su sociedad jamás ha existido verdaderamente, es un embrión de escritor, es así que la situación del desterrado debería constituir  un verdadero estímulo para la literatura.

En muchos momentos de la historia ocurre que lo mejor de un país es expulsado al extranjero, los argentinos sabemos algo de este asunto. Gombrowicz piensa que la ventaja consiste en que se abre una posibilidad de pensar el país desde el lado de afuera. En el caos general de la nueva tierra se relajan las formas reinantes en la conciencia y se puede encarar el futuro de un modo más libre. Pero este exceso de libertad es, paradójicamente, lo que más ata al escritor.

Se siente amenazado por la inmensidad del mundo y el carácter definitivo de sus problemas, entonces se agarra al pasado, es decir, a sí mismo, porque tiene terror a que todo se le desarme, y finalmente se toma de la única esperanza que le queda, la de recuperar la patria.

Para recuperar la patria debe resignar su propio yo, no sabe ser escritor sin patria, pero al resignar su propio yo para recuperar la patria deja de ser escritor, escritor en serio. El artista en el exilio no sólo vive fuera de la nación, también vive fuera de su elite, tiene que enfrentar personalmente la presión de una vida brutal e inmadura. Algunos son empujados por esta razón a una trivialidad democrática, otros a un vulgar realismo, y otros más al aislamiento.

El escritor debe encontrar una forma de sentirse otra vez superior para recuperar su valor. No es extraño que en estas condiciones esté paralizado por la inmensidad y por su propia debilidad, que esconda la cabeza y fabrique una parodia del pasado, que huya del mundo para ir a parar a su pequeño mundillo.

“Y, sin embargo, tarde o temprano nuestro pensamiento tiene que labrarse las vías de salida del impasse. Nuestros problemas darán con la gente adecuada. En este momento no se trata de la creación misma, sino de la recuperación de la capacidad de crear. Debemos crear esa porción de libertad, valor y decisión, y hasta diría irresponsabilidad, sin la cual la creación es imposible. Debemos simplemente familiarizarnos con la nueva escala de nuestra existencia”

Las observaciones que se pueden hacer en un laboratorio tienen una diferencia insalvable con las que se pueden hacer en la vida misma, en el laboratorio se pueden repetir más o menos exactamente las condiciones iniciales, en la vida no se pueden repetir ni siquiera aproximadamente.
Es por esta razón que no podemos saber cómo hubiese sido la obra de Gombrowicz y aún Gombrowicz mismo, si no hubiera venido a la Argentina, pero en todo caso podemos suponer que algo distintos hubieran sido.

El primer conocimiento que teníamos sus amigos de cómo se vino a la Argentina aparecía en un relato que él mismo hacía en el café Rex. El relato de su viaje en barco era el primer plato de la conversación con Gombrowicz y fue escuchado por todas las personas que se acercaban al autor de “Ferdydurke” en aquellos años.

Nos decía que en el Chrobry era invitado de honor, que almorzaba en la mesa del capitán con el que sostenía conversaciones filosóficas y al que le daba consejos místicos. Repetía hasta el cansancio que no le había gustado Río de Janeiro porque su vegetación era demasiado verde y porque los morros eran muy dudosos, y tantas veces como lo de la vegetación, nos repetía que no había regresado a Polonia por los intensos estudios del alma sudamericana que había iniciado el día anterior a la partida del barco.

Gombrowicz se había quedado flotando en el agua del puerto de Buenos Aires como una tabla en el mar después de un naufragio, de allí lo rescata Jeremi Stempowski.

Este polaco ilustre desarrolló a lo largo de su vida una gran cantidad de ocupaciones que lo distinguían en todos los ambientes que frecuentaba: primer secretario de la Embajada de Polonia, director de la compañía marítima Gydnia America Line en la que viajó Gombrowicz, director fundador de la biblioteca polaca de Buenos Aires, presidente del Club Polaco...

“Witold estaba muy nervioso. Dudaba entre regresar o bien permanecer en la Argentina a la espera del fin de las hostilidades. Yo no sabía que aconsejarle, aquí, en Buenos Aires, no se sabía nada de la auténtica situación, entonces acompañé a Witold al puerto. Hizo que le subieran el equipaje, se despidió y embarcó. Yo me quedé en el muelle, diez minutos más tarde sonó la sirena anunciando la partida, y en ese momento vi que Gombrowicz cruzaba la pasarela con sus maletas y bajaba rápidamente al muelle. Era el único momento en que podía tomar una decisión y la tomó. Temblaba: –No lo sé, se trata del momento más trágico de mi vida”

El estilo diplomático y ambiguo de Stempowski le vino muy bien al espíritu sarcástico de Gombrowicz y entonces lo convierte en un vecino de sus primos en Polonia en el relato de “Transatlántico”.

En efecto, cuando el barco de “Transatlático” se aleja del Puerto de Buenos Aires Gombrowicz pronuncia una blasfemia terrible contra Polonia y se interna en la ciudad. Estaba desorientado y sin dinero así que visita a un compatriota que había sido vecino de sus primos en Polonia para pedirle opinión y consejo.

Pero este hombre empieza a decirle que aprobaba y que no aprobaba su decisión de quedarse, que había hecho bien y tal vez mal, que él no estaba tan loco como para opinar en estos tiempos o como para no opinar, que tenía que presentarse enseguida en la embajada o no presentarse, que era igual si se presentaba o si no se presentaba, que se podía exponer o no exponer a graves riesgos. Y, en fin, que hiciera lo que le pareciera oportuno o que no lo hiciera.

Como la legación polaca no quiso ayudarlo Gombrowicz amenazó con instalar a la entrada del edificio un cajón de lustrabotas para limpiar zapatos.
No quiso alistarse en el ejército a pesar de la insistencia de todo el mundo, especialmente de un emisario especial llegado de Londres para agitar y reclutar, pero Gombrowicz no le hizo caso.

Sin saber a qué santo encomendarse con este Gombrowicz tan difícil Stempowski decide presentarle a algunos polacos de la colectividad y también a algunos escritores argentinos como Manuel Gálvez, Arturo Capdevila...

Después de que lo pusieran en contacto con esos primeros argentinos corrió mucha agua bajo el puente hasta que llegó a nosotros, iba de mano en mano como una moneda falsa.

Jeremi Stempowski era realmente un hombre importante, en la foto aparece junto a Ramón Castillo, el Vicepresidente de la Nación Argentina, y a Gustaw Kotkowski, un primo de Gombrowicz.

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Juan Carlos Gómez

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