Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y Marcelo Cohen
Juan Carlos Gómez

Dos de los gombrowiczidas hispanohablantes que están a la intemperie han descubierto inesperadamente dos obras maestras de Gombrowicz que no estaban contabilizadas en los handboks de la literatura, utilizando argumentos que no pueden ser aceptados sin una reflexión previa. En efecto, el Pato Criollo, unos años atrás, escribió una nota para “Babelia” a la que tituló “La obra maestra secreta”, la que resultó estar compuesta por una cofradía de jóvenes que conocieron a Gombrowicz entre los que estábamos incluidos los integrantes del último cuarteto, el elenco estelar de “Gombrowicz o la seducción”, el film de Alberto Fischerman.

El Pato Criollo hace una presentación breve de estos comparsas a la que remata diciendo que, a juicio de Gombrowicz, eran demasiado jóvenes, demasiado inmaduros y demasiado tontos, poniendo de esta manera un punto de duda sobre las características y el nivel de “La obra maestra secreta” que él mismo inventa o descubre.

El Orate Blaguer, en cambio, más recientemente, corta por lo sano y elige como obras maestras a dos textos del mismo Gombrowicz, a saber: su propio “Diario” y la inscripción que una tarde dejó puesta en la puerta del baño de un café.

“A señoras y señores, para nuestro beneficio/ No lo hagan en la tapa, háganlo en el orificio”

Marcelo Cohen

Esta colaboración del Orate Blaguer forma parte de una nota que escribió para “Letras Libres” a la que dio en llamar “En seis horas y cuarto”, como reconocimiento al título del libro que publicó la Vaca Sagrada, y con el propósito de asegurarse la integración plenaria en la larga lista de los corifeos que tiene la viuda. El Pato Criollo es ermitaño y no se le pueden pedir explicaciones, pero el Orate Blaguer, a pesar de su timidez declarada, es sociable y se lo podría consultar en las ferias del libro a las que asiste.

La atracción que ejercen las ferias del libro sobre las personas relacionadas con la actividad de escribir es innegable pero, como en el caso de las leyes, tiene sus excepciones. En efecto, en el año 2004, le efeméride del centenario de Gombrowicz, una de las mesas redondas a la que los polacos bautizaron con el nombre de “Gombrowicz, ¿un escritor polaco o argentino?, se convirtió en una historia amarga de deserciones. El programa anunciaba las participaciones del Niño Ruso, del Boxeador Amateur y del Alfajor, pero ninguno de los tres se hizo presente.

El Niño Ruso desertó de la mesa porque no vino a la Argentina, el Boxeador Amateur porque le dio un ataque de soberbia, el Alfajor porque, como el león, huyó por la derecha internándose en las sombras del anonimato, y el Esperpento sencillamente no había sido invitado.

El Pato Criollo, que se le había retobado personalmente al Zorro, me sugirió que, perdido por perdido, lo invitara a Revólver a la Orden, un filósofo escritor que se animaba a lo que fuere, pero no me atreví a tanto, me pareció un desatino de parte del Pato Criollo que, casi con seguridad, tenía la intención de introducir en la mesa a un participante al que le gustaba distinguiese del resto y podía despacharse con cualquier extravagancia.

El Buey Corneta, entre otros varios escritores ilustres, también fue invitado para que metiera su ponencia, pero se escondió detrás de la excusa inveterada de los compromisos anteriores.

De tal modo los hombres de letras hispanohablantes desairaron a Gombrowicz, a los ponentes polacos, al embajador de Polonia y a los gombrowiczidas argentinos.

Pasaron dos años y, ahora sí, el Buey Corneta aceptó meter una ponencia en la mesa redonda del la Feria del Libro: “La verdad tiene la estructura de la ficción”, una mesa en la que también participaron como ponentes el Orate Blaguer y el Pícaro, un personaje este último bastante oscuro y astuto. Sería hora de que el Buey Corneta, un representante de la ambigüedad y del mundo florido, dejara de llenarse la boca con Gombrowicz al que sólo utiliza de adorno y para darse tono.

Cuando los gombrowiczidas conocieron las trifulcas que se arman entre los hombres de letras de Polonia el Buey Corneta difundió inmediatamente entre sus corresponsales el contenido de estas historias con el comentario de que se trataba de un vislumbre sobre las internas de la política cultural polaca.

En la colección de las historias verdaderas que se cuentan en los gombrowiczidas hay también vislumbres de las internas de la política cultural argentina y española, pero el Buey Corneta no difunde estos conflictos, podríamos pensar entonces que no los difunde porque es xenófobo o hispanófilo, o por ambas cosas a la vez.

El hecho de que haya aceptado acompañar al Orate Blaguer en esta aventura logomáquica es una prueba que nos da de su hispanofilia, y el registro que hace de los vislumbres de las internas de la política cultural polaca, es una prueba que nos da de su xenofobia. Si es cagón o no es cagón, por haber delatado al Vate Marxista, como lo afirma el Hombre Unidimensional, yo no lo sé, pero esta podría ser la tercera razón del porqué rechazó la compañía de Gombrowicz y aceptó la de un pícaro y un charlatán.

El tercero excluido de esa mesa redonda tiene una característica parecida a la de uno de los personajes de los cuentos griegos. En efecto, el Pícaro se había comprometido a demostrar que el oráculo de Delfos mentía. Llegó el día señalado y el Pícaro tomó un pajarito y, escondiéndolo bajo su manto, se dirigió al templo. Cuando estuvo frente al oráculo le preguntó si lo que tenía en la mano era un ser vivo o era un ser inanimado. Si el dios decía inanimado, el hombre mostraría al pajarito vivo; si decía vivo, lo enseñaría muerto, después de haberlo ahorcado. Pero el dios, viendo de lo que se trataba con esa malvada intención, respondió: –Deja tu engaño, Pícaro, pues bien sabes que de ti depende que lo que tienes en la mano se muestre muerto o vivo.

Nuestro Pícaro no se metió con el oráculo de Delfos, en cambio, fue un colaborador eficientísimo de “Interzona”, una editorial malograda poco tiempo después de haber publicado “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”.

Este oscuro Protoser, que había rechazado in limine y a libro cerrado la publicación de “Gombrowicz, y todo lo demás”, formó parte también de esa mesa redonda junto al Orate Blaguer y al Buey Corneta a la que alguien le puso en nombre de “La verdad tiene la estructura de la ficción”. Yo presentía que el nombre de esa mesa estaba muy de acuerdo con cierto tipo de desvaríos que tienen los hombres de letras, y temí lo peor.

“Por supuesto que en esta experiencia que hice no se trataba de no controlar nada, sino de seguir la idea presente en Gombrowicz de que, a veces, “escribir es como tener tensas las riendas de un caballo desbocado”. Y eso es lo que me interesa: si el caballo se desbocara no voy a ser tan ingenuo como para no saber que tengo las riendas, que la mente siempre está antes que la mano que escribe. No obstante, mi cabeza trabaja con más lucidez cuando me puedo liberar, aumenta mejor, amplifica”

Con esta forma de expresarse el Pícaro se pone en línea con una costumbre reiterada que tienen algunos hombres de letras hispanohablantes: escribir una gran cantidad de palabras para no decir nada.

Sin llegar a ser un filosemita de la misma altura de Gombrowicz, yo también tengo una cierta debilidad respecto a los hebreos, tanto es así que mi primer matrimonio lo hice con una judía. Sin embargo, por falta de afinidad de caracteres y no por culpa de que fuera judía, a los diez años tuve que separarme de ella, entonces me casé con una alemana.

A raíz de que me había rechazado in limine y a libro cerrado “Gombrowicz, y todo lo demás”, y por la costumbre que tiene de escribir una gran cantidad de palabras para no decir nada, no pude tener con el Pícaro, también judío, esa buena predisposición que me despierta la raza.

Gombrowicz se refiere al estilo judío de una manera ambivalente pero no desdeñosa, sino al contrario.

“Esos terribles destructores, esos revolucionarios eran en su mayoría benévolos como niños, bastaba rascar un poquito para descubrir su tendencia soñadora, impregnada de una fe casi mística, su mordacidad se unía en forma extraña a la blandura (...) Yo torturaba cuanto podía su ingenuidad, toda  mi táctica se centraba en invertir los papeles a fin de que ellos y no yo se convirtieran en románticos”

Gombrowicz tenía con los judíos una unión espiritual nada superficial, fueron siempre y en todas partes los primeros en comprender y valorar su trabajo de escritor, sin embargo, sus relaciones intelectuales no se extendieron nunca al terreno de la amistad personal.

No era tanto la frialdad intelectual de los judíos lo que le chocaba, sino la ingenuidad con la que se dejaban impresionar por el intelecto, una admiración confiada e infantil por la razón científica, las teorías y la cultura en general.

Pero todos los pícaros, judíos o no judíos, a la corta o la larga reciben su merecido, así que nuestro Pícaro debiera ir preparándose para recibir el suyo por haberse dedicado con tanto ahínco al desarrollo de la cantidad en sus célebres logomaquias.

“Te conozco, fuerza que lo reduce todo a un denominador común. Te conozco, basso ostinato en el registro más bajo de la existencia, oigo tu paso implacable. ¡Te veo, Cantidad que difuminas, disolvente, en el acto de brotar de vientre de mujer”

Ese vientre de mujer se me apareció bajo la forma de un reportaje radial a una joven ucraniana que hablaba un español perfecto.

Inscripta en cursos de la Facultad de Filosofía y Letras juntaba materiales para una tesis de la carrera de filología que sigue en Alemania; el tema era el tango.

El periodista, estimulado por la voz agradable de la joven y por el relato que le hacía el movilero sobre su belleza, empieza a hacerse el Pícaro: –Ah, el tango, el hombre se la pasa llorando porque la mujer lo deja y la madre ya no está; –Bueno, lo deja una mujer, no tiene importancia, después viene otra mujer, y después todavía otra; –Decime, hay alguna expresión argentina, algún modismo, que te haya llamado la atención; –Sí, ¿quieres que te diga?; –Claro, adelante; –La concha de la lora.

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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