Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Ludwig van Beethoven
Juan Carlos Gómez

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Como expresión del hombre Gombrowicz le reservó siempre un lugar especial a la música y a los sueños. La música rehumaniza la descomposición formal con mayor fuerza que la literatura y por eso su efecto es más poderoso que el del resto de las artes. La crítica a la música que realiza Gombrowicz se refiere a sus manifestaciones sociales, a la mistificación y a la falsedad que rodean a las representaciones en los teatros de ópera y de conciertos, al valor derivado e inauténtico de los ejecutantes y de los directores, y no a la música misma.

Después de su ocupación habitual que era la literatura, las pasiones predominantes de Gombrowicz eran la filosofía y la música. Poco después de despacharlo a Milosz en las primeras páginas del "Diario" se ocupa de un concierto en el Teatro Colón, es el primer escenario de la Argentina que aparece en los diarios.

Un pianista alemán galopaba acompañado por la orquesta, termina de galopar, lo aplauden y el jinete baja del caballo, hace reverencias secándose la frente con un pañuelo.

"A la vista de tantos solícitos homenajes podía parecer que no habría una mayor diferencia entre su fama y la de Brahms, su nombre también estaba en los labios de todos y era un artista igual que él... Y sin embargo... sin embargo... ¿era famoso como Beethoven o como las hojitas de afeitar de Gillet? ¡Qué diferente es la fama por la que se paga de la fama con la que se gana! Pero él era demasiado débil para oponerse al mecanismo que lo ensalzaba, no había que esperar resistencia de su parte. Bailaba al son que le tocaban. Y tocaba para el baile de quienes bailaban a su alrededor"

Las características sociales de la música tiene representaciones que se manifiestan en grandes cantidades: orquestas, salas, virtuosos, viajes, academias, festivales, concursos, técnicos, teóricos, ingenieros, creadores y críticos, se cuentan de a miles. El escándalo causado por la cantidad no sólo alcanza a los virtuosos y a las orquestas sino también a los creadores.

Ludwig van Beethoven

Durante muchos años Gombrowicz había perdido el contacto con la música. Con anterioridad a la compra del Ken Brown, un reproductor de discos, nuestras conversaciones con él poco tenían que ver con la música misma; algunas anécdotas tan sólo (el concierto para piano que dio en Salsipuedes, en el que aporreó las teclas a gran velocidad, a pesar de que no sabía distinguir una negra de una corchea; los auxilios financieros del inolvidable Karol Szymanowski, el príncipe de los homosexuales, según declaraba con entonación), y poca cosa más.

Pero Gombrowicz andaba en busca de algo más duradero, unos nuevos temas para su "Diario". La pieza de Venezuela era muy antigua y tenía suministro de corriente continua, así que cuando Gombrowicz enchufó el Ken Brown por primera vez, un aparato de corriente alternada, la pick-up le explotó en las manos. Llegó a adquirir una gran facilidad para referirse a los aspectos técnicos de la música, un conocimiento apócrifo que utilizaba para lucirse e incomodar a los demás.

Mientras el público escuchaba con atención un concierto en la Facultad de Derecho, Gombrowicz sacó un gotero del bolsillo, lo ascendió cuanto pudo con el brazo bien extendido y empezó a descolgarse gotas en la nariz desde lo alto, haciendo todos los aspavientos posibles para llamar la atención.

Cuando terminó el concierto fuimos a ver al director polaco, Stanislaw Skrowaczewski, Gombrowicz habló un rato con él incomodado por el placer doloroso que le producía la confrontación con un compatriota recién llegado de Polonia, acordaron un encuentro para el día siguiente y nos fuimos. Después de un tiempo le pregunté qué le había parecido nuestra orquesta al maestro polaco: –Vea, no quiero desanimarlo, me dijo que tiene el nivel, más o menos, de las bandas de música que tocan en las plazas de Varsovia.

Los cuartetos de Beethoven eran para Gombrowicz la cumbre prodigiosa de la música, y la música, el efecto más poderoso y penetrante con el que las bellas artes alcanzan el alma. A parte del placer que le producía, Gombrowicz encontraba en los cuartetos una estructura espiritual que se correspondía profundamente con el arte de su composición literaria a la que ponía en práctica en todas sus obras.

El burgués inteligente, perezoso y bromista que era Gombrowicz cuando se fue de la Argentina llevaba consigo esos cuartetos de Beethoven. Con el curso del tiempo se me fueron pegando tanto los nombres de Gombrowicz y de Berthoven que me vi obligado a escribir "Gombrowicz es Beethoven", una oración de diez líneas que publicó "Tworczosc" en Polonia hace más de diez años, una idea sobre la que volví a dar vueltas en "Gombrowicz, este hombre me causa problemas".

"Durch Leiden Freude, por el dolor la alegría pensaba Beethoven, algo parecido piensa Gombrowicz, quizás el polaco cambia la alegría del alemán por la belleza, o el encanto, o la juventud, o la diversión, pero en ambos aparece el dolor como un fundamento metafísico (...)"

"Yo no junto a Beethoven con Gombrowicz porque sean grandes, los junto porque son hermanos, porque en ellos se siente más que en ningún otro que el dolor es el origen de la existencia"

Gombrowicz le daba vueltas a los cuartetos para ponerlos en correspondencia con los vaivenes de su escritura.

"A veces trato de relacionar los cuartetos de Beethoven con una edad diferente e incluso con el otro sexo. Intento imaginarme que el do sostenido menor fue compuesto por un niño de diez años o por una mujer. También trato de escuchar el cuarto como si estuviera compuesto después del décimo tercero. Para adquirir una relación personal con cada uno de los instrumentos, me imagino que soy el primer violín, que Quilomboflor toca la viola, que Gomozo sostiene el violoncelo y Beduino el segundo violín"

Carlos Fuentes publicó recientemente una hermosa nota en la que habla de los artistas que coronan sus vidas con serenidad, y de los que al final de su vidas apuestan a la intransigencia y a la contradicción.

"(...) Enajenado, oscuro, rechazando la serenidad, despreciando la madurez, Beethoven nos recuerda en sus cuartetos el ánimo de Witold Gombrowicz en sus grandes novelas ‘Ferdydurke’ y ‘Cosmos’ (....)"

En la variedad de temas que Gombrowicz aborda en los diarios está incluida su sabiduría filosófico musical, pero su obra artística no la incluye, por lo menos no la incluye en forma expresa. Hay que decir no obstante que las estructuras musicales y el pensamiento fundamental están presentes en el momento de la creación, pero Gombrowicz se ocupa de cubrir su presencia con el lenguaje.

A veces utiliza el sistema de la grilla que se aplica sobre un texto legible para hacer surgir un código, otras el método del pintor que primero hace un cuadro realista y después oculta su legibilidad, y también el procedimiento que utilizan los animales para ocultar sus excrementos.

En la música que escuchaba Gombrowicz no parece razonable investigar cuál es la referencia al mundo de esas melodías y armonías, como lo hacen la pintura y la literatura.

Todos los acontecimientos posibles de la vida se realizan en ella, sin embargo, no puede encontrase parecido entre la música y las cosas que pasan por nuestra mente cuando la escuchamos, es expresiva y elocuente pero no describe nada al margen de ella misma.

El hombre encuentra en la música su más auténtica y completa expresión artística, su lado íntimo y del mundo en general. El verdadero carácter de la melodía refleja la naturaleza eterna de la vida humana, que desea, se satisface, y desea otra vez, una particularidad que describe Schopenhauer con palabras profundas y hermosas.

"Por consiguiente, la música no es en modo alguno la copia de las Ideas, sino de la voluntad misma, cuya objetividad está constituida por las Ideas; por esto mismo, el efecto de la música es mucho más poderoso y penetrante que el del resto de las bellas artes, pues éstas solo nos reproducen sombras, mientras que ella, esencias"

Gombrowicz no utiliza las estructuras musicales tan sólo para ordenar su creación literaria, sino también como elemento de hechizo, para seducir a los lectores.

"¡Qué descaro de mi parte recurrir a unos temas tan fascinantes y melodiosos! Sobre todo hoy, cuando la música moderna le teme a la melodía, cuando el compositor, antes de utilizarla, tiene que despojarla de toda su atracción, volverla árida. Lo mismo ocurre con la literatura: un escritor moderno que se respete evita toda suerte de cebos, intenta ser difícil y prefiere repeler antes que agradar. ¿Y yo? Yo hago justamente lo contrario, meto en la obra todos los sabores más sabrosos, los encantos más encantadores, la relleno de bellezas y excitaciones, no quiero una escritura árida, sin hechizo... Busco las melodías más cautivadoras... para llegar, si lo consigo, a algo todavía más seductor"
Teníamos absolutamente prohibido tararear, canturrear o silbar mientras escuchábamos música junto a Gombrowicz.

Él, en cambio, se permitía algunas cosas: hacía unas muecas espantosas con la boca, levantaba los codos con los brazos flexionados y las manos crispadas, siguiendo los compases de la música, aleteando como un pájaro herido que no puede levantar vuelo.

A veces dejaba escapar unos chirridos muy desagradable entre los dientes. Había muchas protestas: –Vean, yo sigo la línea fundamental, como los grandes directores, los detalles no me preocupan.

Gombrowicz tenía una actitud religiosa con la música, era enormemente sensible a este lenguaje al que consideraba como la manifestación más esencial del arte. Bach, que representa al género abstracto, con una línea melódica que le recordaba el sonido de una máquina de coser, condujo al fracaso el desarrollo de la música según le parecía a él.

La admiración que despierta Bach y el placer que produce son equivalentes a los que se obtienen de la resolución de un problema matemático. Bach instruye con sus Bran-denburgueses a los asesinos del canto.

De Beethoven, en cambio, emana un placer inmenso, la sensualidad de la forma y la violencia ejercida contra ella lo ponen de inmediato en la esfera metafísica. Hay una facilidad en la aproximación a Beethoven que le llamaba la atención. En el arte nada es tan difícil como la facilidad, pues su desarrollo es contrario a esta facilidad, el esfuerzo por mantenerla viva es contrario a la evolución natural del arte, y su existencia sólo es posible si detrás de la música se oculta un trabajo gigantesco de composición con la forma.

Beethoven parece fácil y, sin embargo, es el más difícil de todos: encontró un lenguaje musical ya hecho, lo unió a la naturaleza e inventó un idioma nuevo que durará por muchos siglos.

A Gombrowicz le resultan muy extraños los juicios de Nietzsche y de Ortega sobre Beethoven. El alemán lo compara con Goethe y el español con Bach, en ambos casos la música del genio de Bonn aparece como un producto de sentimientos rústicos e indomados. Beethoven era un ser desgraciado, pero supo expresar en su arte la salud y el equilibrio porque no los tenía. Gombrowicz atribuía a esta antinomia la máxima importancia. El artista debe compensar sus desórdenes con la disciplina y el rigor.

"Ya es hora de responder a la pregunta: ¿por qué se quiere destruir a Beethoven, por qué se permite cualquier tontería siempre que sea antibeethoveniana, por qué se ha urdido una red de alabanzas ingenuas y acusaciones igualmente ingenuas con la intención de ahogarlo? ¿Tal vez porque Beethoven no gusta? Es justamente por lo contrario: porque es la única música que realmente le ha salido bien a la humanidad, la única encantadora"

Pero Gombrowicz no puede aguantar por mucho tiempo la seriedad y mucho menos la adoración, aunque se trate del mismísimo Beethoven al que también le gustaba hacer bromas, así que vamos a terminar este gombrowiczidas con un toque de humor que aparece en un diálogo que tiene con el Beduino respecto de Toscanini.

"Beduino y yo en la parada del autobús, esperamos el 208. Le digo: ¡Oye, viejo! Para no aburrirnos, ¡montaremos un numerito! ¡Los dejaremos boquiabiertos! Habla conmigo como si yo fuera director de orquesta y tú músico, pregúntame por Toscanini... Beduino se muestra encantado. Subimos. Se sitúa a una distancia conveniente y comienza, en voz alta: –En tu lugar, reforzaría los contrabajos, prestaría atención también al fugato, maestro... La gente aguza los oídos. Digo: –Hum, hum... Él: –Y cuidado con los cobres en ese pasaje del Fa al Re... ¿Cuándo tienes ese concierto? Yo toco el catorce.... A propósito, ¿cuándo me mostrarás esa carta de Toscanini? Yo (en voz alta): –Me dejas asombrado, chico... No conozco a Toscanini, no soy director de orquesta y francamente no entiendo por qué has de presumir delante de la gente haciéndote pasar por músico. ¿Qué es eso de engalanarte con plumas ajenas? ¡Es muy feo! Todos miraban severamente a Beduino que, rojo como un tomate, me dirige una mirada asesina" 

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

 

 

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