Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y Victoria Ocampo
Juan Carlos Gómez

Yo, de igual modo que Gombrowicz, corrí algunas aventuras con Victoria Ocampo, aunque en mi caso más bien habría que decir que las corrí con su Fundación.

Después de haber confundido el año del centenario de Silvina Ocampo con el año del centenario de Gombrowicz, la Hierática quedó muy apenada por esta ignorancia y se puso a mi disposición: –¿Por qué no le ofrecés “Gombrowicz, y todo lo demás” a María Esther Vázquez, la de la Fundación Victoria Ocampo?; –¿Te parece?; –Sí, le gustaba Gombrowicz. Y bueno, qué le hace una mancha más al tigre, pensé yo. Cuando hablé con la Abeja Reina me dijo que a ella nunca le había gustado Gombrowicz pero que tenía interés en leer mi libro. 

La Abeja Reina me atendió con una gran cordialidad, sin embargo, al poco tiempo descubrí cómo yo, casi sin darme cuenta, empezaba a ocuparme más de lo que la Abeja Reina hacía con sus cosas que de lo que ella hacía con mi libro. 

Cuando me contó que la Fundación Victoria Ocampo estaba poniendo en “El Coliseo” una ópera que hacía doscientos años había bajado del escenario y que le habían hecho un reportaje en “Nova” me di cuenta que no podía hablar con ella de “Gombrowicz, y todo lo demás” porque no lo había leído.

Victoria Ocampo

Y aquí me apareció con una claridad meridiana una forma adicional del rechazo que utilizan los Protoseres, a las cuatro formas que ya tenía contabilizadas, una forma con una estructura similar a la idea de la contratransferencia tan popular en el psicoanálisis. En efecto, empecé a tener reacciones inconscientes frente a la Abeja Reina que me hacían sentir culpable de no conocer sus asuntos con la debida extensión y profundidad y, en el límite, de no editar yo mismo sus propios libros. 

Es una modalidad muy usada por el Perverso que provoca con sus transferencias este tipo de reacciones. Llegado a este punto decidí alejarme de la Abeja Reina pues no dispongo de las técnicas para llevar adelante una relación de esta clase.

Cuando ya pensaba en dirigirme a otro Protoser con el libro bajo el brazo ocurrió algo inesperado, la Abeja Reina me comunicó que había leído el libro, que le había resultado interesante y que lo iba a incluir en la selección de libros publicables en el programa del año próximo. En este trajín interminable que tengo con los editores identifiqué cinco procedimientos con los que le han cortado el paso a “Gombrowicz, y todo lo demás” lo que me ha permitido desarrollar una tipología de estos Protoseres que no admite otras variantes; eso pensaba yo, la Abeja Reina me demostró lo contrario. 

La primera distancia que tuve que salvar fue la de la lectura, pero cuando ella terminó de leer el libro ya no estaba en el punto de partida, se hallaba ocupada en la puesta de una ópera que hacía doscientos años no subía a escena. Recorrí la segunda distancia para alcanzar el punto del fin de la ópera y tampoco la encontré en esta segunda posición, se aproximaban las fiestas de fin de año y ya despuntaba el verano. 

Recorrí la tercera distancia para llegar al punto en el que las vacaciones llegaban a su fin y otra vez no la encontré, la Abeja Reina estaba preparando el tercer volumen de Victoria Ocampo y la Feria del Libro.

Entonces caí en ese estado hipomaniacal en el que frecuentemente caen los genios y en medio de destellos brillantes que me venían de la inteligencia descubrí que estaba en presencia de una modalidad de la paradoja de Aquiles y la Tortuga y que no iba a alcanzar nunca a la Abeja Reina; había algo ella que me lo había estado diciendo desde el principio.

Las aventuras que corrió Gombrowicz con Victoria Ocampo no fueron con la Fundación como lo fueron las mías, pero también fueron mucho más crueles..

La elite de la literatura mundial cada año es más numerosa, la técnica de imitar la superioridad está muy avanzada. La grandeza es, hasta cierto punto, una cuestión instrumental, un escritor inteligente de segunda clase sabe qué es lo que debe reformar de sí mismo para acceder a la primera clase. Debe ser más sensual que espiritual, debe ser también indeterminado, natural y brutal. El verdadero genio comienza imitando la genialidad, y la genialidad imitada le penetra en la sangre y se convierte en su propia carne.

“Hubo una época en la vida de Europa en que se podía invitar a un desayuno a Nietzsche, Rimbaud, Dostoievski, Tolstoi, Ibsen... hombres sin parecido entre sí, como si procedieran de planetas distintos (...)” 

“Pero ¿qué desayuno no saltaría en pedazos con semejante compañía? Hoy se podría organizar sin miedo un banquete general para toda la elite europea y este enorme banquete se desarrollaría sin chirridos y sin chispas (...)”

“Madariaga, Silone, Weidlé, Dos Passos, Spencer, Butor, Robbe-Grillet..., todos ellos han venido a Buenos Aires invitados por el Pen Club local”

A pesar de que Gombrowicz ya había sido reconocido por París, por Roma, por Berlín y por Londres, que fue durante mucho tiempo el exclusivo cuadrilátero de la cultura universal, un cuadrilátero que empezaba a considerarlo como uno de los fenómenos más singulares e importantes de la literatura moderna, el Pen Club local no lo invitó al congreso de literatura que se celebró en Buenos Aires en el año 1961.

El vestíbulo del hotel estaba lleno de los peces gordos de la literatura internacional y de fotógrafos. Gombrowicz miraba con una mirada de excluido y de quien es tenido como poca cosa. Roma. París. Nueva York. 

La hiena del periodismo se estaba preparando para atrapar a esa literatura, presa fácil, vulnerable como un corderito.

Puestos así, uno al lado del otro, a Gombrowicz se le ocurre que no hay nada que descalifique más a un artista que otro artista. 

Se es artista para el que no es artista, para el que no es suficientemente artista, se es artista para el lector. Cuando un artista se encuentra con otro artista, ambos se convierten en colegas de profesión, en miembros del Pen Club.

Gombrowicz era un solitario orgulloso, enterrado vivo desde hacía veintitrés años en la Argentina, pero en medio de esa constelación de sillones del hotel experimentaba cierta admiración pequeño burguesa y deseaba ser admitido en esa sociedad a la cual él pertenecía.

El Asiriobabilónico Metafísico tampoco había participado del congreso del Pen Club, pero por razones diferentes. Se había subido a un avión con su madre y estaba viajando a Europa en busca del Nobel..

“No es otra la razón por la que ese hombre de más de sesenta años y casi ciego, y su anciana madre, que cuenta ni más ni menos que con ochenta y siete años, decidieron volar en un avión de reacción (...)” 

“Madrid, París, Ginebra, Londres: conferencias, banquetes, fiestas, para despertar el interés de la prensa y para poner en marcha todos los mecanismos. El resto, supongo, es cosa de Victoria Ocampo (‘he puesto más millones en la literatura que los que Bernard Shaw sacó de ella’)”

Los fotógrafos sacaban fotos y los periodistas hacían preguntas. El periodista sabía de antemano que tendría que hacer una papilla periodística con todas esas ideas de altos vuelos para que se pudiera publicar al día siguiente, y el entrevistado también sabía que su pensamiento acabaría convirtiéndose en un galimatías trivial en la cabeza del reportero. 

A pesar del paulatino e irresistible ascenso de Gombrowicz en Europa Victoria Ocampo nunca se mostró sensible a la seducción que producía su inteligencia.

Hasta el mismísimo Jacques Lacan había despertado la admiración de nuestra Victoria Ocampo en los viajes que hacía a París entre las dos guerras mundiales, aunque nadie puede asegurar que haya ido más allá de un apasionado flirteo, a pesar del gusto que tenía esa dama tan elegante por ir a la cama con personajes destacados.

Manuel Gálvez y Arturo Capdevilla le habían brindado a Gombrowicz una exquisita hospitalidad en los primeros meses de su llegada a la Argentina, pero la sordera de Gálvez y la falta de seriedad de Gombrowicz lo pusieron finalmente en las manos de unas jóvenes estudiantes que lo iniciaron el mundo del flirteo argentino. En esta prehistoria de sus aventuras en la Argentina el grupo de Victoria Ocampo brillaba como una estrella.

“Antes de cruzar las espadas con la Suma Sacerdotisa del culto inmaduro de la Madurez, Victoria Ocampo, que nos sea permitido tributarle un cortés saludo. Victoria Ocampo es inteligente y tiene personalidad. ¡Viva Victoria Ocampo! Empero, esta poderosa Dama Mundana, esta alma violenta y apasionada, bañada en ignotas e infinitas soberbias, en indescriptibles y sangrientos lujos del Medioevo Sudamericano, por un indescifrable Misterio de su iglesia interna se convierte en una niña temblorosa cuando se encuentra con lo que ella misma llama “Valery y Francia”. ¡Muera Vitoria Ocampo! Vedla como se esquiva, se aniquila, se inmaduriza frente a Valery (...) Pero chiquilla, aunque no fueses Victoria sino la más humilde y más inmadura de las hermosas hijas de esta tierra, no te conviene arrodillarte (...) Ni América es tan inmadura ni Europa es tan madura”

El Alter Ego hizo lo que pudo para acercar a Gombrowicz a Victoria Ocampo, pero entre el Sur que Gombrowicz había descubierto pedaleando una bicicleta entre un pequeño balneario montañoso y la playa de un puerto diminuto en los Pirineos Orientales, y el “Sur” de Victoria Ocampo había un abismo. Ese poeta de Entre Ríos, irónico y hermético, se obsesionó con Gombrowicz. 

En esa encarnación de lo provinciano en el europeísmo más parisino se alojaba una bondad angelical protegida por la causticidad. Un crustáceo que defendía su hipersensibilidad se interesó por ese ejemplar de europeo culto, y lo introdujo en los secretos de una Argentina entre bastidores, que se escapaba de los intelectuales y los aterrorizaba.

“(...) una dama ya entrada en años y aristócrata, que nadaba en millones largos y que con su tenacidad entusiasta había conseguido hacerse amiga de Paul Valéry, invitar a su casa a Tagore y Keyserling, tomar el té con Bernard Shaw y hacer buenas migas con Strawinski (...) Un escritor francés de renombre había caído ante ella de rodillas gritando que no se levantaría hasta recibir el dinero suficiente para fundar una ‘revue’ literaria: –¿qué iba hacer con un hombre arrodillado y que no quería levantarse? Tuve que dárselo”

Victoria Ocampo era una distinguida dama argentina que había convertido a su hermosa mansión de San Isidro en un verdadero centro cultural para el desarrollo de la vida literaria. 

Descubrió y apoyó con entusiasmo a muchos escritores que fueron importantes, algo que no es tan fácil de explicar debió ocurrir entonces entre Victoria Ocampo y Gombrowicz, esta mujer eminente estaban acostumbradas a tratar con locos y con toda la variedad de trastornos que tiene el género humano. Gombrowicz rechazó a Victoria Ocampo por artificial y europeizante, una dama aristocrática apoyada en muchos millones que acostumbraba a hospedar en su casa a celebridades europeas, y sobre la que se hacía la pregunta de en qué medida habían influido en esas majestuosas amistades los millones de la señora Ocampo y en qué medida sus indudables calidades y su talento personal.

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Juan Carlos Gómez

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