Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y Sylvia Iparraguirre
Juan Carlos Gómez

Es muy difícil analizar a un hombre cuando se lo recorta de la totalidad de su humanidad, es por eso que el pensamiento se resbala con facilidad cuando hace indagaciones sobre una persona en términos de homosexual o de negro o de judío, abriéndole las puertas, la mayor parte de las veces, a los prejuicios y a la arbitrariedad, siendo la homosexualidad un virus que puede afectar tanto a los negros como a las judíos.

La discriminación es una actitud que tiene alcances diferentes, los españoles se especializan en discriminar a los vascos, el mundo entero discrimina a los judíos y a los negros, y una región indeterminada del planeta discrimina a los homosexuales.

Yo mismo, como hijo, nieto, bisnieto y tataranieto de españoles algo me pasa con los vascos.

Sylvia Iparraguirre

La presentación de “Cartas a un amigo argentino” en el Centro Cultural de España resultó ser un acontecimiento importante que entusiasmó al Bucanero, tanto que me invitó a un encuentro en la Casa de América de España. 

Lamentablemente para mí el viaje fracasó, Íñigo Ramírez de Haro lo mandó de paseo al Bucanero, le manifestó que yo era un don nadie y que sólo le daría el visto bueno al proyecto si también lo invitaba al Pterodáctilo. 

Este ilustre hombre de letras hispanohablante, que ya tenía a cuestas el Premio Cervantes de Literatura, pidió una suma considerable de dólares que Íñigo Ramírez de Haro no pudo soportar, hundiendo el sueño de mi viaje a España en la región de las ilusiones. 

“Nuestro amigo José Tono Martínez e Íñigo Ramírez de Haro, el director de la Casa de América, son, como sabes, vascos. Según se cree el vasco es un animal pirenaico que cuando lo bautizan se vuelve peligroso y ataca al hombre y, por lo tanto, habiendo la Divina Providencia en su infinita sabiduría dispuesto que estos dos cristianos organizaran nuestro encuentro el proyecto estaba destinado al fracaso desde el comienzo” 

Es el fragmento de una carta que le escribí al Orate Blaguer y que él publicó en “Gombrowicziana”, el capítulo de uno de sus libros en el que también habla de la lectura de “Cartas a un amigo argentino”. 

Otra ocasión en la que también me sentí atacado por los vascos es igualmente significativa, aunque en esta oportunidad me las estaba viendo nada más ni nada menos que con el bello sexo.

Cuando visitamos a la Vasca y al Boxeador Amateur en su casa de la calle Hipólito Irigoyen, el Pequeño K se llevó una buena impresión de la Vasca pero una no tan buena del Boxeador Amateur. 

Para colaborar con su buen desempeño en la mesa redonda de la Feria del libro, se me ocurrió proponerles la lectura de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” de modo que convinimos en que se lo traería para nuestro encuentro del día siguiente. 

El Pequeño K quedó disgustado y esta vez no quiso acompañarme, yo le reproché con firmeza esta decisión sin presentir ni por un momento lo que iba a ocurrir al día siguiente. Cuando llegué a la casa de Hipólito Irigoyen, la Vasca me dijo que estaba en el medio de una entrevista filmada y que no podía atenderme, y cuando le pregunté por su marido me dijo que estaba con una afonía imposible. 

Me retiré muy disgustado y le manifesté que eran un par de maleducados. Con la sensación de que la participación de la Vasca y del Boxeador Amateur se había malogrado regresé a mi casa. 

Sin embargo, ese mismo día, la Vasca habló con mi mujer para que intercediera en el conflicto y se ofreció a pasar por mi casa para retirar “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, proposición que yo no acepté.. La Vasca, de igual manera, prometió que para el día de la mesa redonda tanto ella como el Boxeador Amateur estarían allí muy emperifollados, una promesa que resultó ser completamente falsa.

Gombrowicz era un hombre de mundo muy poco inclinado a hacer discriminaciones, no las hacía con los vascos ni con los homosexuales, pero algunas diferencias entre el Este y el Oeste, entre el Norte y el Sur y con los judíos de vez en cuando también hacía.

Las alas de Gombrowicz vuelan en sus sueños hacia el Mediodía y el Poniente. La Primera Guerra Mundial despertó en Gombrowicz una nostalgia incurable por Occidente. Seguía con vehemencia los cambios en el frente y marcaba solemnemente sobre un mapa cada pueblecito tomado como si de eso dependiera el resultado de la guerra. 

Al otro lado de aquel frente estaba la Europa que le despertaba la nostalgia, mientras los rusos y los alemanes eran para él una realidad de segunda categoría. En el año 1918 esa barrera infranqueable se rompió y Occidente comenzó a infiltrarse en Polonia poco a poco, un cambio que significó tanto para Gombrowicz como la recuperación de la independencia. 

Del Oeste le llegaban los vientos de la historia y de la cultura, al Sur accedió más tarde, en Francia, en un trayecto que recorre en bicicleta entre un pequeño balneario montañoso y la playa de un puerto diminuto en los Pirineos Orientales.

Pedaleaba hacia abajo con un grupo de meridionales desenfrenados, de pronto se le apareció a lo lejos la superficie inmóvil y resplandeciente del mar latino como si se levantara un telón. 

Lo que no habían podido las catedrales y los museos de París lo lograba ese camino vertiginoso que apuntaba al mar. Comprendió el Sur, Francia, Italia, Roma... todo eso se le apareció por primera vez en forma hermosa justamente a él, que hasta entonces había considerado a la gente de tez morena como un tipo humano inferior. 

La blancura de las piedras, el noble gris ceniza de los plátanos, el azul al frente, la nitidez de las líneas y la plenitud de la forma. Toda la cultura francesa, que hasta entonces le había parecido burguesa y repugnante, se le apareció como algo elemental y salvaje. Nunca más sintió aversión hacia el Sur, el Mediodía lo atrapó con una dureza refulgente, un deslumbramiento que preparó el camino para ese viaje increíble y milagroso que hizo más tarde a la Argentina.

Gombrowicz era un filosemita declarado, en las mesas de los cafés de Varsovia lo llamaban el rey de los judíos, sin embargo, de vez en cuando alguna discriminación se le escapaba.

En una de las tarde del café Ziemianska Gombrowicz mantenía una conversación con el poeta Jan Lechon, un miembro del grupo “Skamander”. 

“Ayer lo escuché atacando la ingenuidad judía; –¿Qué quiere decir?; –Verá, es que los judíos y yo somos carne y uña, me he especializado tanto en judeología, que podría escribir sobre ellos un tratado. Quienes no conocen a los judíos piensan que son astutos, perversos refinados, fríos. Pero, en verdad, solamente cuando uno ha comido con ellos un barril de arenques se entera de hasta qué punto son ingenuos (...)”

“Sin embargo, el caso es que es una ingenuidad ligada a la astucia, así como su romanticismo (ya que son más románticos que Chopin) está ligado a la lucidez; verá, ellos son ingenuamente ladinos y románticamente lúcidos; –No es tanto así; –Oiga, ayer al escuchar cómo los pinchaba, me dije en seguida: vaya, éste les dará una lección, éste sí que ha encontrado su talón de Aquiles”

A pesar de todo, las costumbres de su clase social le jugaban en algunas oportunidades malas pasadas. Un compatriota le preguntó desde Londres si no sería antisemita un diplomático polaco que había tildado a un judío de “roñoso”.

“Se equivoca usted de plano. La injuria que se utiliza contra un judío es ‘roña’. La palabra roñoso"’ se usa en el leguaje coloquial igualmente respecto a los arios, de modo que aunque ambas palabras tienen la etimología común, nada nos autoriza a creer que haya sido usada a causa del origen hebreo de la susodicha persona (...)”

“Hace unos días leí el texto al que usted se refiere y ni se me pasó por la cabeza sospechar que el autor de esa frase fuese antisemita. Además debo confesarle que a mí también –aunque es fácil deducir de mi literatura que tengo poco que ver con el antisemitismo– se me escapa a veces la palabra ‘roña’ cuando algún semita concreto me saca de las casillas. Y sucede así porque no soy un filosemita estricto, forzado, sino un filosemita flexible, con todos los atavismos propios de un, ¡ay, Señor!, noble de campo”

Debemos considerar a la Vasca como una de las más célebres integrantes del club de gombrowiczidas, ajena a toda discriminación a pesar de su deserción en el año del centenario, es realmente una admiradora de Gombrowicz.

“Yo hice dos lecturas de ‘Rayuela’. La primera, como dije, a los veinte años. Por partes me deslumbró; y por partes me dejó fría, completamente afuera. Era para mí algo demasiado ‘intelectual’. Nunca leí los capítulos prescindibles ni seguí el tablero de direcciones. La segunda lectura fue menos ingenua; ya había leído a un autor que en mi caso fue decisivo: Witold Gombrowicz. Y como en química, hice un precipitado: precipité Gombrowicz sobre Cortázar. Lo que quedó fue el Cortázar que rescato, segmentos de Rayuela que me siguen pareciendo momentos notables de la literatura argentina y latinoamericana (...)”

“El de Cortázar es un viaje inverso al de Gombrowicz. Siempre me pareció significativo este ‘cruce’ de viajes que se hicieron casi en la misma época, y que ocuparían su lugar en ‘Rayuela’ y en ‘Diario argentino’. Los dos parecieron buscar algo esencial para su literatura en lugares antagónicos.. La Argentina que tan misteriosamente amó Gombrowicz era aquello de lo que huía despavorido Cortázar (...)” 

“El París que Cortázar amó era aquello de lo que espiritualmente quería librarse Gombrowicz. Si París era la ciudad iniciática por excelencia, Gombrowicz emprendía el bautismo inverso de sumergirse en la más chata mediocridad; seducido por una sociedad provinciana, llena de autosuficiencia, de mitos en gestación y de indudable juventud: la Argentina de los años 40 y 50. Precisamente la que ‘ahogó’ a Cortázar y de la cual se vengaría amablemente en las señoras de Gutuzo”

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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