Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Slawomir Ratajski
Juan Carlos Gómez

Existen dos fechas en las que la Embajada de Polonia en la Argentina se vuelve completamente democrática: El día de la Independencia y El día de la Constitución.

Hace unos años, el día en que los polacos festejan su independencia, fui a la embajada de Polonia para celebrar el acontecimiento. Hasta el momento en que entré a esa hermosa mansión de Palermo Chico en la que está la Embajada de Polonia, tenía dos versiones respecto al año de la efeméride.

Había polacos que me decían que era el 1863, año en el que finalizó el heroico levantamiento polonés iniciado en 1860 con la sublevación contra el zar de todas las Rusias, y los había que me decían que era el 1918, cuando el mariscal Pilsudski, después de la finalización de la primera guerra mundial, entra en Varsovia.

En la cola que estaba haciendo para saludar al embajador Ratajski y a su esposa Zofia, me encontré con la esposa del canciller de la Argentina.

Slawomir Ratajski

¿Cómo está tu marido?; 

–¿Te digo bien o te cuento?; –Vos sabés que los polacos tienen dos versiones sobre el año de su independencia; –No te preocupés, antes de irme te averiguo. Cuando se retiraba de la embajada me llamó: –Juan Carlos, fue en el año 1945, después de la finalización de la segunda guerra mundial. Intenté aclarar el asunto pero la señora de Bielsa se estaba retirando rápidamente

Yo me puse en contacto con el Zorro para organizar el homenaje a Gombrowicz en el año del centenario. El Zorro resultó ser un patriota católico pero sin exageración, abierto y democrático, admirador de Gombrowicz pero no incondicionalmente.

“La lucha contra el comunismo, como también la revisión de los esnobismos, las excentricidades, los excesos del intelectualismo actual, me parecen muy indicadas y yo mismo las practico. Pero para eso no basta con la bravura sin más, como aquella de los ulanos de 1939 que cargaron contra los tanques ante el asombro del mundo entero”

Una tarde, sentados a una mesa de los jardines del Malba, le recordé al Zorro el episodio de los ulanos, se puso rojo de ira, me dijo que era pura patraña, que el cuento de los ulanos era un vil mentira.

Todo el mundo sabe cuánto de valientes y heroicos son los polacos, sobre eso no cabe duda, pero también, hay que decirlo, tienen un gran sentido del humor, de otro modo no se podría explicar cómo a Gombrowicz no le hubieran roto todos los huesos, especialmente después de haber publicado “Transatlántico”.

Aunque menos diplomático que su antecesor, el Camaleón, el Zorro se manejaba con prudencia para manejar asuntos imprevistos. En presencia del Zorro, el Socialista, editor de Seix Barral, declaró que el viernes no podía venir a la embajada porque todos los viernes, de todos los meses, de todos los años iba a una biblioteca socialista a hablar con sus amigos.

El Zorro, miembro confeso del Opus Dei, se revolvió en su sillón, estábamos organizando el anuncio de la edición de la obra completa de Gombrowicz en el año del centenario y la presentación de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” en la Embajada de Polonia.

Puesto que alrededor de Gombrowicz suele formarse un ambiente un tanto sacrílego, el Zorro trataba de cubrir nuestro apostolado laico en cuanta oportunidad se le presentaba, con un manto de piedad, echando mano en forma maniática a un pasaje de los diarios de Gombrowicz escrito como a propósito.

“El mundo es un absurdo y una monstruosidad para nuestra necesidad utópica de sentido, de justicia y de amor. He aquí una idea simple. Incuestionable. No hagáis de mí un demonio barato. Yo estaré siempre del lado del orden humano (e incluso del lado de Dios, aunque no creo en él) hasta el final de mis días; y aún después de muerto”

El Zorro empezó a moverse para preparar la celebración del año centenario de Gombrowicz y de repente se dio cuenta de que no había plata para afrontar los gastos de la celebración y no había libros de Gombrowicz, no había nada, entonces me invitó a un almuerzo en su casa de San Isidro para elaborar una estrategia.

Por dos veces escuché un argumento que el Zorro utilizó para vencer la resistencia del Homúnculo y del Buhonero Mercachifle, ambos inconvenientes relacionados con el dinero.

En diferentes oportunidades les explicó a ambos que la historia de Polonia estaba llena de infortunios desde la conversión de Mieszko al cristianismo. Les hizo un relato pormenorizado de los obstáculos que habían tenido que sortear el rey Estanislao, los generales Kosciuszko y Pilsudski y, finalmente, remataba el discurso con un breve comentario sobre los contratiempos que habían tenido que sortear en la época del comunismo.

Estas desgracias encadenadas habían empobrecido a Polonia de tal manera que la embajada no estaba en condiciones de hacerse cargo de los gastos en el Centro Cultural Borges ni de pagar los doscientos pesos que el Buhonero Mercachifle pedía para asegurar su participación en la mesa redonda de la Feria del libro.

Una aventura aún más singular que la que viví en la Embajada de Polonia en El día de la Independencia, la viví posteriormente en El día de la Constitución.

Aleksander Kwasniewski, el Presidente de Polonia, y Slawomir Ratajski, el Embajador de Polonia en la Argentina, como terminaban sus mandatos, estaban repartiendo medallas y cruces a diestra y siniestra, se las entregan a todo el mundo. Nos tuvimos que tragar dos docenas de condecoraciones con los respectivos agradecimientos, realmente fue horrible. Mientras ocurría todo esto, Bárbara, la madre de Anna Jozéfowicz, la secretaria de Ratajski, con la que me había peleado a muerte para toda la vida, me dio un beso pero esta vez apenas si nos intercambiamos el saludo.

Como las condecoraciones se prolongaban ad infinitum una mujer joven muy pizpireta se acercó a una mesa y empezó a comer los petit fours, yo la seguí pues además de aburrido tenía un poco de hambre.

Usted me resulta conocido; –Y, sí, claro, yo soy famoso; –Ah, yo también soy famosa; –Sí, pero yo soy famoso en Polonia; –Yo también soy famosa en Polonia; –Sí, pero yo también soy famoso en la Argentina; –Yo también; –Qué bien, sin embargo usted no parece polaca; –No, estoy casada con este polaco, y me muestra un polaco pelado, bajito, con anteojos, de blancura polaca y mirada bondadosa; –Yo le debo resultar conocido por Gombrowicz; –Claro, lo que me da rabia es que “Ferdydurke” no se publique en la Argentina; –Pero, señora, si lo publicó “Argos” en 1947, “Sudamericana” en 1964 y “Seix Barral” lo acaba de publicar el año pasado; –Vea, usted es muy altanero, ¿sabe?, y yo no le voy a permitir que me trate con esa soberbia– el marido le imploraba que no hiciera papelones.

Bueno, en ese caso, si la ofendí, señora, le pido mil disculpas, le atiné a decir mientras ella se retiraba rápidamente agarrada de la cartera, con dignidad, seguida del marido que le insistía en que no hiciera escenas.

Cuando había empezado a hablar con una polaca despampanante que desde hace unos años vive en la Argentina, filóloga y bailarina profesional de tangos, se acercó una señora que interrumpe la conversación y empieza a hablar en polaco. –Pero, señora, por favor, hable en español, no ve que no entiendo nada; –Ah, sí, perdón, y le pregunta a la bailarina si había guardado su tarjeta, una pregunta bastante tonta en realidad porque la filóloga tenía un vestido de dos piezas y estaba casi desnuda, dónde iba a guardar una tarjeta la pobre mujer.

No la tiene, dije yo, la tiró, yo vi cuando la tiró. La señora, en vez de ofenderse –ése era el propósito que yo perseguía con mi mentira–, sacó más tarjetas y las repartió: –Ah, pero vos sos  Ewa, la dueña de Agatur, la agencia de turismo, una mujer terrible; –¿Y vos cómo sabés que soy una mujer terrible?; –Porque me lo dijeron en la Embajada; –A vos te lo dijo Agata Podemska, la joven que trabaja conmigo; –Pero, ¡estás loca!, ¿cómo me lo va a decir Agata?, es una mujer muy prudente que, además, sabe cómo soy yo, te lo repito, me lo dijeron en la Embajada.
Cuando me empezaron a asaltar los pensamientos lúgubres porque pensé que la iban a echar a Agata de Agatur por culpa mía, Ewa y la bailarina se pusieron en pose de lesbianas para un señor que le sacaba fotos. –¿Cuánto nos vas a cobrar?, le preguntaron al fotógrafo, mientras yo decía en voz alta: –Por el aspecto que tienen las dos señoras, me parece que es a ellas a las que habría que pagarles.

Como no conocía a la Agregada Cultural le pregunté a Bárbara Kaminski, la redactora de “Nasza Gazeta”: –Che, ¿quién es Isabel?; –Es ésta, y agarra una especie de armatoste que tiene al lado y me lo trae; –¿Vos sos Isabel?; –Sí, la Agregada Cultural de la Embajada; –¿Y cómo todavía no hiciste contacto conmigo?; –Lo que pasa –aclara Bárbara– es que el hombre es el que tiene que buscar a la mujer; –¿Vas a venir a la conferencia sobre Gombrowicz que voy a dar en el Centro Cultural Borges?; –No sé, estoy muy ocupada; –¿A vos te gusta Gombrowicz?; –Más o menos, y me hace un gesto de desprecio con la boca y con las manos.

Yo seguí hablando con la polaca despampanante, filóloga y bailarina de tangos, y de repente la veo pasar a Isabel que se dirige velozmente a la parrilla donde están sirviendo los choripanes.

Cuando la vi bien despatarrada intentando embocar el chorizo en el pan me acerqué por detrás y dije en voz alta: –Parece que a la Agregada Cultural le gustan más los choripanes que Gombrowicz.

Me volví con la bailarina de tangos, y dale que te dale con Gombrowicz, y cuando me estaba haciendo el juramento falso de que iba a venir a mi conferencia observo que se está acercando Isabel, entonces digo en voz alta: –Cuidado, cambiemos de tema, a la Agregada Cultural no le gusta Gombrowicz; –Usted me está provocando desde que llegó, no quiero saber más nada con usted.

Cuando me iba lo fui a saludar al Zorro y  a Zofia, a un par de metros estaba Isabel con su aspecto de armatoste.

Qué bien, ahora te peleaste también con mi otra secretaria; –Sí, tengo mala suerte con las mujeres, en tanto que para  adentro pensaba, ¡qué hija de puta es esta alcahueta!; –Vos tenés que darte cuenta que ellas son distintas de nosotros, hay que halagarlas y ser dulces en el trato. Yo, que estaba rojo de ira y de vergüenza, mientras la miraba a Isabel parada muy cerca de nosotros, dije en voz alta: –Sí, ¡pero es tan fea la pobre!; –Con más razón, si son feas hay que halagarlas más y ser más dulces con ellas.

“Querido Goma: Tú, como verdadero heredero de Witoldo, siempre serás mi buen amigo, como tú sabes muy bien yo siempre he sido un gran admirador de Gombrowicz. Y voy a recordar estos encuentros contigo, provocativos, desafiantes e inspiradores, las peleas gombroviczidas sin consecuencias reales, porque sólo los que entienden a Gombrowicz pueden entender el verdadero sentido de humor (...)”

“Mi querido mariscal, la batalla está ganada y como los caballeros polacos estamos mirando nuestro triunfo, no me mires desde lejos, estoy cerca de ti, a pesar del largo silencio, como tú bien sabes este silencio mío no es expresión de indiferencia. Adelante, sin parar, somos los servidores obedientes que siempre buscan la aventura. Pero disculpa, tengo que mantener las formalidades. Un abrazo muy fuerte, te deseo mucha suerte. General de campo Slawomir Ratajski. Un besito color rosa de mi mujer”

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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