Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz, Guillermo Saavedra y Hugo Beccacece
Juan Carlos Gómez

En el primer encuentro que tuve con el Pitecántropo, el embajador de Polonia que había sucedido al Zorro, me trató, palabra más palabra menos, de insolente y de arrogante. Para mí fue una reacción inesperada pues los modales descuidados, en este caso los míos, nunca habían afectado que yo supiera a este tipo de androides.

Este contratiempo relacionado con los malos modales tiene un cierto parentesco con el que tuve con Cornelio, un Protoser hiperactivo de muy malas pulgas que, sin embargo, llegó a formar parte del club de gombrowiczidas.

Yo considero que una persona culta que se precie de serlo debe estar enterada hasta donde sea posible de los accidentes más señalados que ocurren en el mundo de los hombres de letras.

Para cubrir este aspecto de la actividad de escribir a veces les dedico algunos gombrowiczidas pues el oficio de publicar es tan antiguo como oscuro.

Después de haber manifestado una gran curiosidad por conocer "Gombrowicz, y todo lo demás", una propuesta editorial que había puesto en sus manos, Cornelio empezó a utilizar conmigo la técnica del silencio, uno de los cinco procedimientos de los que se valen los Protoseres para despachar a los autores, que yo había relevado en un estudio pormenorizado realizado con este propósito.

Como a mí no me gusta dejar las cosas colgadas de alfileres me vi obligado a decirle que no entendía cuál podía ser la razón por la que en un principio se manifestara tan entusiasmado y atento con mi propuesta editorial y a los pocos días ni siquiera tuviera la delicadeza de contestarme los teléfonos.

Que bien pudiera ser que la hubiera leído y no le hubiera gustado, lo que echaría una luz muy dudosa sobre su capacidad para analizar textos, o que su publicación le pareciera incompatible con al actividad económica de la editorial, o que simplemente no la hubiera leído, eso no tendría nada de especial para mí, pero la hipocresía y el me da lo mismo una cosa que otra, sí tenía algo de especial, son las más claras evidencias de los modales descuidados. 

Puesto contra la pared de esta manera, Cornelio se consideró liberado de darme su opinión sobre "Gombrowicz, y todo lo demás", pero de igual manera tuve que escucharle un sermón sólo comparable a los que daba Montaigne.

Guillermo Saavedra

Hugo Beccacece

Un autor decente no debe ignorar que un buen editor necesita tiempo y tranquilidad para ponderar una propuesta de esta naturaleza. La relación entre un editor y un autor debe basarse en la tolerancia y en la confianza, la falta de respeto presuntuosa no conduce a ninguna parte.

Yo voy enfrentando a los editores de a uno por uno y con una sola obra, nada que ver con lo que hacía Gombrowicz.

"(...) ¿crees acaso que yo, trabajando con treinta y cinco editores a la vez, tengo tiempo de ocuparme de insignificancias? (...) Firmé últimamente más de diez contratos con cinco países, pero la plata se me va que es un escándalo, porque aquí todo muy distinguido y muy caro. Sin embargo en Italia (estuvimos en Portofino, donde iba Churchill) también caro y por todos lados caro (...) Con Der Monat ofensa mortal, temían publicar mi diario sobre Berlín y no querían decírmelo, por lo tanto no contestaban mis cartas. Me enfurecí, los mandé a la mierda que los parió (...)"

A Cornelio le hubiera ido mucho peor con Gombrowicz de lo que le fue conmigo. En la foto se lo ve como a un ladrón de baratijas, una persona que se hace condenar por muy poca cosa.

Las maldiciones que echaba Gombrowicz son inolvidables, la que echó al comienzo de "Transatlántico" es increíble, pero no es la única, existen otras igualmente crueles, la dirigida a algunos lectores, para poner un ejemplo.

"A todos aquellos que hablan de mí en vano, que abusan de mi nombre, los castigo cruelmente: me muero en sus bocas"
Yo andaba, justamente, a la pesca de personas a las que Gombrowicz se les hubiera muerto en la boca, así que me puse a ver si encontraba algunas en la década del 80 y también en las décadas posteriores.

El suceso argentino más importante de la década del 80 concerniente a Gombrowicz fue, sin lugar a ninguna duda, la película que filmó Alberto Fischerman, "Gombrowicz o la seducción" con el guión del Esquizoide, un hombre de letras muy bien perfilado en el arte de escribir.

No creo que haya habido presentaciones más deslumbrantes de libros que las que le hicieron a "Cartas a un amigo argentino", en el Centro Cultural de España, y a "Gombrowicz, este hombre me causa problemas", en la Embajada de Polonia. Al primero lo presentaron el Pterodáctilo y el Buey Corneta, en una reunión a la que asistió tout Buenos Aires. Al segundo lo presentaron el Zorro, el Socialista, el Régisseur Fanfarrón y el Buhonero Mercachifle, en una embajada desbordante de entusiasmo.

No es el caso de que me ponga a contar aquí todas las peripecias de estos acontecimientos tan rutilantes que se me han grabado en la memoria y dejado un sabor muy dulce, voy a referirme solamente a una circunstancia amarga. Cuando la Hierática empezó a elegir el medio en el que había que hacer la propaganda a "Cartas a un amigo argentino" se decidió por "La Nación" y se puso en contacto con el Prohombre. El periodista, que no podía imaginar en ese momento lo que iba a ocurrir después, aceptó de inmediato la propuesta sin reserva alguna.

La cuestión es que el diario anunció con bombos y platillos, a doble página, el nacimiento de "Cartas a un amigo argentino" con un copete enorme que entre otras cosas decía: "Desde allí mantuvo correspondencia con Juan Manuel ‘Goma’ Gómez, compañero argentino que había conocido en 1956". Me puse furioso, no sin razón, y llamé al Prohombre para que me explicara cómo era posible que hubieran cometido semejante tontería, que yo no me llamaba Juan Manuel sino Juan Carlos, y que sacara inmediatamente una fe de erratas. El pobre hombre estaba aturdido y sólo atinó a invitarme a tomar un café para hacer las paces, pero yo estaba muy ofendido y no acepté la invitación. Pasaron unos meses...

Al año siguiente "Emecé" decide tirar la casa por la ventana para festejar sus sesenta años de existencia y también el centenario del nacimiento del Asiriobabilónico Metafísico, en una reunión a la que asistió mucha más gente de la que cabía en el Museo Metropolitano.

Estaba hablando con el Pato Criollo de esto y de aquello, pero no en el mismo lugar sino caminando. El Pato Criollo se desplazaba lentamente hacia un lugar, no por nada el Guitarrón lo llama el maestro de las intrigas, y yo lo seguía.

Repentinamente para mí pero no para él, porque era un movimiento que había calculado cuidadosamente, nos encontramos junto a otra persona. El Pato Criollo, que conocía el cambio de nombre que me habían hecho en "La Nación", nos preguntó a los dos si nos conocíamos. El otro, claro, era el Prohombre; nosotros nos pusimos colorados como un tomate mientras el Pato Criollo se reía a carcajadas.

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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