Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Alejandro Rússovich
Juan Carlos Gómez

“Russo es para mí la personificación de la genial antigenialidad argentina (...) La bondad. La bondad lo desarma. Su actitud frente a los demás no es suficientemente aguda (....) A su lado yo soy un animal salvaje”

Las relaciones que el Esperpento mantuvo con Gombrowicz fueron de amor y de conflicto, las que mantuvo conmigo fueron solamente de conflicto, un conflicto que con el paso del tiempo se le fue poniendo en evidencia a la mayor parte de los gombrowiczidas desparramados por el mundo.

Alberto Fischerman y el Ezquizoide desarrollaron sarcásticamente la forma de este conflicto en el capítulo “A quién quería más” del film “Gombrowicz o la seducción”, en el que nos ponen frente a frente en un parlamento memorable.

“Entre Gombrowicz y yo siempre existía una barrera, una barrera que levantábamos para no manifestar afecto, cariño. Esto lo padecí durante más o menos ocho años de nuestra convivencia; –Yo, ocho años de amistad, pero sin convivencia. Me propuso la confesión de las almas en el barco, cuando hicimos el viaje a Piriápolis, sin ningún resultado; –Pero la convivencia es más que eso, es la manifestación de la intimidad de dos hombres que están solos; –A mí no me fue necesario acceder a eso que vos llamás intimidad, nuestra amistad no necesitaba de ese tipo de pruebas; –¿Qué querés decir, que Gombrowicz te quería a vos más que a mí?; –Sí, y aunque tengo vergüenza de decirlo, Gombrowicz me escribió que yo era su mejor amigo; –Sólo a través del cuerpo se puede acceder a una forma más plena del conocimiento del hombre (....)”



“¿Qué estás insinuando Alejandro?, ¿adónde querés llegar?; –No más allá de donde yo mismo llegué; –Ah, no, no viejo, no estoy dispuesto a tolerar confesiones que por su carácter escandaloso comprometan a todos los otros argumentos; –Gómez, te doy dos minutos para que abandones la mesa”

El Esperpento, estudiante de filosofía y especialista en Fichte, se ofendió con Gombrowicz cuando lo motejó de Pavo. A pesar de su inteligencia y de su sentido del humor, no pudo evitar una especie de exclusión a la que lo condenó Gombrowicz, el Esperpento se equivocó de estrategia, utilizó la imitación como método para ser aceptado, una elección que terminó por aburrir a Gombrowicz y que desembocó en un apelativo que le resultó desagradable

“El primer hecho característico que me viene a la memoria es la historia del Pavo. Witold siempre ha tenido la costumbre de poner apodos, sobre todo a los jóvenes, subrayando así ciertos rasgos ridículos de su personalidad.. Un día empezó a llamarme en público Pavo, lo que no había hecho nunca cuando estaba a solas conmigo, en nuestra vida cotidiana . Al principio yo estaba sorprendido, después mal a gusto. Y como Witold lo repetía sin parar, me encontré en un estado de rabia contenida. Se dio cuenta e insistió todavía más. Una tarde, en un café de la avenida Corrientes, nos fijamos en un hombre que ayunaba por dinero. Lo habían metido dentro de una especie de jaula de cristal que habían colgado del techo. El público podía contemplar noche y día a 'Urbano el ayunador' y comprobar que ayunaba (...)”

“Aquel personaje nos intrigaba cada vez más. Íbamos a verlo todos los días aunque teníamos que pagar un peso (lo que para nosotros era caro). Con motivo de una de esas visitas, de repente me acordé de 'Un artista del hambre', ese relato de Kafka donde también hay un personaje que ayuna, pero por falta de apetito. Al final del cuento ya nadie se interesaba por él y lo barren junto a la basura. Cuando le conté esta historia a Witold me dijo: –No sea Pavo. Yo me puse pálido de rabia: –Si me llama otra vez de ese modo será el fin de nuestra amistad: –No se enfade, Russo, nunca hubiera imaginado que fuera usted tan sensible, tan impresionable”

El Esperpento fue el único integrante del cuarteto del film de Fischerman que no aceptó el apodo que le había puesto Gombrowicz., pero por esas vueltas que tiene la vida, pasado el tiempo, Quilombo empezó a hacer unos dibujos tan monstruosos de su cabeza que, a sus espaldas y en voz baja, lo empezamos a llamar el Esperpento, y así fue que le quedó el Esperpento.


El Esperpento, que conoció a Gombrowicz en el segundo período de su estada en la Argentina, se refiere a su amigo para sumar y cerrar la relación con él de una manera llamativa.

“¿Su influencia? Es una cuestión mal planteada, Gombrowicz me ayudó personalmente y todavía me ayuda. Pero si debo hablar de su influencia, puedo decir que fue negativa. Siempre negativa, pues Gombrowicz para mí ha sido un límite absoluto. Me encontraba ante él como delante de un muro”

Este discípulo ha puesto los puntos sobre las íes en algunos asuntos concernientes al dolor y a la muerte, unas cuestiones que empezaron a rondar la cabeza de Gombrowicz desde su temprana juventud.

Según lo apunta en los diarios, a pesar de las apariencias y de una existencia de aspecto casi despreocupado, un Gombrowicz veinteañero no estuvo muy lejos del suicidio, un período de su juventud en el que debió estar desesperado.

Con el tiempo, esta angustia de la existencia se le fue radicando poco a poco en los pulmones, en sus dificultades para respirar, entonces volvió a la idea del suicidio.

A tono con este ambiente macabro Gombrowicz le escribe desde Vence una carta al Esperpento, una carta que ha dado la vuelta al mundo pues nos muestra en un momento dramático cuál era la verdadera relación  que tenía con el dolor y con la muerte.
“Mi vida se hace cada día menos agradable, mi organismo se debilita, el asma me cansa muchísimo y últimamente apareció también una úlcera de estómago que me obligó a dejar la cortizona (...)”

“Desde que dejé la Argentina me siento cada día un poco peor. Creo que ya les mencioné que es conveniente tener preparada una salida por cualquier cosa. Soy bastante cobarde y no puedo pegarme un tiro en la cabeza pero pienso sin embargo que podría matarme con una preparación adecuada. Lamentablemente el asunto no es fácil. Las píldoras para dormir, el gas, y otras cosas parecidas no me despiertan confianza. Me parece mejor el cianuro; si no me equivoco la muerte sobreviene entre los 6 y los 8 minutos aunque ya en el primer momento se pierde el conocimiento. No obstante me faltan aquí amigos que puedan hacer algo por mí en este sentido. Pensé en ustedes, supongo que tienen alguna posibilidad de proporcionármelo o por lo menos de indicarme a alguna persona que me podría ayudar (...)”

“Estoy dispuesto a pagar 100 dólares, o más (...) Esta carta no es tan macabra como parece. Algunas veces es la mejor salida... Yo por el momento ni pienso en suicidarme pero prefiero tenerlo preparado para mi propia tranquilidad (...)”

Pero la verdadera espina que el Esperpento tenía clavada en la garganta no era la de la muerte de Gombrowicz, era la de la exclusión, el sentía que lo había apartado de su círculo injustamente.

“Otra explicación que se me ocurre es que él me excluía de muchas cosas, por ejemplo, de todo lo que se refería a las cuestiones polacas. Nunca me hablaba de eso, ni de los polacos de Buenos Aires. Sólo casualmente conocí a algunos. Y lo mismo pasó con ciertos argentinos que nunca me llegó a presentar, como Mastronardi, Roger Pla, Sabato, etc. Sólo después de la partida de Witold a Europa llegué a conocer a Sabato, por ejemplo”

Ésta es una queja del Esperpento que aparece en “Gombrowicz en Argentina”, una queja que está en línea con una de las aventuras que tuvo Gombrowicz en Zakopane y que relata en “Recuerdo de Polonia”. La gente vagaba en libertad por las calles de esa ciudad y no era aplastada por las funciones ni por las jerarquías. Hidalguillos, mafiosos, aristócratas, escaladores profesionales, escritores, industriales y comerciantes, estudiantes, toda esa diversidad de tipos se mezclaba en la calle.

Cada uno andaba por su propio camino, a pesar de la facilidad aparente resultaba muy difícil pasar de un grupo a otro, a veces se producían situaciones diabólicas y trágicas cuando alguien lo intentaba. En una pensión distinguida, en la que se alojaba gente del mejor tono de la aristocracia, aterrizó un señor de apellido desconocido con unas maletas espléndidas y un traje sport deslumbrante.

El hombre se equivocó, confundió la pensión, pero como había una habitación disponible lo alojaron. Se presentó con entusiasmo manifestando vivos deseos de tomar parte en la conversación, pero la conversación no lo quería, a pesar de que todos intentaban ser amables con él. Era un mundo pequeño que tenía sus propios argumentos, sus parientes y un estilo propio de bromear y provocar.

La reacción normal hubiera sido el aburrimiento o la indiferencia, pero ese forastero quedó encantado precisamente por el hecho de que no comprendía nada. El deslumbramiento por el secreto ajeno es bastante conocido, el pobre hombre vivía con la esperanza de que, finalmente, sería aceptado por los pensionados, pero cuando empezó a inmiscuirse en los asuntos del grupo fue rechazado.

Gombrowicz, en su condición de escritor y oveja negra de ese pequeño círculo de gente respetable, se le acercó amistosamente y lo azuzó contra los demás, hasta que la situación alcanzó límites de locura y el pobre miserable perdió la cabeza. Lo convenció de que su ropa y sus maletas eran demasiado nuevas, y de que ésa era la razón por la que lo trataban con malevolencia, como si fuera un advenedizo. Pasaron toda una tarde revolcando su vestuario en la basura y raspando sus maletas con un cuchillo para que parecieran viejos.

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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