Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz, Álvaro Mata Guillé y Gabriel Báñez
Juan Carlos Gómez

Alrededor de la actividad de escribir suelen formarse unas combinaciones explosivas que tienen origen en una particularidad que por su fuerza es semejante a un ley: dentro de cada editor se aloja un escritor.

La cuestión es que cuando se mezclan estas dos naturalezas en una misma persona cada una saca de la otra la peor parte y no la mejor, como cumplidamente voy a pasar a mostrar utilizando dos ejemplos: uno tropical y otro subtropical

Un costarricense director de teatro, ensayista, investigador, dramaturgo y poeta, llegó a mí de la mano generosa del Niño Ruso con el propósito de editar en el quinto número de su revista “k”, un nombre que enseguida me puso en guardia pues despertó en mi cerebro un mal presentimiento, un dossier dedicado Gombrowicz.

Mis experiencias editoriales con los Protoseres ubicados en zonas tropicales tienen como antecedente las aventuras que corrí con el Avechucho, redactor de una publicación ecuatoriana, que terminaron en la publicación de un ensayo mío en su revista “Búho”.

Para despertarle el apetito a este editor costarricense al que por las modalidades de su comportamiento di en llamar el Ladrón de Gallinas, le mandé “Gombrowicz, la deserción y el destierro”, texto que, según me dijo, iba a leer esa misma noche para mandarme sus impresiones.

Pero en vez de mandarme sus impresiones me preguntó si los gombrowiczidas que le enviaba eran de mi autoría, que le resultan muy interesantes y que si no podría mandarle una foto donde apareciera junto a Gombrowicz.

Álvaro Mata Guillé 

Gabriel Báñez

Como ustedes saben, en los tiempos que corren, estoy teniendo algunas dificultades para convencer a los editores hispanohablantes de que publiquen mis escritos, una dificultad que pareció estar en vías de solución cuando apareció en el horizonte el Ladrón de Gallinas.

No sé bien qué asociaciones de la imaginación me indujeron a pensar que Pavlov podía venir otra vez en mi ayuda –como ya lo había hecho con el Guitarrón en ocasión de enviarle “Gombrowicz, y todo lo demás”– para provocar, de la misma manera que lo hacía el ruso con los perros, trastornos en la conducta de ese editor tropical que desembocaran en la aceptación de mis escritos. El procedimiento que se me ocurrió era benigno y podía ser interrumpido en cualquier momento, posibilidad que los perros de Pavlov no tenían, pero me salió el tiro por la culata.

Puesto que mi primer intento con el Guitarrón utilizando los perros de Pavlov había fracasado decidí entonces despertarle a este nuevo Protoser tropical, más pequeño, más oscuro y más perverso que los de las regiones subtropicales, un deseo incontenible de publicar mi texto recurriendo a una variante: le envié catorce gombrowicidas y un curriculum al que di en llamar “Turco en la neblina”.

Pero en vez de despertarle el deseo incontenible de publicar mis textos, le desperté en cambio el deseo de enviarme una poesía suya para que la leyera. No sabiendo ya a que santo encomendarme le mandé un gombrowiczida con una bonita foto donde aparezco al lado de Gombrowicz en la despedida que le hicimos en el puerto de Buenos Aires, y la advertencia de que yo era lector de un solo libro y que, por lo tanto, no podía leer el poema que me había mandado.

Llegados a este punto el Ladrón de Gallinas dio por terminado nuestro negocio, pero tuvo la gentileza de comunicarme que me tendría al tanto de las novedades que se fueran produciendo en la preparación del número de su revista dedicado a Gombrowicz.

Al poco tiempo cambió de opinión y volvió a insistir, me estaba pidiendo otra vez autorización para publicar “Gombrowicz, la deserción y el destierro”.

Fue entonces que recurrí al Niño Ruso, pues había sido él quien me había puesto en contacto con este sabandija.

La carta que le escribí fue con copia a Carlos Fuentes, al Cacatúa, al Hábil Declarante y algunos mexicanos más, quería formar un ambiente escandaloso y llevar agua para mi molino.

“Es muy difícil calcular la cantidad de desatinos que uno comete en la vida, el último que he cometido yo es haberme puesto en manos de Álvaro Mata Guillé, un personaje que dice ser amigo tuyo. Este Ladrón de Gallinas costarricense edita una revista en México en la que se propone publicar un número dedicado a Gombrowicz y yo, sin darme cuenta de qué clase de persona era, le mandé material para la publicación de lo que estoy muy arrepentido, en medio de un juego epistolar irresponsable caracterizado por una falta de seriedad que yo mismo alimenté. Ahora le estoy pidiendo que excluya de la publicación el material que le mandé pero no me contesta (....)”

El caso del Ganso es algo distinto, se trata de un Protoser escritor subtropical nacido en la Argentina, pero también en esta oportunidad se formó una combinación explosiva.

“(...) Mandame tu dirección postal así te mando un libro mío para que lo leas y me des tu opinión (...)”

Esta particularidad que tienen los hombres de letras de poner en mis manos algún escrito que debo leer con la mayor premura  me obligó a una respuesta inmediata.

“(...) y no te digo cuál es mi dirección postal porque, como ya te dije, a esta altura del partido sólo leo cosas de Gombrowicz o sobre Gombrowicz, nada más (...)”

El Ganso, que va poniéndose al día con Gombrowicz a medida que le llegan los gombrowiczidas, se entusiasmó con un pasaje donde aparece Gombrowicz afirmando que la profesión del escritor no existe, un pasaje que publicó en un blog suyo muy consultado.

En ese gombrowiczidas digo que Gombrowicz quería ser él mismo, no quería ser un artista ni tampoco ninguna de sus obras, quería estar por encima del arte, de la obra y de la idea. Uno de los métodos que utilizó para conseguir este propósito fue el de afirmar algo en determinada oportunidad y todo lo contrario en otra, debiendo retirar así con una mano lo que había puesto con la otra.

La afirmación de que Gombrowicz quería ser él mismo y estar por encima de sus obras parece que estuviera en línea  con unas palabras que escribe en una entrevista.

“El hombre se expresa y lo hace por todos los medios, baila o canta, o pinta o hace literatura. Lo que importa es ser alguien, para expresar lo que uno es, ¿no creen? Pero la profesión de escritor, no, no existe...”

En cambio no parece que estuviera en línea con algo que había escrito en los diarios siete años antes, siendo éste sólo un ejemplo de sus innumerables retiradas contradictorias.

“¡Leer! Pero, ¿no sabe que escribir, aunque sea obras maestras, no es más que una profesión, mientras el arte, el verdadero arte, consiste en conseguir que el libro sea leído?”

Gombrowicz se fue transformando poco a poco en un maestro del escape con su retirada general. Sus cuatro novelas terminan en huidas: “Ferdydurke”, con la prima; “Transatlántico”, con el bumbam; “Pornografía”, con la sonrisa de los jóvenes; y “Cosmos”, con el diluvio y el pollo relleno.

Su concepción general era la de que el artista puede entenderse muy bien con una filosofía del pensamiento que observe el desenfreno del mundo y le tema. Los caminos escarpados sólo se pueden salvar escapándose de ellos: hay que retirarse de su exceso hacia una dimensión más humana.
La capacidad que puede desarrollar un hombre para tomar distancia, para retirarse, escaparse, huir de una situación, de las ideas, de los sentimientos, de sí mismo o de lo que sea, es la única y verdadera libertad. No es que tenga que huir, pero tiene que tener la posibilidad de hacerlo.

Pero las retiradas de Gombrowicz no eran inocentes como la de los chicos traviesos que tiran piedras y después se esconden, eran huidas a lo parto con las que derrumbó buena parte de los promontorios de la cultura contemporánea y de las formas humanas.

Los pichones que el Ganso tiene como lectores, en forma entusiasta agitaron sus alitas sin presentir que unos días después el papá Ganso iba a recibir otro gombrowiczidas donde aparece Gombrowicz afirmando que la profesión del escritor existe, más aún, que el arte de escribir no es más que una profesión.

No es cuestión de hacerle cargos a esta familia de gansos, hasta los mismos gombrowiczólogos se confunden a menudo con estas retiradas contradictorias, hay que reconocer que las retiradas de Gombrowicz son muy peligrosas e imprevisibles. Sin embargo, las cosas se complicaron dramáticamente recién cuando hablé de Bebus Rosset, un primo de Gombrowicz a quien sus numerosas aventuras habían hecho célebre.

Al volver del frente traía una atmósfera de combate que cautivaba a los presentes. Se burlaba de Gombrowicz recitando canciones patrióticas cuando le preguntaba por qué arriesgaba su vida y obedecía las órdenes que le daba una persona cualquiera.
“Mira el cañón de este fusil/ Por donde la negra muerte observa/ Sano y salvo puede ser que vuelva/ Para otra vez de nuevo ver/ Mi querida ciudad de Lvov”

Se quiso ocupar de Gombrowicz cuando llegó a Francia para completar sus estudios de leyes, pero sin ningún resultado. Era un hombre extraordinariamente valiente, de naturaleza rica y turbulenta, a quien la guerra lo había arrancado de su vida normal.

Lo recibió en su buhardilla de pintor en París, y como sabía que Gombrowicz había empezado a escribir le preguntó si quería ser un “pissage polonais”.

Pero las aventuras de este primo no eran solamente militares. Un día, mientras participaba de una sesión de espiritismo, la copa transmitió un mensaje en ruso: –Te visitaré esta noche. Entendió que estaba dirigido a él pues nadie de los presentes sabía ruso ni había estado en contacto con ellos; el primo, en cambio, había pasado por las armas a más de uno en los combates contra los bolcheviques en el año 1920.
Volvió a casa y se acostó; en medio de la noche se despertó y sintió que alguien estaba acostado a su lado. Tocó el cuerpo que estaba frío como el hielo, como un cadáver. Saltó de la cama y huyó a la calle.

“Su muerte fue extraña y violenta. Se enamoró desesperadamente de una mujer y un día la citó para el redez-vous decisivo en el Café de la Ópera (...)”

“Se sentaron a la mesa y la mujer le dijo que no. Entonces él, sin vacilar, sacó un revolver y allí mismo donde se encontraban sentados, en la mesa del café lleno de gente, se pegó un tiro en la cabeza”

En una historia verdadera que incluí en un gombrowiczidas relaté el episodio de la sesión de espiritismo de Bebus Rosset, esta circunstancia despertó una curiosidad en el  Ganso que me hizo conocer.

“(...) mucho me llamó la atención la glosa en la que se dice que el espíritu respondió a través de la copa ‘en ruso’. La atención precitada movió mi duda: ¿en caracteres cirílicos estaban las letras alrededor de la copa? (...)”

Después del comentario que me hizo sobre los caracteres cirílicos este Protoser escritor subtropical pasó a llamarse el Ganso, un mote que aceptó con mucho gusto.

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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