Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz, Halina Grodzicka y Zofia Chadzynska
Juan Carlos Gómez

A las pocas horas de haber arribado a Buenos Aires François Bondy, el célebre crítico francés, lo llamó por teléfono a Gombrowicz, y al día siguiente se encontraron en el City Hotel. Bondy había desayunado con Victoria Ocampo y el resto del día lo tenía libre. Charla que te charla se fue haciendo de noche, entonces Gombrowicz lo invitó a cenar a la casa de Zofia Chadzynska, una polaca amiga. Sin pensarlo dos veces fueron a comer con Zofia, estaban también invitados los Lubomirski y un arquitecto.

“Organizamos una pequeña cena (muy modesta, como siempre en casa de Zofia; en cambio el francés espumea como el champán...), pero en el ambiente flotaba una reticencia. Al marcharnos, las señoras me guiñan el ojo: –Vamos, confiesa, ¿a quién nos has traído? ¿Quién es? ¿Un poeta? ¿Un italiano o qué? ¿De dónde lo has sacado? (...)”

Halina Grodzicka

Zofia Chadzynska

Halina Grodzicka acostumbraba a decir que uno no podía imaginárselo a Gombrowicz comiendo sin ganas o bailando un fox-trot. Sin embargo, al poco tiempo de haberlo conocido presencié un baile de Gombrowicz recitando algunas escenas de “El casamiento”. Era extraño, con su silueta un tanto rígida uno no podía creer que bailara, pero en ocasiones como ésta se nos hacía patente que tenía una gran agilidad corporal, no así cuando lo observábamos caminar pues parecía  un barco navegando y avanzando río arriba. Tanto en sus novelas cortas como en sus novelas largas echaba mano frecuentemente al recurso de los bailes y de las comidas. A veces los bailes eran imaginarios, como el de “Ferdydurke” cuando baila frente a las toallas, los pijamas, las cremas y las camas de los Juventones para ridiculizarlos y descalabrar su modernidad. Otras veces los bailes eran reales como el de las barrigas en el “Diario”.

Gombrowicz le daba cierta importancia a las comidas y a las ceremonias concomitantes, a veces le daba tanta que dejaba de lado otros asuntos. En efecto, cuando se encuentra con Sabato en Vence en noviembre de 1967 sólo nos habla de comidas y de bebidas a pesar de que teníamos entre manos asuntos más importantes.

“Viejo, ando ¡reloco! Ya no sé qué hacer primero. Mañana llega Arnesto con su mujer por un día, o dos, yendo de París a Roma. Le daremos 1º Crevettes salsa mayonesa, vino blanco 2º gansa con confitura 3º una taza de caldo 4º quesos 5º Bomba de creme, chocolat 6º café, cognac. Ando mejor de salud (...) Viejo aquí a cada rato alguien llega, estuvo Arnesto con Matilde y estaban despavoridos porque Rita dijo que yo bebía champaña el día de la muerte del Che”

También le daba mucha importancia a la falta de comida, una falta que a veces solucionaba de una manera ingeniosa  comiendo en los velatorios por ejemplo, y otras de una manera dramática.

Cuando la guerra había ensangrentado a toda Europa y Polonia yacía en ruinas, se apareció una tarde por la casa de los Nowinski: –Señora, deme algo de comer, llevo dos días sin probar bocado. El trozo de carne frita que le sirvió Halina en esa ocasión no lo olvidó nunca. En la víspera de su regreso a Europa algunas personas se reunieron en la Fragata para despedirlo: –La autorizo, señora Halina, a difundir la leyenda de cómo salvó usted de la muerte por hambre al orgullo de la nación.

Comía con ganas de una manera disciplinada y ceremoniosa, por respeto hacia sí mismo, como solía decirnos. Una de sus pasiones predominantes era la de dedicar los libros con el menú de las comidas; el ejemplar de “Ferdydurke” de Halina Grodzicka lleva una memorable.

“En recuerdo de la estupenda cena del 1º de mayo de 1957: cuajada, sopa de croquetas, sesos con nouilles, tarta de queso con crema batida, té, café. Con la expresión de mi veneración profunda y de mi amistad inquebrantable. Hasta ahora hambrienta, hoy saciada hasta reventar. Witoldo”

Dio pocas recepciones en la Argentina, no tenía medios para darlas, pero la cumbre como anfitrión la alcanzó en el Club Americano, en una cena en honor de los amigos polacos que tenía la costumbre de invitarlo. Gruber, un hombre muy rico y snob se hizo cargo de los gastos a pesar de los reparos de Halina : –No entiendo por qué eres amigo de Gruber, un hombre tan antipático; –Los trajes del señor presidente (Gruber lo había sido del Banco Polaco antes de Nowinski) me viene de maravilla. No molestes a mi protector y está a la altura de las circunstancias pues el señor presidente usa ahora un impermeable inglés muy elegante.

Distendido, rejuvenecido, se paseaba por aquel decorado de tapices orientales, mesa recubiertas de manteles bordados, cubiertos ingleses de plata, velas y flores. Un rostro radiante de propietario efímero pero soberano de todo aquel lujo. Para Gombrowicz era un ejercicio con la forma, fiestas a la antigua con la hospitalidad y el gusto por recibir que le venían de las tradiciones familiares.

Las comidas que daban en sus casas Zofia y Halina no eran palaciegas pero eran elegantes, en estas reuniones Gombrowicz estaba a sus anchas pues podía desarrollar a gusto todo su histrionismo, un histrionismo que había alcanzado su punto culminante en “El banquete”, uno de sus cuentos más logrados.

En este cuento la archiduquesa Renata Adelaida Cristina entra al salón y cierra los ojos deslumbrada por la luminosidad del archibanquete.

Cuando entra el rey es saludado con una gran exclamación de bienvenida. La archiduquesa no podía dar crédito a sus propios ojos al ver al rey, no podía creer que ese hombrecillo tan vulgar con cara de comerciante y con una mirada astuta de vendedor ambulante fuera su futuro marido. En el momento que Gnulo le toma la mano se estremece de disgusto pero el estruendo de los cañones y el repique de las campanas extraen de su pecho un suspiro de admiración.

Un sonido apenas perceptible empezó a hacerse oír, se parecía al tintineo que producen las monedas en el bolsillo. El embajador de una potencia extranjera y enemiga sonríe con ironía mientras le da el brazo a la princesa Bisancia, hija del marqués de Friulo; el anciano canciller lo mira de reojo porque sospecha que el sonido viene de ahí.

El presagio de una infame traición se apoderó del consejo. El rey y la asamblea se sentaron. El soberano empieza a comer y todos los demás repiten el gesto multiplicado al infinito por los espejos. Lo que hacía Gnulo lo hacían también los otros en medio del estruendo de las trompetas y los reflejos brillantes de las luces. El rey, aterrorizado, bebió un sorbo de vino. El tintineo de las monedas no había desaparecido, era evidente que alguien quería comprometer al rey y desprestigiar el banquete. En el rostro vulgar del mercachifle apareció la rapacidad, el rey sólo se dejaba tentar por pequeñas sumas, era insensible  a las grandes cantidades debido a su mezquindad miserable, lo que corroía a Gnulo eran las propinas y no los sobornos. El rey empezó a relamerse y la archiduquesa emitió un gemido de repulsión.

La asamblea se espanta, entonces el venerable anciano también se relame. Los espejos multiplicaban al infinito los relamidos de todos los presentes. El rey se enfurece al ver que nada le estaba permitido, todo lo que hacía era imitado de inmediato, así que empuja violentamente la mesa y se levanta. Todos lo imitaron. El canciller se había dado cuenta que la única manera de salvar a la corona, ya que no se le podía ocultar a la archiduquesa la verdadera naturaleza del rey, era obligar a los invitados a repetir los actos de Gnulo, especialmente aquellos que no admitían imitación. Había que convertir los gestos del rey en achigestos para presionar al monarca. Gnulo, enfurecido, golpea la mesa y rompe dos platos, todos los demás hicieron lo mismo. Cada acto del rey era imitado y repetido en medio de las exclamaciones de los invitados.

El rey empieza a deambular de un lado para otro cada vez con más furia, y los comensales deambulan, y cuando el archideambular alcanza una gran altura, Gnulo, repentinamente mareado, lanza un alarido sombrío y cae sobre la archiduquesa. No sabe qué hacer y empieza a estrangularla delante de toda la corte. Sin dudarlo un instante el canciller se deja caer sobre la primera dama que encuentra y empieza a estrangularla, los otros siguen el ejemplo y el archiestrangulamiento rompe los lazos que unen a los invitados con el mundo normal liberándolos de cualquier control humano. La archiduquesa y muchas otras damas caen muertas mientras crece y crece una archiinmovilidad. Presa de un pánico indescriptible el rey empieza a huir con las dos manos tomadas al culo, obsesionado con la idea de dejar atrás  todo aquel archireino.

Como nadie podía atreverse a detener al rey el anciano canciller exclama que hay que seguirlo. El rey huía por la carretera seguido por el canciller y los invitados. La ignominiosa huida del rey se transforma de esa manera en una carga de infantería y el rey se convierte en el comandante del asalto. La plebe ve a los magnates latifundistas y a los descendientes de estirpes gloriosas galopando junto a los oficiales del estado mayor que, al modo militar, galopan junto a los ministros y mariscales mientras los chambelanes forman una guardia de honor rodeando el galope desenfrenado de las damas sobrevivientes. La archicarrera era iluminada por las luces de las lámparas bajo la bóveda del cielo, los cañones del castillo dispararon y el rey se lanzó a la carga.

“Y archicargando a la cabeza de su archiescuadrón, el archirey archicargó en las tinieblas de la noche”

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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