Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y Christopher Domínguez Michael
Juan Carlos Gómez

Milan Kundera piensa que Gombrowicz captó en “Ferdydurke” el giro fundamental que se produce en el siglo XX. Hasta entonces la humanidad se dividía en dos, los que defendían el statu quo y los que querían cambiarlo. En el pasado el hombre vivía en el mismo escenario de una sociedad que se transformaba lentamente, de repente la historia se empezó a mover bajo sus pies como una cinta transportadora sobre la que también viajaba el statu quo. Por fin se podía ser a la vez conformista y progresista, equilibrado y rebelde. El sillón de la historia empieza a ser empujado hacia delante por todo el mundo.

“Los colegiales modernos, sus madres, sus padres, así como todos los luchadores contra la pena de muerte y todos los miembros del comité para la protección de los recién nacidos (...)” 

“Por supuesto también todos los políticos que, mientras empujaban el sillón, volvían sus rostros sonrientes al público que corría tras ellos, y que también reía, a sabiendas de que sólo el que se alegra de ser moderno es auténticamente moderno (...) Fue entonces cuando una parte de los herederos de Rimbaud comprendieron algo inaudito: hoy, la única modernidad digna de ese nombre es la modernidad antimoderna”

Christopher Domínguez Michael

Kundera pone de esta manera un poco de orden en cierta confusión del Hábil Declarante, un crítico literario mexicano muy connotado, cuyas ideas sobre Gombrowicz conocí a través de unas palabras escritas por el Orate Blaguer.

“(...) ‘Me creo a mí mismo a través de mi obra. Primero combatiré, y después sabré lo que soy’, le oigo decir a Gombrowicz. Sé el tiempo empleado en leer la obra de Gombrowicz, pero no el que tardé en comprender esa vida, que en realidad es esencialmente una obra. Pero sí sé que un día le oí decir a Christopher Domínguez Michael que aún no sabía si Gombrowicz fue un genio que sólo el nuevo siglo comprenderá o una extraña criatura de la vanguardia que incubaban en la gran Polonia escritores como Schulz y Witkiewicz. Y también sé que le oí decir que había cruzado con muy poca gente palabras en torno a la obra de Gombrowicz (citaba a Pitol y Manjarrez entre otros), ‘pues una de las características que delatan a este misántropo es que poco puede decirse de él’ (...)”

Por el momento el nuevo siglo ha comprendido a medias el genio de Gombrowicz, yo creo que el Hábil Declarante se tendrá que quedar por ahora con la idea de que Gombrowicz es una extraña criatura incubada por la vanguardia polaca en la primera mitad del siglo pasado. El cuño literario y existencial de Gombrowicz se mueve entre la templanza religiosa de Milosz y el demonismo metafísico de Witkiewicz; de ambos fue amigo aunque en épocas diferentes.

El elemento que lo hace a Witkacy tan familiar a nuestro presente es el demonismo, un demonismo al que Gombrowicz califica de monstruosidad. Su objetivismo inhumano se transformó en algo escandalosamente humano, se transformó en cinismo y el cinismo se metamorfoseó en brutalidad sexual. 

A las monstruosidades del cinismo, del intelecto y de la brutalidad del sexo le agregó otra monstruosidad más: el absurdo. Impotente y desesperado frente la insensatez del mundo lleva el absurdo al punto de convertirse él mismo en un absurdo, un sin sentido que utiliza para vengarse de los hombres.

“Finalmente llega a la monstruosidad metafísica. Quiere alcanzar el escalofrío metafísico que nos arranca de lo cotidiano, colocando a la naturaleza humana en contacto inmediato con su insondable misterio. Por otra parte, esta metafísica no eleva al hombre, al contrario, lo desfigura. Witkiewicz tiene algo de un ser fantástico por su deforme y convulsa capacidad de excitarse frente al abismo de su propia persona. El frío sadismo con el que este autor trata los productos de su imaginación no se apaga jamás, ni siquiera un segundo. La metafísica es para él una orgía, en la que se abandona con el enfurecimiento de un loco”

Gombrowicz era el benjamín de un grupo que recibió el nombre de los tres mosqueteros: Stanislaw Ignacy Witkiewicz, Bruno Schulz y Witold Gombrowicz. Sin embargo, ninguno de los tres tenía un sentimiento marcado de pertenencia a ese clan de escritores cuyo horizonte era bastante diferente al del nivel medio de la literatura polaca.

Bruno Schulz llevó a Gombrowicz a la casa del más loco de los mosqueteros: Stanislaw Ignacy Witkiewicz. De ese modo esos tres hombres que trataban de orientar la literatura polaca hacia nuevos caminos, que tuvieron una gran influencia en el arte polaco y que fueron apreciados en el mundo, se encontraban por fin juntos. Si dejamos un poco de lado el entusiasmo de Bruno por Gombrowicz se podría decir que el escepticismo y la frialdad reinó siempre entre ellos. 

Gombrowicz no creía en el arte de Witkacy, y Witkacy pensaba que Gombrowicz era demasiado hijo de mamá y no esperaba de él nada extraordinario. A pesar de los mutuos antagonismos y animosidades de los tres mosqueteros tenían en común el deseo de sobrepasar los límites del provincialismo polaco y salir a aguas más abiertas respirando el aire de Europa y del mundo, al contrario de los ases locales que eran cien veces más polacos. 

Conocían el valor de la originalidad en una medida universal más que local, y abordaban el arte formados en técnicas y conceptos extranjeros de vanguardia decididos a tomar a la literatura polaca por los cuernos. Renunciaron a muchos amores que podían atarlos y fueron más libres e incisivos, más severos y dramáticos.

La inteligencia y la intransigencia de Witkiewicz eran espléndidas pero exageraba su actitud de teórico endemoniado y no se daba cuenta de que aburría, su incapacidad de tratar con un hombre vivo sin considerarlo una abstracción era irritante y lo convirtió en un hombre seco y farsante.

“Lo que se destaca en él es la impotencia frente a la realidad y la suciedad de su imaginación, que no era sólo el resultado de la irrupción de lo asqueroso en el arte europeo, sino también la expresión de nuestra impotencia ante la suciedad que nos devoraba en una casa de campesinos, en el camastro judío, en las casas sin retrete. Los polacos de esta generación ya percibían con toda claridad la suciedad como algo extraño y horrible, pero no sabían qué hacer con ello, era un forúnculo que llevaban encima y cuyas ponzoñas los envenenaban”

Ni tan moderno como Kundera ni tan antiguo como el Hábil Declarante Gombrowicz se coloca en una posición intermedia.

“Oh, dejemos que esta asociación de mi persona con una terminología ya demasiado trillada engendre unos monstruos que acaben devorándose entre ellos. Lo peor es que la prensa francesa, en ocasión de mi llegada a París, se dedicó a subrayar mi aspecto de conde y mis maneras aristocráticas, mientras la prensa italiana me calificaba de gentilhuomo polacco. ¿Protestar? ¿Qué conseguiría protestando? Sé perfectamente que todo esto me desacredita a los ojos de la vanguardia, de los estudiantes, de la izquierda, casi como si yo fuera el autor de ‘Quo vadis’; y sin embargo, es la izquierda y no la derecha la que constituye el terreno natural de mi expansión (...)”

“Desgraciadamente se repite la vieja historia de los tiempos en que la derecha veía en mí a un bolchevique, mientras que para la izquierda yo era un anacronismo insoportable. Pero de alguna manera veo en ello mi misión histórica (...)”

“Ah, entrar en París con una desenvoltura ingenua, como un conservador iconoclasta, un terrateniente vanguardista, un izquierdista de derechas, un derechista de izquierdas, un sármata argentino, un plebeyo aristócrata, un artista antiartístico, un maduro inmaduro, un anarquista disciplinado, artificialmente sincero, sinceramente artificial. Eso os hará bien... ¡y a mí también!”

Separo unas pocas palabras del Hábil Declarante que a primera vista parecieran las menos importantes.

“(...) pues una de las características que delatan a este misántropo es que poco puede decirse de él (....)”

Estas manifestaciones del Hábil Declarante son, sin embargo, las más enigmáticas, por lo menos son las más enigmáticas para mí. Después de haber escrito tantas palabras sobre Gombrowicz como las que escribió Gombrowicz sobre si mismo, me vi obligado a preguntarme, después de haber leído las palabras del Hábil Declarante, si con tantas palabras habré dicho algo sobre él.

Fue el Orate Blaguer, el mismo que me había hecho conocer las manifestaciones del Hábil Declarante, el que me dio la respuesta. En efecto, desde Nueva York se refiere a mí aunque sin nombrarme de una manera elocuente.

“Se ha dicho que le he dado mantenimiento a los clásicos de Borges (a Melville y su Bartleby), pero también es cierto que he acompañado los éxitos de librería de Robert Walser (a quien saqué modestamente del invernadero de las solapas y lo convertí, gracias a Doctor Pasavento, en un santo laico), de Georges Perec (uno de los autores que he decidido doblar, duplicar), de Fernando Pessoa (propongo que se multipliquen, como los peces, los heterónimos) y de Witold Gombrowicz, el noble polaco al que algún imbécil debería dejar de manosear”

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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