Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz, Juan Pablo Correa y Mercedes Güiraldes
Juan Carlos Gómez

La ciudad de Zakopane ejercía una atracción especial sobre Gombrowicz, tanta que en ella transcurre la acción de “Cosmos”, su última novela. En “Recuerdos de Polonia” cuenta cómo la gente vagaba en libertad por sus calles y no era aplastada por las funciones ni por las jerarquías. Hidalguillos, mafiosos, aristócratas, escaladores profesionales, escritores, industriales y comerciantes, estudiantes, toda esa diversidad de tipos se mezclaba en la calle. 

Cada uno andaba por su propio camino, a pesar de la facilidad aparente resultaba muy difícil pasar de un grupo a otro, a veces se producían situaciones diabólicas y trágicas cuando alguien lo intentaba. En una pensión distinguida, en la que se alojaba gente del mejor tono de la aristocracia, aterrizó un señor de apellido desconocido con unas maletas espléndidas y un traje sport deslumbrante. 

Mercedes Güiraldes

Juan Pablo Correa

El hombre se equivocó, confundió la pensión, pero como había una habitación disponible lo alojaron. Se presentó con entusiasmo manifestando vivos deseos de tomar parte en la conversación, pero la conversación no lo quería, a pesar de que todos intentaban ser amables con él. Era un mundo pequeño que tenía sus propios argumentos, sus parientes y un estilo propio de bromear y provocar.

La reacción normal hubiera sido el aburrimiento o la indiferencia, pero ese forastero quedó encantado precisamente por el hecho de que no comprendía nada. El deslumbramiento por el secreto ajeno es bastante conocido, el pobre hombre vivía con la esperanza de que, finalmente, sería aceptado por los pensionados, pero cuando empezó a inmiscuirse en los asuntos del grupo fue rechazado. 

Gombrowicz, en su condición de escritor y oveja negra de ese pequeño círculo de gente respetable, se le acercó amistosamente y lo azuzó contra los demás, hasta que la situación alcanzó límites de locura y el miserable perdió la cabeza. Lo convenció de que su ropa y sus maletas eran demasiado nuevas, y de que ésa era la razón por la que lo trataban con malevolencia, como si fuera un advenedizo. Pasaron toda una tarde revolcando su vestuario en la basura y raspando sus maletas con un cuchillo para que parecieran viejos. 

Este cuento referido a la diferencia de clases y al deseo de ascender en la escala social tiene alguna semejanza con una historia de dos ilustres gombrowiczidas: La Hierática y el Farsante Ambulatorio. La Hierática, editora de Emecé, tiene el mejor apellido del que yo dispongo en la actualidad, Belgrano Rawson no está nada mal pero no lo tengo disponible. 

Y el Farsante Ambulatorio se parece un poco a ese pensionista de Zakopane que deseaba ser aceptado por la aristocracia. Es editor de “Negra”, una revista que muestra en la presentación su carácter del pensionista de Zakopane.

“Negra, cuyo nombre leído al revés es Argen, es una metáfora de la búsqueda de la identidad de los argentinos. Argen es un apócope de Argentina y también es la representación de la plata. Por lo tanto, este nombre equilibra el brillo de la plata con el la oscuridad del color negro. El color negro es el de la elegancia y la sobriedad. Encierra también una representación simbólica que en cada persona adquiere un significado diferente. La fuerza del nombre indica desde el primer momento que es una revista para gente con personalidad”

En medio de uno de sus frecuentes ataques de surmenaje el Farsante Ambulatorio me propuso que le contestara un cuestionario con el propósito de publicar una nota en el ABC de España, que el cuestionario lo iba a preparar después de elaborar la presentación de Gombrowicz y la mía, que si prefería las preguntas todas juntas o de a una por vez; naturalmente le dije que no. 

Cuando estaba meditando reflexivamente en si esta negativa mía no tendría algo que ver con mi naturaleza conflictiva, recibí una copia de una carta del Alfajor dirigida al Farsante Ambulatorio, recién entonces me volvió el alma al cuerpo.

“¿Qué es esa huevada de que tenés que ‘presentar’ a Gombrowicz antes de escribir sobre él (o sobre él y Gómez)? (...)”

“Sea la nota para el ABC español o para la Negra Argenta, Gombrowicz se presenta solo. En cuanto a Gómez, creo que también es perfectamente capaz de presentarse solo, si te limitás a hacerle las preguntas correctas; es decir, cómo empezó todo y cómo siguió la cosa hasta llegar a lo que es hoy (...)”

“Si es que hay una frontera más bien indiscernible entre el trato obsequioso y la condescendencia (cosa de la que no estoy para nada seguro), me consta que Gómez desconoce apasionadamente la diferencia: una y otra le irritan por igual y de la misma manera. Ésa es una (sólo una) de las cosas que lo hacen una rara avis en este ambiente de pavoreales que compiten a toda hora por exhibir su plumaje y por hundir a sus colegas (...)” 

“Siguiendo con la metáfora ornitológica, hay una manera de mostrarle a Gómez con franqueza qué clase de pájaro sos: hacerle preguntas cuyas respuestas te importen (que las conteste o no es otro tema), pero me atrevo a asegurar que, como buen científico que es, como buen Konrad Lorenz de la fauna gombrowicziana, nada hay más irresistible para Gómez que una pregunta que revele hambre de conocimiento sobre el efecto del pájaro witoldo en el palomar de las letras –y aquel que necesite presentación previa para entender esas respuestas, que se vaya a cagar a los yuyos”

Hasta el momento de este epigrama ejemplar la única aventura que unía a los personajes de esta historia verdadera era un reportaje con fotos que el Farsante Ambulatorio le había hecho a la Hierática tentado por su apellido y que, finalmente, no publicó en la revista “Negra”, pero yo les di ocasión para que se pusieran nuevamente en contacto.

¿Cómo podía ser que ningún editor hispanohablante, tanto sea que pertenezca a la categoría de los asesinos seriales o de los rufianes melancólicos, me quisiera publicar “Gombrowicz, y todo lo demás”? Esta pregunta me venía a la cabeza muchas veces al día y el hecho de que el libro ya hubiese estado publicado en Polonia no me consolaba para nada.

Es inútil que yo mencione los elogios, la más de las veces inmerecidos, que le habían hecho al libro hombres de letras distinguidos. Llegó un momento en que me pareció oportuno utilizar estos elogios para conmover a la Hierática a ver si lo publicaba. El efecto que los elogios tuvieron sobre la Hierática fue nulo, es decir, no nulo pero sorprendente. 

Cuando le llevé “Gombrowicz, y todo lo demás” empezó a decirme cosas incomprensibles: –Sí, pero vos sabés que para el centenario “Planeta” va a publicar “Ferdydurke” y no sé si alcanzará el presupuesto y el tiempo; –Bueno, del presupuesto no sé, pero tiempo tienen de sobra; –Sí, vos decís, pero para este año tenemos también el centenario de Silvina y otros dos centenarios más, no vayás a creer; –¿Cómo para este año?; –Sí, para el 2003.

En ese momento recordé que la Hierática es muy despistada y sin ninguna esperanza la dije: –Escuchame una cosa, te lo expliqué de todas las maneras posibles, el centenario de Gombrowicz es en el 2004, el año que viene, ¿entendés?; –Ah, no, no puede ser, ¿vos estás seguro? 

No me sentí con ánimo de seguir, le pregunté si tenía hermanos y si de chica había sido tan despistada como lo era ahora, me dijo que cuatro y que, sí, que había sido. Le pregunté si los hermanos no la zurraban por tonta, me dijo que no porque era la mayor, le pregunté si nunca se habían puesto de acuerdo para darle una paliza, me dijo que no.

Sobre la Hierática debo manifestar que es una mujer bella, elegante, inteligente, que tiene conmigo una paciencia de santa pero que, sin embargo, algo empieza a fallarle en su línea argumental a la hora de decir que no. Cuando escribí esta historia verdadera en un gombrowiczidas al que di en llamar “El despiste”, algunas ideas me empezaron a pasar por la cabeza, tenía miedo de que la Hierática se ofendiera, pero en vez de ofenderse le dio por reírse a carcajadas.

Sin embargo, el Farsante Ambulatorio, que siempre me ha distinguido con su cortesía, le hizo llegar su solidaridad a la Hierática muy apenado por el contenido de mi gombrowiczidas. Sin saber a qué atenerme me dirigí al Alfajor, era él quien me lo había presentado. Le dije que no había palabra del Farsante Ambulatorio que, aunque cortés, no me hubiera parecido falsa, y que no entendía que instintos reprimidos se le habían despertado a ese homúnculo mal nacido.

El Alfajor, siempre anfibológico, me respondió adoptando una pose borgiana que no entendí del todo bien. Sólo saqué en limpio, o me pareció sacar en limpio, que se bancaba a las personas que leían y que no se bancaba a los pavos reales que no leían y que también formaban parte del club de gombrowiczidas. 

Me vi obligado a responderle que tenía más vueltas que una oreja y que no le había entendido nada de nada.

“(...) igual ésas son las cosas que me gustan de vos, Gómez: cuando demostrás que, además de inteligente, sos medio necio también, cosa que nos pasa a todos, incluyendo al Farsante Ambulatorio (...)”

No sabiendo a qué santo encomendarme, pues la ira me había subido a la cabeza, le abrí las puertas a mis tendencia tanáticas y me dispuse a mandarlos a la mierda, tanto al Farsante Ambulatorio como a quien me lo había presentado...

En ese momento me acordé de un cuento de Gombrowicz sobre la responsabilidad de la palabra y en cambio de mandarlos a la mierda me dispuse a escribir un gombrowiczidas.

En el año 1946 Gombrowicz publicó una revista subcultural a la que llamó Aurora, y en la que debutó con una costumbre que luego prolongó en los diarios de hacer anuncios publicitarios sobre perros. En uno de sus pasajes cuenta cuánto de peligrosa puede ser la responsabilidad por la palabra. El escritor Hipólito Alonso Pereiro estaba escribiendo a máquina la primera página de su novela en la que un mucamo le pregunta a la señora si había ordenado llamar el coche. 

Cuando Matilde le estaba diciendo que sí, pero que no había ningún apuro, en vez de pero, y por error, a Pereiro le salió perro. Un escritor con menos fuerza de carácter hubiera corregido el error, pero Pereiro era consciente de su misión y aceptó con responsabilidad la palabra que había escrito.

¡Perro, insolente perro! Y esta respuesta de Matilde obligó al pobre Pereiro a modificar la respuesta del mucamo: –Si yo soy un perro, entonces usted, señora, es una pera.

Este nuevo error que se le deslizó en el teclado de la máquina, pues en vez de perra escribió pera, lo obligó a cambiar otra vez : –Si yo soy un perro, entonces usted es una pera perra, una perra pera para mí, señora, porque sepa que a mí me gusta la bruta.

Quiso decir fruta pero ya era tarde: –¡Ah, soy bruta, que me muerda si yo soy bruta! Había querido decir muera: –¿Morderte? ¡Con pusto!; –¡Infame, sos coco!; –¡La Coca-cola es usted!; –¡Lococo!; –¡Co-coco, cocococo!

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Juan Carlos Gómez

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