Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz, Anders Bodegard y Peter Landelius
Juan Carlos Gómez

Las primeras imágenes que se me formaron sobre los suecos estaban relacionadas con el gran tamaño de las personas nacidas en Suecia, con la dinamita, con el premio Nobel y con casi nada más. Aún hoy, pasado el tiempo, a pesar de que la información y la cultura que fui adquiriendo con los años modificaron en parte esas primeras imágenes flotantes, sigo conservando más o menos las mismas nociones que desarrollé en mi juventud respecto a estos representantes de los pueblos nórdicos.

Quizás el premio Nobel sea el símbolo más sobresaliente de esta mezcla caprichosa que se me hizo tempranamente en la cabeza pues su presencia en el tiempo se renueva todos los años así como también se renuevan los elogios y los epigramas que tejen a su alrededor los hombres eminentes de todas las partes del mundo.

Los hombres de letras que no son coronados con los laureles de esta distinción tan insigne suelen hablar del premio en forma socarrona y despectiva.

Anders Bodegard y Juan Carlos Gómez

"Qué vergüenza para Estocolmo... primero da el premio a Gabriela ahora a Juan Ramón. Son mejores para inventar la dinamita que para dar premios" 

No sólo el Asiriobabilónico Metafísico se burla del premio, también lo hace el iconoclasta Gombrowicz.

"Me ha afectado el telegrama de Christian Bourgois a propósito del Premio Nobel que, desgraciadamente, se me ha escapado con sus setenta mil dólares. El año que viene se lo darán a un negro, después a un mulato, después a Günter Grass y después a mí, y entonces me compraré un Mercedes deportivo de dos puertas"

Gombrowicz no puede perder la oportunidad de mencionar a su archienemigo argentino en forma despreciativa, se refiere al premio Nobel de Literatura y al mismo tiempo al Asiriobabilónico Metafísico con cierto sarcasmo.

Borges no había participado del congreso del Pen Club que se celebró en Buenos Aires en el año 1961, pero no porque no lo hubiesen invitado como le había ocurrido a Gombrowicz, sino porque estaba de viaje. Se había subido a un avión con su madre y estaba viajando a Europa en busca del Premio Nobel.

"No es otra la razón por la que ese hombre de más de sesenta años y casi ciego, y su anciana madre, que cuenta ni más ni menos que con ochenta y siete años, decidieron volar en un avión de reacción. Madrid, París, Ginebra, Londres: conferencias, banquetes, fiestas, para despertar el interés de la prensa y para poner en marcha todos los mecanismos de la premiación. El resto, supongo, es cosa de Victoria Ocampo (‘he puesto más millones en la literatura que los que Bernard Shaw sacó de ella’)"

La oveja negra en esa mesa de ceremonias era Sastre, ese ilustre filósofo francés se comportaba de una manera extraña, era una verdadera excepción a la regla que obliga a los escritores que reciben el premio Nobel a hacer una reverencia pronunciada, la genuflexión característica con la que agradecen la distinción que reciben.

Sartre se había convertido para Gombrowicz en una obsesión más o menos permanente, pero el filósofo francés no registró su existencia, ni aún después de que Gombrowicz recibiera el premio "Formentor" en el año 1967; claro, no le daba importancia a estas distinciones, al punto que tres años antes, en 1964, había rechazado el Nobel de Literatura. Sartre y Gombrowicz fueron dos hombres apasionados que tomaron rumbos diferentes, pesaron mucho en ellos sus familias, las tradiciones y el lugar de nacimiento.

Mis contactos con los suecos han tenido un tono dispar, pero siempre negativo. En el año en que se publicó "Cartas a un amigo argentino" apareció por Buenos Aires el máximo especialista sueco en los asuntos de Gombrowicz.

El día que lo conocí enseguida me di cuenta que su figura no se correspondía en absoluto con las imágenes que me había formado en mi juventud sobre los habitantes de los pueblos nórdicos, era un sueco enano y cabezón.

Cuando Anders Bodegard empezó a hacerme reproches por la publicación de las cartas que me había escrito Gombrowicz sin la autorización de la Vaca Sagrada lo sermoneé severamente con mi índice acusador, como muy bien se puede apreciar en la foto que forma parte de este gombrowiczidas. 

La polémica que sostuve con ese enano cabezón se puso castaño oscuro y si no hubiese sido por la providencial intervención mediadora de la Madame du Plastique quién sabe lo que hubiera ocurrido.

Conocí también a otro sueco que no era especialista en Gombrowicz, pero sí era el máximo representante nórdico en los asuntos del Pterodáctilo. El Embajador de Polonia me pidió que invitara al Pterodáctilo a la hermosa mansión que tiene la embajada en Palermo Chico, quería rendirle un homenaje a toda orquesta a nuestro célebre escritor y tirar la casa por la ventana.

Es sabido que los embajadores viven especialmente de las apariencias, por esta razón el Camaleón decidió, una vez que Don Arnesto aceptó la invitación, organizar un almuerzo con una gran cantidad de embajadores para homenajear a nuestro insigne hombre de letras.

Yo sabía que el Pterodáctilo había desarrollado con el tiempo una gran habilidad para excusarse, me contaba que se atrevía a cualquier cosa, desde las enfermedades infecciosas hasta los yesos, que en una oportunidad, renovando las excusas con la misma persona, se había convertido en un hombre tronco. Me preparé para lo peor, dos días antes del almuerzo me avisó por teléfono que estaba orinando sangre y que no sabía si podía ir a la embajada. Finalmente, se apiadó de mí y a último momento me dijo que iba. 

Cuando llegó el Pterodáctilo a la Embajada de Polonia la gente se arremolinó, Don Arnesto me pidió que le tuviera un momento un ejemplar de la versión sueca de "Sobre héroes y tumbas" que le había dado el embajador de Suecia para que lo firmara, porque no quería aparecer en las fotos como aparecía siempre con libros y lapiceras. 

Esta posesión inocente del libro me puso en un verdadero peligro, el embajador sueco que tenía el tamaño de un oso, me lo arrancó de un zarpazo al tiempo que me decía que el libro era de él y que no sabía por qué razón yo lo tenía en mis manos. 

Me senté a la mesa del Camaleón y de las esposas de los embajadores de Turquía y Costa Rica. Cuando le pregunté a las señoras qué libro de Don Arnesto habían leído, me respondieron que ninguno, cuando le pregunté a qué habían venido entonces, me respondieron que a comer.

Esta arrogancia simpática de las señoras me dio ánimo para mudarme de mesa después de unas palabras confusas que el Camaleón pronunció a los postres. Me fui a la mesa del Pterodáctilo en la que también estaban Alicia Noworyta, la mujer del embajador de Polonia, y Peter Landelius, el embajador de Suecia.

El oso sueco era un gran conversador muy versado en asuntos hispanoamericanos, siendo él mismo escritor se refería con autoridad a los temas de la literatura. En el tiempo que traducía "Cien años de soledad" le dijo a García Márquez que su libro no le presentaba mayores dificultades para trasladarlo al sueco.. El autor latinoamericano se ofendió como si hubiese recibido una bofetada y le respondió en una larga nota que circuló por toda España en la que se refería a las múltiples complejidades y cruce de tramas de esa obra que el traductor ni siquiera sospechaba.

Después de pasearse con soltura por Cortázar y por otros escritores hispanohablantes insignes la conversación de Landelius recayó en el Pterodáctilo, y debajo de las mismísimas barbas de ese hombre de letras tan celebrado miró desde arriba la traducción de "Sobre héroes y tumbas".

Dijo que algunos escritores se preocupan pensando en las dificultades que para los traductores suponen esos traslados lingüísticos, que conocía personalmente a varias de sus víctimas las que no siempre entendían en qué consiste el problema. Había recibido larguísimas cartas de Sabato explicándole cosas que no necesitan explicación, y de otras que sí lo requerían no se daba cuenta. El escritor no necesariamente es la autoridad más apropiada para atender estos problemas.

Al referirse al Asiriobabilónico Metafísico manifestó que le habían negado el Nobel no por razones políticas sino porque al jurado le interesaban tan sólo algunos de sus primeros poemas, pero el resto no le interesaba.

Alicia Noworyta empezó a hablar de un libro sobre comidas especiales que estaba escribiendo y le pidió al Pterodáctilo que le hablara de alguna receta que supiera preparar. 

Don Arnesto le respondió con una sonrisa diplomática al tiempo que se preparaba para huir, me dio un golpecito en un brazo y me pidió que lo acompañara con la mayor premura a su casa de Santos Lugares.

De todo esto resultó que al año siguiente, cuando llevé a la Vaca a la casa del Pterodáctilo, se vino con una carta de la señora del Camaleón debajo del brazo en la que le pedía a Don Arnesto que le hiciera algún comentario sobre los ingredientes y la preparación de alguna comida que supiera hacer, que estaba escribiendo un libro de gastronomía para gente VIP, una solicitud que provocó una gran algarabía en el Pterodáctilo y en mí, mientras la Vaca permanecía en silencio.

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Juan Carlos Gómez

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