Augusto Roa Bastos y Ángel Rama:

aventuras intelectuales de un equipo rioplatense

Augusto Roa Bastos and Ángel Rama: intellectual adventures of a rioplatense team

Ensayo de Facundo Gómez

FFyL, Universidad de Buenos Aires - CONICET

gomezefacundo@gmail.com

Augusto Roa Bastos

Ángel Rama

Resumen

Hacia 1960 Augusto Roa Bastos y Ángel Rama inician una relación afectiva y profesional que se extiende por años y que permite pensarlos en conjunto como un equipo distinguible en el seno de las redes intelectuales latinoamericanas tendidas por la época. Sus biografías revelan varios puntos en común, como su inicial integración al área cultural rioplatense, la posterior proyección continental bajo el impulso de la “nueva novela” y la Revolución Cubana, y la larga experiencia del exilio. El estudio de un conjunto heterogéneo de documentos de su autoría (artículos periodísticos, ensayos literarios, ponencias, conferencias y cartas personales) demuestra la existencia de un fluido intercambio de ideas y una activa participación en conjunto en diferentes proyectos culturales. Se trata, en definitiva, de un itinerario intelectual atravesado por la afinidad estética e ideológica, el diálogo constante y una amistad longeva y consecuente.

Palabras claves: Roa Bastos, Ángel Rama, Literatura latinoamericana, Historia intelectual, Exilio.

Augusto Roa Bastos and Ángel Rama: intellectual adventures of a rioplatense team

Abstract

At 1960, Augusto Roa Bastos and Ángel Rama began a prolonged, close and professional relationship, which allows considering them as a distinguished academic team within the Latin American intellectual net of this period. Their biographies reveal several common issues, such as their early integration into the Río de la Plata cultural area, then a continental projection through the rising of the "new novel" and the Cuban Revolution and, finally, the long experience of exile. The study of a heterogeneous archive of both authors (including journal articles, literary essays, conferences and personal letters) demonstrates the presence of a profound exchange of ideas and a common participation in different cultural projects. Thus, they built together an intellectual itinerary characterized by an ideological and aesthetic affinity, a continuous dialogue and a long-standing and consistent friendship.

Keywords: Roa Bastos, Ángel Rama, Latin American Literature, Intellectual History, Exile.

Hacia 1960, en Buenos Aires, Augusto Roa Bastos es galardonado de nuevo por su libro Hijo de hombre. El año anterior, la editorial Losada lo había declarado ganador de su concurso de novela y ahora es la revista Life en español la que premia uno de sus capítulos en un célebre certamen de cuentos. Dos lectores atentos, uno desde la costa oriental del Río de la Plata y el otro allende la Cordillera de los Andes, destacan el aporte de Roa Bastos y se interesan notoriamente por él. El novelista José Donoso escribe una crónica sobre el concurso de Life en la revista Ercilla y decide titular “Un paraguayo en el destierro” a la sección donde delinea su perfil intelectual. Entre los fragmentos de una entrevista, el chileno traza un retrato del autor en el que destaca la humildad y autenticidad de un artista que vive alejado de su patria y que lucha por sobrevivir y trascender en la gran metrópolis porteña (1960). Con un acento menos biográfico, el crítico literario Ángel Rama publica en el célebre semanario montevideano Marcha un breve ensayo crítico sobre Hijo de hombre. Allí, presenta a Roa Bastos como “Hijo del Paraguay” y a su obra como la “novela del pueblo paraguayo” (1960). Los epítetos de ambos se asemejan y construyen una figura de autor sobre ciertas señas de identidad: el desterrado de una nación arrasada por las guerras civiles, la pobreza y la dependencia, excluida del más dinámico intercambio cultural entre las naciones sudamericanas; un escritor casi secreto, por fuera de las grandes luces de la elite cultural porteña; el narrador virtuoso volcado a la escritura y la adaptación de guiones para la gran industria cinematográfica argentina; el intelectual comprometido que denuncia a través de sus obras la explotación de un pueblo al que permanece fiel a pesar de los años y las distancias.

En su Autobiografía del boom, publicada en 1972, Donoso lo recuerda entre las personalidades de la escena literaria porteña que conoce hacia 1958 y más adelante lo incluye en el conjunto del “grueso del boom”, junto a una nómina arbitraria de apellidos relumbrantes (1972: 121). Se puede deducir que su encuentro con el paraguayo no es decisivo para su posterior trayectoria y que más bien lo considera un colega más de esa generación de medio siglo que renueva la narrativa latinoamericana. Diametralmente distinto es lo que ocurre con Ángel Rama. El crítico uruguayo inicia por esos años una extensa y proficua relación de camaradería con Roa Bastos. Desde las primeras cartas que intercambian hasta la última de ellas, el vínculo entre ambos se revela generoso en las coyunturas favorables y sólido en los trances aciagos. El respeto, la gratitud, la reciprocidad, la preocupación que se demuestran mutuamente exceden la dimensión privada del epistolario y moldean sus comportamientos también en el plano público: cada uno escribe sobre el otro, lo cita en sus trabajos, lo postula para cargos, gestiona para él reuniones o conferencias, lo incluye en emprendimientos colectivos, lo conecta con otros colegas e instituciones e incluso reflexiona más o menos explícitamente sobre sus ideas y reformula bajo su luz las suyas propias.

El equipo formado entre Roa y Rama presenta trazos reconocibles, objetivos comunes y posiciones compartidas en torno a la literatura, la sociedad y la cultura, lo que permite pensarlo como de uno de los nodos que funcionan en el seno de la gran red intelectual latinoamericana de las décadas de 1960 y 1970, estudiadas por especialistas como Claudia Gilman (2003), Eduardo Devés Valdés (2007) o Germán Albuquerque (2011), entre otros. La revisión de sus biografías comprueba hasta qué punto el escritor y el crítico se insertaron en el clima de época, marcado por la Revolución Cubana y la fascinación que el proceso despierta entre los intelectuales de izquierda de la época, muchos de los cuales asumen la defensa de la isla como parte del compromiso de cuño sartreano en boga por esos años. Ni Roa Bastos ni Ángel Rama quedan afuera del fenómeno y, aunque el paraguayo nunca viaja a Cuba en esos años, sí participa de la emblemática revista Casa de las Américas y defiende la revolución como un acto necesario para la liberación de los pueblos sometidos. Por su parte, Rama se involucra estrechamente con la política cultural cubana y vuela repetidas veces al Caribe, se integra al Comité de redacción de Casa y participa de campañas de propaganda en distintas partes del mundo. Otras tentativas surcan el subcontinente, además de las proclamas revolucionarias. Son años también marcados por la necesidad de modernizar las culturas nacionales y por el ascenso de lo que se llama “nueva novela latinoamericana” primero y que luego termina por ser vacuamente etiquetado como “boom” literario. La actividad de las empresas editoriales, que comprenden el surgimiento de nuevos públicos lectores, ávidos por consumir las obras de autores de la región, descubiertos y celebrados por diarios y revistas, alcanza un nivel de producción y circulación de libros inédita hasta entonces (De Diego, 2015). Rama y Roa se destacan en el proceso por sus aportes en la producción ensayística y literaria del período, uno como intérprete privilegiado del corpus que surge, el otro como el exponente paraguayo de las búsquedas estéticas que aparecen desde el medio siglo a lo largo del todo el subcontinente. Sus textos son leídos por el gran público, sus novelas y ensayos son estudiados por colegas y especialistas en la materia y sus colaboraciones circulan en las publicaciones más destacadas de la cultura latinoamericana del momento, lo que se puede comprobar tras la lectura detenida de sendas bibliografías sumarias[1].

Por último, una misma experiencia anuda sus biografías: la experiencia del exilio. En este punto, Roa Bastos aventaja a Rama en la lamentable cuenta del destierro: desde 1947, el novelista abandona Paraguay durante el gobierno de Higinio Morínigo a causa de su enfrentamiento con Natalicio González, hombre prominente del coloradismo. Se instala en Buenos Aires, donde desarrolla gran parte de su obra literaria. Su derrotero no concluye allí, ya que en 1976 deberá emprender otro exilio, esta vez en Francia, a donde se traslada para escapar de la represión genocida del último régimen militar argentino. Recién tras la muerte del dictador Alfredo Stroessner, Roa puede volver a Paraguay, donde finalmente fija su residencia hacia 1996, ya como un autor internacional, canónico y consagrado. Ángel Rama no tendrá la misma fortuna: en 1983 muere en un accidente aéreo en España, luego de más de una década fuera del Uruguay. Alejado del país por razones laborales (el dictado de cursos universitarios en Puerto Rico, México y Venezuela), desde 1973 su vuelta a la patria queda imposibilitada por la feroz persecución iniciada por el gobierno de facto de Juan María Bordarberry, que clausura el semanario de izquierda Marcha y encarcela a sus responsables (Rocca, 1992). Rama se instala en Caracas, donde continúa con su labor docente y su práctica crítica. Participa allí de la fundación de la Biblioteca Ayacucho, la editorial estatal que desde 1974 se dedica a publicar las obras clásicas de las letras y el pensamiento latinoamericanos, según un criterio integrador y militante que está, en gran medida, orientado por las reflexiones del uruguayo. Más tarde, a causa del enrarecimiento del campo intelectual venezolano respecto a ciertos exiliados sudamericanos, el crítico se instala en Estados Unidos y enseña literatura latinoamericana en diversas universidades. La estadía se acorta abruptamente cuando en 1982 el Servicio de Inmigración le niega la visa de residencia. Al año siguiente, abandona el país y viaja a París, becado por las universidades norteamericanas que bogaron contra su expulsión. La muerte lo alcanza en viaje hacia un congreso en Colombia.

Más allá de estos apuntes biográficos, una detenida exploración de archivo arroja más elementos que justifican la concepción de los dos escritores como un equipo intelectual, marcado en principio por las cuestiones propias del área cultural rioplatense (caracterizada por el predominio cultural de las ciudades de Buenos Aires y Montevideo), que luego proyecta su praxis en un ámbito internacional (al calor de la pasión latinoamericanista que insufla la Revolución Cubana y que motiva la nueva novela) y cuyas producciones e intervenciones se modifican y reformulan según los diversos sucesos políticos acaecidos en el subcontinente, el descubrimiento de nuevos corpus teóricos y literarios y la participación en proyectos de disímil sentido cultural y dirección ideológica. La inflexión específica que impele al estudio de las obras de Roa y Rama en conjunto es el simétrico impacto que sus obras ficcionales y ensayísticas tienen en la historia cultural latinoamericana de segunda mitad del siglo XX y la elaboración de una práctica intelectual en la que se puede reconocer las marcas del diálogo constante, las coincidencias estéticas e ideológicas y una colaboración activa y solidaria.

Compañeros y pares, colegas y amigos, el novelista y el crítico mantienen una longeva relación que es posible rastrear a través del estudio de artículos y demás documentos. Por lo tanto, en lo que sigue se propone reconstruir la historia de estos vínculos desde los tempranos tiempos en el Plata hasta los últimos del exilio, para identificar en qué medida se articularon sus ideas sobre la literatura y la cultura latinoamericana y hasta qué punto ambos actuaron en el seno de la red intelectual de la época de una forma coordinada y atenta a las necesidades del otro. Por supuesto, el recorrido no ambiciona registrar en sus últimos pormenores esta suerte de doble biografía intelectual, sino que se piensa como una primera iluminación respecto a momentos claves de su praxis y producción. Es necesario remarcar esto porque se procede al análisis de un acopio documental que, aunque es representativo y coherente, también se muestra heterogéneo e incompleto. Compuesto por artículos de crítica literaria, ensayos sobre cultura y sociedad, ponencias y conferencias dictadas alrededor del mundo, el corpus en cuestión incluye una parte sustancial del epistolario personal intercambiado por los dos desde 1960 hasta 1983 [2]. Pero como las cartas fueron recuperadas del Archivo Personal de Ángel Rama, solo se cuenta con las remitidas por el paraguayo y no con las firmadas por su colega. De ahí el carácter provisorio de algunas hipótesis y también el señalamiento de una tarea pendiente: compilar y organizar los papeles personales de Augusto Roa Bastos, un autor relevante para indagar ciertos aspectos cruciales de las redes intelectuales latinoamericanas de las décadas de 1960 y 1970 y, sobre todo, para entender cabalmente la constitución del campo cultural paraguayo de la segunda mitad del siglo XX, tal como lo demuestran las productivas investigaciones de la crítica argentina Carla Benisz (2017). La significación de la obra del novelista merece semejante esfuerzo.

A orillas del Plata: los trabajos y los días

Ángel Rama nunca se comporta frente a la obra de Roa Bastos como lo hace el periodista Bruno ante los prodigios musicales de Johnny Carter, el saxofonista prodigioso que protagoniza la novela corta “El perseguidor”, de Julio Cortázar. En la ficción del argentino, el artista produce un fenómeno estético sublime, que escapa a la comprensión del propio músico y que burla el entendimiento del experto, incapaz de explicar racionalmente la estructura y el sentido de las improvisaciones de su amigo y biografiado. En contraposición, desde el primer texto que le dedica a la obra del paraguayo, Ángel Rama opera como un intérprete capacitado que puede señalar los aspectos más importantes de la narrativa de Roa Bastos y resaltar su significación en el contexto de las letras rioplatenses. Es lo que se puede observar en el artículo “Un paraguayo mira al hombre” (1960), dedicado a la revisión de Hijo de hombre, la novela premiada por Losada, que llama la atención del por entonces director de las páginas literarias de Marcha. Cabe señalar que, en ese momento, Rama no es todavía el crítico de referencia de las letras latinoamericanas. Aunque ya mira con atención el proceso cubano y analiza con lucidez las obras de su país y de la Argentina, son todavía escasos sus trabajos sobre otras literaturas nacionales, por lo que cabe resaltar su interpretación sobre la novela de Roa como una de las tentativas más tempranas por comprender la narrativa emergente de los demás países del subcontinente. La lectura aquí se traza en clave rioplatense: Roa entra en su consideración porque es publicado y premiado en Buenos Aires; Rama lee el libro y lo celebra porque encuentra en su escritura operaciones e inflexiones afines a su propia sensibilidad literaria, atenta sobre todo a las innovaciones técnicas y la capacidad referencial de la obra. En pocos años, su perspectiva superará el ámbito del Cono Sur, se asumirá programáticamente latinoamericana e irá incorporando nuevas teorías y fundamentos.

El artículo de 1960 aborda la novela desde una perspectiva sociológica manifiesta, que piensa al autor como un testigo lúcido de la realidad social y a su texto como una representación artísticamente válida de los infortunios y esperanzas de las clases oprimidas. Rama observa el modo en que Roa Bastos logra expresar el desarrollo histórico del Paraguay a través de una serie de peripecias recurrentes (insurrecciones fallidas, penurias colectivas, vilezas oprobiosas, rebeldías obstinadas), unidas por dos elementos narrativos centrales: los personajes y el uso del tiempo. Estas operaciones le otorgan un sentido histórico totalizador a una novela que, de otra manera, podría ser leída como fragmentos inconexos de una vaga saga nacional. Según el crítico, el autor demuestra tanto un manejo sutil de los complejos recursos de la novela mundial contemporánea como un posicionamiento ideológico claro que se infiere de la obra sin necesidad de pronunciamientos didácticos y forzamiento narrativos. Por otra parte, la cuestión de la lengua es central para entender la composición de un texto que opta por el idioma español en desmedro del guaraní porque entiende al idioma europeo como portador de mayor universalidad y capital cultural, aunque se introduce en la prosa una entonación particular, salpicada con palabras y frases de la cultura oral paraguaya. En conclusión, Rama considera a Hijo de hombre como un exponente de la novelística rioplatense que actualiza sus lenguajes narrativos y asume de forma crítica la problemática del entorno social e histórico. Roa Bastos cumple así con el imperativo cultural de la modernización técnica y el ideal sartreano del compromiso intelectual: “Estéticamente, estamos en la operación de un realismo crítico, capaz de una dicción seca, tumultuosa y doliente por excepción, que elude el discurso explicativo dando la palabra a sus personajes” (1960: 23).

El artículo publicado en Marcha marca un hito en la relación entre el novelista y el crítico, tal como se puede comprobar en la primera carta remitida por Roa Bastos desde Buenos Aires a su entusiasta lector, en la que el paraguayo le agradece la positiva valoración de Hijo de hombre, entendida como un aval fundamental para evaluar los logros de su obra. Las expresiones de gratitud se articulan con el reconocimiento de la autoridad de Rama en tanto crítico literario, tal como se lee en la carta fechada el 14 de julio de 1960: “No es pequeño triunfo para mi libro haber merecido que el primer juicio de la crítica publicado por la prensa lo saludara de una manera consagratoria y que este espaldarazo le fuera impartido nada menos que por usted, a quien la faena literaria de nuestros días, en nuestros países, debe los más inteligentes y lúcidos trabajos de evaluación e interpretación” (Roa Bastos, 2010a: 74). La frase ilustra muy bien el tipo de relación escritor/crítico que se entabla entre ambos. En ella, Rama aparece como un hermeneuta calificado y probado de la obra del paraguayo, quien años después vuelve a referirse a su colega uruguayo como el “padrino literario de mi lanzamiento novelístico en el Cono Sur” (12 de marzo de 1962). A su vez, Roa se comporta como un creador que abre nuevos rumbos para la literatura latinoamericana y que, por eso mismo, impulsa en su compañero nuevas formas de pensar los problemas centrales de la narrativa regional contemporánea, aunque esta influencia se haga más perceptible recién en la década siguiente.

Los siguientes fragmentos del epistolario de ese año demuestran cómo esta temprana comunicación entre los dos intelectuales continúa desarrollándose a partir de las muestras de mutuo interés entre uno y otro. En agosto de ese año, Rama le solicita un ejemplar de El trueno entre las hojas (el primer libro de cuentos de Roa), lo consulta sobre el resto de sus obras literarias, le manda un recorte con otra reseña de Hijo de hombre aparecida en un diario montevideano y le pide una colaboración para Marcha. El paraguayo responde con nuevos agradecimientos, una detenida enumeración de sus textos publicados e inéditos y la referencia a una novela inconclusa que él considera mejor que la premiada por Losada. Pero lo más relevante es que se inicia en esta carta un extenso diálogo entre los dos en torno al sostenimiento económico de Roa Bastos y la imposibilidad de su dedicación exclusiva a la creación literaria. Según se infiere, Rama se expresa preocupado ante el riesgo de que el trabajo del novelista impida la maduración de su prometedor proyecto creativo, tal como lo enuncia el propio Roa: “Tomasito [por Tomás Eloy Martínez, un amigo en común] me transmitió sus fraternales temores de que el estibar libretos para cine concluya por absorberme e inutilizarme como escritor a secas. Creo que estoy prevenido sin embargo, aunque el riesgo es muy sutil y traicionero” (24 de agosto de 1960). El tópico de los apuros económicos de Roa atraviesa el diálogo entre los dos desde entonces.

Otras cartas revelan los esfuerzos que tanto uno como otro realizan para aprovechar las visitas del compañero a su respectivo lugar de residencia y organizar a su alrededor una serie de actividades culturales, concebidas para mostrar sus trabajos ante los pares intelectuales del otro lado del río. En Montevideo, por ejemplo, Rama gestiona el dictado de dos conferencias para Roa, quien propone dos temas tentativos: “La literatura de imaginación en Paraguay” y “Literatura y cine”, según se lee en carta del 18 de octubre de 1960. Un mes después, el novelista manifiesta su descontento frente a su actuación en las charlas y espera poder rectificar algún día la imagen que él piensa que dejó como conferencista en Uruguay (28 de noviembre de 1960). Por su parte, Roa Bastos también se pone en campaña cuando se entera de que su colega viaja a Buenos Aires. Tal como se lee en carta del 21 de marzo de 1961, el paraguayo le propone el dictado de charlas en la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), menciona la posibilidad de conseguir financiamiento de la Dirección de Cultura de Córdoba para exponer en esa ciudad argentina y agrega que revistas como El Grillo de papel, la publicación literaria dirigida por Abelardo Castillo, e instituciones culturales como la Asociación Hebraica podrían interesarse en invitarlo como expositor en alguno de sus ciclos. Es evidente que las redes labradas son múltiples, horizontales y que incluyen interlocutores y públicos de lo más heterodoxo. Sin embargo, el clima político de la Argentina de principios de la década de 1960 dista de ser apacible y el campo intelectual tampoco es tan democrático como el credo liberal de sus élites lo manifiesta. Una de las tratativas que gestiona Roa Bastos cae por razones políticas. Las conferencias planificadas para que Rama dicte en la Biblioteca Nacional son canceladas ante la negativa de su director, Jorge Luis Borges. El paraguayo escribe que explicará a su compañero las razones personalmente, pero adelanta que se trata de un caso de censura por el apoyo del crítico literario al proceso cubano, una acusación que también pesa sobre él mismo y otros muchos intelectuales residentes en Argentina y que basta para ser marginado de las esferas de la cultura oficial. Su descripción de la atmósfera de sospecha e intolerancia que invade Buenos Aires es elocuente: “Esta es una ciudad ocupada, entre otras cosas desagradables, por la historia del macartismo criollo que tiene sus Index y sus ficheros de lo más abominables y absurdos, por no decir estúpidos. ‘Marcha’ y sus colaboradores, natural y felizmente figuran en ellos, lo que desde luego es un honor” (Roa Bastos, 8 de abril de 1961).

Prontamente, y luego de haberse enterado de los pormenores del suceso, Ángel Rama (1961) comenta el episodio en un artículo del semanario montevideano, siempre atento a la situación política de la vecina ciudad porteña. El recuerdo de la censura firmada por Borges lo acompaña durante años, al punto que todavía la rememora cuando escribe sobre el intelectual argentino y sus posicionamientos políticos en un periódico de Caracas, hacia fines de la década de 1970 (25 de junio de 1978). Con esta carta, Roa Bastos da los primeros indicios acerca de su interés por participar en las campañas de difusión y propaganda que a lo largo del subcontinente se organizan en defensa de la Revolución Cubana y sus políticas culturales, que reclaman la solidaridad de los intelectuales en lucha contra la opresión del imperialismo norteamericano y sus esbirros nacionales. Cuando Rama se sume al consejo de redacción de Casa de las Américas, Roa Bastos establecerá un contacto más fluido con los intelectuales cubanos, apoyado en la intersección de su amigo uruguayo, al cual apelará cuando necesite información de primera mano sobre los debates cubanos (17 de marzo de 1967). Sobre todo, cuando, a partir del escándalo desatado alrededor de la revista Mundo Nuevo, acusada por Casa y Marcha de estar financiado por la CIA, la familia intelectual latinoamericana empiece a demostrar signos de malestar y descomposición (Mudrovcic, 1997; Gilman, 2003).

Gran parte de lo enunciado hasta aquí sobre la figura del escritor y el crítico, las redes intelectuales que se tienden entre ambos, la preocupación de Rama por las posibilidades de Roa Bastos para dedicarse con mayor comodidad a la producción ficcional, la colaboración y el respeto mutuo demostrado y la defensa del proceso cubano manifestada por los dos, puede leerse condensado en una pieza clave del epistolario. Se trata de la carta que Augusto Roa Bastos escribe el 23 de julio de 1965. En ella, la insistencia de Rama para que el paraguayo abandone toda labor temporaria y ajena a la literaria es refutada de modo determinante: “Sos un riquísimo tipo, mi viejo, para pensar que lo hago por gusto o para escapar el bulto a alguna especie de alergia grafológica. No lo hago por puro caprichito de niño malcriado, sino porque no tengo mucho para elegir; los chicos me piden pan y no puedo darle solo los agujeros del queso”. El novelista ahonda en el desgarramiento que le produce vivir en una situación económica apremiante (que lo obliga a aceptar diferentes trabajos, como el de docente, que por ese entonces ejerce) y, a la vez, ser un escritor ya ampliamente reconocido en el plano internacional. Hacia 1965, las editoriales de América Latina, Estados Unidos y Europa lo traducen y le demandan nuevos textos. La enumeración de empresas y agentes interesados en él es amplia e incluye a Losada, la editorial inglesa Gollansz, la prestigiosa Gallimard, la neoyorquina Knopp y la Editora Civilizado Brasileira, entre otras. Es sugerente que esta tensión en la que vive Roa Bastos en Buenos Aires y que parece no ser comprendida por Rama en ese momento es análoga a la alienación laboral que el mismo uruguayo experimentará años después y que lo empujará a renunciar a la dirección de las páginas literarias de Marcha, primero, y luego a sus diversas tareas montevideanas en favor de una mayor especialización académica en universidades del exterior.

Por supuesto, ni Roa ni Rama devienen nunca escritores ni críticos puros, alejados del trajín cotidiano de la vida política y cultural de sus naciones. Pero sí es evidente que luego de esta primera etapa de múltiples tareas en el contexto rioplatense, cada uno de ellos encuentra la manera de entregarse con mayor dedicación a la escritura de textos ficcionales y ensayísticos. Sus grandes realizaciones de la década posterior, analizadas más adelante, son muestras de estas nuevas inflexiones de sus biografías intelectuales.

Finalmente, la carta arroja luz sobre un tema adicional: el fortalecimiento de las redes intelectuales latinoamericanas y la proyección de ambos en su seno. Roa le pide a Rama información sobre la publicación de un ensayo suyo acerca de Paraguay en la revista Casa de las Américas y le agradece a su amigo que le haya enviado desde La Habana la primera edición cubana de su novela Hijo de hombre. El destino del libro grafica el movimiento de su autor y de su crítico desde un área cultural restringida, la rioplatense, a una más compleja y abarcadora: América Latina y uno de sus centros nodales, La Habana. Sin embargo, ni la isla caribeña es el único punto de reunión de los intelectuales del subcontinente ni Casa de las Américas es la única institución que pretende agenciar su cooperación. Uno de los últimos eventos donde se postula colectivamente un proyecto latinoamericano de integración regional, de carácter amplio y diverso, es el Coloquio del Colombianum, celebrado en Génova en 1965. Roa y Rama participan en él en la misma mesa, con ponencias que comparten varias ideas e hipótesis. Tanto los trabajos que ambos publican en Casa como las exposiciones que presentan en el encuentro italiano grafican el modo en que ambos intervienen en los debates centrales de la red intelectual latinoamericana de la década de 1960.

La Habana, Génova: dos conosureños en el centro de la escena

1964 es un año significativo para la trayectoria de Ángel Rama. Director literario de Marcha y miembro del consejo de redacción de Casa de las Américas, el crítico organiza dos célebres antologías literarias, con los textos de los mayores exponentes de la renovación narrativa en curso. La aparecida en la revista cubana funciona, además, como una muestra de solidaridad y compromiso de los principales escritores latinoamericanos con la revolución y es antecedida por un ensayo clave de Rama, “Diez problemas para el novelista latinoamericano” (2008a), que lo coloca como uno de los intérpretes privilegiados del fenómeno. Roa Bastos participa en la compilación de Marcha con el cuento “La rebelión”, luego incluido en El baldío. También lo hace en Casa, pero no en el volumen 26 sobre la nueva novela, sino un año más tarde. El texto versa sobre la situación política y cultural de su país natal. La consulta que figura en la carta del 23 de julio de 1965 es sobre la demora en la publicación de este mismo ensayo, titulado “Paraguay ante la necesidad de su segunda independencia”. La lectura en conjunto de los artículos exhibe la manera en que los dos amigos rioplatenses se presentan en una de las revistas emblemáticas de la época.

Tal como el propio Rama lo señala, su trabajo sobre la novelística latinoamericana a mediados de la década de 1960 se basa en unas conferencias que había dictado hacia 1962 en La Habana (1981: 11). De los diez problemas mentados en el título, los últimos cuatro están concebidos a la medida del proceso cultural cubano y buscan prevenir tempranamente ciertos problemas comunes a los procesos revolucionarios socialistas y sus sabidas tensiones respecto a la dirección de la cultura y la libertad de expresión. Los anteriores caracterizan la conflictiva coyuntura y los numerosos desafíos que debe enfrentar el novelista latinoamericano. La primera cuestión es la referida a las bases materiales de la cultura; lo que empuja a Rama a revisar, en una operación clásica de ciertos ensayos marxistas, la situación socio-económica de los escritores. Más original resulta el segundo problema, la superposición histórica de dos tipos de proyectos creativos, llevados adelante por dos élites culturales simultáneas pero enfrentadas: una es cosmopolita, mira hacia el exterior y empuja a los narradores a ponerse al día con la contemporaneidad metropolitana; la otra es nacional, está ligada a la realidad local y tiende a preservar la tradición, incluso hasta el conservadurismo cultural. La literatura latinoamericana nace al seno de esta intersección y se nutre de ella para formar sus mejores textos literarios (Rama, 2008a: 54). La tercera problemática es la del público y la ausencia de circuitos de comunicación eficaces entre el autor y el lector, a lo que se suman las altas tasas de analfabetismo de la región y la reducción de los ámbitos letrados a pequeños cogollos tradicionales. El siguiente problema es el de las literaturas nacionales, frente a los cuales Rama asume una posición radical: niega su existencia concreta y opta por plantear un sistema literario continental, cuyas bases reales encuentra en las denominadas “comarcas” culturales (Id.: 61). El sexto punto reflexiona sobre los maestros literarios. El crítico vuelve a expresarse aquí de un modo categórico: la literatura latinoamericana carece de grandes referentes y la tradición no brinda modelos enaltecedores, por lo que el novelista contemporáneo debe apropiarse de las innovaciones técnicas de los creadores metropolitanos y adecuarlas al contexto propio.

Hasta aquí se obvió el tercer eje de indagación del ensayo, el problema de la lengua, porque su argumentación fija un momento distinguible de la trayectoria de Rama. En el texto, el uruguayo entroniza el español como la lengua del subcontinente, desestimando otras de origen europeo y omitiendo los idiomas originarios y africanos, en un notable recorte y empobrecimiento de la complejidad cultural del subcontinente (Id.: 68). Años más tarde revisa estos postulados y los reformula radicalmente. Sin embargo, lo que resulta interesante de este momento de su enunciación es que la defensa del español queda relativizada en parte cuando considera los conflictos lingüísticos presentes en la narrativa de José María Arguedas y Augusto Roa Bastos. Rama expresa sobre su compañero paraguayo: “Conozco, por referencia directa, los problemas que tuvo Augusto Roa Bastos para encontrar una equivalencia idiomática española que pudiera traducir su vivencia íntima que se hacía en lengua guaraní. Tanto en sus cuentos, como sobre todo en Hijo de Hombre apeló todavía al viejo sistema de alternar una lengua con otra, de salpicar un texto español con palabras guaraníes, tratando de que se injertaran en un fluir narrativo” (Id.: 76). Aunque no avanza en esa dirección y se restringe a identificar allí apenas una tensión productiva e insuficientemente inexplorada, el señalamiento implica que mucho antes de enunciar sus ideas sobre la transculturación narrativa (2007), Rama encuentra en la obra de ambos escritores un nudo problemático que seguirá indagando hasta poder formular sobre él una teoría de los procedimientos narrativos concebidos en la intersección conflictiva de las lenguas y la cultura.

El uruguayo abandona en su texto todo anclaje local y se explaya sobre un corpus extenso de obras literarias y referencias teóricas que construyen su figura intelectual como la de un experto latinoamericanista. En contraposición, Augusto Roa Bastos desarrolla para Casa un análisis pormenorizado de la realidad paraguaya que ratifica, a los ojos de los pares y del público lector, su configuración como un conspicuo representante de la cultura nacional, desgarrada por el atraso económico, el autoritarismo político y el fenómeno del exilio. Tal como se leía en los iniciales artículos de Rama y de Donoso, Roa Bastos sigue siendo quien mejor encarna, en el contexto intelectual latinoamericano, el rol del escritor paraguayo comprometido. El título del artículo, que recurre al tópico de la segunda independencia americana, es el inicio de una operación textual que busca integrar al país mediterráneo en el proceso de emancipación política impulsado por el proceso cubano. Para eso, el autor recupera las insurrecciones contra la colonia española que protagonizan los paraguayos antes de las guerras de independencia para resaltar el ánimo combativo de un pueblo que desde sus orígenes participó de los movimientos de revuelta contra el opresor. Luego, la argumentación examina la más reciente bibliografía especializada sobre su nación para refutar algunos juicios de investigadores extranjeros, como Julian Steward y Elman Service, quienes perpetúan la idea del país como un enigma indescifrable, una anomalía histórica sin explicación racional posible (Roa Bastos, 1965: 15). Frente a ellos, el novelista identifica episodios históricos, procesos sociales y conflictos culturales que determinan la peculiaridad paraguaya. Entre ellos, profundiza en el particular mestizaje de los tiempos de la colonia, las repercusiones de la diglosia entre el español (Id.: 16) y el guaraní en el comportamiento social y la creación estética (Id.: 17) y las consecuencias devastadoras de la Guerra Guasú, que transforma a la nación independiente en una semi-colonia (Id.: 19), exterminando a gran parte de la población e instaurando una atmósfera de fatídica alienación que persigue a los paraguayos hasta la época contemporánea. El texto finaliza con una nueva remisión al contexto latinoamericano y una expresión de entusiasmo histórico: Cuba marca el único camino posible ante el apetito voraz del imperialismo norteamericano, que ha demostrado su ánimo beligerante con la reciente ocupación de Santo Domingo. América Latina toda camina hacia una batalla que se percibe definitiva y que exige una plena conciencia regional: “La Revolución americana es indivisible como esencia y expresión de este destino solidario puesto a prueba en la suerte de cada uno de sus miembros” (Id.: 26).

La prosa del ensayo es elaborada y presenta un evidente trabajo formal que sugiere que Roa Bastos expone sus hipótesis sobre la realidad del país como un miembro destacado de la comunidad paraguaya (lo que explica su conocimiento íntimo del tema y el compromiso que asume con el devenir histórico de su patria), pero también como un novelista experimentado, que maneja con eficacia los recursos textuales necesarios para ilustrar una imagen justa y compleja del Paraguay. En este sentido, su aporte a la revista Casa es realizado a partir de su renombre como narrador y forma parte de la estrategia cubana de reunir bajo su órbita una porción mayoritaria de la red intelectual vinculada a la nueva novela. Si el carácter de la participación de Roa en tanto narrador no se transparenta en la mera lectura de su ensayo, es más evidente si se recorta una frase clave de su trabajo, situada luego de la introducción. Allí, el autor se pregunta: “¿Cuál es la verdad de este pueblo que durante siglos ha oscilado sin descanso —como lo tengo escrito en otra parte— entre la rebeldía y la opresión, entre el oprobio de sus escarnecedores y la profecía de sus mártires?” (Id. : 14). La referencia velada a medias es a Hijo de hombre. En este ensayo, publicado en la revista cultural latinoamericana clave del momento, incluido en el más eficaz instrumento de propaganda de la Revolución Cubana, Roa Bastos glosa la oración final de la novela que lo proyectó como escritor de ficciones hace apenas unos años, en el Río de la Plata, cuando había sido favorablemente reseñado por su compañero de aventuras, Ángel Rama.

Lejos de allí, en la ciudad italiana de Génova, los dos intelectuales se vuelven a cruzar. En enero de 1965 se celebra el “Coloquio para la fundación de la revista ‘América Latina’”, uno de los encuentros más importantes en la serie de reuniones de escritores y artistas que proliferan en la década (Gilman, 2003: 101). La concurrencia es multitudinaria y variada: participan tanto narradores y poetas (Asturias, Guimaraes Rosa, Rulfo, Arguedas, Paz, Elvio Romero, Céspedes, Sábato, Alberti), como ensayistas y críticos (Braudel, Caillois, Freyre, Carrión, Gutiérrez Girardot, Candido, Salazar Bondy, José Luis Romero, Anderson Imbert), en un amplio abanico de nacionalidades e ideologías. Como es habitual, el coloquio se organiza en mesas de trabajo temáticas. La tercera es denominada “La cultura y el arte latinoamericanos en la comunidad mundial” y allí exponen sus trabajos Ángel Rama y Augusto Roa Bastos. La lectura de sus ponencias manifiesta, tal vez mejor que cualquiera de los otros documentos analizados hasta ahora, la confluencia de ideas, fuentes teóricas e hipótesis de interpretación sobre la historia y las letras de América Latina compartidas entre ambos.

El crítico uruguayo titula su disertación “Sentido y estructura de una aportación literaria original por una comarca del tercer mundo: Latinoamérica” (1979) y fundamenta en ella la existencia de una identidad latinoamericana basada en tres afirmaciones, elevadas a axiomas: la unidad atravesada por la diversidad, la originalidad registrada en una modulación cultural común y la literatura entendida como sistema (Id.: 5). Ninguno de los tres enunciados es fundamentado con argumentos o con citas, aunque se puede reponer tras ellos las reflexiones de “Diez problemas...” sobre la comarca y sobre la noción sistémica de la literatura tomada de Antonio Candido (básicamente, un diseño triádico en el que autor, lector y mecanismo de comunicación confluyen a lo largo del tiempo y crean una tradición determinada). Además, en el texto vuelve a aparecer el esquema bipolar de las tendencias cosmopolitas o regionales, que en el otro ensayo son pensadas como élites culturales y que aquí son concebidas como meras “culturas”. Lo curioso es que, en esta intervención, Rama pondera el polo cosmopolita como el único capaz de desarrollar una cultura de calidad para América Latina. A diferencia de las obras de cuño tradicional, que se hallan ancladas a un irreversible conservadurismo, sobre los textos de los escritores de las grandes ciudades, Rama afirma: “Por su complejidad estructural y su permanente innovación se emparejan con los productos europeos, aunque todavía a la zaga de aquéllos, pero desde muy cerca” (Id.: 8). En esta especie de competencia deportiva con Europa, son desestimados los aportes de las comunidades originarias y africanas debido a su fatal desaparición, dictaminada por el desarrollo de la civilización burguesa. Sus elementos culturales más significativos carecen de autonomía y solo perviven en las obras de una cultura denominada “europea americana, u occidental o atlántica, como se quiera” (Id.: 8). De los tres axiomas iniciales, el de la originalidad americana es el que abre una problematización más crítica del término. Aunque sin despegarse de su prédica modernizadora, Rama afirma que el camino hacia la autonomía cultural del continente no puede imitar ni el modelo europeo ni el estadounidense: la ubicación de América Latina entre los países del Tercer Mundo y su carácter colonizado aún hacia mitad del siglo XX se traducen en el fracaso de cualquier modelo civilizador de corte mimético. No obstante, la misma historia del continente, inserta desde su nacimiento en el devenir de lo universal, ha creado las condiciones para una nueva coyuntura revolucionaria, producida tanto por la crisis económica de los distintos gobiernos de la región como por el desarrollo de una conciencia anti-imperialista en la praxis de los intelectuales (Id.: 12). En ese panorama actual, Rama ubica la originalidad del continente en una recurrente operación cultural de los letrados latinoamericanos: la exploración crítica en el acervo de la civilización europea, la selección de elementos significativos y su torsión estratégica en función de un proceso emancipatorio en permanente despliegue histórico (Id.: 14).

La lectura de la ponencia de Augusto Roa Bastos lo configura desde una perspectiva distinta a la exhibida en el ensayo publicado en Casa. Aquí habla como un experto en la historia de la literatura latinoamericana, que maneja diferentes fuentes teóricas y revisa lugares comunes de la crítica literaria sobre las letras del subcontinente; por ejemplo, la idea de que su novelística está fuertemente determinada por la geografía. El paraguayo traza la genealogía de este punto, que se inicia con una insostenible hipótesis del español Pedro Grases y luego continúa con los debates que, del otro lado del Atlántico, plantean referentes de la crítica como Enrique Anderson Imbert, Arturo Torres Rioseco y José Portuondo. De cierta manera, Roa Bastos fija así un posicionamiento contrario al que, años después, mantendrán algunos de los escritores del “boom”, como Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, cuando señalen que, hasta la renovación narrativa de mediados del siglo XX, la novela latinoamericana se interesó más por la geografía y la política que por la auténtica creación literaria.

Ahora bien, frente a esta hipótesis deficiente, el único anclaje teórico ponderado como válido es aquel que considera a la narrativa en íntima articulación con su entorno: “Por ello, una correcta interpretación de nuestra literatura narrativa como expresión de la realidad americana, sólo puede ser formulada desde el ángulo histórico social” (Id.: 6). Con esta demarcación de corte sociológico, Roa Bastos recupera tres principales aportes de esta orientación de la crítica literaria latinoamericana. El primero es el de Antonio Candido y la noción de sistema literario, que también aparecía en el trabajo de su colega uruguayo. El segundo es, precisamente, el que ofrecen las reflexiones de Ángel Rama sobre el sentido de pensar a una literatura en términos sistémicos: identificar en ella un mismo “afán de futuro”, construido a partir de las necesidades precisas que la sociedad de origen demanda. El tercer aporte es la observación de José Carlos Mariátegui acerca de la inserción de la ficción en la historia y la visión de la novela como instrumento de exploración de la realidad y como conciencia de los cambios históricos. Como se comprueba, la argumentación abreva en los mismos vocabularios teóricos utilizados por Rama y se vuelca por una analógica visión sociológica de la literatura.

Desde estas premisas, Roa Bastos analiza la identidad y la actualidad de la narrativa latinoamericana. Respecto al primer tema, el novelista explica que su primer rasgo diferencial es la búsqueda incesante de la autonomía, un anhelo cuyo comienzo data en la lucha contra la dominación colonial española y continúa con el consiguiente rechazo de su tutela cultural. Roa discute las ambiciones del hispanismo de subsumir la literatura americana a la peninsular, utilizando el criterio idiomático como excusa para someter la diversidad de las naciones ultramarinas en un único linaje, que se comprueba cierto, pero no determinante (Id.: 9). Desde la independencia, las letras latinoamericanas se definen por asumir su lugar en la historia y exceder el mero ejercicio estético, para comportarse como una herramienta más de la afirmación identitaria.

En este sentido, afirma Roa: “Y no se puede olvidar que, precisamente, esta voluntad de autonomía ha sido el mayor y constante estímulo en el proceso de formación de la literatura americana en estrecha correspondencia con el proceso de la vida social y política” (Id.: 10). Esta idea sobre la centralidad del impulso inicial de emancipación cultural en la conformación de la literatura de América Latina no aparece tan nítidamente señalada en la ponencia de Rama. Y, sin embargo, enunciados similares acerca del anhelo de autonomía atraviesan los párrafos iniciales de uno de los libros capitales del crítico uruguayo, Transculturación narrativa en América Latina (2007). Allí se lee: “El esfuerzo de independencia [latinoamericana] ha sido tan tenaz que consiguió desarrollar, en un continente cuya marca cultural más profunda y perdurable lo religa estrechamente a España y Portugal, una literatura cuya autonomía respecto a las peninsulares es flagrante” (Id.: 16). Es inevitable sentir en estas palabras el eco de los debates en la tercera mesa del Coloquio de Génova, en la que Rama fundamenta la originalidad de la identidad latinoamericana y Roa Bastos caracteriza su tentativa autonomista constitutiva.

Algo similar ocurre cuando el paraguayo examina el desarrollo de la narrativa producida en el subcontinente. Luego de historizar sus diferentes períodos, a través de los cuales la literatura pasa de una descripción externa del entorno físico y social en lucha contra los elementos naturales a una interpretación más íntima y sutil de los conflictos de los hombres en la historia, Roa Bastos destaca que los escritores contemporáneos han tomado nota de la lección del modernismo finisecular y que, por lo tanto, entienden la necesidad de construir un arte estéticamente válido a partir de las innovaciones técnicas y filosóficas más adelantadas de la época. Esto supone la superación definitiva de cierta noción de la literatura como documento de denuncia y su nueva conceptualización como herramienta privilegiada de introspección y realización de anhelos colectivos. Sentencia Roa: “Bajo el signo de una conciencia crítica y artística muy aguda, se empeñan en ahondar los valores de su singularidad y hacerlos trascender a una dimensión más universal: en lograr, en suma, una imagen del individuo y de la sociedad, lo más completa y comprometida posible con la totalidad de la experiencia vital y espiritual del hombre de nuestro tiempo” (1979: 20). En esta nueva búsqueda, los narradores contemporáneos se abren a una multiplicidad de modelos literarios, entre los que se menciona a los escritores internacionales de “vanguardia” (Dostoievsky, Proust, Joyce, Kafka, Musil,), los representantes del “realismo crítico” (de Balzac a Thomas Mann, a los que se suma la veta rusa: Tólstoi, Gorki) y los narradores norteamericanos (Faulkner, Hemingway, Fitzgerald) e italianos (Pavese, Moravia, Pasolini, Calvino). Como se evidencia, hay un énfasis marcado sobre el afán de modernización técnica de inspiración cosmopolita. Roa Bastos no plantea que los caminos de los escritores más recientes recojan el legado de los maestros latinoamericanos o dialoguen con los acervos culturales de las comunidades interiores del subcontinente, sino que sigan las pautas del compromiso con la sociedad y la experimentación con el lenguaje. El dictamen es el mismo que el expresado por Rama en su ponencia: dada la autonomía cultural, el camino para la literatura actual es la apropiación de recursos estéticos universales. Si bien es posible que el público internacional del encuentro de Génova haya condicionado los contenidos de ambas exposiciones, lo cierto es que, en el ascenso de los dos intelectuales como representantes de la renovación narrativa y crítica de las letras latinoamericanas, la exigencia modernizadora es una cifra tan relevante como la prédica anti-imperialista. Y ambos intervienen a nivel continental con un discurso ensayístico y una entonación programática idénticamente fraguada en los mismos imperativos.

El largo exilio: realizaciones mayúsculas y adioses inesperados

Alejado desde hace décadas del Paraguay, Augusto Roa Bastos publica en 1974, en la ciudad de Buenos Aires, su novela Yo el Supremo. Por ese entonces, Ángel Rama se encuentra instalado en Caracas, ya que la persecución del gobierno de facto, surgido el año anterior en Uruguay, le impide la vuelta al hogar. En la capital de Venezuela, el crítico escribe un ensayo sobre la novela de su compañero que demuestra el nivel de admiración que la obra le provoca. Siempre medido en los elogios, Rama parece fascinado con Yo el Supremo, al que describe en los siguientes términos: “Un monumento narrativo. Una de esas invenciones fuera de la serie consabida de la novela a que estamos habituados, suerte de monstruo o animal mitológico de los que algunas —pocas— veces irrumpen en la literatura latinoamericana, la desbordan con su excepcionalidad algo aberrante y al tiempo dan la medida de sus potencialidades” (2008b: 413). Su ensayo analiza de forma minuciosa el texto y articula una interpretación general que se vuelca a pensar la novela como una compleja y original operación estética e ideológica, que interviene en debates superpuestos y con interlocutores varios. Principalmente, a través de Yo el Supremo, Roa entabla una discusión con cierta narrativa contemporánea que renuncia al diálogo con las fuentes vivas del pueblo y recupera para el intelectual latinoamericano un rol activo en la sociedad y la historia, como intérprete de las singularidades culturales y como orientador privilegiado en la búsqueda de cambios estructurales. Este movimiento habilita a trazar una analogía esclarecedora entre la praxis del Doctor Francia, el protagonista de la novela y el padre fundador del Paraguay independiente, y el propio Augusto Roa Bastos como autor, según lo indica Rama: “Es el caso de Yo El Supremo, donde el combate moderno del escritor dentro de la literatura es equivalente al combate antiguo del dirigente dentro de la sociedad” (Id. : 414).

Los postulados del crítico uruguayo adquieren mayor significación si se contempla que, por esos años, su balance sobre el “boom” literario y la posterior obra de sus principales referentes es negativo, en tanto opina que el mercado terminó por marcar las pautas de la creación literaria, en detrimento del rigor estético y la conciencia crítica intelectual (Rama, 1972). En este panorama, la irrupción de Yo el Supremo le devuelve al uruguayo la confianza en las posibilidades de la literatura como una praxis transformadora. Y aún más: la complejidad de la novela de Roa Bastos lo empuja a una búsqueda de nociones teóricas sobre el lenguaje, la enunciación, la polifonía y la escritura que se transparenta en el ensayo con la profusión de citas a autores franceses y europeos ligados al posestructuralismo, más abundante y significativa aquí que en todos sus anteriores trabajos.

El uruguayo le remite ese mismo artículo a su viejo amigo del Plata, retomando así el contacto epistolar interrumpido hacia finales de la década de 1960. Roa responde alborozado: primero, recuerda con emoción el primer texto de Rama sobre Hijo de Hombre y, luego, expresa su asombro ante una lectura de Yo el Supremo que supera todas las expectativas, ya que el crítico demuestra no solo haber descubierto con lucidez las motivaciones ideológicas del autor respecto a la figura del Doctor Francia, sino haber analizado con justeza todos los niveles narrativos de la novela. El paraguayo se muestra nuevamente agradecido de contar con un lector tan sagaz en la exégesis literaria como leal con la amistad que todavía los une: “Cómo pues, mi hermano, no agradecerte —muchísimo más allá de la vanidad personal y muchísimo más acá de mi enorme gratitud— tu afectuosa carta (la primera después de tantos años) y tu ensayo crítico. Es el primero verdaderamente serio que se ha hecho, y no creo que pueda ser superado” (2010b).

Los posteriores fragmentos del epistolario evidencian las diferentes coyunturas biográficas en las que los dos intelectuales están embarcados y el modo en que sus vidas profesionales vuelven a entrecruzarse como a principios de la década de 1960. Roa Bastos todavía vive en Buenos Aires y se recupera de un ataque al corazón que lo deja convaleciente, mientras Rama se halla en Caracas sumido en diferentes tareas. Allí enseña en la Universidad Central de Venezuela y trabaja en la organización de la Biblioteca Ayacucho. Apenas unos meses después de retomado el contacto, como de costumbre, el crítico uruguayo ya se dispone a involucrar a su compañero en sus dos ámbitos laborales. En relación a sus actividades académicas, Rama le ofrece un contrato de seis meses de trabajo en la Escuela de Letras donde él dicta sus clases, pero la propuesta es rechazada por el precario estado de salud de Roa, quien expresa que todavía necesita un tiempo prudencial de reposo antes de asumir compromisos de ese tipo (9 de septiembre de 1975). En esa misma carta, le comunica que, por el mismo motivo, ha debido postergar hasta el año siguiente su viaje a Toulouse, donde tiene pensado residir gracias a un puesto docente que ha obtenido en la academia francesa.

Si la primera invitación de Rama no rinde frutos, muy distinto es lo que ocurre con la Biblioteca Ayacucho. El crítico le ofrece a Roa participar en la Colección Clásica y le encarga escribir el prólogo del tomo dedicado a la obra del anarquista español Rafael Barrett, quien vivió los años claves de su vida en Paraguay y produjo algunos de los textos más significativos sobre la realidad nacional del país a principios del siglo XX. Y, además, lo consulta acerca de las posibilidades de publicar Yo el Supremo, lo que implica un reconocimiento notable de su valor literario, ya que sería uno de los pocos escritores contemporáneos incluidos por ese entonces en la colección con un trabajo tan reciente (el libro sale a la luz apenas dos años antes). La carta que Roa Bastos firma el 27 de septiembre de 1976 en Toulouse, donde ya se halla instalado, confirma que el prólogo encargado es efectivamente enviado a Caracas. El tomo, titulado El dolor paraguayo según la sugerencia de Rama y el beneplácito de su colega novelista, es publicado por la Biblioteca Ayacucho hacia 1978 y marca el primer volumen dedicado a las letras del país mediterráneo. La gestión que queda trunca es la inclusión de Yo el Supremo al catálogo de la empresa venezolana. Según lo informa Roa, la editorial Siglo XXI tiene los derechos exclusivos de publicación por cinco años, lo que frena cualquier tentativa hasta esa fecha. El libro ingresa en la colección recién en 1986, tres años después del fallecimiento de Rama.

No obstante, la participación de Roa Bastos en el gran emprendimiento latinoamericanista de su compañero de aventuras no queda limitada aquí. Además de incorporarse al equipo interdisciplinario de escritores y antropólogos que produce la compilación de literatura guaraní (el tomo setenta de la Colección Clásica), el paraguayo es elegido para dar un discurso en la celebración de 1982 por los primeros cien tomos de la Biblioteca Ayacucho, organizado en Caracas y coordinado por Rama. Las biografías de los dos intelectuales vuelven aquí a cruzarse de una manera dramática, en una anécdota histórica que ilustra el peso de la experiencia del exilio en ambos. Casi a la par, deben enfrentar serias dificultades diplomáticas para concretar el viaje a Venezuela desde Francia y Estados Unidos, donde cada uno de ellos se encuentra dictando clases.

Por el lado de Roa Bastos, el inconveniente se desata porque la dictadura paraguaya le quita la nacionalidad y lo expulsa luego de una visita del novelista al país en 1982. Por el lado de Rama, el 30 de julio el servicio de inmigración norteamericano le revoca la visa de residencia del país en el que trabaja como docente universitario desde 1979. Acusado de ser un agente comunista, inicia una campaña internacional para denunciar la persecución macartista y logra el apoyo de numerosas instituciones y personalidades norteamericanas y la solidaridad de compañeros y colegas latinoamericanos, como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Antonio Candido, Carlos Quijano, Beatriz Sarlo, Carlos Monsiváis y, por supuesto, Augusto Roa Bastos.

El paraguayo escribe dos cartas de apoyo a su amigo: en una, de tono más político, lo alienta en su campaña contra el kafkiano proceso que le abre el servicio de inmigración (2010c); en otra, con una entonación íntima, le cuenta sobre sus propios problemas con el gobierno y la pérdida de nacionalidad paraguaya y comparte con Rama los dolores de quien se siente condenado a deambular como un apátrida lejos de su país. Escribe Roa en una carta sin datación: “Lo que me preocupa de veras [la falta de información sobre el estado de Rama] porque nos hermana doblemente una situación más o menos similar en la suspensión de nuestros derechos elementales como bichos vivientes que necesitan no de una portátil madriguera sino de un ‘topos uranus’ donde vivir con la relativa certidumbre de que no nos hemos fantasmalizado (SIC) o evaporado definitivamente” (S/F).

El desgarramiento del exilio, la sensación de pérdida irremediable, la ruptura de lazos afectivos, la cancelación abrupta de proyectos y emprendimientos que tanto uno como otro vienen atravesando desde hace años se transparenta en las palabras de Roa Bastos. Ninguno de los dos logra viajar a Caracas y la celebración pierde así a dos de sus invitados más importantes: al orientador principal de la editorial y al gran novelista elegido para dar el discurso central. El paraguayo manda el manuscrito para que sea leído en su ausencia. Titulado “Una biblioteca única en su género” (1983), reivindica el legado de la Biblioteca Ayacucho, celebra el rigor profesional y la pasión latinoamericanista que expresa el emprendimiento y concluye con un saludo especial a su viejo colega rioplatense: “Con la misma emoción saludo fraternalmente a sus organizadores y sostenedores, en especial a su director literario, mi amigo Ángel Rama, que sufre en el extranjero una situación en cierto modo parecida a la mía como precio de su irrenunciable vocación progresista identificada con la institución que él ayudó a fundar” (Id.: 43).

El crítico uruguayo muere en el exilio, en un accidente de avión junto a su esposa Marta Traba, luego de su última mudanza forzada a París, donde pensaba dedicarse al estudio de la cultura latinoamericana del siglo XIX. Cerca de allí, en Toulouse, un acongojado Augusto Roa Bastos escribe su carta de despedida a la pareja de intelectuales fallecidos. Todavía sumido en la tristeza del duelo, el paraguayo recuerda los momentos compartidos y pondera a Rama como el más activo propulsor de la vida cultural latinoamericana de las últimas décadas, destacándolo por su ánimo militante e integrador. Entre los párrafos de la epístola, se puede leer una de las imágenes míticas del crítico uruguayo, en la que su desconcertante laboriosidad queda perfectamente retratada: “Hube de retroceder entonces a la memoria. Esos días, esos años, esas vidas... Venías, Ángel, a Buenos Aires y te alojabas en mi cuchitril de la calle Vera, en Almagro, y comenzabas a trabajar desde la madrugada en tu pequeña máquina de escribir puesta sobre las almohadas atrapando al vuelo esos pensamientos de la noche. Deseo insondable. Como si hubieras trabajado toda la vida en ese último minuto para recomenzar el siguiente” (Roa Bastos, 1983: 38).

Colegas y compañeros, lectores y promotores mutuos, los dos amigos rioplatenses sellan la historia de la literatura latinoamericana del siglo XX con sus discursos entrecruzados y la enaltecen con sus aportes estéticos e intelectuales. Aquella habitación de Buenos Aires, que Augusto Roa Bastos y Ángel Rama comparten hacia la década de 1960, se presenta entonces como el humilde punto de partida de una amistad leal y duradera, que remonta por la historia del subcontinente desde sus primeras aventuras literarias en el sur, hasta las mayúsculas realizaciones que cada uno de ellos forja en el largo exilio.

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Roa Bastos, A. (2010c). Carta a Ángel Rama, 26 de julio de 1982. En Peyrou, Rosario (ed). Ángel Rama: explorador de la cultura (p. 93).

                                 Montevideo: Centro Cultural de España en Montevideo.

Rocca, P. (1992). 35 años en Marcha. Crítica y literatura en Marcha y en el Uruguay (1939-1974). Montevideo: División Cultura.

Notas:

[1] Para la obra de Ángel Rama, el trabajo de referencia es el elaborado por Carina Blixen y Álvaro Barros-Lémez (1986). Para el caso de Augusto Roa Bastos, se consultó la bibliografía preparada por Blas Matamoro para el portal Centro Virtual Cervantes (S/F), que reúne los índices anteriores compilados por Milda Rivarola, Milagros Ezquerro y Carmen de Mora, más los fondos de la Biblioteca Hispánica-AECI de Madrid.

[2] El epistolario fue copiado del Archivo Personal de Ángel Rama, que se halla actualmente en Montevideo bajo el cuidado de Amparo, la hija del crítico, quien generosamente ha permitido el acceso a los papeles privados de su padre. A ella y a Mirta Roa, la hija del novelista paraguayo, van dedicadas estas líneas, en reconocimiento a sus esfuerzos por preservar la memoria y el legado de sus ilustres progenitores.

 

Ensayo de Facundo Gómez

FFyL, Universidad de Buenos Aires- CONICET

gomezefacundo@gmail.com


Publicado, originalmente, en: Revista Paraguay desde las Ciencias Sociales (ISSN 2314-1638) n° 8, 2017, pp. 9-34

Revista Paraguay desde las Ciencias Sociales, es una publicación editada por el Grupo de Estudios Sociales sobre Paraguay (GESP, IEALC-UBA)

Link del texto: https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/revistaparaguay/article/view/2456

 

Ver, además:

 

                                Augusto Roa Bastos en Letras Uruguay

 

                                                                                          Ángel Rama en Letras Uruguay

Editado por el editor de Letras Uruguay

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