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La filosofía y el arte en el México Independiente

Autora: M. Sc. Sivia Noga Garza Peñuñuri

Monterrey, Nuevo León. México

Los historiadores afirman que el siglo XVIII fue el “siglo de oro” o el “siglo de las luces” del régimen Colonial. Representa una ruptura definitiva con España, ya que surge la nación mexicana madura en busca de su independencia, formada como unidad en su territorio, en la vida económica y con cultura propia, que se expresaba en su propia lengua y buscaba mejores formas de vida. Es un siglo decisivo para la superación de los factores negativos del pasado. El racionalismo francés llega a la Nueva España y con él se empieza a formar el pensamiento que se enfrenta a la tradición escolástica.

El racionalismo (del latín, ratio, razón) constituye una corriente filosófica que apareció en Francia en el siglo XVII, formulada por René Descartes, quien elaboró un sistema filosófico que acentúa el papel de la razón en la adquisición del conocimiento. En contraste con el empirismo, que resalta el papel de la experiencia como fuente primaria de todo conocimiento,  el sistema  racionalista de Descartes, dio origen a la filosofía moderna, distinguiéndose de la escolástica esencialmente en dos puntos: el primero; sosteniendo la capacidad de la razón o el buen sentido para llegar a la verdad, y el segundo, su interés por plantear que sólo mediante el método analítico-deductivo se puede llegar a la verdad.

Por otro lado, Francis Bacon (1561-1626) desde las perspectivas del empirismo, propone como método de conocimiento el inductivo-experimental, a través de su libro “Novum Organum Scientiarum”, de 1590, en el que pretendía sustituir la lógica aristotélico-tomista de carácter anticipativo, por una nueva lógica inductiva y experimental, en función del desarrollo científico y al servicio del hombre.

Ambos métodos (baconiano y cartesiano), conjuntamente con el desarrollo   científico y el surgimiento de las ciencias particulares, tales como la matemática, geometría, astronomía, química, zoología, botánica, medicina, etc., permitieron que el hombre comenzara a cuestionarse la validez absoluta de las verdades metafísicas e indubitables, que la iglesia declaraba como incuestionables, en tanto fundamento del dogma.

En el siglo XVIII, los pensadores de la Ilustración sostendrían que la razón humana podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir un mundo mejor. La expresión estética de este movimiento intelectual se denominará Neoclasicismo, la cual se caracteriza por un estilo opuesto al barroco, de líneas más sencillas que recuerdan el estilo clásico de los griegos.

La ascensión de los Borbones al trono de España a principios del siglo XVIII, marca para la metrópoli y sus colonias un cambio en las estructuras económicas y sociales, que afectó todos los niveles, cambiando sustancialmente el régimen antecesor de los monarcas de la casa de Augsburgo. Esta nueva forma de gobierno se caracterizará por la centralización del poder en la persona del rey, a través de un nuevo aparato burocrático, lo que llevaba implícito el debilitamiento de la iglesia, principal instrumento del Estado en la administración y control político de la Nueva España. Las nuevas reformas impuestas, generan la acumulación de   gran cantidad de recursos económicos, tanto en la metrópoli como en sus colonias. En la esfera ideológica, esta política conocida como “Despotismo Ilustrado”, cuyo máximo exponente fue Carlos III, encontró apoyo y basamento filosófico en al racionalismo y el empirismo, corrientes que aspiraban a desplazar el pensamiento teológico sustentado en la fe, respecto a la filosofía, proporcionando de este modo las bases para una práctica económica eficiente, que estuviera acorde a los nuevos tiempos.

La creación de la “Real Academia de las Bellas Artes de San Carlos” en 1785, marca específicamente las reformas borbónicas en el terreno artístico. La finalidad de la Academia era impulsar las artes y oficios, con técnicas modernas por medio del dibujo, para que fueran más apreciables, y con ello hacer florecer el comercio del reino, produciendo artículos de consumo doméstico que exigía la nueva forma de vida, impregnada de moda francesa y de líneas clásicas. Desde 1781 a 1821 dentro de las reformas borbónicas, se introduce el arte neoclásico, como una ruptura contra el antiguo régimen sujeto al barroco.

En esta época, son los criollos los que comprenden que la filosofía es un instrumento para transformar la situación del país. No les interesa el “más allá”,  sino la vida en la tierra. La lectura de la obras de Newton, Gassendi y Descartes forman en México una generación educada en el racionalismo y en la experimentación, al margen de las universidades y de los colegios de educación superior. Esta generación se propuso llevar a cabo la reforma de la filosofía de acuerdo con las nuevas ideas que prevalecían en Europa, excepto en España.

Un grupo de Jesuitas se lanzó a intentar modernizar los estudios en los colegios de la Compañía, teniendo como objetivo el estudio de la filosofía en sus textos originales y no sólo a través de los ya gastados comentaristas de Aristóteles y Tomás de Aquino. Dentro del cultivo de las tendencias humanistas en la literatura, se destacan el estudio mesurado de los textos de Bacon, Descartes y Gassendi, junto con la aplicación de métodos propios de las ciencias naturales.

Poco a poco, la nueva filosofía se iba independizando de la teología, y en México, iba descubriendo los valores históricos e incluyendo los elementos autóctonos, develando de este modo las características propias de la cultura hispanoamericana en general, y mexicana en particular.   

La empresa iniciada por los jesuitas, prometía lograr una síntesis de pensamiento, que resultara armoniosa y adecuada a las circunstancias históricas de la nación, pues  la red de de sus colegios, se extendía desde Chihuahua hasta Mérida, abarcando las principales ciudades del Virreinato. Esto pudo representar un gran movimiento intelectual; sin embargo, sus objetivos se vieron interrumpidos por el Decreto de expulsión de los jesuitas de los dominios del Rey de España, en junio de 1767. No obstante, el trabajo que desarrollaron éstos, sirvió para que España y otros países de Europa, tuvieran noticias de América. A ellos debemos en gran medida, el espíritu humanista que inculcaron a través de su enseñanza y la introducción del pensamiento filosófico moderno en México, durante el siglo XVIII.

La obra del doctor Juan Benito Díaz de Gamarra (1745-1783) “Los Elementos de la Filosofía Moderna” se impuso como libro de texto para la juventud americana. Cuidando bien de no caer bajo la sanción del Santo Oficio, Díaz de Gamarra declara: “La filosofía es el conocimiento de lo verdadero, lo bueno y lo honesto, obtenido por la sola luz de la razón y el ejercicio del razonamiento”.[1] Invitaba en su libro dedicado a la juventud moderna “Elementa Recentioris Philosophiae” a que el conocimiento de la filosofía se iniciara por la historia de la misma, para desembocar en el conocimiento integral de ella.

Al terminar el siglo XVIII, el panorama de la filosofía en México muestra aspectos contrastantes: Por una parte se conserva el pensamiento tradicional, refugiado en centros particulares de enseñanza y sostenido por viejos maestros de la universidad; por otra, el pensamiento de las nuevas generaciones, que promueven como única vía de filosofar, las corrientes del pensamiento moderno, así como el cultivo de las disciplinas científicas, independientes de la filosofía.

Por su parte, en estrecha relación con la nueva filosofía, surge el Liberalismo, como una derivación del pensamiento cartesiano en el aspecto gnoseológico, de tal modo que, al lograrse la autonomía de la razón, esta postura se aplica en manifestaciones de la filosofía práctica, como son el derecho, la política y la economía.

En el derecho, se desarrolla un jusnaturalismo que defiende la existencia en el individuo, de derechos naturales e inalienables, especialmente en lo que se refiere a la tolerancia religiosa y a la limitación de los poderes del Estado.

En el aspecto político, junto al liberalismo, aflora el contractualismo, que sostiene como fundamento de la autoridad real, el pacto o “contrato social” de los individuos, quienes de común acuerdo, delegan parte de sus prerrogativas en quien va a ejercer la autoridad sobre los  ciudadanos.

En el aspecto económico se propone que para el equilibrio perfecto de la marcha económica de la sociedad, el Estado debe abstenerse de toda intervención, y dejar su curso natural a la libre competencia, o sea, que cada individuo siga inteligentemente su propia conveniencia, con lo que se conseguirá el bienestar de todos los otros individuos.

Estos postulados, que forman la doctrina liberal y que preconizan insistentemente la búsqueda de la libertad del hombre, es el ideal de los iniciadores de las revoluciones del siglo XIX, cuyos postulados prácticos, se pueden resumir en dos:

1. La soberanía del pueblo frente a la autoridad real.

2. El racionalismo filosófico frente a la autoridad de la fe y de la iglesia.

Estos dos principios se aplicaron en los postulados de lucha de los hombres que apoyaron las doctrinas liberales, los que también se pueden resumir en los siguientes objetivos de acción política:

1. El derrocamiento de las dinastías

2. La imposición a los monarcas de constituciones, que limitaran su poder, y el establecimiento de Estados republicanos, con la respectiva división de poderes.

3. El fortalecimiento del nacionalismo y la independencia de los países sometidos.

4. El establecimiento del laicismo en la educación.

5. La secularización de los servicios hospitalarios y funerarios y el establecimiento del Registro Civil

6. La desamortización de los bienes de la iglesia.  

Para 1885, el doctor Agustín Rivera y San Román edita “La filosofía de la Nueva España”, o sea “Disertación sobre el atraso de la Nueva España en las ciencias filosóficas”, donde pone en claro la crisis insalvable de la filosofía tradicional. En dicho texto, planteaba que la filosofía moderna fue el polen para la independencia de México y declaraba el atraso de la enseñanza pública y privada por la falta de libros, cuyo hecho había detenido el progreso intelectual de México.

El liberalismo llegó a México y fue una filosofía política militante, su teórico más ilustre fue, el doctor José María Luis Mora (1794-1850), director intelectual de la reforma política y educativa en 1833. Esta reforma de enseñanza suprimía la Real y Pontificia Universidad de México, mientras creaba la escuela de Medicina, donde se formaron grandes médicos, entre los cuales destaca Gabino Barreda, discípulo directo de Augusto Comte, y Porfirio Parra.

El positivismo, nace en Europa a mediados del siglo XIX, y se deriva principalmente en el terreno gnoseológico, de las especulaciones de Emanuel Kant (1724-1804), las cuales son recogidas y sistematizadas por el pensador francés Augusto Comte (1798-1857).

“El método positivo o experimental tiene valor científico en filosofía y, por lo tanto, todo aquello que rebase lo sensible, debe eliminarse de la Filosofía. Este principio general, al ser aplicado a la filosofía práctica, lleva a Comte a querer establecer un nuevo orden social, sosteniendo que lo que hace falta en el mundo, son conocimientos positivos y no especulaciones metafísicas, pues éstas no han hecho avanzar a la humanidad en el conocimiento del mundo en que vive…Para Comte, lo positivo es aquello que es, a la vez, real y útil, cierto y preciso que –según él-, es propio de los nuevos tiempos, en los cuales, según su explicación que le da a la historia, la Humanidad ha pasado por tres etapas o edades: la primera fue la Teología, en la cual los hombres explicaron los fenómenos cósmicos por medio de seres misteriosos, libres y superiores. La segunda, fue la Metafísica, en la cual los mismos fenómenos se trataron de explicar por medio de algunos conceptos indeterminados y abstractos, tales como causa, alma, potencia, etc. y, finalmente, la tercera etapa, la Positiva, que es la única científica, en la cual el hombre se limita a consignar, con precisión matemática, la relación de los hechos sensibles que ocurren en el tiempo y en el espacio. Los postulados prácticos de Comte fueron expresados del siguiente modo: “Saber para prever, prever para poder.” La relación con los conocimientos del hombre y el postulado político para la convivencia humana, seria: “Amor, Orden y Progreso.”[2]

Esta doctrina novedosa en México, tuvo gran aceptación entre muchos de los personajes del triunfante movimiento republicano, pues políticamente, se adecuaba a una posición continuadora del Liberalismo, y desde el terreno científico-filosófico, se mostraba opuesta a la escolástica, que había elaborado en este continente una civilización apoyada en las tesis del Concilio Tridentino (1545-1563) llevadas a sus últimas consecuencias.

Dentro de las leyes constitucionales de México, es común encontrar antecedentes de los principios políticos de la Revolución Francesa y de la Revolución Norteamericana de fines del siglo XVIII. Su tesis permanente fue la soberanía popular, como fuente de la nueva forma de gobierno y de los derechos humanos, base y objeto de las instituciones sociales.

En la época en que el sistema capitalista de producción llega en Europa al extremo límite de su etapa de libre competencia, en México se inicia “La Reforma”, como una lucha entre terratenientes laicos y el poder económico de la Iglesia. Siendo Benito Juárez[3]  presidente de la república (1858-1861), se desata esta Guerra de Reforma entre liberales, a favor de la Constitución,  y los conservadores. En 1859 Juárez expide las Leyes de Reforma: la primera es la nacionalización de los bienes eclesiásticos; la segunda, promulga la separación de la Iglesia del Estado, así como la supresión de comunidades religiosas y la prohibición del establecimiento de nuevos conventos.

La transformación que sufre la estructura económica del país, deja sin base teórica a la escolástica y plantea el problema de adoptar una doctrina filosófica de doble función, donde por un lado, se afirme el predominio de la razón sobre la fe, y por otro, sirva como fundamento a una educación científica que concuerde con el progreso material de la sociedad. El Vicepresidente Valentín Gómez Farías clausura La Real y Pontificia Universidad de México en 1833.

Juárez en 1867, reorganiza la instrucción pública, Barreda impone el laicismo en las escuelas oficiales, y crea un tipo de segunda enseñanza con la Escuela Nacional Preparatoria. En una carta enviada a Mariano Riva Palacio, Gobernador del Estado de México, Barreda aboga por: “una educación en que ningún ramo importante de las ciencias naturales quede omitido; en que todos los fenómenos de la naturaleza, desde los más simples hasta los más complicados se estudien y se analicen a la vez teórica y prácticamente en lo que tienen de más elemental; una educación en que se cultive así a la vez el entendimiento y los sentidos, sin el empeño de mantener por fuerza tal o cual opinión, o tal o cual dogma político o religioso, sin el miedo de ver contradicha por los hechos, esta o aquella autoridad; una educación, repito, emprendida sobre tales bases, y con solo el deseo de hallar la verdad, es decir, de encontrar lo que realmente hay y no lo que en nuestro concepto debiera haber en los fenómenos naturales, no puede menos de ser, a la vez que un manantial inagotable de satisfacciones, el más seguro preliminar de la paz y del orden social, porque pondrá a todos los ciudadanos en aptitud de apreciar todos los hechos de una manera semejante, y por lo mismo, unificará las opiniones hasta donde esto sea posible”. [4]

En el contexto de las luchas entre liberales y conservadores, debido a la crisis nacional, los artistas prefieren representar los paisajes urbanos, tipos y costumbres regionales, así como los temas bíblicos que representaran lecciones morales y no religiosas, ya que estas permitían al artista desplegar su habilidad en la técnica y representar una amplia gama de pasiones y sentimientos.

En 1876, Porfirio Díaz asume la Presidencia de la República, terminando su poder en 1911. Durante estos años solo fue interrumpido su mandato en dos ocasiones, durando en total treinta años al frente del país. En su dictadura, el arte se sirvió de lo prehispánico, la tradición, la técnica y el ojo crítico de sus artistas para declarar la injusticia prevaleciente en la época. 

La tradición gráfica popular en México desde el siglo XIX fue forjada bajo la mirada y el oficio de Gabriel Vicente Gahona[5] “Picheta” (1828-1899), Manuel Manilla[6] (1830-1890), José Guadalupe Posada[7] (1852-1913); que junto con otros artistas, tocaron la sensibilidad del pueblo conformado por una minoría ilustrada y una inmensa mayoría analfabeta, pero no carente de interés por los sucesos del acontecer de la nación. En las ciudades y poblaciones más desarrolladas, fue a través del grabado y más tarde de la litografía enriquecida con texto, para quien pudiera leer, que el pueblo podía enterarse de hechos políticos y cotidianos. La gente estaba acostumbrada a vivir con las imágenes; prueba de ello era el consumo de la estampería religiosa y la afición por la caricatura política o el gusto por ser fotografiado; también existen testimonios de que las pulquerías tenían murales en los interiores y exteriores para atraer mayor clientela. Los pintores muralistas tienen en las haciendas su gran campo de acción. Si algo de bien realizan los terratenientes y latifundistas del Porfiriato en esta materia, aunque sin proponérselo, es el de ornamentar sus feudos con escenas de labor, reconociendo en la humildad de las magueyeras, la base de su aristocracia pulquera. Muros y muros se ornamentan, así, con todo el proceso del agave, desde su siembra y beneficio, hasta su transporte y consumo en la ciudad. Junto a este tema primordial aparecen las anécdotas de suertes charras, jaripeos, corridas de toros a la mexicana, ferias, fiestas y paseos. La Noreña, en La Barca, Jalisco, la Huerta del Padre Navarro en Aguascalientes y la Hacienda de Tetlapayac, en Apam, Hidalgo, son algunos de los grandes ejemplos en este importantísimo rubro.

Pero es la obra monumental de José Guadalupe Posada[8] la que inaugura el arte moderno mexicano. Para 1857, el arte se sirve con profusión de la caricatura y florece el grabado político, arraigado en el acontecer cotidiano. Posada, de quien aún no se ha estudiado plenamente el alcance de su influencia en la creación artística e importancia estimuladora en el desarrollo del arte moderno, trabajaba en condiciones subalternas, por su calidad de artesano calificado al servicio de una modesta imprenta, dedicada a surtir “al día” de acontecimientos y mitos la avidez del pueblo mexicano. Fue poseedor de una agudeza peculiar para interpretar la vida diaria de México y realizó millares de grabados con un alto porcentaje de obras maestras.

Posada realiza la personificación de la gente en forma de esqueletos o calaveras[9], representando todas las actividades humanas imaginadas.  Utilizó esta forma de representación en forma de reportaje social, como una manifestación contra la sociedad burguesa y la política en forma satírica durante el porfiriato. Este tiempo se caracteriza por la búsqueda consciente o no, de contenidos y propuestas novedosas, formales e informales, así como de invenciones y técnicas en la realización de una nueva forma de representación. A través del humor, las calaveras fueron la fusión entre realidad y fantasía. El significado social y político de estas imágenes, permitió su rescate y se elevaron a la categoría de antecedente y modelo, en el movimiento de renovación artística asociada al Muralismo Mexicano y a la Gráfica Nacional.

En el porfiriato, las artes fueron puestas al servicio de esquemas monumentales y decorativos, planeadas para proyectar una visión triunfalista de la historia de la patria, utilizando el estilo neoclásico, con una marcada tendencia europea por sus vinculaciones económicas y políticas. El modernismo se apegó a temas y modelos cosmopolitas. Por otro lado, la vanguardia modernista derivó en la valoración de los temas locales, quienes volvieron la mirada a lo propio, tratando de asociarse a la expresión subjetivista y simbólica. El pintor Saturnino Herrán[10], sintetiza esta tendencia en su obra.

Notas:   

[1] Lombardo Toledano, Vicente: El Nuevo Orden del Hombre. México, 1943. Pág.16.

[2] Ibarguengoitia Chico, Antonio: Suma Filosófica Mexicana. Edit. Porrúa, México, 1980. Pág. 129.

[3] Benito Pablo Juárez García (18061872) Presidente de México en varias ocasiones (1858-1872) Abogado y político de origen indígena zapoteca, célebre por su frase "Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz[], se le conoce como el "Benemérito de las Américas", por su defensa de las libertades humanas,  que sirvió de ejemplo a otros países latinoamericanos.  []

[4] Lombardo Toledano, Vicente: El Nuevo Orden del Hombre. México, 1943. Pág.18.

[5] Gabriel Vicente Gahona (1828-1899) Conocido como “Picheta” es un artista yucateco cuya obra es poco conocida fuera de su estado. Si bien incursionó en la pintura, se distinguió sobre todo en el grabado de carácter crítico y humorístico, que se dio a conocer a través de Don Bullebulle, primera revista ilustrada publicada en 1847.

[6] En en sus grabados manifiesta fuertes y profundas raíces indígenas; sus formas son rígidas, hieráticas, absolutamente mexicanas; puede ser considerado como el elemento transitorio entre los grabadores en madera de estampas religiosas de la época de la Colonia, Posada, y los grabadores modernos.

[7] José Guadalupe Posada (1852-1913) Grabador mexicano, fue considerado por Diego Rivera como el prototipo del artista del pueblo y su defensor más aguerrido. También es considerado precursor del movimiento nacionalista mexicano de artes plásticas. Célebre por sus dibujos y grabados de “Calaveras”. Apasionado de dibujar caricatura política.

[8] El redescubrimiento de José Guadalupe Posada como artista “serio” se debe a Jean Charlot, quien encontró sus grabados polvorientos y menospreciados en los talleres de A. Venegas Arroyo, dándoles el calificativo de arte sin adjetivos y sin comillas.” Baciu, Stefan: Jean Charlot, Estridentista Silencioso, El café de Nadie, México, 1981, Pág. 2.

[9] Calaveras Mexicanas: representación de la muerte en forma cómica y satírica.

[10] Saturnino Herrán Guinchard (1887-1918) Su obra se inspira básicamente en el México precolombino, en sus costumbres populares y la gente del pueblo.

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