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La filosofía y el arte en el México Colonial

Autora: M. Sc. Sivia Noga Garza Peñuñuri

Monterrey, Nuevo León. México

La Conquista de América por España en el siglo XVI, tuvo el propósito de acrecentar los recursos económicos y financieros de la corona. En España se libraba por largo tiempo una lucha entre las ideas del Renacimiento y las de la Edad Media. Cuando se emprendió la conquista, estaba rota la unidad ideológica del viejo mundo. Los conquistadores, soldados y frailes, no llegaron ideológicamente unidos; entre ellos había partidarios del antiguo orden feudal, que sustentaba la filosofía escolástica, y también figuraban adeptos a un nuevo régimen social cuyas aspiraciones interpretaba el humanismo renacentista. Esta división entre escolásticos y humanistas se expresó en toda su profundidad frente a los problemas de organización de los señoríos indígenas recién conquistados. Puede decirse que en los comienzos de la conquista, hasta finales de la primera mitad del siglo XVI, la corriente humanista preponderó por encima de la Escolástica en la Nueva España.

En 1526 llegaron a ésta los primeros doce frailes dominicos, entre los que estaba Fray Bartolomé de las Casas (1484-1566), quien realizó la labor de defensa de los indígenas hasta su muerte, lo que le valió ser conocido como el “Apóstol de los Indios”. Él convocó al “Consejo de Indias”, que se conoce como “Juntas de Valladolid” o “Comisión de Valladolid”, de 1542, en las que se prohibía la esclavitud de los indígenas y se ordenaba que todos quedaran libres de los encomenderos y fueran puestos bajo la protección directa de la Corona. Se disponía además, que en lo concerniente a la penetración en tierras hasta entonces no exploradas, debieran participar siempre dos religiosos, que vigilarían que los contactos con los indios se llevaran a cabo en forma pacífica, dando lugar al diálogo que propiciara su conversión. Esto no resolvió el problema, pero al menos fue un primer intento. Podemos mencionar también a Fray Alonso de la Veracruz (1504-1584), quien impulsó la evangelización de los indígenas en su lengua nativa, sin forzarlos a aprender castellano. El doctor Francisco Hernández (1514-1578), médico principal del Rey Felipe II, pasó  siete años  de su vida investigando la medicina entre los indígenas y escribiendo documentos que forman parte de la historia de la medicina en el Nuevo Mundo. Además realizó una historia de las costumbres y un libro sobre problemas filosóficos de los estoicos; sus escritos contribuyeron a la Historia de las Ciencias Naturales de la Nueva España. Por otra parte, Fray Tomas Mercado (1523-1575), representa en América el esfuerzo del Renacimiento español para reencontrar el profundo sentimiento humano de la tradición escolástica.

Pero España tratando de unificarse, expulsó de su seno a judíos y herejes, y junto con ellos extrajo de su economía los elementos más progresistas; ocurrió esto paradójicamente, pues en 1492, diversos actos ocurren. España expulsa definitivamente a los árabes de su territorio, que había sido invadido desde el 711. Se descubre América y al cerrarse España en sí misma, se da la regresión de su sistema económico hacia el feudalismo, convirtiéndose en el imperio más grande del mundo, con la metrópoli más débil de la tierra. La regresión hacia el feudalismo, trajo consigo la represión brutal de todas las corrientes filosóficas que chocaban contra los intereses económicos, sociales y políticos de la iglesia católica. De este modo, España pasó del esplendor de las ideas regeneradoras del Renacimiento y de la reforma religiosa, a la sombra con la Contrarreforma, dejando vigentes las viejas ideas, que dieron como resultado, el despliegue de toda su fuerza en la implementación de la Contrarreforma Religiosa, que en América se manifestó en la evangelización de los indígenas, por medios violentos. El retroceso del pensamiento español hacia el cauce ortodoxo de la Edad Media, fue el franco retroceso hacia la Escolástica formalista y dogmática.

La Escolástica Occidental fue el movimiento teológico y filosófico que intentó utilizar durante el feudalismo (siglos IX – XIII), la filosofía grecolatina clásica para “comprender” la revelación religiosa del cristianismo. Como filosofía religiosa ancilar a la teología y en función de defender “racionalmente” la dogmática cristiana,  dominó en las escuelas y regenteó los estudios generales que dieron lugar a las universidades medievales europeas, en especial entre mediados del siglo XI y comienzos del XII. La escolástica se apoyó en la filosofía griega, especialmente de Aristóteles, cuyos textos fueron tergiversados, adulterados y utilizados en función de defender el dogma cristiano; fue, en síntesis,  la corriente teológico-filosófica dominante del pensamiento medieval, tras la Patrística de la antigüedad tardía, y se basó en el problema de la relación entre la fe y la razón, que en cualquier caso siempre suponía la clara sumisión de la razón a la fe. La enseñanza se podía limitar en principio a la repetición de los textos antiguos, y sobre todo de la Biblia, la principal fuente de conocimiento, pues representaba la revelación divina.

La Edad Media, con su pensamiento estático, conjuntamente con la iglesia como exponente ideológico, inculcaba una visión pesimista del mundo, según la cual Dios asignaba a los campesinos, a los caballeros, a los burgueses y a los sacerdotes, posiciones y funciones muy definidas dentro de la sociedad; es decir,  por el hecho de nacer dentro de determinado grupo social, el individuo asumía los deberes que “Dios le señalaba”.

Esa fue la concepción de la vida social que la Contrarreforma habría de transportar a la Nueva España. Tanto las instituciones temporales como las religiosas establecidas, explotaron a los indígenas, considerándolos, el sector más bajo de las colonias; incluso se llegó a dudar de su carácter de seres racionales. El derecho indiano era de un casuismo acentuado, de gran minuciosidad reglamentaria y de hondo sentido religioso. El desconocimiento de la lengua castellana, otorgaba la excusa a los conquistadores de recluir a los indígenas, e instruirlos en su cultura y lenguaje, la mayoría de las veces  esclavizándolos hasta un punto inhumano. Algunos misioneros renacentistas se levantaron contra esta forma cruel y bestial en la que eran tratados, pero su obra sucumbió ante el régimen colonial.

La filosofía escolástica era dominada por los dirigentes del gobierno virreinal, y del gobierno eclesiástico; por ello fue la única corriente filosófica que se cultivó en la Nueva España, desde el momento de iniciarse la Universidad de México, hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Esto significa que por doscientos años, se mantuvo una rigurosa formación intelectual que hizo posible la integración de una clase dirigente, la que a su vez promovió esta estructura en la vida de las colonias.

La creación de La Real y Pontificia Universidad de México, fue promovida por el primer Obispo de México, Fray Juan de Zumárraga, y por el primer Virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza. Erigida por Cédula del Príncipe Felipe, el 21 de septiembre 1551, para que los naturales e hijos de los españoles fuesen instruidos en las casas de la santa fe católica y en las demás facultades, fue fundada el 25 de Enero de 1553, copiando los estatutos de la Universidad de Salamanca en España, lo administrativo de la Universidad de Bolonia en Italia, y lo educativo en cuanto a la "división de los estudios" de la Universidad de París en Francia. Siguió una metodología didáctica tradicional (escolástica-medieval). El prestigio de sus egresados era muy grande: religiosos, profesionales y académicos en teología, derecho y medicina. El saber estaba agrupado para su estudio según el medievo: en trivium (gramática, retórica y lógica) y en quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía). El idioma de estudio fue el latín. Debido a la denominación de "pontificia", para que se pudieran otorgar los grados académicos, era necesario que el “magister scholarum” asistiera a otorgarlos en nombre del Papa, y dentro de la ley de indias se establecía que la máxima autoridad era el rey, como "árbitro supremo".

Por otra parte, el  humanismo basado en el estudio del verdadero evangelio y los avances del examen racional y crítico de los problemas humanos de la sociedad, era el principal patrimonio de los misioneros, y no alcanzó a la mayoría de la sociedad colonial.

No obstante, el pensamiento mexicano comenzó a surgir, incorporando lo propio y lo nacional, con la ayuda de las ideas renovadoras de Europa, que se extendían clandestinamente por el territorio de la Nueva España. Resaltan algunas figuras en el pensamiento filosófico de México, que por medio de su labor intelectual, trataron de sobreponer las rígidas normas de la disciplina escolástica, para buscar nuevos caminos para el pensamiento humano, inspirados por los libros que clandestinamente llegaban de Europa. Entre ellos se destacan:

Don Carlos Sigüenza y Góngora (1645-1700), a quien se  le considera precursor de ideas enarboladas por la filosofía moderna europea. Su obra es muy amplia; aborda temas poéticos, periodísticos, matemáticos, astronómicos e histórico - geográficos. Su libro “La Libra Astronómica y Filosófica”, publicado en 1691, y reeditado en 1959, significó la entrada de las ideas modernas de la filosofía en México.

Otra personalidad descollante fue la de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695). Su obra tiene un gran valor, como precursora del movimiento feminista, pues se caracterizó por la defensa de la libertad de crítica y del derecho de la mujer a la cultura. En sus escritos, supo vincular con magistralmente poesía y filosofía, y en algunas de sus composiciones  incluyó el lenguaje náhuatl.

La corona española estimuló el descubrir, colonizar y conquistar la mayor parte de América. Con la llegada del Virrey Antonio de Mendoza a la Ciudad de México y por iniciativa del primer obispo Fray Juan de Zumárraga, se estableció un acuerdo para implantar el arte de la estampa. Los religiosos eran los encargados de enseñar artes y oficios a los indígenas, cuya extraordinaria habilidad para crear y reproducir, contribuyó en gran medida a la evangelización. Así, el arte fue mediador riguroso e instrumento de vital eficacia para la conquista.

Con el arte de la estampa, llega la imprenta a México. Al principio los grabados eran traídos de Europa, pero bajo la creciente demanda de santos, capitulares y viñetas se empezaron a realizar en la Nueva España a bajo precio. Otro elemento importante para el desarrollo de la estampa fue el juego. Este se convirtió en un gran problema social y fue decretado que no se enviaran más naipes de Europa. Como resultado, se empezaron a fabricar los naipes en grabado sobre madera en México. La historia de la impresión en México data desde 1539. Veinte años después de que Hernán Cortés conquistara los aztecas, la imprenta giraba alrededor de la imaginería de la iglesia; ésta se utilizaba para ilustrar libros, para impresiones heráldicas y mapas topográficos.

El arte de esta época muestra toda la ideología de la escolástica, volcada en retablos. En la pintura se realizaron numerosos cuadros de caballete, de santos y santas, obispos, monjas, y pudientes miembros de la sociedad, que podían pagar un espacio dentro de las iglesias, un arte que solamente permitía temas religiosos, con imágenes que expresaban los valores morales, presencias espiritualizadas y no sus retratos físicos, pues las señas particulares desaparecían para universalizar la figura y ajustarse a los cánones de la belleza sagrada. 

El arte plástico español, con la religión como eje central, generó un arte de gran abolengo, y se manifiesto durante tres siglos de vida virreinal, consiguiendo una hegemonía urbana, plena de españolismo, de estilo barroco y churrigueresco, en el arte que en México derivó en  estilo tequitqui[1], el cual representa la fusión de elementos significativos. La cabeza serpentina de Quetzalcóatl sirve de pila bautismal; la cruz del Gólgota, que se identifica con la Cruz Enramada de Palenque; Jesús y Cintéotl, que se hermanan en los cruci­fijos de caña de maíz; la terribilidad sacrificial de Huitzilopochtli, que se trans­fiere culturalmente con el expresionismo terrible de los cristos sangrientos medievales, y la lucha entre el bien y el mal, la virtud y el pecado, que es librada por Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, con sus huestes de guerreros tigres y águilas, como lo ilustra el espléndido mural indígena del convento agustino de Ixmiquilpan.

Desde el Vaticano se ordena la destrucción total de las artes plásticas por idolátricas, y con los sillares del Templo Mayor se erige la Catedral Metropolitana de México. Se trata de triturar, impíamente, al espíritu, a la conciencia, a la idea y a la palabra.

Y para todo esto se manipula al muralismo. Ante el problema de la inco­municación verbal, los capitanes de la fe, de todas las órdenes eclesiásticas, acuden al lógico recurso de la comunicación visual. Si todos los teocallis indí­genas estaban decorados con la imagen de sus dioses tutelares, ¿por qué no hacer lo mismo con los nuevos conventos de la cristiandad? Y así claustros y corredores se ilustran con los pasajes de la vida, pasión y muerte de Cristo. Lo ocurrido hasta aquí es que, de todas las artes mayores practicadas hasta la caída de Tenochtitlán, sólo el muralismo permanece como una constante, ininterrumpida. Todas las demás expresiones artísticas, arquitectura y escultura incluidas, quedan truncas en su esplendor,  tanto por la guerra militar, como por la guerra de la fe.

La pintura mural tuvo un importante florecimiento durante el siglo XVI. Lo mismo en construcciones religiosas como en casas de linaje. Tal es el caso de los conventos de Acolman, Huejotzingo, Tecamachalco y Zinacantepec. Se dice que fueron principalmente pintores indígenas dirigidos por frailes, los que las realizaron. Estos se manifestaron también en manuscritos ilustrados, como el Códice Mendocino.[2]

“Pintados por indios chimalhuacanos con jugos de hierbas son los retratos de frailes de la portería del convento de San Francisco de esta ciudad de Guadalajara que, no obstante el tiempo y los muchos enjarres y pinturas al temple, que sobre ellos se han puesto en los muros, se ven todavía más o menos velados, pero sin borrarse del todo.”[3]

En la arquitectura se crea una fusión de elementos indígenas y coloniales. Los conventos-fortalezas responden a un programa cuidadosamente estructurado a pesar de sus variantes, que se apegaba a un paradigma de carácter ideal, esencialmente simbólico-litúrgico, en el que se cristaliza el ideal del humanismo cristiano, a la par de los ideales providencialistas, mesiánicos y político-sociales.

El prolongado sitio que sufrió el país y la destrucción de su arquitectura, cuyos restos fueron empleados para construir la Nueva España, creó una fusión de elementos. La herencia artística más importante de la Colonia fue en la arquitectura. Miles de construcciones de aquella época existen en casi todo el territorio. Las hay de todos tipos: catedrales monumentales y templos modestos; palacios y edificios de gobierno; obras públicas, como acueductos y hospitales.

“La disposición general de los conventos mexicanos es muy sencilla: la iglesia, la más de las veces de una sola nave, orientada de este a oeste, con el altar mayor colocado al oriente, con dos puertas, la principal al poniente y la otra abierta hacia el norte; a la derecha de la puerta principal, o sea en el costado sur del templo, se alzaba casi siempre el convento, con la entrada protegida por un pórtico por donde se tenía el acceso al claustro. En torno del claustro, en la parte superior, las celdas de los religiosos, y en la parte baja, el refectorio, la cocina, la sala del capítulo, la biblioteca, las caballerizas y las bodegas.[4]

El arduo trabajo de evangelización iba poblando al México colonizado de conventos-fortalezas e iglesias, y dada la escasez de imágenes traídas por los conquistadores, se presentó la necesidad de decorar los edificios religiosos atendiendo el gusto de los nuevos conversos que habían venerado durante siglos sus “teocalis” decorados de arriba a abajo.

La prosperidad de la Nueva España permitió que en el siglo XVIII se edificaran cuatro mil iglesias y oratorios, sin contar las construcciones civiles. En este siglo domina un nuevo tipo de mural. La técnica del fresco, hasta entonces utilizada, es sustituida por la del óleo sobre tela a gran formato. Sucede que para que no “se hiciesen de la tierra”, tanto virreyes como obispos son cambiados de colonia o retornados a la metrópoli. De la Nueva España al Perú, al Caribe o a La Plata. En estas mudanzas todo se puede llevar, menos los murales al fresco. Y ello propicia la necesidad del mural transportable. Se enrolla, y listo para decorar la nueva residencia conventual o palaciega, y así, venderlo en Europa como oro de Indias. En la Pinacoteca Virreinal se luce un inmejorable ejemplo: Glorificación de la Inmaculada, de Francisco Antonio María Vallejo, de 5.29 x 8.55 metros.

El barroco, dominó más de un siglo y alcanzó su punto culminante con el churrigueresco mexicano en la arquitectura, que conjuntamente con la pintura, invadió todos los espacios imaginables, acelerando así su decadencia. La práctica mural se refugia en la inocua decoración de basílicas y parro­quias excepcionalmente, gracias a Pelegrín Clavé en la cúpula de La Profesa y a Juan Cordero, en las de San Fernando y Santa Teresa.

La técnica de la litografía fue introducida en México por el Italiano Claudio Linatti de Prevost (1790-1832), precursor de la denuncia contra la burguesía. Llegó a México a montar el primer taller de grabado, con una maquinaria que pasó a posesión de la Escuela de Bellas Artes posteriormente. De ahí se desprende la técnica, que dio formación a la Gráfica Nacional en el siglo XX. El grabado fue la técnica que por ser barata utilizó José Guadalupe Posada para su denuncia social.

El régimen económico y social dividió pronto a la población en clases antagónicas. Surgió el sector de los criollos, formado por los hijos de los españoles nacidos en México, que carecían de los derechos que tenían los hijos nacidos en España. A las masas indígenas, instrumento social principal de la producción, se sumaron los esclavos negros importados. Los mestizos seguían aumentando en número y perfilando su especial fisonomía. Todas estas etnias: criollos, indígenas, negros y mestizos, formaron los diversos sectores de la sociedad mexicana.

La diferencia de clases, las injusticias económico-sociales y el pensamiento estático de la sociedad, fueron las causas que llevaron a miles de mexicanos a acometer la tarea de independizarse de la metrópoli. En 1808, Napoleón ocupó España y el pueblo de México, aprovecha la oportunidad para promover el movimiento de la Independencia, por medio de carteles en todo el país, utilizando la litografía y el grabado en su producción.

El 16 de septiembre de 1810 es la fecha que marca el inicio del movimiento armado dirigido por el padre Miguel Hidalgo, quien logró movilizar a una gran parte del pueblo mexicano con lo que se conoce como “El grito de Dolores”, en Dolores, Hidalgo. La independencia de México se consumó el 27 de septiembre de 1821. España no la reconoció formalmente hasta diciembre de 1836 y de hecho, intentó reconquistar a México, sin éxito. La ex colonia española, pasó a ser una efímera monarquía constitucional católica llamada Imperio Mexicano. Finalmente, este imperio fue disuelto en 1823, luego de varios enfrentamientos internos y la separación de Centroamérica, para convertirse en una república federal. Tras muchas dificultades y guerrillas, finalmente el 5 de Febrero 1857 se promulgó la Constitución que actualmente rige al país, siendo la máxima ley; su nombre oficial es Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. 

Notas:

[1]  Tequitqui: Término propuesto por José Moreno Villa en su texto Lo mexicano en las artes (1949), y se refiere a las manifestaciones artísticas mezcladas de arte europeo con simbología indígena.

[2] La Matrícula de los Tributos —conocido también como Códice Mendoza o Mendocino— es un manuscrito ilustrado de los años 1540 hecho en papel europeo. Posterior a la conquista, fue pintado por escribas aztecas quienes usaron el formato pictórico antiguo. Después de ser pintado, un escriba añadió descripciones escritas en español. www.wikipedia.org

[3] Dávila Garibi, Ignacio: Breves apuntes acerca de los Chimalhuacanos. Civilización y costumbres de los mismos. Guadalajara, México, 1927.

[4] Roberto Ricard: La conquista espiritual de México. Edit. JUS y Polis. México, 1947. Pág. 307.

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