André Gide,
el retorno de una máscara

por Germán Leopoldo García

 

El sueño de mañana

es un goce, pero el goce de mañana

es otro distinto...

                          André Gide

 

Desenmascarado, desnudo en la obscena trama de las genealogías, Gide se reconstruye en territorios disímiles. El surgimiento del protestantismo en la Francia del siglo XVI, las mujeres como transmisoras de un mandato velado, cierta moral patética definen el relieve de esa geografía. Extranjero de su propia escritura, desleído en aquel perfil, Gide es rescatado aquí para una lectura sin recato.

Entre dos siglos (1869/1951) André Gide fue extemporáneo. En 1891 publica El tratado de Narciso y Los cuadernos de André Walter (este último en forma anónima). Mallarmé está presente en el primero de estos libros, cuyo subtítulo es "teoría del símbolo" y es una alegoría sobre el poeta, el decir a medias de la verdad, la cosa que el símbolo personifica y que lo redime del pecado de la palabra.

Ese pecado viene de la genealogía que André Gide gusta transmitir: "Mi bisabuelo Rondeaux de Montbray, consejero, como su padre de la Cour des Compíes (...) se retiró a Louviers. Allí, según creo, se volvió a casar. Tenía dos hijos de su primer matrimonio y hasta ese momento toda la familia Rondeaux había sido católica; pero Rondeaux de Montbray en segundas nupcias desposó a una protestante, quien le dio tres hijos más, uno de los cuales fue Edouard, mi abuelo. Esos niños fueron bautizados y educados en la religión católica. Luego mi abuelo a su vez se casó con una protestante, Julie Pouchet, y sus cinco hijos, mi madre era la más joven, fueron educados en el protestantismo" (Si la semilla no muere).

El mandato protestante se transmite por las mujeres, toma a André Gide como “un polo de atribuciones”: la respuesta es su obra, constitución de una máscara que exhibe la transparencia construida con una laboriosa opacidad.

Lévi-Strauss, en un estudio sobre el arte de las máscaras, dice “El decorado está hecho para el rostro, pero en otro sentido el rostro está predestinado a ser decorado, porque sólo por el decorado y mediante él el rostro recibe su dignidad social y su significación mística".

Y, en ese mismo artículo, generaliza: “El barroco y el preciosismo en el estilo serían entonces la supervivencia, formal y amanerada, de un orden social decadente y acabado. Serían su eco moribundo en el plano estético".

Aquí la valoración de Lévi-Strauss es semejante a la de Arnold Hauser, pero la máscara social puede enunciarse sin esa valoración: cuando la máscara social se convierte en objeto, la persona es un personaje que se construye. La máscara Gide se remonta al surgimiento del protestantismo en la Francia del siglo XVI, con sus aires de rebelión social y liberación intelectual, con su crítica a la autoridad externa en religión y el cultivo de la humildad personal. ¿Qué quedaba de eso en la familia Gide, sostenida por la madre viuda y otras mujeres?: “A fines del siglo pasado, el protestantismo ofrecía e inculcaba a André Gide una manera de vivir regulada, pero, ya lo veremos más adelante, también sentimental —escribe Marc Beigbeder—, esclarecida por la devoción del individuo, la necesidad de una adhesión y de una emoción personales y en especial de una lucidez con relación a sí mismo, ejercida en particular mediante esos exámenes de conciencia que Gide durante tanto tiempo —casi podríamos decir siempre—, continuó practicando”.

Examen de conciencia es vigilancia de la máscara: "Todos debemos representar" —dice Gide— y en Paludes (1895) ironiza sobre el ser y el parecer, sabedor de que los que tienen máscaras alquiladas suponen ocultar un rostro de verdad.

Después de la invención de André Walter y El tratado de Narciso (1891) está La tentativa amorosa (1893) y ese viaje hacia nada (Le Voyage d'Urlen, 1893) que desemboca en el vacío de Paludes, efecto del fracaso de la tentativa amorosa, llamada también tratado sobre el “vano deseo” y amparada en una cita de Calderón sobre la eternidad del deseo, del que tocamos las cenizas que se dispersan en el tiempo de la vida.

En ese primer movimiento —que concluye en Los alimentos terrestres, 1897— André Gide descubre la literatura como "una tentación diferida". Extemporáneo, entonces, por este diferir que hace que su vida vaya detrás de lo que escribe, aunque la máscara lo muestre escribiendo su vida.

Paludes “...es la historia de un soltero que vive en una torre rodeada de pantanos (...) es la historia del campo natural (...) la historia de quien no puede viajar (...) la historia del hombre normal, en quien cada uno comienza: —la historia de la tercera persona, aquélla de quien se habla— que vive en cada uno de nosotros (...) ¡Qué monotonía! ¡No sucede nada! Sería conveniente intentar mover un poco nuestra existencia. Pero no se inventa uno sus propias pasiones (...) ¡Qué existencia intolerable! Es suficiente con que pueda ser distinta y no lo sea. Todos nuestros actos son tan conocidos que un suplente podría ejecutarlos, y, repitiendo nuestras palabras de ayer, formar nuestras frases de mañana".

El deseo se extingue, el joven Gide languidece protegido por el dinero de la familia, por el cuidado de su madre y demás mujeres que le rodean: “...no quiero hacer nada de los actos; quiero desprenderme de la libertad".

Idas y vueltas

Las cuevas del vaticano (1914) es, a la inversa, una apología de la libertad. Cierta insolencia gustó al surrealista naciente, pero André Gide dejaría pronto ese camino. La sinfonía pastoral (1919), uno de sus libros más logrados según consenso, intenta explicar la vida de un pastor. Pero es algo más que una sátira; André Gide no se divierte como en el libro anterior al que llamó sotie por no considerarlo una novela. Sotie (farsa, sátira) es un género dramático francés de los siglos XIV y XV. Pero en esta designación la máscara muestra la pista que oculta: Sot era el comediante popular que en aquellos siglos llevaba un traje multicolor y un gorro con orejas de burro y que representaba la mayor parte de los papeles.

El comediante André Gide, con el traje multicolor de una intimidad que nace pública, se burla de la tradición patética de los protestantes al declararse beneficiario y víctima de sus principios, de la misma manera que intenta después una correspondencia paradójica con los ideales comunistas.

El “libro cuarto” de Las cuevas del vaticano comienza con una cita de Pascal: "Y yo no puedo aprobar más que a los que buscan gimiendo" y entre líneas puede leerse: “...así, muchas veces, en el seno mismo de la abyección, se descubren de pronto extrañas delicadezas sentimentales, como crece una flor azulada en medio de un montón de estiércol”.

El lector distraído aceptará el punto de vista del sot apenas olvide el olor de la mierda sin flores y el perfume de flores que no crecen en la mierda.

Mientras tanto, André Gide gana una partida más: al cristianismo de la desesperación, responde con una farsa religiosa. Escribe en Pretextos: “Baudelaire, Barbey d'Aurevilly, Helio, Bloy, Huysmans tienen un rasgo común: desconocimiento de la vida, y hasta odio a la vida —desprecio, vergüenza, desdén: encontramos todos los matices— una especie de rencor religioso contra la vida".

¿Qué es aquí la vida?. La carne, el deseo del pederasta atraído por los púberes, el deseo separado del amor que siempre fue por Madelaine —prima, virgen, esposa.

El Diario dice, en una nota de 1949: “En su identificación (se refiere a espíritu y materia, a cuerpo y alma) encontré la quietud (...) Ni quiero ni puedo intentar someter y subordinar el uno al otro, como se propone hacerlo el ideal cristiano. Sé por experiencia (pues durante mucho tiempo me esforcé por llevarlo a cabo) cuánto cuesta”.

Nietzsche, lectura de juventud que marca el estilo de Los alimentos terrestres resuena en la cita anterior, así como inspira una novela (El inmoralista, 1902).

Si Los monederos falsos (1926) es su rasgo diferencial en la ficción. El Inmoralista expone sus particularidades éticas. El Diario insiste en las “correspondencias” que hacen que sus escritores se entiendan entre ellos: El inmoralista exalta al individuo liberado de los mandatos religiosos, mientras que La puerta estrecha (1909) apóloga el amor místico que se realiza en su sacrificio absoluto a Dios.

El espectador, dice el sot que habla en Gide, puede elegir entender lo contradictorio de lo humano, también una de las posiciones con exclusión de la otra.

André Gide, por su parte, difiere: “He llegado a un extremo que sólo puedo superar atentando contra mí mismo" (Edipo, teatro, 1931).

André Gide no llegó al extremo de su Edipo, pero temía llegar a ese punto al encontrarse con el hombre antiguo, “...aquél a quien a mi alrededor todo, libros, maestros, padres y yo mismo habíamos tratado de suprimir de primera intención" (Dlvers).

El yo es odioso, dice Pascal

El inmoralista afronta esta afirmación de Pascal citada por André Gide para referirse al pasado: se trata de una “novela de ideas" que no es una "novela de tesis”. El Evangelio permite fundar el inmoralismo del hombre antiguo, contra la moral religiosa oficial. Por otra parte, Goethe inspira un ideal de armonía entre el alma y la carne, entre la materia y el espíritu.

Oscar Wilde inspira uno de los personajes (Ménalque) y también el rechazo de Michel de unos valores que privilegian las virtudes contra los vicios tienen el mismo origen. Agreguemos la concepción estética de la vida, la conducta subordinada al arte en vez de obedecer a una moral.

Pero el hedonismo de Wilde se contradice con la moral patética de Gide.

Los críticos hablan también de la influencia de Jean-Jacques Rousseau (el naturalismo evangélico y la sinceridad como provocación y humillación), Schopenhauer (pérdida de la voluntad en el éxtasis, legitimación de la homosexualidad en la naturaleza), Barbey d'Aurevilly (interés por la extravagancia, incluso la palabra "inmoralista”), Ibsen (el individuo contra las conversaciones sociales), Barrés (individualista, esteta, anarquista), etcétera.

Poco importarían estas referencias en un autor que no fuese histérico, que no construyese su máscara a partir de una renovada insatisfacción, que se resuelve cada vez en identificación con el discurso del otro.

El yo es odioso porque siempre es otro y permanece siendo el mismo.

El inmoralista provoca, mediante la ambigüedad y el equívoco, discusiones sobre moral. Michel, uno de los personajes, es ajeno a las reglas morales —encubre un robo, regla de propiedad— manifiesta simpatía por anómalos sexuales, etcétera.

Ménalque, el otro personaje, es quien argumenta la indiferencia moral de Michel. En tres momentos, se expone el argumento: 1) Gusto por la vida azarosa, desprecio de la propiedad y de la seguridad;

2) Repudio de la admiración de los otros y de los principios; 3) Denuncia de la fidelidad al pasado y exaltación de la disponibilidad.

Conclusión: el acto gratuito (Prometeo mal encadenado, 1899, anticipa lo que El Inmoralista expone de una manera que ya no es alegórica). André Gide logra, en esta novela, una ampliación paradójica del “odioso yo”: lo que comienza por el aprendizaje de los sentidos concluye, después de muchas vueltas, en la prostitución y la pederastía.

Los monederos falsos

Inquietar es mi función —dice André Gide— y esta novela quiere ser la práctica de esa inquietud: revuelta contra la familia, conflicto entre generaciones, homosexualidad, religión, la relación entre la literatura y la vida. La máscara de la sinceridad, las mascaradas del bien y del mal. Publicada en 1926, Los monederos falsos es la novela de André Gide que tuvo una mayor incidencia formal sobre la literatura moderna. Una novela sin objetivos explícitos, sistemática y abierta a la vez, reduce las técnicas narrativas que utiliza: la intriga es una combinatoria, los juegos ópticos intercambian los lugares entre narradores y lectores, los tonos se elevan al lirismo, la presentación indirecta de los hechos destruye la ilusión de la novela.

Geneviéve Idt habla de antinovela, en el sentido propuesto por Sartre: algo que se destruye en el mismo momento que parece constituirse.

A través de la Nueva Revista Francesa (NRF) André Gide se ha convertido en un personaje de su cultura, se convierte al catolicismo, publica una autobiografía, etcétera.

La novela trata de una banda de adolescentes intelectuales, entrando por esto en el culto a la adolescencia —estamos en 1919— que se produce después de la guerra: el tema ocupa a Radiguet, Cocteau, Arland, Chadoume, Pahulan, Lacretelle, Martin du Gard, Montherlant, Drieu la Rochelle; cierta pederastía ideal es generalizada, revestida de referencias griegas.

La falsa moneda no se distingue de la verdadera, lo masculino no se distingue de lo femenino —es uno de los encantos, según Freud, de los púberes.

El movimiento Dada —sobre el que André Gide escribió— está contra los viejos discursos que no pueden soportarse después de haber combatido cinco años.

El culto a la adolescencia después de una guerra aparece, entonces, como la impugnación del discurso de los viejos cuyo fracaso es verificado por esa guerra misma. Los jóvenes, los que pelearon y volvieron de la muerte, fascinan a los adultos. Para André Gide existe otra falsa moneda: el matrimonio con su prima Madelaine nombra para el mundo un deseo que, en verdad, está dirigido de manera clandestina a los púberes (su amor por ella es, por el contrario, verdadero).

El deseo clandestino es cubierto por el amor a una mujer, ese amor se vuelve la falsa moneda que circula ocultando el deseo (Et nunc manet In te, 1951, libro que André Gide redacta para hablar de su mujer muerta lo dice de manera muy precisa).

“Me siento todo abandonado por ella. Cuanto en mi ser suscitaba de bueno, de generoso, de puro, se derrumba y el abominable reflujo me arrastra todo entero hacia el infierno”.

No todos los días encontramos lo que está hecho para dar a ustedes la justa imagen de vuestro deseo (J Lacan).


El diferir, entonces, continúa: es necesario que el arte no reproduzca la naturaleza, que no demuestre nada, que sea el producto de un espíritu crítico, que sea la máscara de un ser singular, que produzca obras abiertas y equívocas, que exista una coerción que dé su primacía a la forma.

Pero la muerte de Madelaine cambia este programa: ...el nunc manet in te (...y ahora permanece en ti) es un verso de Virgilio. Es decir que Virgilio —un padre literario— se dirige a André Gide para decirle que ella permanece en él: "Entonces comprendí —escribe Gide, en la primera página— que habiéndola perdido, desaparecía mi razón de ser, y no sabía ya con qué objeto vivía".

Intrigas

La editorial Gallimard publica en 1956 dos volumen de Jean Delay bajo el título La juventud de André Gide. La revista Critique, en abril de 1958 difunde el comentario de Jacques Lacan “Juventud de Gide, o la letra y el deseo". Ecrits (Seuil, 1966) incluye este comentario que también se refiere a un libro de Jean Schlumberger —nombre frecuente, con otros de la familia, en el Diario de Gide—.

Jacques Lacan elogia lo que llama “alternancia de perspectiva" por parte de Jean Delay, alternancia entre documentos, análisis, comentarios y construcciones. Pasa, luego, a definir el estilo como el objeto causa (lo que se sustrae, lo que difiere en tanto enunciación en la cadena de los enunciados).

Jacques Lacan habla de las falsificaciones de la vida en función de la obra (Los monederos falsos surgen de dos noticias, entre otras cosas: una banda de falsificadores de monedas ha sido detenida, un adolescente se fia suicidado en un colegio).

La ficción es la verdad en el sentido en que Goethe habla de poesía y verdad, lo que sabemos que afectó los ideales de André Gide.

Los monederos falsos tiene entre sus personajes reconocibles a Madame Sokolnicka —introductora de Freud en Francia y con quien Gide intentó analizarse— y el esclarecimiento de la infancia de Boris en relación con ella.

Madelaine tenía horror al sexo, cuyo ejemplo negativo era el extravío de su propia madre (de quien evitaba hablar).

André Gide escribió cientos de páginas sobre sí, tantas como las que pueden ser necesarias para extraviar a cualquiera. Sin embargo, existen líneas de fuerza: la muerte temprana del padre, el amor de la madre que lo envuelve, un goce corporal que no puede localizar, la masturbación exhibicionista, la atracción por los del mismo sexo, el amor cortés por Madelaine —dos años mayor—, a la que conoce desde la pubertad.

“¿Qué fue para ese niño su madre, y esa voz por la que el amor se identifica con los mandatos del deber?" —se pregunta Jacques Lacan. Del discurso de la madre conocemos los efectos, es decir, el lugar que la mujer tiene en el hijo. André Gide es el amante cortés de una esposa virgen.

Entre el amor por la mujer y el deseo por los hombres aparece el niño como una condición erótica (Gide se encarga de aclarar que es pederasta en tanto le gustan los púberes). Que ese niño está hecho con la imagen perdida de sí es algo previsible, que ese niño deseado es la paternidad como imposible (Freud habla de la paternidad como sublimación homosexual) que retoma es más difícil de demostrar.

Escribe en su Diario: “Llamo pederasta a quien, como su nombre lo indica, se enamora de los muchachitos. Llamo sodomita (...) a aquél cuyos deseos se encuentran en hombres ya maduros. Llamo invertidos a quienes en la comedia del amor, asumen el papel de la mujer y desean ser poseídos. Los pederastas, entre los que me encuentro...".

Pero no sólo por la seducción que imputa a su tía es André Gide histérico; lo es también cuando —casi al final de su vida— escribe: “Me arriesgaré a hacer una extraña confesión...; nunca —por lo menos que recuerde— he bramado por nadie”.

“Sacudidas, deslizamientos —escribe Jacques Lacan—, formas gesticulantes, y cuando los actores en número suficiente del teatro antiguo lleguen por el lado del patio a poblar la escena con sus máscaras, la muerte ya habrá entrado por el lado del jardín”.

La muerte, el vacío, el viaje de nada: la máscara. “El ideal del yo, de Freud, se pinta en esa máscara compleja y se forma, con la represión de un deseo del sujeto, por la adopción inconsciente de la imagen misma del Otro, que tiene de este deseo el goce con los derechos y los medios. El niño Gide, entre la muerte y el erotismo masturbatorio, del amor no tiene más que la palabra que protege y la que prohíbe; la muerte se ha llevado, con su padre, la que humaniza el deseo".

El amor de la madre protege, el goce de la madre es prohibición, la palabra del padre humaniza. El deseo de Gide resulta en este punto inhumano —vegetal dice, cuando en referencia a un cuento infantil llega al orgasmo imaginando que escapa de otros niños; cuando, arrojado al río para que se ahogue, llega al borde convertido en una rama verde.

El sujeto deseante es mujer, mujer deseante de un niño deseado: “...el niño confrontado con su madre, no podía sino reproducir la abnegación de su goce y la envoltura de su amor”.

Madelaine, por su parte, ama a su padre y desde la nostalgia contempla “...la fabricación de la máscara —dice Jacques Lacan— abierta a un desdoblamiento cuya repercusión hasta el infinito agota la imagen de André Walter (...) persona en la que se convierte André Gide, para hacernos entender que en ninguna otra parte si no es en esta máscara se ofrece a nosotros el secreto del deseo y con él el secreto de toda nobleza".

El amo no se ocupa de su goce, cuida su deseo. En este sentido André Gide sacó partido de sus privilegios económicos: amó a pesar de su deseo, deseó más allá de su amor. Pena y respeto y ahora, Orfeo, permanece en tí.

Jacques Lacan muestra que André Gide puede ser leído de nuevo, quizás ser leído por primera vez, como un acto gratuito.

Breve cronologí

2 de noviembre de 1869. — André Gide nace en París.

octubre de 1897. — Ingresa en la Escuela Alsaciana.

22 de octubre de 1880. — Muerte de Paul Gide, profesor de la Facultad de Derecho, como su hermano Charles, padre de André Gide.

1885. — Primera Comunión.

1891. — Primer encuentro con Mallarmé. octubre de 1893. — André Gide parte hacia África del Norte.

8 de octubre de 1895. — André Gide contrae matrimonio con Madelaine Rondeaux, su prima, en Etretat.

1896. — Comienza a colaborar en L'Ermitage.

1908-1909. — Fundación de la N.R.F. 1926-1927. — Viaje al Congo.

1936. — Viaje a la U.R.S.S.

1938. — Muerte de Mde. André Gide.

1942. — Viaje a África del Norte.

1947. — Premio Nobel

19 de febrero de 1951. — André Gide muere en París.

 

Ensayo de Germán Leopoldo García

 

Publicado, originalmente, en: Babel Revista de Libros Año 1, Nº 7, febrero de 1989

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.

Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/babel-revista-de-libros-no-7/

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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