Mónica Lavín, La Casa Chica, Planeta, México, 2012, 212 pp.

Los amores amargos

por Ana García Bergua

No es nada raro, ni siquiera ha pasado de moda: de repente un buen día, uno se entera de que el señor X, tan amable con su esposa e hijos, a quienes uno conoce desde siempre, tiene otra familia simultánea en otra ciudad o en otra parte de la misma ciudad. Al principio me suele admirar que a alguien le alcance el tiempo para cumplir con dos obligaciones de ese tamaño; luego, claro, vienen las opiniones, los enojos y todo lo demás. Pero en realidad, como les decía, no es nada raro. Es más, en ciertas épocas era toda una institución: los hombres poderosos tenían casa grande y casa chica, llamada así no precisamente por el tamaño, o varias casas chicas, según sus posibilidades, como si jugaran al Monopoly. La casa chica, además de demostración de poder, era también símbolo de la inevitabilidad de los amores intensos, al margen de las convenciones y de los matrimonios tradicionales también indispensables como fachada de respetabilidad. Casa grande, casa chica, la primera era la casa que gozaba de todo el reconocimiento social y económico, pero la segunda casa era la casa de los placeres, las sorpresas y las pasiones, todos más apetitosos mientras más prohibidos.

Qué acierto de Mónica Lavín titular La Casa Chica este delicioso y amargo libro de relatos. Delicioso porque, confesémoslo, las historias que nos cuenta en él, pertenecientes a la vida política, farandulesca y artística de México durante el siglo XX, han alimentado el morbo de muchos mexicanos, nuestro eterno sospechosismo, el “se dice que...”, que tan seguido escuchamos sobre los famosos y poderosos, esas anécdotas que en el fondo siempre creemos y hasta adornamos como si las viviéramos también. Si el río suena, agua lleva, dicen las comadres. Nadie sabe de cierto, pero todos suponemos eso y hasta eso multiplicado por cinco. Amargo porque esas mismas historias llevan, de parte de quienes más apostaron y perdieron en ellas, una profunda carga de dolor, soledad y despecho.

Por este libro desfilan —cito en desorden— los amores del Indio Fernández, Lupe Vélez, Miroslava Stern, Miguel Alemán, Frida Kahlo, Conchita Martínez y otros. Amores prohibidos, amores al sesgo, de los que cambiaron o rompieron vidas. Mónica Lavín sabe situarse con gran destreza en el lugar de estos personajes tan conocidos y de alguna manera los hace suyos, les da carne y sangre para encontrar sus más dolorosos secretos, para despojarlos de la leyenda que suele acartonarlos. Así, los famosos de La Casa Chica no son de museo de cera. Su mirada aguda desentraña los secretos de Nahui Ollin y el doloroso matrimonio con el pintor homosexual Manuel Rodríguez Lozano, empujado por su padre el huertista general Mondragón. A su vez, cuenta el triste suicidio de Abraham Ángel, el joven amante de Rodríguez Lozano, como si realmente los hubiera conocido, como si estuviera ahí. Sin explicar, Mónica Lavín sugiere, matiza y da en el clavo. Escudriña los amores de Lupe Vélez, la mexicana que triunfó en Hollywood, con el guapísimo Gary Cooper, el Tarzán Johnny Weismuller y Arturo de Córdoba —del que se decían otras cosas, por cierto— , y encuentra en el roce de los pétalos de rosas amarillas que la diva disfrutaba en la alberca de su mansión en Rodeo Drive el escozor de la amargura y la frustración amorosa, la soledad al fin de una mujer que parece tenerlo todo. Una historia apasionante de este libro es la de la amante alemana de Miguel Alemán, Hilda Krüger, la que en el relato de Mónica aspira a actuar el personaje de la Malinche, la Malinche de Alemán, mientras sus compatriotas nazis (ella fue amante de Goebbels también) la presionan para que convenza al presidente de hacer negocios con ellos. Es una historia siniestra, con personajes horribles —incluida la Hilda—, los cuales, gracias a la pluma de Mónica se vuelven cercanos y espantosamente comprensibles. Asimismo, el conocimiento de la autora sobre la lid taurina se vuelca en el relato de los amores de la cupletista Conchita Martínez con otro siniestro: Maximino Ávila Camacho, y lo cuenta desde el dolor y la tristeza del amante despechado, el torero Lorenzo Garza, El ave de las tempestades, a quien Maximino no sólo arrebató a la mujer amada sino que le hundió la carrera. Otro torero, el español Luis Miguel Dominguín, hará añicos la vida de la actriz Miroslava Stern, que se volvió legendaria por su inquietante aparición en la genial película de Buñuel Ensayo de un crimen, con Ernesto Alonso.

Como podemos ver, este libro tiene algo de relato de familia, de esos trescientos y algunos más citados por Salvador Novo, que a mediados del siglo XX constituían la élite política y artística de nuestro país. Así, en esta galería de personalidades no podían faltar, por supuesto, Frida Kahlo y Diego Rivera, analizados desde el sesgo de otra casa chica que cuenta Mónica Lavín, la que pudo haber sido para Frida el estudio de uno de sus amantes, el fotógrafo Nick Murray en Nueva York. Mónica Lavín se pone en la piel de Frida y desmenuza con cuidado sus pasiones y sus razones a lo largo de un viaje en barco para ir a conocer a los surrealistas, sus dolores y su dolor de ser considerada siempre la esposa del maestro Rivera y no Frida, y a la vez el dolor de tampoco poder vivir sin Diego. Y también se pone en los zapatos del temible Indio Fernández para destilar con él el tequila agridulce de su amor por Olivia de Haviland, por quien incluso nombró su calle de Coyoacán. Ese Indio pendenciero que a la menor provocación desenfundaba la pistola es el personaje que muchos conocemos por relatos de primera mano. Sin embargo, el relato de Mónica Lavín lo busca detrás de su espalda, adentro de la mano temblorosa y la mirada fúrica y extasiada a la vez, ésa que supo ver a Macario, a los pescadores de Pátzcuaro y a Ninón Sevilla en Víctimas del pecado. Todas estas historias guardan una relación de correspondencia: entre ellas se explican y se matizan, para formar una especie de colonia de casas chicas detrás de las otras casas respetables que apantallaban a una sociedad de clase media en ascenso. Atrás del poder y del glamour se encontraba este suburbio de amores dolidos y dolorosos, donde el decoro se convertía en otra cosa, en la carne y en la vida, en vidas torturadas y apasionantes.

Es muy notable la selección de las historias que desfilan en La Casa Chica y también la variación constante de puntos de vista que la convierte en un libro amenísimo, respaldado por una investigación seria sobre cada uno de los casos, que al mismo tiempo posee la flexibilidad narrativa indispensable para que las historias, tan conocidas, nos dejen con una sensación de misterio, de que esas anécdotas guardan resonancias múltiples. Esto se debe a la mano de una narradora experta que no duda en buscar los deseos y las motivaciones para sugerir siempre toda la serie de implicaciones emocionales y psicológicas, incluso psiquiátricas, que hacen de los seres humanos, y más de esos seres humanos, abismos sin explicación fija, como los grandes reflectores que se mueven hacia la noche, sin rumbo, en los estrenos cinematográficos.

Si algo de malo hay en este libro de Mónica Lavín es que luego de leerlo dan muchas ganas de seguirlo contando y hablando de él por mucho rato. Yo les quiero invitar a disfrutarlo, no se arrepentirán, y deseo felicitar de todo corazón a mi amiga Mónica por este manjar que nos ha deparado con su nuevo libro, como les decía, delicioso y amargo a la vez.

 

reseña de Ana García Bergua

 

Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México  108 / reseñas / Febrero de 2013

Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México

Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/f63e05c6-ca63-4267-bbf1-9851cb82c6af/los-amores-amargos
 

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