Salvador Puig (1939-2009)

“Las palabras no entienden lo que pasa"
por Elvio E. Gandolfo

Hace unos cuantos años solíamos reunimos con un grupo de amigos y Bécquer Puig, conocido como Salvador Puig, literariamente. Un par de cambios biográficos hicieron que nos viéramos menos, cruzándonos de vez en cuando “en 18”, o “en Sarandí”. Cuando en 2006 hicimos con Aldo Garay los 24 programas sobre literatura Los libros y el viento para TV Ciudad, en un momento pensé en entrevistarlo, casi seguro de que no iba a aceptar. Pero aceptó, y fue la entrevista central del programa número doce. Lo que sigue es la transcripción abreviada de ese diálogo.

LOS DOS NOMBRES.

—Estamos con Bécquer Puig, aunque en las tapas de sus libros dice Salvador Puig. Lo primero que le voy a preguntar, es ¿por qué la diferencia entre Salvador y Bécquer? ¿Fue alguna chica a la que le dijiste "poesía eres tú"?

—No, no: pobre. Fue bien sencillo. Cuando murió Vicente Basso Maglio no sé por qué Ángel Rama sabía que lo conocía mucho a Vicente y que tenía lo último que había dejado escrito: Canto llano. Fui a la Biblioteca Nacional (Ángel trabajaba ahí), hojeó aquello y siguió haciendo su nota para Marcha. Me preguntó si tenía algo, y yo andaba con dos hojitas, que le di. Al día siguiente me llamó y me dijo “Quiero publicar eso tuyo en Marcha, pero no le vamos a poner Bécquer, un seudónimo”. “No, no es un seudónimo”, le dije, “es mi segundo nombre”. Me salvó la muerte de mi abuelo, porque falleció un mes antes de nacer yo. Y mi padre, que me iba poner, no sé, Bécquer Shakespeare, optó por ponerme Salvador.

—En los primeros libros, sobre todo en Apalabrar, tenias una especie de técnica que usaba mucho el espacio, movías las palabras en la página. Después has ido cambiando. ¿Qué es lo que recordás de aquella época, incluso de tu aprendizaje con Basso Maglio?

—Vamos a ser sinceros, lo que a mí me formó fue la biblioteca que había en casa de mi padre, que era muy lector, y las conversaciones con él.

—Era actor, me dijeron.

—Sí, dejó de actuar en teatro porque el suegro no lo dejaba casarse si no. Pero le permitió seguir trabajando en radio, y después hacer alguna cosa en televisión, también. Después fui a trabajar a radio El Espectador, a los dieciocho años, e hice una de esas amistades con Basso Maglio, rarísimas, entre un viejo y un joven. Y un día me atreví a darle un poema. Y el loco me dijo: “Esto es un poema", y a partir de ahí quedó el vinculo. Y a los dos años murió. Fue en el ´61.

ALFREDO Y BAYER.

—En la radio trabajaste con Alfredo Zitarrosa, y con Juceca, ¿no?

—Juceca entró un poco después. Con Alfredo desde que entré: nos hicimos muy amigos de inmediato. Me fui a vivir a la pensión que tenía la mamá, ahí en la calle Yaguarón 1021, frente al cementerio, cosa que él no dejaba de recordar. Ahí vivimos dos años, hasta que me casé.

—...había una amistad de charlar...

—Sí, sí: convivíamos. Yo llegué a El Espectador porque quería trabajar, en lo que fuese. Mi padre habló con un operador, Alves (si está por ahí, saludos), para que entrara como operador. Y ahí apareció Mirta Acevedo un día, habló conmigo y me dijo “Con esa voz, ¿para qué vas a ser operador?”. Y entré de locutor.

—A mí me asombró en los discos de Zitarrosa que sacó la revista Posdata en su época que el tono de voz tuyo (que hacías los textos de apoyo) y el de Zitarrosa tenían mucho que ver.

—¡Ah, él me imitaba! (risas) Chancéabamos mucho con eso. “Qué bien que me imitás”. “Qué bien que estás de la garganta / que canta”.

—Después se transformó en tu actividad posterior de foctttor publicitario, con la famosa fi ase de Aspirina de Bayer.

—Claro. Quiero que conste en la lápida: “Si es de Bayer, es bueno”, (risas)

—viviendo a lo poético: otra característica de esa época era la gran distancia entiv libro y libro: una década, doce años.

—No mencionaste La luz entre nosotros, que fue el primero, en el '63. Ahí dejé un poco: dos años que estuve de secretario general de la Asociación de Empleados de Radio, gremio altamente combativo: perdimos tres huelgas (ríe). Después seguí escribiendo. Lo que pasa es que ensayé una cosa que era el versículo: una cosa larga, ¿no? Largas parrafadas para ver si lograba un ritmo distinto, en el segundo libro. La luz entre nosotros es con versos tipo Jorge Guillén, muy clásicos. Y algunos de esos poemas largos están después en Apalabrar, solo que puestos en ese juego espacial que mencionaste, ese tartamudeo del espacio. Que los transforma en otra cosa. Medina Vidal me dijo el otro día que eso intelectualizaba el poema. Yo no estoy convencido.

—Hubo una frase que se había hecho célebre: “Las palabras no saben..."

—”...no entienden lo que pasa”. Eso nació como poema cuando se supo de la muerte de Ernesto Guevara. Algunas personas me decían: “pero vos lo estabas escribiendo antes de saber que se había muerto”. Yo dije: “No, pará”. Lo que pasa es que se sospechaba, era un rumor que podía haber pasado. Por eso las palabras no entienden lo que pasa. La frase abre y cierra ese poema. Salió en un libro, una antología que publicó Enrique Fierro.

—En una época se citaba casi como una frase de tango.

—Sí: quedó como un sello.

TIEMPO Y PRODUCCIÓN.

—Me da la sensación de que en los últimos quince años estás más productivo, que reaccionas mucho más a lo que va pasando.

—Es como constante. Lo que pasa es que tengo un océano de tiempo ahora. Como me jubilaron de la agencia Ansa... Yo trabajé en Reuters y en Ansa. Son 27 años: 22 en Ansa y 5 en Reuters. Llegados a una edad, pasamos todos a retiro. De la oficina actual acá no queda ninguno de los que estábamos. Excepto un pibe que acababa de entrar.

—Y tenés la suerte de que te sale escribir.

—Ahora tengo un tiempo despampanante: leo, escribo, leo, escribo.

—A su vez cambió la forma. Son poemas más directos en cuanto no hay esas complicaciones intelectuales que te decía tu amigo, pero también son muy densos como lenguaje. Leí un libro inédito tuyo, Vida, dedicado a Juan Pablo Rebella, que son todas frases únicas, largas, que cortan con un punto. El texto se vuelve muy tenso y duro. El tema [el suicidio de Rebella] lo es. lógicamente. Pero a la vez es muy provocador para el que lee. O sea: te hace trabajar la cabeza.

—Creo que... (Hace un silencio.) Lo de Rebella impactó de una manera... a todo el mundo. Yo me enteré por mi hija. Porque él iba con Stoll a la casa de mi hija y mi ex esposa. Ahí lo había visto dos o tres veces. Cuando mi hija me lo dijo no podía creerlo: “¿Qué?”, dije. No es chistosa, mi hija. Así que me lo tuve que tragar, y me puse a escribir.

—Curiosamente es un libro muy “escrito”, sólidamente. Es una mezcla de filosofía, de poesía...

—Hay como un trasfondo que quiere ser comienzo y principio (sic) de una filmación.

—¿En qué estás trabajando ahora?

—Veamos. Este año va a salir un libro. Iba a salir en agosto, y no descarto que así sea. La última vez que llamó mi apoderada, que es mi esposa (ríe) en la editorial le dijeron: en agosto o en todo caso este año. Después tengo otros dos... tres. Con el de Rebella, cuatro. Y empecé otro. No tengo tiempo de hacer nada, no sé si me entendés (ríe).

—Las conversaciones apasionadas que solíamos tener en el pasado eran sobre lecturas. ¿Seguís ejerciéndolas?

—Ah, sí, claro.

—Recuerdo tu gusto por Eliot, por Guillén. ¿Has descubierto algún poeta reciente que te interese, en los últimos diez o quince años?¿Hay algo que buscas al leer?

—A mi lo que me llama la atención, yo no sé adonde conduce eso, si está bien... Bueno, bien está porque me gusta. Hay una especie de campo unificado (empieza a mover las manos para marcar puntos distantes en el espacio). Vas a ver un poeta francés, un uruguayo, un argentino... lo que sea. Y todos son como intercambiables. Hay algo de eso.

—Una especie de globalidad paralela...

—Como que son matices de un solo poeta.

—Y es lo que te interesa, pescar eso con el oído.

—Ah, sí, sí. Porque pescando las diferencias se pesca también el mar de fondo.

—¿Siempre escribiste solo poesía?

—Intenté hacer un cuento. Muy malo. Creo que Onetti me hubiera dado un bife.

—En este libro que va a salir, ¿hay una temática unitaria?

—Es un libraco, largo. A propósito de lo que decías hoy, yo me doy cuenta, o lo he contado más o menos: escribí en estos dos años (año y medio, en rigor) más que en todo el resto de mi vida.

—A mi el último libro que sacaste me sonaba más... suelto.

—Como te digo: éste que va a sacar Linardi y Risso son ciento y pico de poemas. Así que es imposible la unidad temática. Formal sin duda. Pero sin querer.

Bueno, a ver si nos vemos por ahí, en algún momento, nuevamente.

—¿Y por qué no? Que no quede en amenaza.

—Un gusto haberte visto, Bécquer.

—Igualmente.   

 

por Elvio E. Gandolfo

 

Publicado, originalmente, en:  El País Cultural Año XX Núm. 1014 Montevideo 24 de abril de 2009

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/74248

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                     Salvador Bécquer PUIG en Letras Uruguay

 

                                                                   Elvio E. Gandolfo en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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