El tiempo en «Cien
años de soledad», de
Gabriel García Márquez Universidad de California. Santa Bárbara |
Estructura temporal en cien años de soledad Varios críticos han señalado en Cien años de soledad la existencia de dos niveles de tiempo, uno mítico y otro histórico[1]. Sin embargo, esto supone una oposición entre realidad (o historia) y ficción (o mito), dualidad que me propongo evitar: en primer lugar, porque si una novela es ficción, queda por lo tanto incluida en el primer término de la oposición, en el mito; en segundo lugar, porque si se incluyen ambos, mito y novela, en la categoría de ficción, podemos hacer válida para una novela la observación de Lévi-Strauss sobre la doble estructura del mito, a la vez histórica y ahistórica[2]. Quizá la diferenciación señalada por la crítica se refiera a la contingencia del mito, que al emerger del tiempo cronológico ingresa en otro tiempo de cualidad diferente, «sagrado», o «mágico», o «primordial»[3]. En este sentido, el tiempo ficticio creado por Cien años de soledad oscila, es verdad, entre una pseudorrealidad necesaria y una contingencia irreal o mágica. Aceptada la característica mítica y a la vez (o, si seguimos a Lévi-Strauss, deberíamos decir «en consecuencia») histórica, del tiempo ficticio creado por Cien años de soledad, me propongo señalar en la novela el desarrollo de dos ciclos temporales, que por juegos de convergencias y divergencias se determinan mutuamente. De esta manera, los valores de presente, pasado o futuro son en Cien años de soledad relativos, pues dependen del punto de referencia que se determine en uno de los ciclos; esta misma relatividad confiere polivalencia a esos valores temporales. Cuando al final de la narración las dos perspectivas coinciden, el tiempo de Cien años de soledad termina definitivamente: la coincidencia final suprime, por lo unto, un «después», y si el futuro es un «después», en el tiempo ficticio creado por Cien años de soledad no hay posibilidad de un futuro[4]. De acuerdo con este esquema, el presente trabajo desarrollará los siguientes puntos: 1) diversidad de cielos temporales y sus polivalencias; 2) infinitud de los ciclos temporales, y 3) abolición del futuro. Diversidad de ciclos temporales y sus polivalencias
El lector de Cien años de soledad recorre, en el presente suspendido[5] de su lectura, cien años ficticios que encierran la historia de un pueblo. Macondo: estos cien
años empiezan a desenvolverse ante nuestra imaginación siguiendo el camino del recuerdo de un personaje[6] «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.» (Cien años de soledad, p. 9.)
Entramos así en el primer ciclo temporal de
Cien años de soledad, el de Macondo y la familia Buendía, por vericuetos de pasados representados, a veces repetidos, a veces superpuestos; entramos en los solitarios mundos de los recuerdos, de «fantasmas», cuyos límites con la vida cotidiana de los Buendía se diluyen y confunden: a cada momento de nuestra lectura el pasado se convierte, por el recuerdo, en el presente de un personaje[7], o viceversa, el presente se convierte en recuerdo anticipado por la narración[8] El futuro es una tercera dimensión que también coexiste en el presente de los Buendía: algunos personajes, como Aureliano o Úrsula, con su facultad de sentir presagios, o Pilar Ternera que con sus barajas predice el porvenir, hacen deslizar el futuro hacia el presente, si bien a menudo son estos deslices fallidos, pues en Cien años de soledad los presagios suelen quedar frustrados, y la suerte de las barajas suele no cumplirse[11]. Los personajes viven así en un tiempo polivalente, su presente es simultáneamente pasado y también un tímido futuro. Los recuerdos, los presagios, la presencia de los Buendía, no alcanzan a conferir unidad a la historia de la familia, pues la recorren a saltos y a trechos. Macondo es visitado periódicamente, «todos los años, en el mes de marzo», por gitanos que traen maravillas de otro mundo: se presenta así, en la estructura de la narración, un segundo ciclo temporal; estos dos ciclos, el de Macondo y el de los gitanos, coinciden «todos los años en el mes de marzo», para volver a separarse. De esta manera, el tiempo ficticio de Macondo tiene un punto de referencia, también ficticio, en este ciclo temporal más amplio de los gitanos[12]. Uno de los gitanos, Melquíades, viviendo en el presente de los Buendía, ve, escribe o cifra, en un manuscrito simultáneo al curso de la narración, el futuro de la familia. El tiempo del primer ciclo, el tiempo de Macondo, toma con la perspectiva del segundo ciclo, el de los gitanos y Melquíades, una nueva polivalencia: mientras Melquíades comparte el mundo de Macondo, y cifra su manuscrito, su presente es a la vez un futuro, pero reducido a la categoría de pasado[13], como ocurre con todo tiempo profetizado. Y como todo lo que ocurrirá en Macondo queda escrito por Melquíades, y en tanto el lenguaje confiere, casi mágicamente existencia[14], todo es presente, un presente perfecto, para el lector. El tiempo del primer ciclo, el presente, pasado y futuro coexistentes, se reduce ahora, desde el punto de referencia del segundo ciclo a un pasado, una extraña clase de pasado cuyo desarrollo ocurre en el presente del lector, pero que a la vez, puesto que es una profecía, es un futuro necesario. La divergencia de los ciclos de Macondo y de Melquíades enriquecen el tiempo ficticio, no solamente con una múltiple superposición de los valores de presente, pasado y futuro, sino también con una doble perspectiva de necesariedad y contingencia. Finalmente, el último en la larga serie de Aurelianos de la familia, al descifrar el manuscrito, condensa en su lectura en su presente ficticio, paralelo ahora al del lector, todo el pasado recorrido ya por la narración. Este es el punto final del futuro profetizado por Melquíades; aquí coinciden el fin del tiempo de Macondo, el fin del tiempo de la profecía de Melquíades y el fin del tiempo de la lectura. La convergencia total de los diferentes ciclos temporales determina el fin del tiempo ficticio. Cien años imaginarios como presente extenso para el lector: cien años de recuerdos, de pasado-presente-sin futuro, para el último Aureliano: y los mismos cien años como futuro-pasado-presente para Melquíades; las diferentes perspectivas confieren a este tiempo imaginario polivalencias múltiples: presente, pasado y futuro no solamente coexisten en cada ciclo, sino que toman otro valor temporal diferente según la perspectiva de cada ciclo. Y, finalmente, todas estas polivalencias se condensan en el punto final de la narración. Esto, precisamente, se había propuesto García Márquez y el narrador imaginario Melquíades: «Melquíades no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante.» (Cien años de soledad. p. 350 ) El título de la novela establece con evidencia la finitud del tiempo ficticio narrado: cien años. Las palabras finales reafirman ese límite: [...] «porque las especies condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.» (Cien años de soledad, p. 351.) Más allá de estas palabras, el mundo ficticio de Macondo termina definitivamente; no queda sino el lector, en su propio mundo de realidad cotidiana. Sin embargo, las polivalencias temporales que he señalado parecen llevar a la supresión de las diferencias entre pasado, presente y futuro, diferencias que constituyen el tiempo, si consideramos a éste como cambio, como pasaje de una anterioridad a una posterioridad[15]; y quizá, al contribuir a borrar límites temporales, la narración intente suprimir el tiempo, reducirlo a la eternidad y envolver en esa eternidad nuestro tiempo de la realidad cotidiana como muchas veces consigue hacerlo Borges. Las sugerencias de un movimiento circular de ese tiempo ficticio parecen proponemos una metáfora de la eternidad: 1) el punto de partida de la narración, el recuerdo de Aureliano Buendía, quizá quiera llevarnos en movimiento recurrente al mundo de la conciencia, a un solipsismo eterno semejante al de Borges (ver pág. I de este trabajo); 2) la referencia, ya en la primera página de la novela, al regreso cíclico de los gitanos que «lodos los años, por el mes de marzo» Negaban a la aldea, es otro ejemplo de circularidad temporal. Además, los saltos temporales de siglos a los que nos lleva la narración contribuyen a borrar las delimitaciones temporales y acostumbrarnos al salto hacia la eternidad, vale decir, hacia un tiempo sin límites ni diferencias: «Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo xvi. la bisabuela de Úrsula Iguarán se asustó tanto [...].» (Cien años de soledad, p. 24.) «Cantaba las noticias [Francisco el Hombre] con su voz desacordada, acompañándose con el mismo acordeón arcaico que le regaló Sir Walter Raleigh en la Guayana, mientras llevaba el compás con sus grandes pies caminadores agrietados por el salitre.» (Cien años de soledad, p. 51.) «Estaba perdiendo la vista y el oído [Melquíades], parecía confundir a los interlocutores con personas que conoció en épocas remotas de la humanidad, y contestaba a las preguntas con un intrincado batiburrillo de idiomas.» (Cien años de soledad, p. 67.) [...] «y confundía [Úrsula] el tiempo actual con épocas remotas de su vida, hasta el punto de que en una ocasión pasó tres días llorando sin consuelo por la muerte de Petronila Iguarán, su bisabuela, enterrada desde hacía más de un siglo.» (Cien años de soledad, p. 278.) Contribuye también a borrar los límites temporales la sensación de caos temporal que da al hilo de la narración el volver atrás para retomar un punto anterior, o bien el adelantar acontecimientos posteriores 16; o bien, las vagas referencias a puntos temporales, que nos hacen perder el rumbo del tiempo: «una noche», «un jueves de enero», «en cierta ocasión», «un día», etcétera. Los personajes, desde su mundo ficticio, también toman conciencia del movimiento circular del tiempo: «Es como si el tiempo diese vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio.» (Cien años de soledad, p. 169.) «[...] Úrsula confirmó su impresión de que el tiempo estaba dando vueltas en redondo.» (Cien años de soledad, p. 192.) Sin embargo, el movimiento circular no es infinito; el tiempo, si bien parece repetirse, va desgastándose en esa repetición: lo dice Úrsula varias veces[17]. Más que un sentido de repetición inmutable, la narración nos da acumulación de tiempo, condensación[18]: en el tiempo de los Buendía, el pasado sigue pasando; no solamente se repite, sino más aun, está objetivado, materializado en el presente; los muertos que continúan envejeciendo (viviendo, o muriendo) en la misma casa de la familia[19], los sueños o recuerdos de Rebeca que Úrsula ve caminar por la habitación[20], o el galeón español cubierto de flores y herrumbre[21], son algunos ejemplos de esta conjunción de pasado y presente. El episodio de la peste del insomnio, que trae consigo el olvido, la pérdida del tiempo vivido, presenta la oposición paradigmática que realza esa condensación[22]. Por otro lado, el pasado de los Buendía nunca llega a ser realmente pasado : su objetivación concreta en el presente y su coexistencia con él le quitan horizonte y perspectiva de pasado[23]. La presencia de Melquíades, la interjección de este segundo ciclo temporal, y, desde esta perspectiva, la codificación de la historia en un manuscrito profético, pone límite final al mundo de Macondo: elimina por lo tanto la posibilidad de un futuro y también, en consecuencia, elimina la posibilidad de repetición circular y la de condensación al infinito. La intersección del ciclo temporal de Melquíades en el de Macondo suprime la circularidad eterna y determina la finitud de los ciclos temporales en la novela. Abolición del futuro En las múltiples polivalencias que he señalado para el tiempo de Macondo, el futuro mantiene siempre una cierta independencia de «futuridad», aunque se resuelva a veces en presente anticipado, con los presagios de los Buendía o de Pilar Ternera que deslizan el futuro hacia el presente; pero el ciclo de los gitanos, con la profecía de Melquíades, el futuro de Macondo toma irremisiblemente la categoría de pasado. La novela se propone abolir el futuro y con él el tiempo de Macondo. La repetición que va desgastando el tiempo, la condensación de presentes, pasados y futuros queda interrumpida por la intersección del segundo ciclo temporal que, en primer lugar, convierte el tiempo de los Buendía en un futuro profetizado (y por lo tanto de categoría semejante al pasado) y, en segundo lugar, determina, proféticamente, el límite final de ese tiempo. Si consideramos el futuro temporal como un «después», este «después» puede interpretarse: I) objetivamente, como algo que existe más allá del presente, que nos espera y al que hemos de llegar al recorrer un segmento en la línea del tiempo[24]; 2) desde un punto de vista subjetivo el futuro sería una simple apertura al mundo y a los otros[25]; 3) una subcategoría de esto último es el futuro considerado como «proyecto» del ser o de la voluntad, como expectativa, deseo o intencionalidad[26], y 4) otra posibilidad de interpretación del futuro sería el azar, la pura contingencia[27]. En el ciclo de Macondo, el futuro objetivo es el destino que amenaza a la familia Buendía como castigo del primero, y de sucesivos, incestos: el hijo con cola de cerdo. Pero como destino, y castigo, este futuro objetivo no tiene la fuerza de lo ineludible, pues en el curso de los acontecimientos en la narración queda repetidas veces frustrado (el casamiento de Úrsula y José Arcadio Buendía y sus hijos sin cola de cerdo, son la primera burla a ese destino); aparece, por lo tanto, como una posibilidad que aterra, es verdad, a Úrsula, aunque no llegue a cumplirse en su caso: aterra también al último Aureliano y a su prima Úrsula (la tercera Úrsula) y si bien esta vez se cumple pues nace el hijo con cola de cerdo, le falta un contexto de resonancia que le confiera magnitud de «destino». Tampoco tiene la fuerza de lo desconocido, pues ha ocurrido ya antes, y sin mucha trascendencia. en la historia de la familia[28]. Carece además de jerarquía, por la aparente incongruencia y comicidad de la imagen de un hombre con cola de cerdo. El futuro objetivo, el destinó, tiene por lo tanto en la novela una existencia empequeñecida por la burla y la frustración de su ineludibilidad. En cuanto al futuro subjetivo, si es apertura hacia los otros y hacia el mundo, la soledad de los Buendía, esa soledad que es ensimismamiento e incapacidad de amor, suprime cualquier posibilidad de apertura. Si se considera al futuro como «proyecto» del ser o de la voluntad, la inercia es característica de casi todos los Buendía; los pocos proyectos que en ellos surgen terminan en la frustración y el fracaso: en el primer capítulo, por ejemplo, José Arcadio Buendía trata de salir de Macondo pero descubre que es imposible porque Macondo está rodeado de agua y el único camino de salida conduce al pasado, al lugar de donde llegaron. Queda, siempre dentro del ciclo temporal de los Buendía, el futuro como azar, como pura contingencia que puede llegar al absurdo: los presagios y previsiones frustradas, las cartas fallidas de Petra Cotes, son una burla hacia el futuro objetivo previsto por el hombre y sugieren un mundo contingente, dominado por el azar hasta el absurdo, y, por eso mismo, cómico. Pero además del tiempo de los Buendía, sus cien años de soledad están intersectados por el tiempo de Melquíades; su línea temporal coincide transitoriamente con la de los Buendía, aunque son otras sus magnitudes: participa de un tiempo ajeno para Macondo, envejece con otro ritmo, muere varias veces y vuelve a la vida por un acto de su voluntad[29]. Desde esta otra perspectiva, el futuro de Macondo, si futuro es un «después» objetivo, queda suprimido como tal pues lodo lo que ocurre a los Buendía está fijado en el manuscrito, cifrado en el tiempo perfecto de una lengua; si futuro es apertura, queda también abolido, porque los cien años de soledad se cierran definitivamente hacia la nada después de la destrucción final de Macondo: y si futuro es el puro azar, la contingencia que puede llegar hasta el absurdo, también queda ya definitivamente negado para Macondo, pues al estar cifrada en un manuscrito toda contingencia desaparece frente a la necesidad absoluta de la profecía. En el mundo de Macondo sólo existe la impotencia, la frustración o la absurda contingencia de su futuro. Del «otro lado de las cosas», más allá de Macondo, está el lector frente al vacío abierto imaginario que la desaparición de Macondo le ha dejado; y si «un golpe de dados no abolirá jamás el azar», quizá sea el azar, la pura contingencia, el futuro que se da al lector. La única posibilidad que ya no existe es la vuelta a Macondo. Ha quedado abolido, por lo tanto, un futuro, pero también, y en consecuencia, un pasado y un tiempo, el de Macondo. Notas: Julio Ortega distingue en Cien años de soledad cuatro secuencias de tiempo: mítico, histórico, cíclico, y finalmente el «deterioro del tiempo». («Gabriel García Márquez, Cien años de soledad», en 9 asedios a García Márquez, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1969, pp. 74-88.) J. M. Oviedo («Macondo, un territorio mágico y americano», ibid., pp. 89-106), también menciona la dimensión mítica de la narración. Vargas Llosa («El Amadis en América», El siglo S. de Chile, setiembre 29, 1968, pp. 14-15), al referirse a los «niveles de realidad» en que se inscribe Macondo. cita «el individual y el colectivo, el legendario y el histórico; el social y el psicológico, el cotidiano y el mítico» (p, 15). Si bien Vargas Llosa se refiere a los niveles de la realidad, en tanto el tiempo es una categoría de lo real, podemos aplicar al tiempo lo que él afirma de la realidad en la novela. [2] Claude Lévi-Strauss, Structural Anthropology, New York, Doubleday, 1967, p. 205: «On the one hand, a myth always réfers to events alleged to have taken place long ago. But what gives the myth an operational valué is that the specitíc pattern described is timeless; it explains the present and the past as well as the future. (...) It is that double structure. alto-gether historical an ahistorícal, which explains how myth, while pertaining to the realm of parole and calling for an explanation as such, as well as to that of langue in which it this expressed..can also be an absoluto entity on a third level which, though it remains linguistie by nature, is nevertheless distinct from the other two.» [3] Encyclpeedia Britannica, s.v. «myth»: «As a summary formula it might be said that by «living» the myths one emerges from profane, chronological time and enters a time that is of a different quality, a «sacred» time al once primordial and indefinitely recoverable.» [4] Esta es, creo, la idea fundamental en Cien años de soledad: la supresión de toda posibilidad de futuro en el tiempo lid icio de la novela consigue que el mundo creado por la imaginación en el curso de la lectura desaparezca como uiui pompa de jabón. Y es aquí donde Cien años de soledad toma un sentido que se inserta en la realidad histórica y social de Latinoamérica: al intentar proponer al lector un futuro absolutamente fuera del mundo de Macondo. nos propone salir del mito e ingresar en nuestra realidad cotidiana. Por otra parte, varias declaraciones de García Márquez a la prensa hacen pensar que el futuro, y también el mito (latinoamericano) lo preocupan : «se me están congelando los mitos», dice en una ocasión; también, ha declarado que le interesa sobre todo el futuro, y que lo escruta en las crónicas de los periódicos: «De la historia, lo único que me interesa es el futuro, y trato de vislumbrarlo rudimentariamente a través de la prensa diaria.» (El tiempo. Bogotá, mayo 26, 1968, Algazel, «Diálogo con G. M.. ‘Ahora que los críticos nos han descubierto. (Tomado de Nuevo Diario (sic) (p. 5). [5] En el lenguaje (y por consiguiente también en la lectura) temporalizamos el pensamiento, lo objetivamos en instantes que resumen un pasado, y también una duración, de experiencias; vamos creando asi un nuevo tiempo, que se desarrolla en el modo de la representación lingüística de nuestras experiencias, y en su ordenamiento. Ver AndrÍ: Jacob, Temps et langdge. Paris. Colin. 1967: «La pensée se temporalise en prenant forme.» (p. 264). «A cet égard. lavénement du sens au delá du sensible supposerait non seulement une transmutation de Texpérience. capable de se mouvoir dans les deux directions du temps - reversibilite des opérations liées au sens du passe ct de Pavenir la spécitiant existentiellementmais Torganisation synchronique que requiert une telle ouverture temporelle.» (p. 365). De este modo, por lo tanto, vamos construyendo, como lectores, un presente que dura lo que la lectura dura. (Ver también E. Husserl, The Phenomenology of Infernal Time Consciousnexs, Indiana University Press. 1966.) [6] Jean Pouillon en Temps el román, Paris. Gallimard, 1946, pp. 53-54. considera como actividades de la imaginación no solo la comprensión de la realidad, por la que sobrepasamos los límites de la percepción para dar un sentido a lo que percibimos, sino también el recuerdo: «Le souvenir n'est pas une réalité, mais une opération: il n'y a pas de souvenir. on se souvient, On se souvient en saisissant sur quelque chose qui m'est présentément donnée autre chose qui ne m'est pas donnée: la significalion du passé [...]. Mais cela ne veul pas dire que on se fabrique un passé hypothétique et probable. Ce passé n'est pas artificiel par rappun á un passé réel mais inconnu: il cst mon seul passé psychologique, celui queje fais exisler et qui ne peul exisler sans cela.» [7] Entiendo por «presente del personajes, lo que Jacob (oh. cilpp. 313-314) llama presente que existe antropológicamente, vale decir, la coincidencia del hombre (en este caso del personaje) con su mundo (en este caso, ficticio). Jean Pouillon (ob. cit. p. 166) habla de «presente de un personaje» en este sentido. Pasado y futuro se definen, por lo tanto, como anterioridad y posterioridad a dicha coincidencia. [8] Ver, por ejemplo, Cien años de soledad, p. 21: «Aquellas alucinantes sesiones quedaron de tal modo impresas en la memoria de los niños, que muchos años más tarde, un segundo antes de que el oficial de los ejércitos regulares diera la orden de fuego al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía volvió a vivir la tibia tarde de marzo en que su padre interrumpió la lección de física, y se quedó fascinado, con la mano en el aire y los ojos inmóviles, oyendo a la distancia los pífanos y tambores y sonajas de los gitanos que una vez más llegaban a la aldea, pregonando el último y asombroso descubrimiento de los sabios de Memphis.» Otros ejemplos en que el pasado se instala en el presente, pp. 20, 71. 115: ejemplos de recuerdo anticipado, p. 13: «Aureliano, que no tenía entonces más de cinco años, había de recordarlo por el resto de su vida como lo vio aquella tarde, sentado contra la claridad metálica y reverberante de la ventana, alumbrando con su profunda voz de órgano los territorios más oscuros de la imaginación, mientras chorreaba por sus sienes la grasa derretida por el calor. José Arcadio. su hermano mayor, había de trasmitir aquella imagen maravillosa, como un recuerdo hereditario, a toda su descendencia.» Ver también pp. 68, 101, 243, etc. [9] A medida que transcurre la narración, el pasado va tomando una existencia concreta objetiva, va perdiendo perspectiva y horizonte de pasado, para coexistir paralelamente al presente. Es esta una técnica surrealista que también observamos en Cortázar (la fotografía es el pasado objetivado, en Las babas del diablo), o en Carlos Fuentes (en Aura, los personajes de diferentes épocas existen en un tiempo común, en el que presente y pasado se superponen).
[10]
Prudencio Aguilar. muerto por J. A. Buendía, continúa presente en el
mundo de los vivos, (Cien años de soledad,
p. 27); J. A. Buendía sigue habitando, después de su muerte, un
cobertizo de palma en el patio de la casa de los Buendía (Cien años de soledad,
p. 74); ver también pp. 139, etc.
[12]
Este segundo marco de
referencia pone en relieve la relatividad de los valores temporales
(presente, pasado, futuro). Ver J. J. C. SmaRT, ed., Problems of
Space and Time. New York, Macmillan. 1964. p. 260. R. E. Peierls.
chapter 6 of The Laws of Nature. Scribner's Son 1956: «The length
of an object has no ubsolute meaning, but depends on thc state of motion
of the observer by whom it is determined. Similarly the question of
time, i.e. which of two events occurring at two distant points is the
earlier has no absolute meaning, but depends on the point of view of thc
observer.»
[13]
Ver R. M. Galf ed..The
Philosophy of Time, New York. Doubleday, 1967. p, 221. R. Taylor, «Fatalism»,
Philosophical Review, 71, 1964: «A fatalist. in short. thinks of
the future in the manner in which we all think of the past.» Una
profecía o un presagio es fatalista porque se refiere al futuro como
algo ya establecido que ocurrirá indefectiblemente; establece, a la vez,
una doble perspectiva, pues quien profetiza da un salto en el curso del
tiempo como si observara los hechos futuros desde un punto de vista
semejante al que tomamos cuando observamos el pasado, aunque sin
embargo, esos hechos siguen siendo futuros. Ver también I Husserl, ob.
cit., p. 79.
[14]
Ver
Cien años de soledad.
p. 261: «Pronunció el nombre completo, letra por letra, para convencerse
de que estaba vivo.» [15] Ver J. J. C. Smart, ed., ob. citp. 132; Bradley, Appearance and Reality, 2nd ed., Oxford, England, Clarendon Press, 1930, Chapter. 4: «Time in fact is ‘before’ and ‘after' in one; and without the diversity it is not time.» Ver también J. M. E. Me Taggart, The Naturo of Exhtence, vol. II, Cambridge Univ. Press, 1927, Book V. Chapter 33: «It would, I suppose, be univcrsally admitted that time involves change. [...] But there could be no time if nothing changed.»
[16]
Ver Ver
Cien años de soledad,
p. 68: «Años después, frente al pelotón de fusilamiento, Arcadio había
de acordarse del temblor con que Melquíades le hizo escuchar varias
páginas de su escritura impenetrable, que por supuesto no entendió, pero
que al ser leídas en voz alta parecían encíclicas cantadas»; p. 75: «Aureliano,
vestido de paño negro, con los mismos botines do charol con ganchos
metálicos que había de llevar pocos años después frente al pelotón del
fusilamiento, tenía una palidez intensa y una bola dura en la garganta
cuando recibió a su novia en la puerta de la casa y la llevó al altar.»
Ver también pp. 82, 87, 211, 212, 213, 214, 237. [17] Ver Cien años de soledad, p. 211: «[...] pero no le echaba la culpa a su trastabillante vejez ni a los nubarrones que apenas le permitían vislumbrar el contorno de las cosas, sino a algo que ella misma no lograba definir pero que concebía confusamente como un progresivo desgaste del tiempo, «Los años de ahora ya no vienen como los de antes», solía decir, sintiendo que la realidad cotidiana se le escapaba de las manos». Ver también pp. 215, 292, 339.
[18] Ver Cien años de soledad, p, 350: «(...] Melquíades no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos [...]».
[19]
Ver
Cien años de soledad,
p. 49: «Había estado en la muerte (Melquíades), en efecto, pero había
regresado porque no pudo soportar la soledad.» Ver también pp. .179,
235. [20] Ver Cien años de soledad, p. 45; «En eso estado de alucinada lucidez no sólo veían las imágenes de sus propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por los otros.»
[21] Ver Cien años de soledad. p. 18: «Frente a ellos, rodeado de helechos y palmeras, blanco y polvoriento en la silenciosa luz de la mañana, estaba un enorme galeón español. Ligeramente volteado a estribor, de su arboladura intacta coleaban las piltrafas escuálidas del velamen, entre jarcias adornadas de orquídeas. El casco, cubierto con una tersa rémora petrificada y musgo tierno, estaba firmemente enclavado en un suelo de piedras. Toda ia estructura parecía ocupar un ámbito propio, un espacio de soledad y de olvido, vedado a los vicios del tiempo y a las costumbres de los pájaros.»
[22] Ver Cien años de soledad, p. 44: «Pero la india les explicó que lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido.» Ver también p. 48.
[23] Empleo horizonte en el sentido de Husseri ob. cit., según su diagrama de p. 49: en p. 55. dice: «What is remembered 'sinks ever farther into the past'; what is remembered is neeessarilv something sunken.» Ver también nota 9.
[24] Es, por ejemplo la posición de San Agustín, según quien el futuro existe para Dios, si bien oculto para los hombres. Ver Confesiones, libro XI.
[25] Es la posición de Heidegger; ver M. Heidegger, El ser y el tiempo, México, F.C.E., 1951, p. 378: «La temporalidad es el original fuera de sí en y para si mismo». Llamamos por ende, a los caracterizados fenómenos del advenir, el sido y el presente los éxtasis de la temporalidad [...] En la enumeración de los éxtasis hemos mencionado siempre en primer lugar el advenir. Es para indicar que el advenir tiene una primacía dentro de la unidad extática de la temporalidad original y propia, aunque la temporalidad no surja de un amontonamiento y secuencia de los éxtasis, sino que en cada caso se temporaliza de estos en cuanto son de igual originalidad.»
[26] Ver E. Husserl, ob. cit„ p. 33: «ln this way it can very well be that, proceeding from known sounds, we can arrive at sounds which as yet we have never heard. In a similar way that is to say, in expectation— phantasy forms the idea of the future from the past.
[27] Es el problema planteado ya por Aristóteles, en De interpretatione; cito por Gale, ob. cit., p. 180: «But if an event is neither to take place or not to take place the next day, the element of chance will be eliminated.» Recordar también el verso de Bretón: «Un coup de dés jamais n’abolira la hasard.»
[28] Ver cas, P. 25: «Tenían el temor de que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la vergüenza de engendrar iguanas. Ya existía un precedente tremendo. Una tía de Ursula, casada con un tío de José Arcadio Buendía, tuvo un hijo que pasó toda la vida con unos pantalones englobados y flojos, y que murió desangrado después de haber vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de virginidad, porque nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta.»
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ponencia de Marta Gallo
Universidad de California. Santa Bárbara
Publicado, originalmente, en: Actas del IV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas
Actas del IV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas es una publicación editada por la Asociación Internacional de Hispanistas
Salamanca, agosto de 1971
Link del texto: https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/04/aih_04_1_058.pdf
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Gabriel García Márquez en Letras Uruguay
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