“Gora” y el Boletinero” del Ejército Grande
Guillermo R. Gagliardi

1.-“Gora”, el  protagonista de la principal novela  de RABINDRANATH TAGORE (1861-1941),  homónima,  me recuerda al joven Coronel DOMINGO F. SARMIENTO (1811-1888), idealista convencido de la  importancia de la Enseñanza Popular para la Organización Nacional, para el progreso y consolidación de los pueblos de América hispánica. El personaje de la  narración del maestro indio, semeja a Don Domingo en su demostración de una aguzada conciencia patriótica y social. Ostenta un  marcado poder de protesta contra las ideas retrógradas y de concreción de sus aspiraciones políticas.

El Cruzado del Alfabeto combate el chiripá para difundir los usos civilizatorios. El Boletinero del Ejército Grande, vestido “a la europea”, ante la mirada de burla y sorpresa de los soldados, y oficial de don Justo José de Urquiza, es el Deuteragonista. Pero con el mismo sentido e inspiración, con el que Gora se atavía primitivamente para denunciar las injusticias e inhumanidad de la  clase rica india, en contra de sus connacionales más pobres y sin instrucción.  “Mientras no se cambie el traje de soldado argentino ha de haber caudillos. Mientras haya chiripá no habrá ciudadanos”  afirma  taxativamente el sanjuanino. El uniforme peculiar y la imprenta, de aires quijotescos, son los símbolos transgresivos, las armas de su profundo ideal de  luchador por la Libertad, para derrocar al Tirano. Así lo vio Agustín P. Justo, por ejemplo, en un memorioso discurso de 1921: la figura extraordinaria de “un hombre cuyo uniforme y cabalgadura contrastan con las del conjunto”. Estos signos de su vestimenta gringa, así como los boletines de su mastodóntica imprenta, son  “proyectiles que han hecho más mella en la armadura del tirano que las bayonetas”.[1]

Juan Bautista Alberdi, se refiere a la vanidad del cuyano en mostrar  “una severidad de equipo, estricta, europea” como arma  de “propaganda culta, elegante y europea”.[2] El ácido autor de las “Cartas sobre la prensa y la política militante de la República Argentina” considera cómica y grotesca esta postura sarmientina. “Con quepí o con paletó nuestro gaucho sería el mismo hombre”. Enjuicia  corrosivamente como “mala táctica”, “esas  campañas contra los usos del desierto antes de haber acabado con el desierto”. Y califica al autor de “Campaña en el Ejército Grande” como “gaucho malo” de la prensa liberal combativa.. Definitivamente, S. y A. fueron fisiologías dicotómicas, temperamentos divergentes, de alta inteligencia y patriotismo, y de disímiles y largas miradas sobre la realidad nacional. “En cualquier sitio levanta su cátedra, con cualquier motivo pronuncia su lección” expresó el notable sarmientista José P. Barreiro.[3] El oficial sanjuanino intentaba de esta manera, gravitar por su presencia antitética, y desenvuelve, consecuentemente, uno de los recursos de su didáctica de Estadista-Maestro. Es parte de su conspiración tiranicida contra Rosas,  “eterna, constante, infatigable” según se defiende por los ataques  rosistas debidos a su carta de 1848 al Coronel José Santos Ramírez. Conspiración libertaria,  “por los principios, por la persuasión”. Manifestación viva de su conciencia moral,  “mientras la libertad de pensar y de emitir el pensamiento exista en algún ángulo de la tierra”. “Todo yo era una protesta contra el espíritu gauchesco” escribe en su “Campaña....” (1852). Y lo reitera en 1869 en carta a Emilio Castelar: “Yo soy una protesta contra nuestras tradiciones, nuestra obra incompleta, y un importador de artículos que no están en uso o repelen las costumbres locales”. En su escrito de “La Tribuna” (28-09-1874, “La Nación y el Sr. Sarmiento”, incluido en el  tomo 52 de sus Obras) el maestro se refiere a su tarea insólita para la época y el medio, cuando en 1859 es nombrado Jefe del Estado Mayor en Palermo. Relata allí, y cualifica su obra modernizadora: “Nombrado, pues, jefe de Estado Mayor de un ejército, un teniente coronel, que lo es hasta hoy, se dirigió a una talabartería francesa en busca de una silla militar...”.  A continuación el impulsivo periodista dispara su carabina: “Hanlo ridiculizado sin duda, como por llevar kepi el único en el Ejército de Urquiza, montar silla militar....”.

En el capítulo 10 de su “Gora”, Tagore destaca que la idea de las causas y consecuencias de “la desesperante ignorancia que reinaba”  en su patria, le “hacía sangrar el corazón”. Es el  sentimiento desgarrante del personaje y de su ilustre autor, y traduce el del argentino. Gora es meridianamente un personaje de índole sarmientina:  gigante vociferador y provocativo, un preocupado por la situación nacional. Un místico ignaciano, de “mirada firme y temeraria y la voz atronadora”. Como el autor de “Educación Común”, carga un sentimiento ejemplar de la firmeza y superioridad de sus convicciones. Su postura ética, impetuosamente personalista y a su vez social, enteramente humanista. Por supuesto que el tronante maestro, paradójicamente un racionalista del adelanto argentino, desagradaba, erizaba el pelaje de los mediocres y los pusilánimes.  “Si  sólo pudiera ver humillado este orgullo inconmensurable, esta superioridad sobre todos los demás”, piensa un personaje del capítulo 11 de la novela. Hacer de toda la República una Escuela, su perseverante lema, es su “Superstición” y su “Ortodoxia”. “Contra todo lo que mi tierra padece- sostiene el protagonista, y traduce ciertamente el pensar de nuestro maestro-, por grave que sea, hay un remedio, y este remedio lo tengo yo en mis manos” (ob. cit., cap. 17). Para el joven brahmán bengalí, como para el cuyano inmortal,  “era  un constante tormento tener ante sus ojos esta terrible carga  de ignorancia, apatía y padecimientos que aplastaba tanto a los ricos como a los pobres, a los sabios como a los ignorantes, obstaculizando cada paso de su progreso” (ib.,  cap. 23).  En su “Entrevisiones de Bengala”, T. reflexiona sobre su búsqueda y necesidad de una personalidad nacional “sanguínea, robusta y capaz”. El retrato del propio Sarmiento se levanta, como arquetipo de la Argentinidad, sobre estos pensamientos del capítulo “Cuttack. Febrero de 1893” (ob. cit.). Es Don Domingo el que se nos aparece soberbio ante esta vibrante exigencia de un alma nietzscheana que luce   el fuego y “la experiencia de fuerte lucha o de real y verdadero vivir” .

2.- En un discurso sarmientino de 1881 utiliza el ejemplo cultural de la India como elemento comparativo con América.[4] La masa indígena no se asimila “para las instituciones libres”, como los “hindúes en Asia” que aprenden los dogmas de la civilización europea “como materia de erudición desdeñando, empero, hacerse cristianos o revestir nuestro traje”. Las asemeja como “razas ineptas para el gobierno político moderno”, inmunes a las exigencias de la modernización, la industria y la ciencia. Y reacios por instinto y en profundidad, a “la noción del gobierno representativo, de la libertad y el derecho”. En su “Conflictos y armonía de la razas en América” (1883, Carta Prólogo a Mary Mann) refiere que “los misioneros ingleses educan en la India a los hijos de rajáes, bramines e hindúes, en todas las ideas europeas(...) Interrogado en los exámenes, un hindú, responde como un teólogo sobre puntos de creencia. Si se le pregunta en seguida: ¿Es usted cristiano? –No- ¿Quisiera serlo? –No, todos contestan lo mismo”.  Traslada este testimonio, para señalar este fenómeno bifronte de la historia americana: el progreso del saber académico, teórico, en contraste con la rebeldía gaucha en la práctica, el substrato cerril de nuestra barbarie, la inseguridad político-jurídica.

Otro personaje tagoriano, la joven Sucharita, distingue en el rostro de Gora “la expresión de una fuerza interior capaz de realizar por sí sola todos los grandes ideales de este mundo”  (ib.,  caps. 54 y 60). “Sencillamente expresaba sus opiniones con tan ímpetu, al que sólo muy pocos podían hacer frente” aprecia Tagore, retratando a nuestro maestro. Ideólogo fervoroso y escritor, Gora adquiere en la tersa prosa de T., el vigor que nítidamente transparenta nuestro S. Soñador e innovador, hacedor teresiano.  “He tratado de dar toda mi vida por el despertar de la India”  (ib.,  cap. 66). “Gora tenía la convicción de que la mayoría de los sucesos en su vida no eran casuales (...)” (ib.,  cap.  62). Gora y Sarmiento, pues, se sienten señalados hondamente para las grandes causas de la Humanidad. Es Tagore, definitivamente, el que se retrata e identifica en su proteico personaje, simbólico y cautivante,. Es el titánico autor de “Política de Rosas” quien está ricamente evocado en su Ética Bienhechora y su Alma Grande..

“En este mundo sólo aquellos que tienen el valor de resolver los nuevos problemas con sus propias vidas, son los que elevan y engrandecen la sociedad. Aquellos que sólo viven según la regla prescrita no hacen progresar a la sociedad”  afirma Paresh Babu en el capítulo 56 de la novela tagoriana. En el imponente rostro de granito de Don Domingo vemos, como Sucharita en el de Gora,  “la expresión de una fuerza interior capaz de realizar por sí sola todos los grandes ideales de este mundo”.

Sí, evidentemente, Sarmiento y Tagore han tratado de dar toda su vida y alma por el despertar de su Nación. Sus mensajes de Bien nos están esperando.

Referencias:

[1] CHAPARRO, Félix, “El logista Sarmiento”. Bs. As., 1956. Cabe aclarar que el discurso de Justo originó una nota suya en “La Nación”, polemizando con un ofendido descendiente  de Urquiza.

[2] ALBERDI, J. B., “Cartas Quillotanas”,     carta, Bs. As., ed. Estrada, 1957, p. 54 y ss.

[3] BARREIRO, J.P., “La Argentina que soñó S.”, en “Boletín S.” nº 1,  Bs. As., 1953,  ed. del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia, p. 52.

[4] SARMIENTO, D.F., “Educación Común. En la manifestación de jóvenes que saludaron al orador en su 70º cumpleaños”  (“Obras completas”, ed. cit., tomo XXII. “Discursos Populares”).

Guillermo Gagliardi
Gentileza del blog "Sarmientísimo"
http://blogcindario.miarroba.com/info/95993-sarmientisimo/ 

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