Franklin y D. F. Sarmiento

Por Guillermo R. Gagliardi

Con escasas posibilidades para adquirir educación en la escuela, probados por todo linaje de dificultades. Independientes,  confiando en su propio esfuerzo, hasta que por sus propios puños diremos así, se han abierto paso a aquellas posiciones para las cuales el talento y las peculiaridades individuales los traían preparados.

 

Franklin como Sarmiento fueron autodidactas, también Lincoln, Jefferson y Morse. No tuvieron cursos regulares de instrucción, “educándose en los libros se elevaron a las alturas  de las nubes en el cielo para arrancarles sus secretos o a las cumbres sociales para desembarazar en la llanura a los débiles de sus cadenas”.

 

Para el autor de “Argirópolis”, Benjamin Franklin habría sido un Héroe Civil, no sólo por sus obras y proyectos públicos, sino esencialmente por “el grande hecho de elevarse a las más altas regiones del Pensamiento sin más capacidad que la de leer, leer y más leer!” (“Obras Completas” de S., tomo 22). “He aquí  el gran colegio, la grande Universidad de Franklin, los libros”.

 

“En el entrevero multívoco de las ideas, todo hombre encuentra a su hombre, el que más se aproxima al misterio de su ser” medita nuestro cordial escritor Ricardo Sáenz Hayes, en sus “Ensayos y semblanzas” (1970) a propósito de que Augusto Comte (1798-1857) a sus 20 años de edad, como nuestro Domingo, eligió  al norteamericano como gran ejemplo de ciencia y humanidad. Anota S, Hayes la reflexión sarmientina del utopista francés, visionario de una Religión de la Humanidad y un Estado de Armonía y Perfección humanas: : “A los 25 años quiso Franklin alcanzar la suprema sabiduría y llegó a ella. Si bien todavía no tengo 20 años, me atrevo a formular el mismo propósito" 

 

 

I.- Vidas, Obras:

 

De origen humilde, BENJAMIN FRANKLIN nace el 6 de enero de 1706 en Boston (Estados Unidos). DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO, un siglo después, el 14 ó 15 de febrero de 1811, en San Juan. Ambos descienden de familia numerosa y tienen antecedentes de ostensible longevidad: la madre de uno y otro fueron biblicas y virtuosas (Abiah Folger y Paula Albarracín). Laboriosas, mueren octogenarias: la primera de 85 y la segunda de 83 años de edad.

 

Uno, el yanqui, contó con 16 hermanos; el otro, con 14. Sus infancias, humildes, desempeñando diversas tareas. Los distingue un carácter de precoz inteligencia y una temprana madurez. Ya a los 4 años de edad están inquietos por aprender y perfeccionar la lectura.

Estudiantes aventajados, superan en la escuela a todos sus condiscípulos: “dábanme además una superioridad decidida mis frecuentes lecturas de cosas contrarias a la enseñanza, con lo que mís facultades inteligentes se habían desenvuelto a un grado que los demás niños no poseían” (Sarmiento).

 

El carácter se perfila voluntarioso, autoritario. En los grupos infantiles siempre son ellos los líderes. Lo afirma  F.: “era casi siempre el jefe de los muchachos” (“Autobiografía”, trad. M. Scholz Rich, notas prologales de E. M. Aguilera, Iberia, 1954, p. 13). Y también el otro, en su “Recuerdos de Provincia”: aficionado a las guerrillas, a las pedradas y otras trapizondas. “Soy de la opinión que casi cualquier oficio en el que pueda haber sido educado un hombre es preferible a un cargo público debido a un favor, por hacerle más independiente, más libre y menos sujeto a los caprichos de sus superiores” (F.).

 

Lectores empedernidos. “Mi padre y los maestros me estimulaban desde muy pequeño a leer, en lo que adquirí cierta celebridad por entonces, y para después una decidida afición a la lectura, a la que debo la dirección que más tarde tomaron mis ideas” (S.: tomo III, Obras). “Desde niño fui aficionado a la lectura y el poco dinero que llegaba a mis manos lo gastaba en libros” escribe Benjamin. “La facilidad y prontitud con que aprendí a leer (en edad muy temprana, pues no recuerdo que no supiera ya leer)...”. (léase “Autodidactos” de m. E. Samatán, Eudeba, 1965: ‘S.’ y ‘F.’, p. 25-43 y 45-51).

 

De memoria portentosa, lectores voraces de la historia universal sobre todo:  “De la célebre obra de Plutarco (“Vidas Paralelas”): de las que leí mucho y todavía creo que el tiempo dedicado a ellas me fue muy provechoso” (F.). “Nadie ignora que la influencia que sobre dos grandes genios de la época moderna, Franklin en América y Rousseau en Europa, ha ejercido la temprana lectura de las vidas comparadas de Plutarco. Uno y otro se empaparon en ellas de aquel espíritu público que hacía la existencia de las sociedades griega y romana, del amor por lo grande y lo bello, del sentimiento elevado de la libertad y de la dignidad del hombre; y preparados con la contemplación de las grandes acciones que habían aprendido desde temprano a admirar, se echaron cada uno a su modo y según las necesidades de la sociedad en que vivía, a trabajar en la cosa pública, a resistir el primero a las demasías de un parlamento extranjero y preparar los ánimos para la emancipación de su país, echando las bases de la nueva sociedad independiente”. Así se refiere el cuyano al influjo del  moralista  de Queronea, en la antigua Beocia  (ca. 50 ó 46 – 120) en su amado Franklin: “De las Biografías”, (en Obras, t. 1).

 

El bostoniano lee tambén, y con no menos provecho, el “Ensayo sobre Empresas” de Daniel De Foe, los “Ensayos para hacer el Bien” del Dr. Mather, que “me infundieron quizás una manera de pensar que tuvo influencia sobre algunos de los principales  acontecimientos posteriores de mi vida”. “Devorador formidable de muchos libros, siempre había libros en su vida íntima, libros en sus negocios, libros en sus amistades” (Carl van  Doren, “B. F.”, A. Zamora, 1956).

 

En la incipiente educación del argentino hay dos obras básicas que pesan en la formación de su fuerte personalidad: la “Vida de Cicerón” de Conyers Middleton (intelectual inglés, 1683-1750): “Aquel libro me hizo vivir largo tiempo entre los romanos. Si hubiese entonces tenido medios, habría estudiado el derecho, para hacerme abogado, para defender causas, como aquel insigne orador a quien he amado con predilección” Y..., principalmente, la “Vida de Franklin”: “Libro alguno me ha hecho más bien que éste” (así como Lincoln había leído fructíferamente la “Vida de  Washington” de Weems). Esta lectura fue reveladora, decisiva, pues marcó sus preferencias y su destino, y tuvo ahora más que nunca conciencia de su talento, nada común. Se sintió ser Franklin, pues era pobre y estudioso como él, y siguiendo sus huellas podría un día no lejano, ocupar un destacado lugar en la vida pública de América. 

En carta a Mary Mann desde New York declara: “...una buena educación elemental basta, si no es contrariada por otras condiciones, para formar a un hombre y lanzarlo en la vida. Yo he tenido la misma idea desde joven, época en que leí la vida de Franklin. Su género de gloria me interesó siempre más que la de Washington, y de muchacho me propuse muchas veces imitarlo, sin conseguir otra cosa que poner de manifiesto mi incapacidad” (15-6-1866, “Cartas de S. a la Sra. M. Mann”, Acad. Arg. De letras, 1936, p. 157).

 

Recordará en sus “Memorias” (Obras, tomo 49) que esa maravillosa biografía que leyera  tan atentamente, era un  tomo de la biblioteca de  José Ignacio de la Roza, que a su vez había pertenecido a la familia Zaballa Toranso.  Anota  en su “Recuerdos de Provincia”: “La vida de Franklin fue para mí lo que las vidas de Plutarco para él, para Rousseau, Enrique IV, Mma. Roland y tantos otros. Yo me sentía Franklin; ¿y por qué no?. Era yo pobrísimo como él... y dándome maña y siguiendo sus huellas podía un día llegar a  formarme como él, ser doctor ‘ad honorem’ como él, y hacerme un lugar en las Letras y en la política americana”.

 

Y Domingo será consagrado Doctor en Leyes  de Michigan, Presidente de la Nación Argentina  y uno de los primeros escritores auténticamente argentinos y de resonancia interamericana. Franklin fue Maestro en Artes por Cambridge (1753) y Yale, Doctor en Filosofía por Harvard.  Miembro de la Real Academia de Londres (1756), Doctor en Leyes por la Univ. de San Andrés (1759). Integrante de la Academia de Historia  Española y de la de Orleans. Las aspiraciones al Doctorado que profesó aquél, fueron también, en gran parte, una emulación de éste. Desde 1850  ansiaba un Doctorado. Y hubo dos intentos fallidos, al negarse la Universidad de Buenos Aires (dirigida por Juan María Gutiérrez) y en la de Harvard. En carta a Bartolomé Mitre, que envía desde Chile en 1853, le manifestaría sus deseos de “que le viniese la idea a esa universidad de darme los títulos de doctor, como la de Oxford los dio al impresor Franklin” (“S.-Mitre. Correspondencia”, 1911, p. 39). Finalmente obtendría, feliz y ufano, dicha distinción en 1868 en la ciudad mencionada.

 

Su oficio primerizo de tendero, le permitió al joven sanjuanino leer en el mostrador mientras atendía a clientes indiferentes, numerosas obras, como los “Catecismos de Ackerman” y diversos libros de Historia Griega y Romana. A Benjamín, sus tareas de Impresor le permitirían leer con asiduidad, muchos libros que  fatigaba por noches enteras luego de larga jornada de trabajo, para devolverlos impecables al otro día. Tuvo éste la inapreciable fortuna de que un comerciante, Mr. Matthew Adams, le permitiera el acceso a su rica “librería”. En el capítulo “Traducciones” de sus “Recuerdos...”, se referirá S. a las ventajas pedagógicas de la lectura de la biografía de Franklin, tan plena de virtudes y labores destacables. Y, con sorna, replicará a sus enemigos políticos, siempre tan abundantes: “si los catorce gobernadores de las provincias argentinas creen que deben prohibir la circulación de este libro, pueden encargar a De Angelis que escriba una vida de don Juan Manuel de Rosas, desde que se escapó de la casa paterna, hasta que se hizo domador, y todas las bellezas de aquella vida y mandarla adoptar en las escuelas, para que sus propios hijos imiten aquel sublime modelo”.

 

Le apasionan las Biografías de aquellos hombres que influyen en las Sociedades y las mueven en la vía del progreso, que encauzan los destinos nacionales, Y cuando escribe sobre la Enseñanza de la Lectura, recomienda el Leer, “como medio de adquirir conocimientos útiles compatibles con el modo de ser del individuo”. Propone un sugerente plan: “la lectura útil, moral, debe comenzar por el ‘Arte de hacer fortuna’ de Franklin”. “No hay medio que debe economizarse para conseguir que un niño lea bien y se aficione a la lectura “(“Ideas Pedagógicas”, Obras, t. 18).

 

 “La lectura era la única diversión que me permitía. No perdía tiempo en las tabernas, los juegos ni tonterías de ninguna clase” (Franklin, “Autobiografía”, trad. Agusti Bartra, Edic. Selectas, p. 100). Por su parte el vecino del barrio del Carrascal es muy feliz, en 1838, al poder consultar las colecciones de su amigo Quiroga Rosas. Allí conoce el pensamiento francés de la época: Schlegel, Villemain en literatura, Lerminier , Guizot y Cousin en Historia y Filosofía, Tocqueville y Leroux “en Democracia”, la “Revista Enciclopédica”, etc. (C. H. Guerrero: “Tres románticos sanjuaninos y S.”, Sanjuanina, 1970).

 

En San Luis estudia con su tío el Presbítero José de Oro, provechosamente: “Mi inteligencia se amoldó bajo la impresión de la suya; salí de sus manos con la razón formada a los quince años, valentón como él, insolente contra los mandatarios absolutos, caballeresco y vanidoso, honrado como un ángel, con nociones sobre muchas cosas..., que me han habilitado después para tomar con facilidad el hilo y el espíritu de los acontecimientos, apasionarme por lo bueno, hablar y escribir duro y recio” (“Obras Completas”, t. 3).

 

Mucho más anticipado en el escribir fue el norteamericano. A los dieciséis de su edad escribe en prosa sobre temas de importancia adulta: el poder y las tiranías, la libertad de pensamiento. A los siete, versos. (B. Fay, “El apóstol de los tiempos modernos”, Juventud Argentina, 1952).  El otro, a los 30,  publica su primer artículo periodístico, pero ya antes tenía la afición, y hasta poesía, según la conocida carta enviada a Alberdi, amante de minués y salones de baile antes que al Derecho Constitucional.

 

De no menos importancia fue el aprendizaje de Idiomas en su maduración intelectual. Estudian Latín, Francés, con suma rapidez. Sobre todo las Lenguas Vivas.

 

A Franklin le debió Sarmiento esencialmente, su vocación por el Bien Público, su instinto de Estadista Genial, su acendrado amor a la Libertad, su frenético Patriotismo, que le hizo consagrar toda una vida extraordinaria al estudio serio, desinteresado y profundísimo de las cosas de su país, su fortaleza moral, su especial poder de Voluntad que lo llevó a lograr, con creces, lo que ambicionaba para su Patria Americana. (H. Nicolay, “B. F.”, Zig-Zag, Chile; C. Izzo: “La revolución. B. F.”, en su “La literatura norteamericana”, Losada, 1971, p. 98-103).

 

“Las mentes más jóvenes, insaciables e iluminadas del Nuevo Mundo, eso significaron estos próceres. Estrada, José Manuel (1842-1894), recuerda en sus “Fragmentos Históricos” (Obras, tomoV, 1901, p. 294) a F. Como “obrero en la juventud, fue sabio, legislador en la virilidad: ¡Fue Franklin!...Eso era un hombre...”, “jamás él se avergonzó de su niñez”.  Estrada,  maestro de juventudes argentinas, fue el primer Profesor de Historia  Argentina, designado por Sarmiento Presidente, para dictar la primera cátedra de tal Asignatura en nuestro país.

 

Podríamos definirlos, glosando aquellas frases bellas con que el argentino trazó su Autobiografía, donde se destaca la actitud “agonista” de  la existencia que ambos personajes profesaron extraordinariamente: recorrieron todo el Mundo y han remontado todas las pequeñas eminencias de sus respectivas patrias, inspirados siempre en “ideas  sanas y realizables”; nacidos en la pobreza, criados en la lucha por la vida, más que de ellos, de sus Patrias.

 

Endurecidos a todas las fatigas, habiendo  propagado noblemente todo lo que creyeron bueno. Recorrieron todo lo que hay de civilizado en la Tierra y toda la escala de los Honores. Fueron favorecidos con  la estimación de muchos de los grandes hombres del mundo (Augusto Belin S., “S, Anecdótico”, 1° ed., 1905; 2°, Saint Cloud, 1929).

 

Ejemplos de voluntad transformadora de la Naturaleza, Demiurgos. Francisco Romero (ensayista, filósofo y docente, 1891-1962) consideró a uno el personaje histórico de las más elevadas dignidades humanas en su época, “Caudillo del Bien absoluto” en Argentina. “Tenemos la religión del Bien Absoluto”, Considera “Creo en un orden de cosas para el Bien”.  José Enrique Rodó (1871-1917) colocó al otro entre “los más altos espíritus investigadores”; “Ejemplo de vida suprema”, su vida fue “una obra de arte superior” (“Motivos de Proteo”, Obras completas de Rodó, Aguilar, 1967). Axioma vital de F: “Para mí, después de todos mis afanosos empeños, no me quedan otros placeres sólidos que el pensamiento de una larga vida empleada en querer hacer el Bien...”.

 

El deseo sarmientino, desde 1842, consistió  en trazar una biografía frankliniana: “largo tiempo hemos meditado sobre la necesidad de hacer popular en nuestros pueblos americanos la vida de un hombre célebre en los fastos de la Humanidad”. Pues su “Santo Patrono”, “saliendo de la clase común del pueblo y sin otra preparación que la de un fuerte y decidido amor a su país, se lanzó en la vida pública, purificando las costumbres, desarraigando preocupaciones, y promoviendo con todas sus fuerzas la civilización, la independencia y la libertad de sus conciudadanos” (S.: “Obras”, tomo 1).

 

II. Carácter:

 

José Pedroni  (1899-1967)evoca a Franklin ingresando a Filadelfia sin nada qué ofrecer, sólo su prometedor talento y su amor al trabajo, como su paralelo. Evoca el poeta , delicada y sencillamente, el accionar generoso y humano de quien sólo posee unas monedas con las cuales comprar “tres esponjosos” panes, uno come él y los otros dos los reparte entre una mujer y su hijo, que se encuentran en su camino a la ciudad (“La hoja voladora”, Eudeba, 1961, p. 16-18). En su “Autobiografía” Benjamín  memora este simbólico y humano episodio de “los tres panes”: “yo tenía el aspecto más rídículo y grotesco del mundo”.

 

El vate santafesino sugiere el misterio de este paralelo que estamos analizando entre los “dos jornaleros y libertadores”. También Domingo levanta su Escuela sobre tres panes, sostiene Pedroni: los de la Bondad, el Amor y la Esperanza. La brega incansable contra la Barbarie Hispánica, los postulados del Progreso y la Civilización sostenidos cartesianamente, hasta como “otro Bárbaro” por la violencia y energía de su brazo y de su verbo. Sísifo  “apedreado y apedreador”. Reformista, genial,  siempre alma de jefe y guía de los demás; también incomprendido, tergiversado en sus ideales más nobles  y en sus profecías más audaces. Personalista y por otra parte  expositor de un enérgico Yo Hacedor. y Resolutivo.  Don Domingo consideraba nada desdeñable la reflexión frankliniana sobre la virtud de la vanidad, en su “Autobiografía”: un hombre de acerada voluntad ha de dar “gracias a Dios por su vanidad entre otros dones de la vida”. A este supuesto disvalor, su posesión honrada en la vida social, “le concedo justa clemencia”, pues “estoy persuadido de que con frecuencia hace bien al poseedor y a otros que están dentro de su esfera de acción”. Uno y el otro suscriben la afirmación contundente: “Me doy cuenta de que tengo tendencia a hablar en primera persona del singular”. Y también esta otra, de orgullo e integridad: “no me contentaba con tener razón, sino que me mostraba dominante y casi insolente”. Integran su  formidable “Álgebra Moral”: en uno, la que había pergeñado inteligentemente  desde su “Diario de lo ocurrido en mi travesía de Londres a Filadelfia a bordo del ‘Berkshire’, cuyo patrón era Henry Clark” (1726), el otro, , exactamente un siglo después, desde sus jugosos diálogos metafísicos con su tío Oro, durante su adolescencia en la  sierra puntana.

 

Odiaban toda forma de tiranía y despotismo. La causa de esta inclinación la encuentra Franklin en los malos tratos de que fue objeto por parte de uno de sus hermanos, con el que trabajaba de impresor. Escribe artículos de tono libertario, de crítica de las autoridades constituidas. Muestra inclinación por el libelo, la sátira, ya desde los folletos y alegatos juveniles, en “The New English Courant”. Estas osadías verbales y conceptuales habían provocado resistencias, pues los lectores lo consideraban algo despectivamente, un novato “insolente y provocativo”. “Ya me había hecho bastante sospechoso ante el partido gobernante”.

(L. A. Sánchez, “B.F.: el abridor de caminos”, en su “Hist. Comp. de las literat. Americanas”, Losada, t. 2, p. 168-171; B. Jaffe, “Hombres de ciencia norteamericanos”, Zamora, 1957).

 

Ambos se hicieron masones, conforme con su credo liberal, anti-dogmático: “El masón propende con todos sus medios a difundir las ideas de tolerancia y de libertad, y a hacerlas triunfar en la dirección del Estado, por los medios legítimos, a fin de que la paz reine en la tierra y  los pueblos sean libres y felices” (Sarmiento).

Franklin se consagra masón en 1731, a los 3 años es Gran Maestre de la Logia de San Juan y escribe los “Estatutos”, el primer libro Masónico de América del Norte.  La Masonería representaba en América la afirmación de un gobierno propio, la independencia, la tolerancia y el espíritu de confraternidad universal.. El autor de “Facundo” ingresa en 1854 en la Logia “Unión Fraternal” de Valparaíso y, cuando Presidente, declara romper todos los lazos con la Masonería, para desempeñar imparcial y honradamente la alta Magistratura.

 

La Libertad estaba para ellos fundamentada en el ámbito de la Economía Humana. No como simple perfección de las instituciones, sino  como concepto Industrial, “base indispensable de la riqueza de los individuos y del engrandecimiento nacional” (Obras de S., t. 8).

 

Profesan un Humanitarismo de hondo sentido ético y utilitario. Son reformadores pragmáticos. Es el “Homo Practicus”, resultado del uso inteligente de las fuerzas naturales y la técnica.  A través de sus numerosos emprendimientos públicos y sus exposiciones  teóricas, quieren lograr la realización, en tierras americanas, de un “Hombre Feliz”, que “goce de los derechos políticos”, el hombre como entidad cívica.

 

“El hombre fuera del alcance de la garra del hambre y de la desesperación; el hombre con la esperanza de un porvenir tal como la imaginación puede inventarlo; el hombre con sentimiento y necesidades políticas; el hombre, en fin, dueño de sí mismo, y elevado  su  espíritu por la  educación y el sentimiento de su dignidad”.

 

 Para el sanjuanino, el bostoniano señala una época de la Historia de la Civilización,  “con el advenimiento de la Electricidad más que la invención de la pólvora, de la imprenta y de la aplicación del vapor, que cambiaron la faz del Mundo”. “Pues la encarnación viva de Robinson Crusoe en su forma más noble, cual es el ejercicio de la Inteligencia como instrumento de trabajo”. El “homo faber”, para reformar, para construir su mundo circundante, y perfeccionar su mundo interior, y como ideal de su filosofía de la vida Para el autor de “La escuela sin la religión de mi mujer”, Napoléon y Franklin significan los dos polos de la lucha por la Libertad en el Mundo de Occidente. El primero, representante del antiguo espíritu, con su pretensión de “restaurar” el Imperio Romano, sólo merece recordárselo por el descubrimiento de la piedra de Rosette. Mientras el otro, “inaugura la Edad Moderna con el Pararrayos”: “En la piedra trilingue de Roseta acaba con Napoleón el mundo antiguo, como con el Pararrayos de F. Principia el Mundo Moderno que Edison explora”.

 

En “El Progreso”, en el ’45, Faustino compara a los pueblos norte y sudamericano: “Norte América es hija del jury, del espíritu comunal, del ‘habeas corpus’ y del Protestantismo, germen fecundo de Libertad. Las colonias españolas fueron hijas de una soldadesca inmoral, avarientas, ignorante y desenfrenada, sin ninguna capacidad gubernativa, sin ningún hábito de libertad o de acción propia” (“Inmigración y Colonización”, en tomo 23 de sus Obras Completas).

 

En 1873 al inaugurar, como Presidente de la Nación, el monumento a Manuel Belgrano (1770-1820), pronunció su bello “Discurso  de la Bandera”, incluido en el tomo 21 de sus Obras. Allí comparó a F., presencia insoslayable, con Belgrano, ejemplares patriotas y hombres cultos del mundo  americano. Hay una inmortalidad humana, dijo allí, que se adquiere por el Genio o el sacrificio abnegado.  F. se encuentra entre esas almas  inmortales, para culto de la Humanidad. Ambos encarnaron los primeros propulsores de la Independencia Americana. (“Boletín S.”, Inst. S. de Sociol. e Hist., n° 1, 1953, n° 2, 1965; “S. entre dos fuegos”, Luis Franco, Paidós, 1968).

 

Practicaron, S. y F. lo que el autor de las “Bases” denominó la “política de la Honradez”. Hombres sinceros y rectos: esta política  “de la buena fe” es la mejor, “la política clara y simple de los hombres de bien, y no la política doble y hábil de los  truhanes de categoría”.

 

En sus postreros años el argentino formulaba votos para que “Dios quiera que no solamente el amor a la libertad sino que también un conocimiento completo de los derechos del hombre, prevalezcan en todas las naciones de la Tierra, de manera que un filósofo pueda plantar el pie en cualquier punto de su superficie, diciendo: -Éste es mi país” (en tomo 10 de sus Obras Completas).

 

 

III. Ideas sobre el Amor, la Mujer y el  Matrimonio:

En 1740 escribe F. sus “Reflexiones sobre el Enamoramiento y el Matrimonio”. Coincide, luego de un siglo entre ambos, con S., en sus  criterios para juzgar la esencia del matrimonio civil. Ambos han vertido sus interesantes opiniones, en estilo epistolar. S. se dirige a “su tocayo” Soriano, felicitándolo por su reciente casamiento (carta desde Santiago, 2-12-1843). Ante todo no cree en la eternidad del amor, “que se apaga con la posesión”.

 

Enfatiza que la felicidad conyugal consiste primeramente en el mutuo respeto, aquilatando las nobles cualidades femeninas: “no traspase los límites de la decencia”. Quiere que la esposa goce cierto grado de libertad: su ideal era la mujer norteamericana, “rica, hermosa, libre como las mariposas del aire”. Le aconseja evitar las riñas, y más aún, no insultar ni injuriar a la mujer de ningún modo; “Si la  primera riña le dice Ud. ‘bruta’, en la segunda le dirá ‘infame’, y en la quinta ‘p...’”. Esta  carta fue publicada por primer vez en la revista “Nosotros” en 1921 (n° 150), también en “Páginas confidenciales” ed. de A. Palcos (p. 26-28).

 

F. era feliz al ver matrimonios jóvenes: “el cielo bendice semejantes matrimonios, dándonos más hijos”. En una epístola, también él, aconseja, coincidentemente, a un amigo, el buen trato entre los cónyuges, base de la armonía matrimonial: “Trate usted siempre a su compañera con consideración...”. “Jamás use con ella de palabras picantes, ni aún en chanza, porque el juego de decirse mutuamente sarcasmos degenera las más de las veces en disputas muy serias”.

 

Hay mucho de puritanismo en la carta de F. Y algo de rabelesiano en la sarmientina.//

 

S. se había casado en 1849 con Benita Martínez Pastoriza (viuda de Castro y Calvo), con la que vivió poco tiempo, fracasando por celos de ella y excesos de él (véase “La vida íntima de S.” por J. I. Segura, en “S. ante la posteridad” de J. E. Jorba y otros, Cactus, 1961, p. 183-191). Se casa en 1848 al volver de la misión pedagógica en Europa y Estados Unidos. Doña Benita ya tenía un hijo, de tres años, de su primer matrimonio con Don Domingo Castro, quien falleciera mientras el sanjuanino se encontraba en tierras extranjeras. El primer tiempo de su vida conyugal transcurre gozosamente en Yungay, donde, rodeado de atenciones y tranquilidad aparente, escribe “Recuerdos de Provincia”, “Argirópolis”, “Viajes”, etc. Pero en él era superior a todo yugo matrimonial, “la individualidad tempestuosa... y el poder absorbente de su pasión cívica, verdadero amor de su vida”. Hasta 1855 duró esta vida hogareña. Se referiría a ella en su “Diario de Merrimac” como “volcán de pasión insaciable, inextinguible, el amor, en ella, era un veneno corrosivo que devoraba el vaso que lo contiene y los objetos sobre los cuales se derrama”. “Dios le habría perdonado el mal que hizo, por el que se hizo a sí misma, por el exceso de su amor, sus celos, su odio”. S. fue fino un psicólogo de la Mujer, he ahí sus cartas amorosas, tan delicadas y sutiles, sus páginas sobre las “Santas Mujeres” y su rico anecdotario, que lo presenta versallescamente galante con el sexo débil. Al decir de Porfirio Fariña Núñez, en su “Los amores de S.”, cap. 8, el autor de “Educación Popular”, “santificó” al bello sexo; pero en la vida matrimonial parece que su excepcional temperamento no encuadraba debidamente. Se ha dicho que el matrimonio representa en los hombres geniales una situación anormal y desgraciada; conjetura él que una mujer es “madre” o “amante”, nunca amiga, aunque ella lo crea (Jorge Calle: “Las miradas de S.”, en su “El pasajero sugerente”; C. H. Guerrero: “Las mujeres de S.”, 1960).

 

El 29-1-1845 la escribe S. a Posse desde San Felipe sobre su situación pública y privada, reiterando conceptos de su mencionada carta a Soriano: “Tentaciones me vienen de darte un consejo. Uno, uno solo te daré. No abuses del amor, no agotes todos los placeres. Consérvala (a tu mujer) casta y pura si quieres amarla siempre” (“Epistolario S.-Posse”, t. I, p. 26).

 

Franklin acentúa la necesidad y ventajas de una vida conyugal prudente, el deber de guardar cierta escrupulosidad en los modales, etc. Aventurero en el terreno amoroso, se había casado en 1730 con Deborah Read, llevando al hogar un hijo natural: William. El sanjuanino tenía una hija natural, Faustina, nacida en 1831, casada luego con el impresor Julio Belin, y origen de la familia Belin Sarmiento. Luego de su casamiento, a Benjamin le nacía su hijita Sara, en 1743, luego Francisco, que murió de viruela en 1736.

 

Su vida matrimonial en contraste con la sarmientina, fue  más o menos regular. En 1755 comienza una cálida amistad en Rhode Island con Catalina Ray.  Ya llevaba 25 años de casado. Tiene ahora 50 y ella 23. Dijo “mi Caty” haber sufrido como un encantamiento. La compara con los copos de nieve, “son tan puros como su  inocencia virginal, blancos como su hermoso pecho”. Ella: “la ausencia más bien aumenta que disminuye mi afecto”. “Dígame que está bien y   que me quiere solamente una milésima parte de lo bien que le quiero yo”. Ella después se casa en 1763 con William Greene. Treinta años perdura su amistad con el Santo Yanqui. A sus 83, Benjamin, continuaba en esa mutua atracción, “entre las cosas felices de mi vida incluyo su amistad, que recordaré con placer mientras dure esta vida.”.

 

Ya separado de su esposa, Domingo escribe en 1861 a “su Aurelia”: “mi vida futura está basada exclusivamente sobre tu solemne promesa de amarme y pertenecerme a despecho de todo...necesito tus cariños y tus ideas, tus sentimientos blandos para vivir” (“Epistolario íntimo de S”, B. Gz. Arrili, ECA, p. 90-91). Su primer contacto fue en 1852, él 41 años y ella 16 de edad. He ahí el bellísimo “Diario de viaje del Merrimac”, que escribió e ilustró para su amada Aurelia. Amor adúltero, duró 30 años, hasta su muerte. Le escribe ella: “te amo con todas las timideces de una niña, y con toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca...”. 

Hay otra correspondencia amorosa del autor de “Viajes”, es con Ida Wickersham, joven de 25 años, enamorada de él, un hombre de 55. “Eres una flor, un pájaro, una gema¡”. “Es la mujer más mujer que he conocido”. La temporada que vivió con ella en Chicago, la contó S. entre las más felices de su vida. Pontificó Goethe: “Las naturalezas geniales viven una pubertad repetida, mientras que otras gentes son jóvenes sólo una vez”. (Campobassi, “S. y su época”, Losada, 2 ts. 1975; “S. y sus contactos culturales con los Estados  Unidos” G. F. J. Cirigliano, en rev. “Humanidades”, Univ. Nac. La Plata, 1961, t. 37, v. 2, p. 171-179).

 

 

IV.- Sentido de la Caridad Estatal:

 

 

Otro tema coincidente: sobre la Beneficencia del Estado a los mendigos y huérfanos. F. opina que la  beneficencia del gobierno a los pobres es una caridad que los pone cómodamente en la pobreza; es decir, no los saca de ese estado. Observa, con la experiencia de su inquietud de viajero, que cuantos más socorros públicos se establecen para favorecer a los mendigos, “otros tantos son los alicientes para inclinarles al abandono absoluto de sí mismos” y más rápidamente sucumben en el vicio, pues ese sistema, según S., sólo sirve para criar holgazanes.

En su “El precio del trigo y la administración de los pobres” escribe F. que “no existe país en el mundo donde los pobres sean más holgazanes, libertinos, borrachos e insolentes” como los Estados Unidos. En 1750 había propiciado la construcción del Hospital de Pensilvania, el primero en América, sobre un proyecto del Dr. Thomas Bond, promoviendo activamente su erección por suscripción popular y bregando con su incansable pluma en la “Gaceta”.

 

Esa caridad oficial que el común de las gentes ve con muy buenos ojos, es sólo “una recompensa para fomentar la pereza”. Tanto F. como S., pues, han sido severamente atacados en este punto de sus idearios.

“No queráis llenar con vuestras larguezas una cántara sin fondo: la mendicidad, que es insaciable”. En el Senado, en 1859, el sanjuanino dijo que Inglaterra comenzó asignando cuatro millones para auxiliar a los necesitados y ya en esa época gastaba cincuenta millones, “y es mayor el número de pobres” (léanse sus escritos: “La Caridad y el Estado”, “Caridad Pública”, “Extravíos de la beneficencia pública”, “Sociedad cristiana para el socorro de pobres vergonzantes”).

 

Todo el que pide se contenta con lo que mendiga, no trabaja: “Un borracho, un vago pide dinero y lo halla y si se le encuentra herido en las calles, el hospital le recibe, y cuando vuelva a salir, sigue en la misma vida, porque sabe que lo han de atender en todas sus necesidades. Estos son los resultados director de la caridad pública”,

 

La Caridad del Estado para el argentino, es inmoral y “desvirtúa nuestra religión”. La sociedad tiene por base que el hombre viva de su conducta, el hombre es responsable de sus propios actos. La base del Cristianismo es vivir con el sudor de la frente. Critica la  limosna que practican las clases acomodadas. Eso no es Filantropía, es orgullo. “Las clases dotadas que viven llenas de fausto, que se llevan todo el día en adornarse”, dan dinero al mendigo por el asco que les causa su miseria.

 

S. se opone a la creación de los Asilos de Mendigos, porque no tiene una mentalidad  rebañega, sino que posee una visión porvenirista, certera: “Donde quiera que se han fundado estas instituciones, han dado un resultado contrario de lo que se proponía, que era extinguir los mendigos”. “Yo pregunto, ¿por qué hay esta filantropía con el mendigo y no la hay para plantear edificios para la educación de los niños que andan como cuatrocientos en las calles que todo el mundo sabe la historia de ellos?”. 

 

“Recoger los mendigos, no extingue, sino que aumenta la mendicidad”. Yo propongo otro sistema. Recojamos al niño que quizá va a ser mendigo y démosle todos los medios, no sólo para que no sea un desheredado, sino también para hacer de él un hombre laborioso y honrado”.

 

Ya en  1844 advertía S. en “El Progreso” que “el pauperismo” empezaba a tomar un carácter alarmante. Como Senador se opuso a las asignaciones del Erario para los Mendigos, pues pensaba que las rentas estatales deben invertirse en la enseñanza del pueblo "porque curando el vicio de la ignorancia, que es lo que lleva a la mendicidad, se obtiene el único medio de llegar al resultado a que aspiramos”.

“Demos educación al pobre y él se preservará de la mendicidad”. Sabía muy bien de las manifestaciones antipáticas que provocarían sus modernas meditaciones “para abandonar nuestras añejas tradiciones...”. Y advierte en un discurso: “El mendigo es también un espectáculo necesario para la moral de la sociedad, pues morigera el orgullo del rico y le dice: ved la miseria humana como es: no os olvidéis que todos somos hombres y hermanos!” (“Obras Completas”, t. 18). Visión sociológica y educacional de un problema universal.

 

El verdadero bien que los Estados pueden hacer a sus habitantes, opinaban nuestros parangonados, es promover  el bienestar de la sociedad, generalizar los progresos científicos, para su aplicación en la vida de la mayoría. Así, interésense por los problemas municipales, por regular la vigilancia en las ciudades, por la prevención de los incendios en las zonas urbanas. Franklin funda una “Union Fire Company”; en 1742 inventa un tipo de estufa que ahorra combustible y hasta escribe un folleto explicativo: “Descripción de las estufas de Pensilvania recientemente inventadas; con la explicación detallada de su construcción y modo de operar; demostración de sus ventajas sobre cualquier otro método de calentar las habitaciones...etc.”.  

 

V. La fértil vida republicana: 

 

Preocupado por la falta de una milicia organizada y de una adecuada educación universitaria, redacta un proyecto para fundar una Academia, establece una Sociedad Filosófica, publica “La pura verdad” y promueve la instrucción militar sistemática de los ciudadanos. Abre en 1749 una Escuela que será la base la Universidad de Filadelfia, escribe “Proposiciones referentes a la educación de la juventud de Pensilvania”.

 

Mentienen S,. y F., una agitada vida pública: “cada departamento de nuestro gobierno civil, casi a la vez, me imponía alguna misión”. Miembro de la Comisión de la Paz, del Consejo Municipal, Embajador, Regidor, Representante en la Asamblea del Pueblo (elegido durante 19 años consecutivos), Juez de Paz... S., gobernador de su provincia natal, presidente de su País, Senador Nacional, Ministro, Director General de Escuelas, Embajador excepcional (Diplomático ‘anti-diplomático’), siembra de escuelas y bibliotecas el país.

 

Promueve  por su parte, F. , la erección del hospital mencionado, la mejoría de la pavimentación, redacta leyes, mejora la iluminación de las aceras y proyecta la unión de todas las Colonias bajo un solo gobierno.  Afirma en su “Autobiografía”: “Para mí, después de todos mis afanosos empeños, no me quedan otros placeres sólidos que el pensamiento de una larga vida empleada en querer hacer el bien”.

Introduce el sauce amarillo en América. Inventa el Pararrayos (“un nuevo Prometeo que había robado el fuego al cielo” según Kant), Por su parte, el argentino, ante su diagnóstico severo de la realidad argentina: escasa densidad de población, escuelas mal y mezquinamente distribuidas, inexistencia de organización municipal, ausencia de la “cosa pública”, del sentimiento de comunidad, etc. Lucha, pensador-realizador , por imponer criterios progresistas. Escribe sobre educación, inmigración, distribución de la tierra, fomento de actividades agrícolas y mineras, vías de comunicación.

 

Alecciona con su verbo prometeano y a través de emocionantes discursos, como el que pronunció en Chivilcoy, recientemente electo presidente. Dicta decretos y leyes que faciliten la adquisición de material didáctico para colegios agrícolas. Construye la Quinta Normal en San Juan, el Observatorio Astronómico en Córdoba, la Exposición Industrial, la Escuela de Artes Mecánicas. Brega por la construcción del Puerto de Buenos Aires y de Rosario, por la cría del gusano de seda, la industria del mimbre, el establecimiento del cable transoceánico, etc., etc.

 

Franklin había luchado por la mayor emisión de papel moneda, a lo que se oponían las clases pudientes, y publica un escrito: “La Naturaleza y necesidad de un papel moneda”, con éxito marcado en el público común. Iniciativas, proyectos luminosos y realizaciones concretas: ésa es la Beneficencia estatal que ambos profesaron, con singular firmeza y valentía, como verdaderos Héroes de la Raza Humana, Hacedores del Bien por antonomasia.

 

Había sentenciado Horace Mann, educador norteamericano admirado por el sanjuanino: “Averguénzate de morir sin haber logrado una victoria para la Humanidad”. 

 

VI. Moral y Religión:

 

Benjamin, desde muy joven había adquirido el hábito de la disputa y la habilidad en el refutar, debido a que lee libros de polémica teológica de su padre, Josiah, inteligente y sensible (“sobresalía grandemente en la comprensión sensata y el sólido juicio de los asuntos que requerían prudencia, tanto privados como públicos”, escribe su hijo).

 

“Mis indiscretas discusiones sobre la Religión empezaban a hacer que la buena gente me señalara con horror como un infiel o un ateo”. “Mis padres me habían inculcado desde temprana edad ideas religiosas y me educaron durante la infancia según los conceptos de los disidentes. Pero apenas contaba quince años cuando, después de dudar alternativamente sobre varios puntos, empecé  a dudar de la misma revelación. Cayeron en mis manos algunos libros contra el deísmo...”.

“Fui educado religiosamente como presbiteriano; y aunque algunos de los dogmas de esa doctrina, tales como los eternos designios de Dios, elección, reprobación, etc., me parecían incomprensibles y otros dudosos, nunca carecí de ciertos principios religiosos. Nunca dudé, por ejemplo, de la existencia de una divinidad; ni de que ésta creó el mundo y lo gobernaba por su providencia; que el mejor modo de serviir a Dios es hacer bien al hombre; que nuestras almas son inmortales; y que todo crimen será castigado y la virtud recompensada, aquí o más allá. Esto es lo que yo consideraba esencial de toda religión”.

 

La inclinación del sabio yanqui es llegar a un perfeccionamiento Moral: “deseaba vivir sin cometer en ningún momento ninguna falta”. Incluyó, de esta forma, bajo trece nombres las Virtudes y explicó cada una con algunos preceptos esenciales: Templaza, Silencio, Orden, Resolución, Frugalidad, Laboriosidad, Castidad, Sinceridad, Justicia, Moderación, Limpieza, Tranquilidad, Humildad. Diariamente se autoexaminaba y criticaba sus faltas del día en relación con tales virtudes. Encarece la claridad y serenidad de la mente. Evitar las conversaciones frívolas, imitar a Jesús y a Sócrates.

 

También S., en 1873, al inaugurarse un Hospital, aconsejaba la práctica de la caridad con el prójimo, como manera concreta de seguir los preceptos de Cristo. En esa oportunidad pronunció un encendido Discurso ante las Damas de Caridad, y les dijo: “Es ya mucho que os reunáis y con vuestro dinero y vuestro esfuerzo, levantéis edificios a la inteligencia, a la moral, a la religión, a las buenas costumbres. Esta forma de la caridad cristiana, es el complemento y la realización de la caridad y el amor que enseñó Jesús”.  “Dios os lo ha de tener en cuenta, la posteridad desvalida os bendecirá; y os lo aplaudo en nombre de la Patria  que represento, de la educación universal, de que soy humilde obrero” (“Discursos”, tomo 18 de sus O. Comp.;“Vida de S.” A. W. Bunkley; R. Rojas, “Bibliografía de S.”, Coni, 1911).

 

F. soñaba con crear y organizar un Partido Único para la Virtud, agrupando a los hombres bondadosos y virtuosos de todas las Naciones: la ”Sociedad de los Libres y Afortunados”, integrada sobre todo por jóvenes y solteros. Para S., F. es el primero que ha enaltecido universalmente el concepto de Bienestar y Virtud, como supremo bien, como principio de la democracia: “F. ha sido el primero que ha dicho: bienestar y virtud; sed virtuosos para que podáis adquirir; adquirid, para  poder ser virtuosos” (“Viajes”).

 

Se aproxima a Moisés en sus principios éticos, “cuando decía: honrad a vuestros padres para que así viváis largo tiempo sobre la tierra prometida”. Asevera, convencido, que F., en Moral, avanza sobre la moral misma de Jesucristo (1886).

 

Atestigua S. en su “Recuerdos de Provincia” que Paley, el Padre Feijóo y F. fueron los principales maestros en su formación religiosa, que, como  tal, fue racionalista y eminentemente cartesiana-liberal. También le fue decisiva la influencia del Sacerdote riojano  Pedro Ignacio Castro Barros (1777-1849): quien “echó en mi espíritu la primera duda que lo ha atormentado, el primer disfavor contra las ideas religiosas, en que había sido criado, ignorando el fanatismo y despreciando la superstición”. Reflexionaba F. que dentro de una sociedad los seres más peligrosos y dañinos son los que hipócritamente pretenden profesar una religión, “especialmente si tiene un cargo público”. “No existe mejor forma de manifestar nuestro amor a  la religión y al país que la de desenmascarar a los farsantes y desengañar a los engañados".

 

La religiosidad, “el Cristianismo Constitucional” según lo denominaba el Sísifo sanjuanino,,  así lo entienden ambos, debe traducirse en hechos, en obras de bondad y de “espíritu público”:  “No hay duda que la fe religiosa es muy útil. No apetezco verla en modo alguna disminuída, ni tampoco trato de amortiguarla en quien la posea; pero deseo que produzca más buenas obras que por lo general hasta ahora he visto: hablo de verdaderas obras buenas, de obras de bondad, de caridad, de piedad y de espíritu público” (F.: “La verdadera piedad”).

 

En la “Biografía de Castro Barros”, S. llama a Franklin el Propagador de una “moral casera, práctica, aplicable y útil”. Había traído “a la tierra, el dominio del hombre, encadenado, sometido, humillado, el rayo de que se armaban los dioses para terror de los hombres”. En la “Vida de Dominguito” (1886) destaca varias veces sus esfuerzos por infundir el culto frankliniano a su hijo. Habíale enseñado a Dominguito el arte de leer con la vida de F. y R. Crusoe, “cuya lectura recomiendo a los padres: allí se aprende la felicidad de leer, ganando además nuevo acopio de ideas”. El joven, junto con Lucio V. Mansilla (1831-1913) traducirá después “París en América”(1864) de  Edouard de Laboulaye (1811-1883) labor que el padre equiparará en esfuerzo intelectual y  utilidad popular a la traducción de la “Vida de F.”  (1848) de F.-Auguste Mignet (1796-1884) por Juan María Gutiérrez.  F. y Laboulaye constituyeron para el hijo, dos factores básicos en su esmerada educación moral y cívica. Esa traducción de Gutiérrez le fue encomendada por S., en Chile, y luego la analizará críticamente en “El nacional”, 11-7-1885 (Obras Compl., tomo 46: “Páginas Literarias”). Y publicada por Julio Belin. En ese estudio comenta también “El Camino de la Fortuna o sea vida y obra de B. F.” del chileno  Francisco Valdés Vergara, cuya lectura y difusión recomienda insistentemente. Refiere que haciendo vida de hogar en Yungay, intentó que Dominguito asimilase gradualmente los preceptos del célebre inventor, sobre todo inculcarle ideas de economía y, si fuera posible, de lucro, como F. hizo fortuna con “la receta infalible de.. guardarse la cuarta parte de todo dinero que por alguna vía entrase a su bolsa estrecha de muchacho necesitado”. Añadió a la antigua moral, otra de las virtudes cardinales: la inversión del tiempo. El talentoso hijo leería también una selección de las obras del genio, en siete volúmenes, donadas por el padre a la Biblioteca Franklin de San Juan.

 

Para S. “el  Cristianismo traía sin duda, por implicancia, en el fondo de su doctrina, toda libertad humana, la libertad de pensamiento, puesto que  constituía iguales a los hombres ante Dios; la libertad de las razas inferiores, puesto que las hacía provenir de un padre común a la especie humana” (Obras, t. 27). En la biografía del Presbítero Balmaceda, escribe que el cristianismo es una religión social, humana, que tiene de más grande y santo, ante todo, el poner en el amor del prójimo, la base de la Virtud (Obras, t. 3).

 

Fundado en las ideas de Platón, cree F. que la “muerte física” es el inicio de una nueva vida, la de la emancipación  e inmortalidad del alma. “Somos espíritus” dice en su “La muerte y la vida futura”. Cree en la reencarnación, en seres con mayor perfección. También el sanjuanino dijo en una ocasión: “yo creo en muchas y muy misteriosas relaciones que escapan a las leyes conocidas y que la lógica repugna”.

 

S. y F. fueron honrosos cristianos. Verdaderos Apóstoles de la Paz Mundial. Combatieron la anarquía, los abusos sociales, la ignorancia que aniquila, la disipación en las clases altas y bajas de la sociedad, que llevan fatalmente a la disolución y la guerra. 

 

VII. Libros, Bibliotecas y Educación:

 

F. fundó la primera biblioteca estadounidense; de 1731 es su Proyecto de Erección.  Ambos tuvieron destacada pasión por promover la creación de Bibliotecas Populares. Proyectó la creación de una biblioteca por suscripción, origen de las futuras, copiosas  y eficaces,  bibliotecas norteamericanas. “A la sazón expuse mi primer proyecto de carácter público, el de una biblioteca por suscripción. Redacté los estatutos, los hice poner en debida forma por nuestro gran Escribano Brockden, y, con la ayuda de mis amigos de “La cábala”, conseguí cincuenta suscriptores a cuarenta chelines cada uno como ingreso y diez chelines anuales durante cincuenta años, término de duración de nuestra sociedad. Más adelante obtuvimos autorización oficial, cuando la sociedad había llegado a cien suscriptores: aquella fue la madre de todas las bibliotecas por suscripción de Norteamérica, ahora tan numerosas. Ya ha llegado a ser una gran biblioteca que aumenta continuamente. Esas bibliotecas han mejorado en general la conversación de los norteamericanos, han hecho a los comerciantes y granjeros comunes,  tan inteligentes como la mayoría de caballeros de otros países y quizás han contribuido en cierto grado a que las colonias se hayan levantado de un modo tan general en defensa de sus privilegios”. (B.F.: “Proposiciones referentes a la educación de la Juventud en Pensilvania”).

 

La “Cábala” era un club o academia fundado y organizado por F., donde se discutían temas de moral y Política. Elogia S. a F. y a Laboulaye como Patriarcas de las Bibliotecas Populares (Discurso en la Sociedad Rivadavia, incluido en los “Discursos Populares”, 1883, t. 2).

 

Se pronuncian contrarios a las bibliotecas monumentales, pasivas y sin lectores, cementerios de libros, que sólo sirven de alimento a las polillas: “son por lo general objetos de ostentación y de lujo, de uso limitadísimo” (1853). S. funda la biblioteca Franklin en San Juan, inspirado por el ejemplo del político y escritor francés Edouard de Laboulaye, propagador de las bibliotecas populares en Francia. A inspiración de S. fue llamada “Laboulaye” una pujante ciudad cordobesa, en 1886. Laboulaye había escrito una historia de los Estados Unidos y “París en América”, “La libertad religiosa”, “El Partido liberal”, etc. Por  su iniciativa, también se instauró en N. York la Estatua de la Libertad, 1865 (J. A. Solari: “S. y L.”, en su “Días y obras de S.”, 1968, p. 92-95).

 

Horace Mann, F. y S., según L., se encontraron entre los ejemplares humanos que consagraron la energía entera de su alma a la difusión de la instrucción popular, llevada a todos los hombres como un segundo bautismo y regeneración, como verdaderos evangelistas, de las buenas nuevas de la educación común.  S. pide, exige, grita, para las bibliotecas populares: “¡libros, libros, libros!”, con el objeto de “transmitir los conocimientos comunes bajo formas agradables”. Y sienta las bases, magistral, de la Bibliopsicología en tierras hispanohablantes:  “Los libros de esas bibliotecas deben ser prestados a los lectores para que puedan leerlos en sus hogares. El libro echado como por accidente sobre una mesa, es antídoto contra el fastidio y cerca de la cama es un narcótico o un estimulante contra el sueño”. Brega por las Bibliotecas Circulantes. Hasta aconseja el cuidado externo del libro y sugiere, atinadamente, que en todas las bibliotecas se coloquen visibles estos consejos: nunca  tomes un libro con manos sucias, nunca mojes el dedo para volver una hoja... Y en ejemplar carta que envió a San Juan en 1865, avizoramente,  habla de la Moral de la Lectura, la formación de los buenos sentimientos, el hábito de pensar y reflexionar, la necesidad de informarse sobre el mundo moderno y sus positivos logros científico-técnicos, etc.  Escribe a las autoridades provinciales para que se apresuren a fundar y sostener tales bibliotecas, única forma de que no padezcamos “un  siglo más de guerra de montonera y de que no surjan veinte Chachos más, ¡cueste lo que cueste!”. Alguna vez, algo desconsolado declararía: “no tenemos libros; no lee nuestra  juventud. Es una vergüenza”. Y en 1870 dictó, inspiró, como Presidente de la Nación, la  Ley de Protección de las Bibliotecas Populares: “Apenas se reflexiona sobre los motivos que retardan el progreso intelectual de nuestras poblaciones, viene sin duda al pensamiento la carencia y la casi ninguna circulación de libros que se nota en ellas”.

 

 En la “segunda parte” de su “Las escuelas...” su autor transcribe sus impresiones  en la 37° Reunión del Instituto Americano de Instrucción, a la que asistió, en agosto de 1865, en New Haven (Connecticut). Allí, en la sesión del día 10-8-1865, expresó  su alborozo y envanecimiento “de haberme  hallado en esta reunión de sabios y de maestros, como daría cuenta de una grande victoria ganada por la civilización”. Se define, paradigmáticamente: “Yo soy, y me honro de ello, un maestro de Sud América”. Se siente llamado en cualquier tarea o puesto público a ejercer la profesión magisterial. Esa ocupación superior la equipara a la del sacerdote, pues redime al hombre de su origen salvaje.

 

Y ha de educar divulgando y procurando la imitación de la vida de sus hombres ejemplares: “¿Qué efecto puede producir en una nación la imitación de sus héroes y de sus grandes hombres, cuando éstos son Washington, la justificación de los actos; Franklin, el ensayo de la moral, de la industria y de la propia educación, para llegar a la gloria  y a la ciencia; (...) sin que a ellos se mezcle ni un conquistador, ni un malvado afortunado, ni un tirano, ni un criminal glorioso?”.

 

En Inglaterra, destaca don Domingo,  el pueblo se educa “por la animación de sus poderosas fábricas, de sus ingeniosas máquinas: por el jurado, por el parlamento”. Y en la Nueva Inglaterra el común de las gentes se instruye en las materiales principales que prefiere Sarmiento, y lo señala, siempre vehemente, la práctica de los derechos ciudadanos, el ejercicio “de sus libertades e industria, la serie inaudita de sus prosperidades” y la emulación de sus Héroes. En su carta desde Lima, del 5-4-1865  para la Inauguración de la Escuela  S.  considera a la “República frankliniana”, fuerte y progresista, como “la Escuela de América”. Quiere “la Libertad del individuo disciplinada en la Escuela”: ése es el secreto del “milagro norteamericano”. “Improvisar naciones en un siglo y resumir las glorias humanas en cuatro años”, aumentando crecientemente el Poder de la Inteligencia Humana.

 

En esa valiosa obra de “Las escuelas, base de la prosperidad y de la república en los E. Unidos”, el maestro relata una sesión inolvidable de la Asociación de Maestros de Massachusetts: “Estaba entre los míos”, se ufana.

 

VIII. La “misión” de Periodistas:

 

F. desde muy joven es Periodista, y hasta vende sus propios escritos por las calles. Aprendiz de imprenta, llegó a tener una imprenta propia, a los veinte años de edad. Obtiene éxito populares con sus artículos, pues hace agudas observaciones sobre los más variados temas, que impresionan por su novedad. Y son curiosos los seudónimos que adoptan. El de Boston, “Arator”, “Paciencia”, “Alicia  Viperina”, “Antonio Retardado”, “El Atareado” (con el que publica escritos costumbristas en ‘El Mercurio’, género al que ambos fueron afectos, por amor a la gracia de lo popular y las  sencillas tradiciones de las familias comunes); el sanjuanino, “Pinganlla”, “Un pipiolo viejo”, “Zamora de Adalid”, “García Román”, “Ánima del Diente Largo”...

 

Para F. el periodista representa  un tipo excepcional, que “debiera reunir un amplio conocimiento de idiomas, gran facilidad y dominio para escribir y referir las cosas, con claridad y de manera comprensible y en pocas palabras; debe estar capacitado para hablar de la guerra tanto por mar como por tierra; tener amplios conocimientos de la geografía, la historia contemporánea...”. Así para S. el impresor, el cajista, también, es una “carrera que ofrece al talento grandes estímulos”.  Difunde asiduamente su apología de la prensa y la imprenta, la publicación e incitación del pensamiento, el avance en la legislación y normativa en América, en “El Zonda”, “El Progreso”, “La Crónica” hasta “El Censor”...

 

Vibran ambos en un estilo coloquial, siendo ostensible la capacidad comunicativa de su prosa. F. empieza a escribir a los 16 años, con el seudónimo de “Silencio Benefactora”; el primer artículo sarmientino, publicado en “El Mercurio” de Chile, en 1841, sobre la Batalla de Chacabuco, exitoso y valorativo, en su justa grandeza, del talento militar del Gral. San Martín.

 

Toda la obra de S. está concebida en función de periodista. Misión que desempeñó absorbentemente, con pasión y amor a la verdad y a la justicia. Cada trabajo suyo,  dice Palcos, es un suceso, pues para él, “Escribir”  adquiere la suprema entidad de “Hacer”.

En 1850 escribe: “Las publicaciones periódicas son como la respiración diaria: ni libertad, ni progreso, ni cultura se concibe sin este vehículo que liga a las sociedades unas con otras y nos hace sentirnos a cada hora miembros de la especie humana por la influencia y repercusión de los acontecimientos de unos pueblos sobre otros”.

 

En “La Crónica”, 4-2-1849 (Obras, tomo 10) recuerda a  Beranger, Franklin y Rivadeneira como ejemplos dignos de impresores famosos. La imprenta significa un arte que requiere mucha instrucción y capacidad: el cajista en Francia es hoy el obrero más culto (“es una carrera que ofrece al talento grandes estíimulos”),  una profesión de utilidad a los jóvenes modestos que quieran continuar su educación. Ante la negativa de muchos por aprender este oficio, aconseja que “por amor del país trabajen por vencer las preocupaciones coloniales que mantienen sumidos en la ociosidad y en la ignorancia, a jóvenes capaces de vivir un trabajo noble y honroso”. El fomento de la industria editorial, su protección y legislación, también le preocupan mucho (“El Progreso”, 16, 19 y 20-11-1844: “Legislación sobre imprenta como industria”).

 

En 1732 y durante 25 años,  F.  publicará un “Almanaque” instructivo, en especial para aquellos que nunca tomaban un libro. Tuvo un marcado éxito editorial: “lo consideré un vehículo apropiado para hacer llegar la instrucción a la gente común que no compraba casi ningún otro libro”. Publicaba allí frases y proverbios útiles, traducido al francés, luego fue vendido por todo el Continente. En “El Camino de la Fortuna”, se autotitularía, “un eminente autor de almanaques”. A tales efectos, claramente didácticos, emplearía su periódico con fines de divulgación de conocimientos prácticos o de preceptos morales de inmediata aplicación.

 

“La Prensa no son tipos de imprenta; es una virtud que se exhala”. De ambos podemos decir que “la imprenta fue el tierno idilio de toda su vida” (José S. Gollán). Mallea aseveró que los defectos y virtudes sarmientinos corresponden a los del Periodista en general (“Aseveración sobre S.”, 1938)  No podemos ni debemos hablar separadamente de un S,. maestro, periodisto, político, escritor. Pues en la prensa es ante él  mismo, estampa en la imprenta volandera todo su ser. Es “La Galaxia Sarmiento”. Y es educador, sociólogo, artista y gobernante simultáneamente, maravillosamente (Mallea: “S. fue el hombre más indivisible del mundo”).

Fundador de periódicos, fue periodista hasta sus últimos años, pues todo le interesaba y le urgía que los demás conocieran, y tomaran posición, sobre lo que él constantemente aprendía u opinaba. Su lema: “la verdad pura y limpia; y aunque esta verdad es un poco embarazosa y difícil de decirse, nosotros nos hemos resignado a confesarla sin rodeos”.

Por la prensa, el pueblo, antes ignorante y privado de medios de cultura, “empieza a interesarse en los conocimientos y gustar de la lectura que los instruye y divierte, elevando a todos al goce de las ventajas sociales, y despertando talento, genios e industrias que sin él hubieran permanecido en la oscuridad”.

 

Periodismo y Democracia. Periodismo y educación masiva, Periodismo y libertad de pensamiento. F. debuta como tal en el “Diario de Nueva Inglaterra”. S. se refiere a esta  auspiciosa iniciación del norteamericano en un escrito de 1841 (Obras, t. I): “el ilustre F., que se diseñaba apenas  y se ignoraba aún a sí mismo, tomó parte furtiva o públicamente en su redacción. Este es el primer periódico que en las colonias inglesas se atrajese la animadversión de la autoridad real, por el espíritu de libertad que respiraban sus publicaciones, primera manifestación de la tendencia revolucionaria que empezaba a tomar la sociedad, y que robusteciéndose de día en día, terminó en la emancipación de aquellas colonias”.

Se refiere aquí S. a  la fuerza de la prensa para mover las voluntades y para reformar las costumbres o fertilizar las mentes: tarea eminentemente civilizadora. Y enseña que la Declaración de la Independencia norteamericana (4 de Julio de 1776) fue no sólo una revolución externa con la actividad militar específica, sino una revolución interna, a la que ayudaron las prédicas y accionar de F. entre otros, con los universales principios de Igualdad, Fraternidad y Libertad, Thomas Paine, T. Jefferson, Washington...”. (G. Lisitzky, “T. Jefferson”, Claridad, 1953).

Utiliza el recurso, frecuente en su literatura, de sacralizar la figura de sus héroes. En “Las escuelas, base de la prosperidad de la República en los Estados Unidos” (1866) llama al joven inventor: “era ya el Juan, precursor del pueblo”: “...no era hijo, de la Nueva Cambridge; con sólo las iluminaciones de la ciencia latente en el universo  inconmensurablemente inteligente, como lo experimentaba poco después Humphrey Davy...” (ob. cit., ed. Luz del Día, 1952, p. 44).

 

“Por el diarismo el genio tiene por patria el mundo, y por testigos la humanidad civilizada”. Para mejorarnos, para regenerarnos, para purificarnos de nuestros hábitos coloniales, sostenía en “El  Mercurio” de Valparaíso, debemos dirigir todos nuestros esfuerzos a la difusión de las Luces y de los medios de obtenerla. En este terreno fundamental de la democratización de la Cultura, F. fundando un periódico, estableciendo una Sociedad de Lectura, hizo tanto por  la Independencia de América “como un ejército o una victoria de los patriotas” (S.: “La publicación de libros en Chile”, 10-6-1841).

 

La prensa, para ambos ha sido el hacha que destruyó el Despotismo, y cambio de luchas y cátedra inigualable, son los Maestros de la prensa americana (Boston, ciudad de 80.000 habitantes en 1834, tiene 43 periódicos en circulación; Chile, con 1.000.000 de habitantes, sólo 1). 

 

IX. Representatividad: 

 

La Patria Yanqui como hemos visto, es  la escuela de S., en la que aprende los beneficios de la Democracia, del Gobierno Representativo, de la Educación extendida a  la mayoría, de la Igualdad, de la Dignidad  del Ser Humano: “La Nueva Inglaterra fue la Patria de mi Pensamiento”. “El único pueblo del mundo que lee en masa, que usa de la escritura para todas sus necesidades, donde dos mil periódicos satisfacen la curiosidad  pública, son los Estados Unidos, y donde la educación como el bienestar están por todas partes difundidos y al alcance de los que quieran obtenerlo”. “Allí, todo hombre, por cuanto es hombre, está habilitado para tener juicio y voluntad en los negocios políticos y y lo tiene, en  efecto” (“Viajes”, Obras , tomo 5).

 

A esta luminosa patria intelectual, la llama “el otro sol”: “Ahora y desde estos últimos  años –le escribe a J. V. Lastarria en 1852-, me he vuelto a otro sol  que no se eclipsa, que ninguna nube oculta: Los Estados Unidos. Como teoría, como hecho práctico, por todos aspectos, la democracia allí la encuentro fuerte, consistente consigo misma y dominante aún como hecho. Pero cómo hacer entrar en nuestro modo de ser aquel sistema de gobierno, cuyo mérito consiste en ser fruto  y realización de las simples nociones del buen sentido?”. Apología yanqui y confesión de la problemática  de su aplicación en esta tierra, según la transcribe M. L. Del Pino de  Carbone en su compilación de dicha Correspondencia, (1954, p. 37-38).-

 

“Un pueblo compuesto de todos los pueblos del mundo, libre como la conciencia, como el aire, sin tutores, sin ejército, y sin bastillas, es la resultante de todos los antecedentes humanos, europeos y cristianos. Como Nación, los Estados Unidos  son el último resultado de la lógica humana”.

 

Lo que S.  observó y estudió agudamente en el País del Norte, en sus dos viajes de 1847 y 1866, era lo que deseaba para su amada nación: Escuelas, Constitución, Bienestar Económico, Prensa Libre. La primera vez sólo permaneció 3 meses, que equivalieron a 3 años, por su prodigiosa actividad y la multitud de enseñanzas recogidas y asimiladas. Las figuras consulares de Lincoln, Mann y Franklin fueron sus “Santos Patronos”. A  ellos les rindió el culto de toda una vida empeñada en honrarlos, y poner en práctica lo que  de ellos había aprendido, con devoción y ardor proféticos. (E. Carilla: “El Embajador S.”, Univ. Litoral, 1963). En su “Conflictos...” evoca a éste a la altura de Morse y de Edison, por su constante fe en la democracia, por el aumento de invenciones útiles para la Humanidad (Obras, t. 37).

 

La percepción social y política, la  visión deductiva agudísima, son  dote peculiar del genio sarmientino. P. ej. cuando observa y caracteriza el “tipo norteamericano”: “es un paisanote robusto, de índole bonachona y ojos maliciosos, con calzones listados de colorados, pero sí, bien anchos, demasiado cortos, como los niños grandulones y pobres que crecen demasiado a prisa”. Detallismo descriptivo, excepcional capacidad de establecimiento de rasgos particularesy generales, capacidad de pensamiento abstracto y su normatización. “Esos son los Estados Unidos, sin embargo: un mocetón con la sonrisa en los labios y los puños fornidos y endurecidos al trabajo; que siempre le quedan cortas  las piernas de los calzones y las mangas de la chapona” (“El Nacional”, 1886, artículo “La Plata”;  en tomo t. 2 Obras Compl, Luz del Día, p. 219).

 

Escribe don Domingo , al llegar a Boston, en carta a “El Zonda” (9-10-1865): “Heme aquí en Boston, la ciudad ‘pioneer’ del mundo venidero, la Sión de los antiguos Puritanos, la patria de F., la ciudadela de la Libertad, la Academia del Pensamiento... En Boston está el centro del poder fabril de la Nueva Inglaterra, el cerebro de los Est. Unidos, la cátedra de las ciencias, y el cenáculo desde donde parten los apóstoles de la democracia, a llevar a los Estados del Oeste, la práctica, el espíritu de las instituciones libres. Sus maestros y maestras de escuelas, sus rectores y profesores de colegios y universidades, sus labradores y fabricantes han recibido la inspiración divina” (“Ambas  Américas”, Obras, tomo 29).

 

Admiraba el adelanto fabril y cultural, las costumbres  y la decencia en el vestir. Como Diplomático fue el más original de los americanos, prescindiendo de ceremonias y obligaciones sociales, informándose y moviéndose  de un lugar a otro, trabando relaciones útiles, recogiendo datos para su país, visitando instituciones, manteniendo una copiosa correspondencia, Ni siquiera residía en Washington, sino en la zona laboral de Boston, cultivando la hermosa amistad de los Mann en  West Newton.

Allí está en contacto más directo con la vida cultural y comercial, bullente y moderna, como nunca antes había visto, luego de su desilusión de Europa.  En Boston, la ciudad natal de su Dios, Benjamin, admira también la Arquitectura. Escribe que nuestra construcción de casas se encuentra estancada en la época clásica de Arabia, en comparación con el estilo de las del país yanqui.

 

Evoca el monumento a F. en 1865, frente al edificio de la City Hall, el Cabildo  o Ayuntamiento y nos lo describe; también lo hace en “Las escuelas, base de la prosperidad y la República en los Est. Un.” (Obras, tomo 30). “Al frente del edificio, sobre un basamento de piedra con bajorrelieves de bronce, reconozco desde lejos a mi santo patrono, a F., con la cabeza inclinada, como si sintiera caer sobre su calva frente la lluvia menuda, con su saco forrado en pieles, precaviéndose contra el invierno que ya se diseña”. “Los cuatro bajorrelieves cuentan en  cuatro páginas de bronce la historia de F., nacido en Boston, dice la leyenda, muerto en Filadelfia. Está en mangas de camisa, joven cajista, corrigiendo las pruebas sobre las prensas del periódico que redactaba e imprimía a la vez. A la derecha del espectador, está firmando el acta de la Independencia de los Est Unidos. Al respaldo de la estatua está el famoso verso: ‘Eripuit coelo fulmen, cetrumque tyrannis’.

 

“F. está representado en el acto de arrancar la chispa eléctrica, poniendo en contacto una llave con el hilo de la pandorga que toca a una nueva. A la izquierda firma  en Europa, como embajador, el tratado de reconocimiento de la Independencia de los Est. Un. ¡Vaya una historia de un pobre impresor!”.

 

“La Nueva Inglaterra, la cuna de la República moderna, ¡La escuela de la América entera!”. F. y y Lincoln, habían nacido en uno de los pueblos más afortunados del mundo. (“Del pensamiento institucional de S.” O. Maurín Navarro, en “Vigencia de S.”, Com. Perm. de  Hom. a S., 1988, p. 193-216).

 

En 1850 en “Recuerdos de Provincia” celebra alborozado la ‘humildad altiva’ de F., “que había ostentado en la corte más fastuosa de Europa, paseando sus zapatos herrados sobre el terciopelo de los tapices reales, llevando su vestido de paño burdo con mayor desenvoltura que los nobles sus cuajados de bordados” (Obras, tomo 3).

 

F. es el Creador de los Est. Unidos. Significa el ‘anche-io’, el ‘go a head’ del yanqui, “ha creado todas las maravillas de la invención y de la audacia yanqui”. Es el país del Trabajo, del esfuerzo honroso, donde al extranjero no se pregunta “quién es”, sino “qué sabe hacer”. Es la  consagración de la Política fundada en principios metafísicos, tal como la concibieron e inspiraron  los admirados “The Founding Fathers”.                                            

 

Tal como la postula F. en su “Información a las personas que quieren trasladarse a Norteamérica”: “la laboriosidad y la ocupación constante son de gran importancia para conservar la moral y la virtud de una Nación”.

 

Las tierras sin cultivar aún, esperan a los artesanos y labradores virtuosos de todo el mundo. A ello agrégase “la bondad del aire, la salubridad del clima, la abundancia de alimentos sanos”, la libertad de credo religioso y de ocupaciones  (F.: “Aviso a los que piensan ir a establecerse en América”; (en “El libro del hombre de Bien”, Espasa-Calpe, colecc. Austral, 3° ed., 1949).

 

En el Discurso de Inauguración en San Juan de la Escuela S., enviado su texto por el sanjuanino desde Lima en abril de 1865, exclama que F., Washington y Lincoln, sus ídolos, han salido de las escuelas norteamericanas. El primero, “que arrebató  al cielo los rayos. Que destrozó toda cadena que ligara colonias a la madre patria. La República fuerte, inteligente, porque es una  igual asociación de hombres que se gobiernan a sí mismos, la abolición de la esclavitud con Lincoln, el Spartacus feliz”.

 

Trilogía impecable, siempre F., el primero en su afecto y en sus adherencias intelectuales (“Discursos Populares”). Lincoln, leñador, Johnson sastre, habían llegado a ser Presidentes, él, D. F. S, también lo sería.  Lincoln era para él “el labrador honrado que estudia las leyes de su país y, conociendo los signos de los tiempos, se propone encabezar al pueblo y lo consigue..., pero sobre todo es una escuela de buen gobierno republicano” (“Vida de Lincoln”); su biografía, como la de F.  es de alta enseñanza para las naciones. “un pueblo armado de cien mil instrumentos de labor, ejemplo de gobierno y parlamentarismo” (“Conflictos...”).  

 

Estos héroes de la Civilización tipificaban las virtudes “romanas” de Da. Paula: la veracidad, el poder de las manos, y la firmeza en el obrar. Son caracteres grandes en su misma sencillez, sublimes por su buen sentido y laboriosidad.

 

Fueron Próceres de la Humanidad, no sólo de sus respectivos países, habiendo surgido, he ahí la gloria y el heroísmo republicano de F.  y S. “del pueblo llano, enérgico, instruido y capaz de elevarse con el trabajo, con la paciencia, con el talento, con el patriotismo como móviles” (“Introducción” a la “Vida de Lincoln”, 1865). 

 

F. encarna el “Hombre Representativo” de Norteamérica, en cuanto a “abrirse paso cada uno, cualquiera que sea el punto de partida, aprendiendo mientras vive, no desesperando nunca, y ’making money’, como él aconsejaba” (Obras, t. 30). Definió a tales Hombres como en quienes  vienen a resumirse las aspiraciones de un pueblo en una época determinada, imponiendo a veces a la humanidad entera su sello especial (“Páginas literarias”, tomo 46 de sus Obras).

 

F., “his boyhood hero” según A. Houston Luiggi, fue “el ensayo de la moral, de la industria y de la propia educación, para llegar a la gloria y a la ciencia”. Lo repetírá siempre, fervorosamente ya anciano, en su “Conflictos...”. Dirá entonces que los Héroes de la Nueva Inglaterra no tienen rival en toda la historia universal: “F. con su gloria civil, su enseñanza democrática, sus escritos y descubrimientos, figuró como el único grande hombre de la época en la Corte fastuosa de Luis XV, en cuyos salones dorados hacía resonar los clavos de sus zapatos de labriego, llevados con estudiada aunque muy bien entendida simplicidad” (Obras, t. 37).

 

Según Rodó, el genio norteamericano era la fuerza en movimiento, la capacidad y el entusiasmo, ‘la vocación dichosa de la acción’. El sanjuanino endiosó positivamente esas cualidades, que trató de incubar en su propia persona y nación. “Self made men”, los hombres artífices de sí mismos, que no acatan otra orden que la de su propia personalidad, que todo lo deben a su educación proyectados esforzadamente hacia la Sociedad, a la cual quien mejorar, regenerar;  “Los self-made-men’, norteamericanos, los hijos de sus obras, descienden de F. en línea recta, Lincoln, Johnson, son los presidentes de su hechura”.

 

Como F. es el tipo nacional por excelencia, podemos aseverar, fundadamente, que S. es el prototipo del hombre argentino. En virtudes y defectos, ejemplo de Libertad, Republicanismo, Iniciativa y esfuerzo personal, entereza ante la Calumnia.

 

Ambos surgen a la vida pública casi repentinamente, proclamando nuevos principios, “sublevando antipatías”, “predicando el bien constantemente”, “impulsando a la juventud, empujando bruscamente a la sociedad, irritando susceptibilidades nacionales”, cayendo como tigres en la polémica (S.: Introd. a ‘Mi Defensa’). Como en el poema “Las Hachas” de Rojas, Domingo abre nuevos territorios, inaugura Nuevos Mundos.. La luz de la Razón y de la Voluntad constructora se abre cauce a través de su pluma briosa y sus actos políticos. Estructura el “logos”, la “norma”, los códigos del “modelo frankliniano” que necesita “imponer” en estas tierras“.  Ya lo sostiene nuestro Descartes sanjuanino en 1843: “Las grandes reformas, las que están fundadas en principios inmutables y reconocidos por todos, se efectúan cerrando los ojos y poniendo mano a la obra” (Obra Compl. tomo 4, discurso del 17-10-1843). El discurso sarmientino brilla en su simpleza y racionalidad, “ensueños y  y planes legalistas”  con la finalidad titánica de normativizar el gigantesco  despotismo y anarquía inherentes a la naturaleza hispanoamericana articulado con un alto poder persuasivo, según lo consagra la tradición política norteamericana, y de acuerdo a como lo observa precisamente Alan Bloom en su “The Closing of the American Mind” de 1987 (“La decadencia de la Cultura”, 1989, p. 55). En ello ha consistido la memorable utopí sarmientiesca, raigalmente Iluminista.

 

 Y a cada momento conmoviendo la sociedad entera”, con una voluntad férrea se abrieron camino, usando un lenguaje franco, hasta ser descortés y sin miramientos, “diciendo verdades amargas sin otro título que el creerlas útiles”. (V. Massuh, “El cambio histórico y el ocaso de las Ideas”, Fund. Banco de Boston, 1993; Ernesto Romano: “Franklincito”, en rev. “Pensamiento de los Confines”)..

 

Se han abierto su futuro, identificado con el de sus naciones, a fuerza de estudios, intensos y extensos, de valor moral, de constancia y de toda clase de sufrimientos. “Es mi vida  entera un largo combate que ha destruido mi físico sin debilitar mi alma, acerando y fortaleciendo mi carácter” reconocía S. en su vejez.

 

Escribe en 1886 que  la pionera novela inglesa, de 1731,  “Robinson Crusoe” de  Daniel Defoe (ca. 1660-1731),  ha dado la fisonomía a la raza, creando el tipo de F., vivo símbolo del “noble ejercicio de la inteligencia como instrumento de trabajo”. Clara semilla del Pragmatismo deweyano (“Discursos Populares”, II). Es uno de los Bienhechores de la Especie y uno de los más grandes Filósofos y Sabios Modernos. En lo ético, “inventa en el Buen Hombre Ricardo, un Robinson que guíe al pueblo”. (H. B. Van Wesep: “Siete sabios y una filosofía. Itinerario del Pragmatismo (Franklin-Emerson-James-Dewey-Santayana-Peirce-Whitehead)”, edit. Hobbs-Sudamericana, 1965; A. Ponce: “De Franklin, burgués de ayer, a Kreuger, burgués de hoy”, Conferencia, 1932).

 

En su estudio “Robinson es una Nación”. S. evoca a su patrono como el Reformador moral ( (leído el 1-1-1886). El introductor de las virtudes nuevas de la Jovialidad, el aseo y la educación masiva y continua. La primer sería una virtud de su carácter, “lleno de gracia y de mansedumbre”. “La riqueza es para F. la recompensa de los hábitos de economía y el fruto del trabajo honrado”.

 

El experimento del poder del Pararayos fue un acto simbólico en la historia universal, significando el final del reinado de la Superstición, son los conceptos sarmientinos, y la plena vigencia del genio de la Luz y la Razón, factores del Progreso Universal.

 

En 1883, en un discurso en la Biblioteca de la Sociedad Rivadavia, habia evocado S. a su Patrono yanqui. Éste  ha  elevado el Buen sentido en institución y título  de nobleza en Est. Unidos.  El típico representante de la raza puritana y cuáquera, con su fisonomía plácida y sencilla, “con cierta malicia bonachona y taimada”. Los yanquis, observa, hasta 1846, tenían la fisonomía frankliniana, “el tipo de la beldad moral.. con sus puntas de ironía y de pillería  graciosa y astuta”. Toda la ciencia norteamericana decimonónica sería la continuación brillante, desde Edison a Morse, del “espíritu experimental y candoroso de F.”.(“F. El Ap{ostol de los tiempos modernos” Bernard Fay, Juventud Argentina, 1952)

 

En su conferencia sobre Darwin, S. llamó a Morse y Edison “los ejecutores testamentarios de F.”. En esa lectura científica que pronunciara exitosamente en el Teatro Nacional en 1881, finalizó tributando un gran homenaje a todos aquellos grandes que “han levantado en esta América una punta del velo de la misteriosa Isis de la verdad científica”. “¡Honor a nuestro compatriota B. F.!” (“Discursos”, II). 

 

IX: La ortografía. Lengua y educación: 

 

F., al igual que nuestro pedagogo-político, se había preocupado respecto de la enseñanza de la Ortografía y la Fonética. Explicaba que una buena enseñanza de la misma podía facilitar la alfabetización de la gran mayoría de los ciudadanos. Por ello promueve la eliminación de la C, J, W, X y la Y. (F.: “Proyecto para un alfabeto nuevo” y “Estilo reformado de ortografía”).

 

Cada letra debe corresponder a un sonido. Y escribe, divulgando sus ideas, un “Proyecto para un alfabeto nuevo” y un “Estilo reformado de Ortografía”.

 

Ambos desearon aplicar a la ortografía de sus respectivos idiomas, la filosofía racionalista del siglo 18. En su “Educación Popular” (1849) se había ocupado extensamente, y con gusto y pasión, de la procedencia de sílabas y vocales, de su clasificación, de la etimología y fonología.

 

Recomienda a los gobiernos la inclusión de nuevos sistemas de lecto-escritura. Todos los aspectos de la enseñanza, le son familiares, desde los más teóricos hasta los más elementales: las rentas escolares, los edificios, el uso del pizarrón y la tiza, la enseñanza del Dibujo y la Cosmografía, la educación física, musical, armónica de los educandos: “por la gimnástica... se aumenta el poder, la salud y la facultad de obrar del individuo, por la educación intelectual, adquiere las exterioridades que más ennoblecen al ser humano. Algunos nacen con las primeras, otros adivinan las segundas; pero sólo la educación puede  generalizar estas aptitudes”.

 

Y encarece la importancia de la difusión de la lectura pública, a semejanza de otros países de Europa, como Inglaterra (Dickens) y el mismo Est. Unidos.

Desde “El Nacional” (13-5-1881) decía: “nos dirigimos a los padres de familia para indicarles que deben preocuparse de la educ. física y el desenvolvimiento de las fuerzas corporales de sus hijos, si no quieren ver que les suceda una generación raquítica”.

 

“Faltan escuelas  porque hay una causa mórbida que persiste aún después de radicada la República y proclamada la igualdad. Interróguese cada uno y pregúntese si quiere con pasión poner los medios de llenar este vacío, y si guarda silencio, la Historia está ahí para decirle, que no se han construido escuelas, sino por impulsión accidental y personal, porque nadie siente la necesidad. Filadelfia tiene cuatrocientos sesenta edificios de escuelas, Buenos Aires tenía dos...!”. (Obras, tomo “Educar al Soberano”).

 

Porque para S. la base la prosperidad de la nación frankliniana eran las Escuelas. “Bases de la prosperidad y la república en los Estados Unidos”, fue publicada en N. York, primera ed. en 1866, una segunda en 1869 y una tercera al año siguiente. Libro desatendido de su época, por ser “sólo semilla para otra generación”, según declara en carta a Bartolomé  Mitre.

 

Había sido autor de un “Método gradual de lectura” que explicó en su “Vida de Dominguito”. Había gozado grandemente en el país norteamericano, cuando se dirigió a la amplia audiencia que lo atendía, en el Instituto Americano de Educación, para decirles a todos, finalmente, que sólo era Un maestro de escuela.

 

Han influido en sus ideas pedagógicas, los pedagogos de la Revolución Francesa y las ideas de H. Mann, de raíces pestalozzianas: “La instrucción primaria es la base de la religión, de la libertad y de la prosperidad nacional y cómo de su difusión depende la suerte próxima de este país”:

“Para tener paz en la República Argentina, para que los montoneros no se levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadero democracia, enseñar a todos lo mismo para que todos sean iguales.. y para esto no cuento sólo con los maestros, sino con toda esa juventud que forma una generación entera que me ayudará en la obra.”.

 

En su referencia a la Asociación del magisterio de Massachussets,  destaca  este tema de su preferencia, sobre la enseñanza racional y simplificada de la Ortografía, como antes  lo tratara en su “Educación Popular” y en los escritos, notas y documentos reunidos en el tomo IV de sus Obras: “Ortografía. Instrucción Pública”. Considera a la  pedagogía razonada de la ortografía y la lengua como llave que facilita el aprendizaje de la Lectura y como apertura al conocimiento.

 

Y recuerda los  esfuerzos  de Franklin, quien “abogaba por una reforma, y a no ser por nuevas atenciones que lo distrajeron, habría llevado adelante el intento”. En la reunión citada, un investigador  alude a los fundamentos del sistema fonético, que habilita  para leer en poco tiempo y sin dudas y dificultades tan comunes., y “que abogaba por habilitar al estudiante en una sola hora a entender la pronunciación de los sonidos, que las letras de las palabras representan”.

 

Es presunción creer, reflexiona el argentino, “que  no hay ciencia ni cosa que lo valga en  la perpetuación de usos, sin razón de ser como son nuestras prácticas ortográficas”, “han de quitarse los  menores obstáculos  del camino” para que la educación sea generalizada y se pueda acceder al vasto campo de las ciencias útiles, sin retardos infructuosos, “porque el tiempo en nuestro siglo es demasiado precioso”.

 

Concluyentemente, Sarmiento había encontrado en Franklin, su padre espiritual, la inspiración de su accionar, y una razón para gobernar y reformar la idiosincrasia de las naciones hispanoamericanas.

 

S. es, definitivamente,  el continuador de F. en tierras argentinas, el caudillo del Bien.-

Guillermo Gagliardi
Gentileza del blog "Sarmientísimo"
http://blogcindario.miarroba.com/info/95993-sarmientisimo/ 

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