Cicerón en la vida y obra de D. F. Sarmiento
Guillermo Ricardo Gagliardi

I.- “Un viejo patricio que pronuncia palabras de acción”. Así se califica DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO (político e intelectual argentino, 1811-1888) en un discurso de 1881. A través de toda su vida, larga, trabajada y fecunda, profesó el maestro y estadista-escritor una especial preferencia por el  orador y hombre público eminente de Roma, MARCO TULIO CICERÓN (106-43 a.C.): persona,  doctrina y acción.

 

El cuyano recordó en su “Recuerdos de Provincia” (1850, capítulo ‘Mi educación’):  desde aquella época me lancé en la lectura de cuanto libro... Fue el primero la  ‘Vida de Cicerón’ por Middleton, con láminas finísimas, y aquel libro me hizo vivir largo tiempo entre los romanos. Si hubiese entonces tenido medios, habría estudiado el derecho para hacerme abogado, para defender causas, como aquel insigne orador a quien he amado con predilección’. También, al memorar su vida pública: “Era yo tendero de profesión en 1827, y no sé si Cicerón, Franklin o Temístocles, según el libro que leía...”.    

Adolescente soberbio y agitador, “altivo por educación, y acaso por mi contacto diario con César, Cicerón y mis personajes favoritos”.  Asimismo en sus “Memorias” (Obras Completas, tomo XLIX) confirma: “Salido del Colegio... empecé a leer libros y si no el primero, el segundo en importancia que cayó en mis manos fue la Vida de Cicerón por Middleton”. Se ensimisma fascinado, leyendo esta difundida traducción castellana en cuatro tomos realizada por José Nicolás de Azara en 1790, por el relato de las luchas civiles, las ilustraciones y las ideas de civilidad clásica: “la edición española de cuatro volúmenes tiene los bustos de todos los protagonistas...”.  Al redactar estas memorias “busco en la Biblioteca de Buenos Aires y no encuentro la magnífica edición española...”.   Se refiere exactamente al teólogo e historiador inglés Conyers Middleton, precursor del método racionalista en los estudios históricos: el  principismo y realismo político sarmientino, su liberalismo doctrinario, su cartesianismo, sus axiomas rectores de la jerarquía y la “Auctoritas” , hallan en esta rica fuente pedagógica su nacimiento auténtico.

 

Cicerón  se constituyó para nuestro prohombre en una admiración sincera y vital: un “Magíster Vitae” que le infundió en profundidad su principal  idea motora de  pensamiento: el “Hombre Virtuoso” y de acción: el “Maximum Bonum” (vid. su “De Officiis”). Una semejante línea de vitalismo y de moralismo republicanos atraviesa ambos genios. De allí procede la definición sarmientina de “mis tareas”, su humanismo espiritual de evidente raíz latina: “defender las instituciones, el orden, la libertad y la moral, contra los enemigos armados del puñal, del veneno, de la lanza, de la pluma, de la palabra” (Obras comp. de D.F.S., edit. Luz del Día, 1948-56, tomo XXI).

 

II.- Cita don Domingo al maestro  oriundo de Arpino en su escrito, exhaustivo y muy ilustrado, sobre el “Derecho de Ciudadanía”. Asiente fervientemente al concepto del Legislador expuesto en el Diálogo a su hermano Quinto: “¿Qué más regio, más liberal, más generoso que ayudar al que suplica, animar al afligido y liberar de peligros, de la muerte y del destierro a sus conciudadanos”  (cito por Obras de C., EDAF, Madrid, pág. 1135). Confirma su “humanitas” nuestro escritor: “ ...Acometiendo todo lo que creí bueno y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido todo lo que hay de civilizado en la tierra y toda la escala de los honores humanos....He labrado, pues, como las orugas, mi tosco capullo, y sin llegar a mariposa, me sobreviviré para ver que el hilo que depuse sería utilizado por los que me siguen”.

 

Recuerda a su maestro de moral en carta a Emilio Castelar (de 1860) cuando expresa: “Quisiera que entremos en la realidad de la república, a saber, que las elecciones fuesen reales, que la representación fuese real, que el poder fuese real. Algo más querría y es que la moral fuese también parte de la política”. Y alaba “la lengua de Cicerón”, “clavada en los rostros el foro, era un pobrísimo pero elocuente e instructivo argumento de las reacciones”.

 

En su Oración Fúnebre por Manuel Guerrico alude a Cicerón como “prócer de la tragedia romana” y compara a aquél  con Atticus y Bruto,  que fue amigo sucesivo de grandes personajes de nuestra historia, sin mezclarse con las pasiones borrascosas que vivieron dichas amistades (Obras de S., tomo XXII, ed. cit.).  Cicerón “había revelado ya el secreto de la Elocuencia” escribe en 1882 en “El Nacional”. Su concepto del Orador, del Hombre Público, y de la Libertad y Responsabilidad de expresión del Ciudadano, hallan su fuente en el manantial ciceroniano, sus escritos y acciones, ricos e incitantes. Adhiere decididamente a la noción del “Gobernante de la Palabra”, sinónimo ésta de producción efectiva de hechos y como un ‘obrar’ desde una unidad personal definida por hondas convicciones, sentida con absoluta postura moral, una verdadera ética republicana.

Que la palabra guíe los espíritus, como lo pedía Cicerón, apoyada en una vida sin mancilla, en una conciencia rígida, en estudios severos”  (en ‘La Crónica’, Stgo. de Chile, 1849; y en sus Obras, tomos 9 y 10). Es, deducimos, el discurso  al modo romano clásico, operativo y educador, fuerza directriz de la conciencia cívica. 

En carta de New York, 22-12-1867, el sanjuanino le escribe a Bartolomé Mitre, instándolo a que apoye su candidatura Presidencial y, aquí también, recurre a la cita ciceroniana, en sus epístolas a los amigos: “estoy leyendo las cartas de Cicerón y veo con qué cuidado se recomiendan entre sí los amigos Casio, Brutus, Pompeyo, Cicerón, Cornificius, etc., etc., para que trabajen y hablen a favor de aquél que solicita el Consulado”. Y solicita al traductor de Quinto Horacio Flacco que propicie su cargo con el recurso de la alusión clásica, tan cara a sus admiraciones intelectuales y al talento literario del general latinista.

Senador por cinco períodos desde 1875. Su Oración a la Bandera, de 1873 y su discurso de 1878 sobre los acuerdos con Chile, alcanzaron la altura más grandiosa de su oratoria, con la refulgente sombra del Gran Senador. Firme solemnidad, fuerza expresiva, hondo sentimiento de Patria y hasta crítica y medido humor. Con un avasallante espíritu. Aristóbulo del Valle en discurso ante la tumba sarmientina, en 1888, advirtió esa veta humanística importante al destacar que “ha pronunciado arengas en nuestros parlamentos que, oídas en el Foro Romano en los últimos días de la República, habrían retardado la llegada de los Emperadores”. En carta a Julio A. Roca (en ‘La Tribuna’, 28-07-1875: “Una retirada. Carta Quinta”, en sus Obras, tomo XXXI) analiza diversos hechos militares y se defiende contra algunas interpretaciones de sus decisiones como Gobernador de San Juan y como Presidente de la Nación. Allí se justifica parangonándose con el gran orador:  “Cicerón como abgjado ha dejado un alegato célebre: ‘pro domo sua’. Como militar yo  presento estas cartas ‘pro honorem meum’...Anche ío!”.

 

Asimiló Sarmiento con gran fuerza las ideas expuestas en “De Re Publica” respecto de  que los “los fundamentos supremos de nuestro Estado” son “los auspicios y el Senado”. Los primeros constituyeron la  posibilidad de la gran “Concordia”, que basamentó el “Imperium”, el mando. La “Discordia” encarnó la destrucción de la sociedad romana. La ausencia de la creencia cohesionadora y firme. Del vocablo “augurio” proceden “Auctoritas” y “Augustus”. Sarmiento profesó ese culto por el mando, su majestuosidad y responsabilidad. Y veía en la Organización de la Empanada Nacional-según define en su humanismo criollo auténtico-  la base de la Unión, de la “Communio” de tareas e intereses. La reconstitución plena de las Provincias Unidas del Plata, su desvelo, su batalla, su norte. “Nosotros queremos poner el nombre de Provincias Unidas  del Río de la Plata a nuestra patria común, que es el nombre que  nos legaron en la historia nuestros padres..., y reunir todos los ánimos en un centro común hasta olvidar las disensiones de los partidos...” (he ahí su grito resuelto en su última intervención ante la Convención Constituyente de 1860).

 

III.- En su “Facundo” (1845) compara Sarmiento la vida nómade del gaucho, incivilizada, bárbara en su aislamiento y hábitos, con la vida romana, integrada  por la fortaleza del sentimiento de Comunidad Nacional y por la Administración gubernamental. “...no hay res-pública...Es todo lo contrario del municipio romano, que reconcentraban en un recinto toda la población. Existía, pues, una organización social fuerte, y sus benéficos resultados se hacen sentir hasta hoy, y han preparado la civilización moderna.”. Léanse al respecto su “El principio de autoridad y el coche de gobierno” (1870) y “De la Responsabilidad Humana” (incluidas en tomos L y XXV de sus Obras completas, respectivamente).

Con una “Guía Romana”, primer libro que compró en su niñez, Sarmiento visita la Ciudad de los Césares. Extasiado por las memorables obras de arte y el vivo recuerdo de sus lecturas adolescentes de Historia Antigua. La decisiva figura de Marco Tulio aparece en su carta al Obispo de Cuyo, en los  magníficos “Viajes” de 1849. Representa éste en su alto concepto a “uno de los más bellos tipos que ha producido la raza humana”: el Orador, “divino por el poder de la palabra”. Nerón, su antinomia, es la perversidad y la destrucción en persona. Aquél es el que protesta con soberana verba contra la degradación del poder, el “que persuade, que dirige la razón y las conciencias”. Para el gran sanjuanino, los Estados Unidos de América del Norte de su época, el Espíritu Yanqui, sólo puede ser comparado  “a los romanos antiguos”. “La misma superioridad viril, la misma pertinacia, la misma estrategia, la misma preocupación de un porvenir de poder y de grandeza”.

En su escrito condenatorio de Juan Manuel de Rosas, publicado en “El Nacional” en 1857 (en tomo XXIV de sus Obras), revela Sarmiento haber leído provechosamente el “Proceso a Verres”, sobre todo la evaluación de las acciones  nefastas del Tirano y su juicio público: “Hace dos mil años que por el sistema de gobierno a que pertenecemos, el funcionario público no puede robar al pueblo, ni aplicar el tesoro público a su uso particular. Véase la oración contra Verres, y ahí está todo nuestro derecho a este respecto” afirma contundente. Esa magistral pieza oratoria, actualizada para las cuestiones históricas argentinas, simboliza en su concepto la síntesis de “nuestro sistema y sociedad, emanado de los pueblos occidentales de Europa, regidos por  el derecho romano, alumbrados por la luz del Cristianismo”.  En su “Conflictos y armonía de las razas en América” (tomo XXXVII de sus Obras, cap. 4 del tomo 1) reitera su calificación de la famosa “Oración” ciceroniana. El conocimiento pormenorizado de la corrupción del Pretor de Sicilia,  Cornelio Cayo Verres (año 70) y la violencia acusatoria de las  aceradas “Verrinas” influyeron grandemente en las ideas cívicas sarmientinas.

 

IV.- Encontramos significativas semejanzas entre los Consejos del escritor latino a su hermano Quinto (3 libros) con la seriedad moral de las cartas del sanjuanino a su primo Soriano. O las destinadas por Cicerón “Ad Atticus”. Valiosas en el sentimiento de la amistad fraternal. Espontáneas y afectuosas como las que integran el proteico “Epistolario Sarmiento-Posse”. O la dulzura y calidez de  los sentimientos paternales y la ética de la “Vida de Dominguito” (1886). Similares a las observaciones sobre “De los Deberes”, dedicadas a Marco, el hijo amado del romano.. O el dolor por la muerte de su hija Tulia, en “La consolación” (año 46). Como así también la “Vida de Aberastain” (1860-61), homenaje sarmientino a su gran amigo y coterráneo, con el “Hortensius” del latino, en honor de su bella amistad con Hortensia. (Cons. Jean Bayet, “La liter. Latina”, Ariel; “La Roma de los Pontífices” J. Calle, en su ‘El pasajero sugerente’, Gleizer, 1925, p. 178-181; J. M. Rohde: “S. en Roma”, en Bol. Acad. Arg. E Letras, jul.dic.1963, nº 129-130).  

Sarmiento, cual “civus romanus” consideraba su función de Presidente de la Nación como consecuencia lógica de su “cursus honorum”. Y así lo confirma fundadamente en carta a su nieto Augusto Belin, en 1874: “como los romanos al Consulado, se ha preparado para la Presidencia pasando por todos los empleos, municipal, senador, ministro, gobernador, coronel y enviado diplomático a tres repúblicas...”.  Afirma el autor de las “Filípicas” (VII): Es preciso conservar vuestra constancia, vuestra firmeza, vuestra perseverancia; tendréis que volver a tomar aquella antigua austeridad, porque la autoridad del Senado reclama el honor, la decencia, la gloria, la dignidad”. En ese glorioso texto afirma nuestra maestro y estadista hispanoamericano su altísimo concepto de la Función Pública. Así también el estilo violento y agitador de los escritos anti rosistas en “El Progreso” hallan parecida relevancia política y de prédica ética en las  ilustres “Filípicas”.  Recordando la proverbial acusación del  “retor” ateniense  Demóstenes contra contra Filipo de Macedonia él también  escribe sus “Filípicas de los Andes” (1851, incluidas en el tomo XIII de sus Obras, ‘Argirópolis’), vehemente y acerado crítico de Rosas, “nuestro Filipo horrible”. El mundo Clásico bulle constantemente en las venas y en las calientes ideas del  pedagogo sanjuanino. Toda su trabajada y controvertida biografía se encuentra íntimamente  re-ligada a las fuentes  eternas del legado greco-latino. (Cons. “Defensa de la Argentinidad” de Matías E. Suárez, 1978, esp. p. 87-91; “S. y el Imperio Romano” por A. Villanueva, en rev. ‘Columna’ Bs. As., nº 16, 17-09-38, C.A.Disandro: “El sentido politico de los romanos” 1970, 2ª ed. 1985 o del mismo: “Lo representativo ciceroniano” en rev. ‘La hostería volante’ a. VI, nº 16, ag. 1964, p. 13-16).

 

Por ejemplo, para calificar al déspota de Buenos Aires acude como epígrafe a una cita de Cicerón: “ Cuando un hombre impío ha meditado el parricidio de la patria, cuando por medio de sangrientas instrucciones dadas a sus cómplices, su mano criminal arruina las ciudades, degüella los ciudadanos, y ha hecho de la República un vasto desierto, ¿Quién es aquel que no correrá indignado a ayudar a la salvación pública?”. Asimismo en las “Cuestiones Académicas” (45 a.C.) se encuentra expresada conjuntamente la firmeza de convicciones del Senador  y su temple de Defensor de la República. Y el estilo duro y recio que Sarmiento admiraba. Le place al cuyano adscribirse al partido de los Virtuosos, al de Cicerón y otras soberanas cabezas de esos tiempos: “¿Habría un partido que se atreva a llamarse partido virtuoso?. Pues el que encabezaba Cicerón se llamaba así, los óptimos, es decir, los honrados, los dignos, porque combatía a Catilina, que era en efecto el jefe de millares de jóvenes corrompidos...” (Obras, tomo XXVI: ‘El Camino del Lacio’).

 

“¿Para qué siembras –refiere Cicerón que preguntaban a un viejo labriego- si ciertamente no cosecharás el fruto?. A lo que el labriego respondió: -¿Y eso qué importa?. Yo siembro para los dioses inmortales. De este tipo de fe superior está imbuido, a Dios Gracias, el corazón del predestinado” afirma  hermosamente Arturo Capdevila en su escrito “Sarmiento, tierra viviente” (en Boletín Sarmiento, Instituto S. de Sociología e Historia, Bs. As., nº 2, 1965), tan a propósito del paralelo que hemos intentado iluminar.

 

“La verdad es que todos nuestros actos  son buenos y nuestra intención pura” se autodefine el argentino justamente para la posteridad. “En las palabras o en los escritos que haya  yo venido derramando en mi camino, unas veces sin suficiente reflexión, sin suficiente estudio otras, y con error muchísimas”. (‘Los cargos del Dr. Rawson’, en tomo XIX de sus Obras).

 

“Ser muy sensible a la gloria”, “amante de gloria por carácter”. Así definió Plutarco a Cicerón. Definitivamente, ambos, Sarmiento y Cicerón, rindieron culto a la gloria cívica. Éste se constituyó en una gigantesca estructura axiológica del accionar de aquel. Concretó un valor, una cualidad modélica, plena de  heroísmo espiritual, para la conducta y pensar del autor de “Las ciento y una”.  En términos schellerianos afirmamos que se convirtió en una exigencia y obligación ideal de honda incidencia personal, una exigencia  “de deber ser”, de patriotismo místico y activo.

 

Como en el célebre poema de J. L. Borges (1961) ambos fueron “el testigo de la patria, / el que ve nuestra infamia y nuestra gloria”.“La patria  nos ha criado bajo la condición de que dediquemos a su servicio la mayor parte y las más bellas energías de nuestro espíritu, de nuestro talento y de nuestra inteligencia”.

 

Admiraba don Domingo  el diálogo “De Senectute” (44 a.C) según trasuntan sus discursos de 1881 y 1883 donde  el gran Orador alaba la dignidad de los viejos Patricios y de las semillas sembradas, y la Luz arrojada al Futuro, la memoria segura del Porvenir.. Sarmiento anciano, ya en el bronce inmortal, deseaba esa dicha de la  perennidad en las generaciones futuras, por la magnitud de la labor realizada.

 

Como Quintiliano afirmó de su contemporáneo, así también nosotros podemos manifestar finalmente:  “No se nos aparte de los ojos, séanos guía y modelo, y tenga por cierto quien haya sabido complacerse en su estudio, que habrá logrado provechos verdaderos”.

Guillermo Gagliardi
Gentileza del blog "Sarmientísimo"
http://blogcindario.miarroba.com/info/95993-sarmientisimo/ 

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