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La casa de planta alta con dos sillas de hierro en el balcón
David Alberto Fuks

Parecen abandonadas las dos sillas de hierro.
Alguien las puso allí como parte de un programa de vida:
”Ya verás, ella dijo, 
desde esta modesta altura, 
pacificaremos el bullicio de nuestros hijos,
imaginaremos el ocaso detrás de los edificios,
nos cebaremos mate o refresco de hierbas 
y renegaremos de los vecinos molestos
que durante el verano vienen a pedirnos hielo”.
Estas apuestas arbitrarias a la felicidad 
se pagan con una vida de apremios, 
escasea la intimidad en la claridad del lecho,
se multiplica la oscuridad durante el atardecer
y la indolencia por la naturaleza de nuestros desvelos.
Deseamos vagar sin rumbo aparente 
pero erramos camino del trabajo asalariado
con un bando en la mano 
que indica nuestro destino 
y un pequeño detalle biográfico:
cuando derramamos la sal
no arrojamos el puñado debido 
sobre los hombros.
Estos fraudes que nos ilusionan 
con ofertas de amor eterno 
lègis y timan nuestra vasta suspicacia.
En el aire que ventea, 
se pasean jirones de tiempo,
hojas antiguas de roca liviana, 
partículas pantonales de arena,
fragmentos de noche y mareas,
confusión de límites entre la mar y la tierra
mientras principia el diluvio.

¡Vaya vacilante connivencia de género 
al costado de la puerta que da al balcón!
pues sin más decimos 
el abandono que culpa a los objetos
y desagravia a los hombres 
en la simétrica disposición de las sillas.




















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David Alberto Fuks

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