Poemas de Octavio Paz

"Objetos verbales inacabados"

por René Fuentes Gómez

SOCRATES, QUE PROBO la cicuta sin sospechar la literatura latinoamericana de este siglo, solía decir: "Los poetas no saben lo que escriben". Sin embargo, cualquier acercamiento a la obra poética de Octavio Paz es confrontar una escritura regida por la meditación, leer pero también sumergirse en los torrentes del juicio.

ITINERARIO. Octavio nació en Mixcoac, México, el 31 de marzo de 1914. Su madre era descendiente de andaluces y su padre, un criollo revolucionario. El, de sangre mestiza y criado entre masones y liberales, vivió su infancia en una casa con jardines y una biblioteca donde el abuelo guardaba los clásicos del Siglo de Oro y los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Su abuela materna le enseñó francés y en un colegio privado recibió las primeras lecciones de inglés, pero debido a la situación económica familiar Octavio continuó sus estudios en varios colegios públicos. Ya en la adolescencia, mientras leía unas páginas de L'amour fou de Breton, él supo que su destino era escribir. Desde entonces y hasta la fecha, Octavio Paz ha desarrollado en su vasta bibliografía un espíritu crítico que abarca con el mismo nivel las posibilidades morfológicas del idioma y el silencio primordial que antecede a las palabras.

El criterio de dos personalidades pudo apartarlo de su vocación literaria. La primera ocasión, cuando en 1943 José Vasconcelos elogió un pequeño artículo suyo donde analizaba la visión platónica de la filosofía como un estado preparatorio para llegar a la muerte. Diez años después, en Ginebra, José Ortega y Gasset le dijo que abandonara los versos y se dedicara a pensar. Octavio Paz desechó ambas opiniones; para él, filosofía y literatura son las caras de una misma moneda. En sus libros, amor y sabiduría son vasos comunicantes donde se mezclan la existencia consciente del hombre y el equilibrio cosmogónico de la naturaleza.

POETICA. Octavio no reconoce otra unidad de tiempo que el instante ni otra dialéctica que las cavilaciones. Quizás la imagen más nítida para comprender su visión del mundo está en el prólogo que Carlos Fuentes escribió para Los signos en rotación (ensayo, 1971): "apenas levantadas las barricadas del primer día de combate, muchos grupos, sin concretarse, ambularon por las calles de París disparando contra los relojes de las torres. ¿Para detener el día? Sí en cierto modo: para actualizar el presente, para radicarlo en sí mismo. (...) La poesía de Octavio Paz es la perfecta conjugación de un tiempo y un espacio escritos; y esa escritura es la constante renovación de las fundaciones del hombre". Esta analogía resume los postulados fundamentales de su poética: la Historia se puede asimilar sin un orden cronológico; el Tiempo es una ilusión siempre pronta a destruirse; la verdadera contemporaneidad es una suma de sedimentos culturales que canalizan en el hombre de hoy los signos vigentes del mañana.

La primera etapa de su poesía está recogida en Libertad bajo palabra (1935-1957). Los cuadernos que Octavio publicó durante esos años fueron marcados por el análisis antropológico de las mitologías precolombinas, un barroquismo asumido y la influencia de los poetas españoles de la Generación del 27. El extenso poema "Piedra de Sol" es uno de los textos más importantes del período; sus 584 versos endecasílabos fusionan -en este número- la revolución sinódica del planeta Venus y los signos mayas correspondientes al día 4 Olín (Movimiento) y al día 4 Ehécatl (Viento) que son referidos al principio y al final del poema. Conceptualmente, el texto avanza como un espiral de interrogaciones sobre "el olvidado asombro de estar vivos". En cada estrofa se habla de las angustias existenciales de un Hamlet moderno: "no hay nada en mí sino una larga herida,/una oquedad que ya nadie recorre,/presente sin ventanas, pensamiento/que vuelve, se repite, se refleja/ y se pierde en su misma transparencia".

La segunda etapa comienza con Salamandra (1958-1961) y termina en El mono gramático, (1970). En la década del sesenta Octavio incorporó en su obra algunos elementos del surrealismo francés (como la hipnosis o estado de "duerme-vela", el caligrama y la escritura automática) y sus apropiaciones vivenciales -no librescas- de sus estadías en Japón, China y sobre todo en los años que residió como diplomático o embajador en la India. El tránsito por estos países le permitió conocer las fuentes del budismo y la aplicación cotidiana de la meditación. En sus poemas de entonces, no sólo aparecen las figuraciones de su sangre mestiza sino también la neutralidad del sunyata: "término que designa una realidad que no es ni ser ni no-ser: la vacuidad absoluta". A la cálida sensibilidad americana de Octavio se unieron las categorías radicales de la Nada asiática y una filosofía menos preocupada por la eternidad y la salvación personal.

Octavio fijó nuevas búsquedas en los espacios en blanco de la página escrita. Su gran hallazgo fue la conjugación de la polisemia verbal y el silencio que regula las modulaciones del discurso. Demostró que la literatura, independiente de las artes figurativas, posee también un sentido del espacio; que el pensamiento puede pasar de las manos al papel sin perder los intervalos vacíos del aliento, esas pausas inefables que muchas veces son asfixiadas por los escasos matices de la acentuación.

En la tercera etapa, Vuelta (1969-1975) y Arbol Adentro (1976-1988) continuó perpetuando la fijeza del instante; sus composiciones apuntan a la brevedad y las palabras gozan de un sutil coloquialismo. Ya en la madurez sosegada, Octavio pareció encontrar en los árboles la forma ideal para sus poemas. El erotismo cuidadoso y sus radiografías intimistas de los estados de ánimo despejaron el tono oscuro que caracterizaba su voz y abrieron paso a la transparencia: cualidad del vidrio que Marcel Duchamp exploró hasta la saciedad y que él supo liberalizar en la secreta correspondencia que existe entre sus libros de ensayo y poesía. Como antes también creyó Goethe, asegura que todo poema es circunstancial; lo perdurable está en la agudeza del discurso poético. Según sus propias palabras, "los poemas son objetos verbales inacabados e inacabables. No existe lo que se llama versión definitiva".

Cada poema nace y muere en sí mismo.

GIRONES EN EL AIRE. Después que Baudelaire y Lautréamont borraron los límites entre la prosa y la poesía, después de las aventuras fónicas y sintácticas de Mallarmé y del gran salto que se produjo en la literatura anglosajona e hispanoamericana con la publicación en 1922 de La tierra baldía de T.S. Eliot y Trilce de César Vallejo, toda poética informada debía tener en cuenta estas referencias. Octavio Paz, que pertenece a esa raza de poetas que tienen un comienzo tardío pero que saben mirar hacia atrás y no publican hojarasca, eligió ser carne de las palabras; nombrar lo palpable pero también las abstracciones que ejercitan la razón y liberan al hombre de la inercia. Su condición de escritor y pensador quedó estampada en estos versos: "Pido/no la iluminación:/ abrir los ojos, mirar, tocar al mundo/ con la mirada de sol que se retira;/pido ser la quietud del vértigo,/ la conciencia del tiempo".

                                                                Obra abundante

                                                                         Libros de poesía de Octavio Paz

Bajo tu clara sombra (1935-1944)
Raíz de hombre (1935-1936)
Noche de resurrecciones (1939)
Asueto (1939-1944)
Condición de nube (1944)
Calamidades y milagros (1937-1947)
Semillas para un himno (1943-1955)
Piedras sueltas (1955)
¿Aguila o Sol? (1949-1950)
La estación violenta (1948-1957)
Días hábiles (1958-1961)

Homenaje y profanaciones (1960)
Salamandra (1958-1961)
Sólo a dos voces (1961)
Ladera Este (1962-1968)
Hacia el comienzo (1964-1968)
Blanco (1966)
Topoemas (1968)
El mono gramático (1970)
Vuelta (1969-1975)
Pasado en claro (1974)
Árbol adentro (1976-1988)

 

por René Fuentes Gómez

El País Cultural
20 de febrero de 1998

 

Ver, además:

Octavio Paz en Letras Uruguay

 

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