La viuda del “más universal de los escritores argentinos” deleitó al público de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. “Yo extraño a Borges y cómo nos divertíamos. Mis amigos me decían ‘cómo salís con el viejo de los laberintos, es un espanto’. Pero vengan y conózcanlo: es una persona divertidísima y los laberintos me fascinan. Yo lo pasaba bomba con él. No soy masoquista; era una persona muy querible”, confesó María Kodama en charla con el público, acompañada por Magdalena Faillace, directora de Asuntos Culturales de la Cancillería. En una sala repleta de jóvenes, estaban en primera fila la escritora brasileña Nélida Piñon, la traductora Pilar del Río, viuda del escritor portugués José Saramago, y Carles Alvarez Garriga, editor de Cortázar en España, entre otros. “La FIL tiene una niña bonita que es la cátedra Julio Cortázar, pero Borges tenía que tener un lugar importantísimo. Más allá de los gustos personales, entiendo que hay un antes y un después de Borges en la literatura argentina”, ponderó Faillace.

“El libro es una extensión de la memoria y la imaginación del hombre”, subrayó Kodama parafraseando lo que plantea el autor de El Aleph. “Una de sus pasiones era releer; en sus libros vemos casi siempre su firma y la fecha en que lo leyó por primera vez o las fechas de relecturas. Es emocionante ver cómo las notas en un libro son el plano de su inteligencia como lector.” Borges estableció con el escritor Alfonso Reyes –que fue embajador de México en Argentina– una relación de admiración y gratitud. También fue amigo de Juan Rulfo y Juan José Arreola, “un personaje que le gustaba porque era muy teatral”. Cuando lo conoció, ella tenía 16 años y empezaron a estudiar juntos anglosajón. “Borges me dijo que debíamos estudiar islandés porque era como el latín de las lenguas romances. El admiraba Islandia porque fue el primer país que tuvo una democracia y decía que no deseaba ser un imperio ni imponer su cultura y su forma de ser. Eso lo impresionó; por eso su gran amor por la literatura islandesa.”

Cada vez que estaban por anunciar el Nobel de Literatura, todo el mundo lo paraba en la calle y le decía: “Ojalá que lo gane”. Kodama contó la trastienda de lo que implicó el doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad Católica de Chile en 1976. Un periodista lo llamó desde Estocolmo para que no fuera a recibir la distinción que le entregaría el dictador Augusto Pinochet. “Me dijo que no me hiciera ilusiones. Escuché lo que él decía y deduje que el otro le planteaba que si continuaba con esa forma de ser, lo iba a perder para siempre. Borges agradeció el consejo de no ir a Chile y le dijo que hay dos cosas que un hombre no puede hacer: sobornar y dejarse sobornar”, recordó. “El supo que nunca se lo iban a dar y en ese momento lo quise todavía más. Me di cuenta de que nunca iba a traicionar sus ideas.” Kodama narró otra jugosa anécdota. “Un señor lo para por la calle: ‘Ay, maestro, voy a rezar para que le den el premio’. Borges le dice: ‘Dios nos libre, si tengo el premio Nobel soy uno más en una lista, de esta manera soy el mito escandinavo’.”

Una lectora tapatía –gentilicio para los nacidos en Guadalajara– quiso saber si algo de su personalidad aparece en sus libros. “La personalidad de Borges está en sus obras”, aseguró Kodama. “Nunca escribió cosas que no sintiera profundamente. En sus cuentos aparentemente se relata una historia, pero debajo está toda la filosofía, todo lo que leyó y sintió a lo largo de su vida”. Otro tema fue la novela que nunca escribió. “A Borges no le gustaba la novela porque de pronto aparecían almohadoncitos, sillones, tazas de té y sombreros de señoras para llegar a las 1500 páginas. Le gustaba el cuento y la poesía porque era como una flecha disparada: tiene que tener la tensión del arco, la dirección que le da el arquero y dar en el blanco. Supo que nunca iba a escribir una novela”, confirmó la presidenta de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges.

El primer descubrimiento de Borges fue por una profesora que debía enseñarle inglés y le leyó “Los dos poemas ingleses” de Borges, dedicados a Beatriz Bibiloni Webster, de la que el escritor estaba enamorado. En uno de esos poemas, él le ofrece a esa mujer su fracaso, su soledad y “el hambre de mi corazón”. “Yo le pregunté qué era ‘el hambre del corazón’. Ella me dijo que cuando creciera me iba a dar cuenta de que era el amor”, comentó Kodama. El segundo momento fue cuando un amigo de su padre la llevó a escuchar una conferencia sobre el tiempo del autor de Ficciones. “Los tímidos se reconocen como animales en la selva. Este señor es más tímido que yo. Si ese señor puede, yo voy a poder enseñar; eso me dio una calma enorme”, admitió Kodama. Tendría 10 o 11 años cuando leyó “Las ruinas circulares”, su cuento preferido. “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche...”, citó. “Lo leí y no entendí nada, pero quedé fascinada. En una entrevista Borges dijo que deseaba llegar a la casa de la calle Anchorena para escribir ‘Las ruinas circulares’, y que lo escribió con una intensidad que nunca antes logró. Yo sentí esa intensidad”, reconoció la viuda y precisó que la fundación está al lado de la casa donde Borges escribió el relato.

Una lectora se mandó a hacer una remera con la leyenda: “Si Borges es Dios, yo soy su serafín”. Aunque la anécdota es conocida, Kodama volvió a relatar el encuentro entre el escritor más universal y una estrella del rock. “En Madrid, en el Hotel Palace, estábamos esperando que nos buscaran para ir a cenar cuando de pronto Mick Jagger se arrodilla al lado de Borges y le dice: ‘¡Maestro, yo lo admiro! ¡Leí toda su obra!’ ‘¿Quién es usted?’, respondió Borges. ‘Me llamo Mick Jagger.’ ‘¡Ahh! ¡Uno de los Rolling Stones!’, dijo el escritor. Jagger casi se desmaya y le pregunta: ‘¿Cómo, maestro, usted me conoce?’ ‘Sí, gracias a María conozco toda su producción’”, recordó la viuda y mencionó que en la primera escena de la película Performance Jagger está leyendo a Borges. “El señor de los libros”, como lo llamó Kodama, consideraba que una de sus patrias era Ginebra. “En Suiza nadie conoce el nombre del presidente; por eso amó ese país, porque él tenía amor por la libertad”, concluyó.