Hay libros que conservan el aroma inolvidable de una vida: el olor a limón de Antonía, la madre del escritor griego Theodor Kallifatides, esa mujer que a los 92 años recibe en Atenas a su hijo de 68 años, “el orgullo de mi vida”, el hijo más pequeño que hace muchos años vive en Suecia. Puede ser la última visita; los últimos kurabiés (galletas con manteca y nuez) que le cocine; el último abrazo. “Si estás pensando escribir un libro sobre mí, no quiero sexo ni palabrotas”, le advierte Antonía a ese hijo que no quiere usar a su madre como material; pero el escritor que hay en él no puede evitar registrar cada uno de sus movimientos, cada una de sus frases. Como cuando quiere saber por qué le interesa tanto escuchar las noticias y ella le responde: “Quiero ver cómo se las va a arreglar el mundo sin mí”. En Madres e hijos (Galaxia Gutenberg), Kallifatides logra a partir de esa visita y la lectura de lo que su padre le dejó por escrito desplegar una historia conmovedora sobre los orígenes de una familia pobre, con una prosa vibrante y sencilla.

El padre del escritor griego, un maestro comunista que estuvo encerrado en un campo de concentración nazi, le dejó un gran legado: no rendirse, que “significa trabajar por lo que se cree”, aclara Kallifatides a Página/12. El escritor tiene 83 años y ha publicado más de cuarenta libros de ficción, ensayo y poesía, que fueron traducidos a varios idiomas. Como emigrante que se fue a vivir a Suecia en 1964, sabe que “la vida siempre está en otro lado”. Tradujo del sueco al griego a Ingmar Bergman y Auguste Strindberg, así como del griego al sueco a Giannis Ritsos o Mikis Theodorakis. “Mi problema es que entiendo tanto la manera griega de proceder, como la sueca (…) Los griegos son hijos de mamá, y los suecos son hijos de su sociedad. Soy incapaz de elegir entre ellas y eso crea mi incomodidad existencial. Me vuelvo como aquel dios romano que tenía dos rostros en una sola cabeza”, confiesa en Madres e hijos, traducido del griego moderno por Selma Ancira. En la tapa del libro están dos de los protagonistas principales: el bebé cachetón y sonriente con la mano en la boca y su joven y bella madre, Antonía, en 1938. “Mi padre hizo de mí un ser humano, y mi madre, un escritor”, compara Kallifatides, autor de Otra vida por vivir y El asedio de Troya, entre otros libros.

-Durante mucho tiempo su lengua literaria fue el sueco, ¿Por qué decidió a los 70 años cambiar de lengua y usar su lengua materna para escribir? 

-Fue un tiempo difícil. Me sentía vacío, incapaz de escribir. Entonces, mi esposa y yo visitamos Grecia para ver a mi familia de ahí y mi lugar de nacimiento. En mi pueblo vimos la obra de la tragedia de Esquilo, Los Persas, interpretada por jóvenes pupilos de la escuela local. Fue una interpretación fabulosa de una obra fantástica y escuché mi propio idioma como si fuera la primera vez. Me sentí casi embriagado. El griego es la lengua del latido de mi corazón. Al día siguiente comencé a escribir en griego. Pero amo la lengua sueca también y continué escribiendo en sueco. Así que escribo mis libros en dos idiomas.

-Como hijo, le llama la atención que su madre a los 92 años conservaba la capacidad de jugar con las palabras. ¿Cómo explica ese aspecto tan lúdico de su madre?

-No lo sé realmente... Mi madre no tuvo una educación elevada, solo cuatro años en la escuela primaria, pero mi padre era un contador de historias y un amante de las bromas. Supongo que mi madre nació con ese talento y esa inclinación.