La memoria y la imaginación están construidas por el mismo material: imágenes y frases cuya alquimia y potencia dependerá de cómo trabaja el frágil tejido de los recuerdos de cada escritora. ¿Cuánto hay de imaginación evocada y de memoria inventada? El misterio acaso nunca se deba revelar. Lo que se puede reconocer y aceptar es lo que enunció Rainer Maria Rilke: “La verdadera patria es la infancia”. La madrileña María Tena ganó el XIV Premio Tusquets de Novela con Nada que no sepa, “la seductora evocación de la vida cosmopolita, libre y desprejuiciada de un grupo de familias en un lugar insólito, el Uruguay de los años sesenta, en contraste con la estrechez de España en ese tiempo”, según destacó el jurado presidido por Almudena Grandes e integrado por Antonio Orejudo, Eva Cosculluela, el argentino Mariano Quirós –ganador el año pasado– y Juan Cerezo, en representación de la editorial. El jurado del premio, dotado de 18.000 euros, ponderó también de la novela que se publicará en noviembre “la reflexión sobre la experiencia de la libertad, el sexo y el paso del tiempo de una mujer que vivió como adolescente ese paraíso despreocupado y aparentemente feliz de los adultos”.

En plena crisis de pareja, la narradora de Nada que no sepa vuelve a un momento dramático que marcó el final abrupto de su adolescencia y de los años más felices de su familia: la muerte inesperada de su madre en un desconocido Uruguay de finales de los sesenta, cuando nada, aparentemente, turbaba una vida que transcurría entre sofisticadas fiestas al aire libre, días en la playa o excursiones a las estancias. Obsesionada por aquel episodio, la protagonista regresa, muchos años después, al reencuentro con amigas de la infancia, con las mujeres que conocieron a su padre, un hombre al que definían como fascinante y seductor, y con aquellos que puedan explicarle por qué ella y su hermano tuvieron que irse para España apresuradamente tras la muerte de la madre. “Soy frágil porque, como cualquiera, ignoro lo que vendrá a continuación. Y en esta selva, el peligro siempre acecha. Esa es una de las razones por las que escribo novelas. Para defenderme de ese miedo, de esa debilidad, para hacerme la ilusión de que puedo escribir mi propia historia inventando las historias de mis personajes. Una esperanza que roza la utopía”, confesó Tena (Madrid, 1953), que pasó su infancia entre Madrid, Dublín y Montevideo, rodeada de libros y escritores, paseando por el mundo con un padre diplomático, una madre poeta y ocho hermanos que también acabaron escribiendo o siendo lectores compulsivos. 

La escritora, licenciada en Filosofía y Letras especializada en Literatura Hispánica, ha publicado las novelas Tenemos que vernos –finalista del premio Herralde 2003–, Todavía tú (2007), La fragilidad de las panteras –finalista del Premio Primavera de Novela 2010– y El novio chino, Premio Málaga de Novela 2016. Tena, que entra en la escritura como quien entra en una casa –“lo hago por donde puedo”, ha dicho–, sabe que las historias de familia son un excelente material literario. “En la familia conviven, como en un laboratorio, las más fuertes pasiones humanas, el amor, el poder, los celos... Un universo que, según Freud, en un momento dado, hay que poner en su sitio para comprenderlo y a partir de ahí, poder vivir a fondo la propia vida”, planteó la ganadora del Premio Tusquets, que dirige una colección de literatura extranjera contemporánea, es profesora de escritura y ha desempeñado cargos en la administración en temas culturales y educativos, como cuando estuvo al frente de la Dirección del Centro del Libro y de la Lectura o de la Dirección del Centro de Letras Españolas del Ministerio de Cultura. 

El estilo narrativo de Tena es conciso; no le gusta “dar lata al lector” con muchas florituras. Prefiere lo necesario y nada más que lo necesario. “Mi prosa tiene la pretensión de ser muy clara. Antonio Machado decía: Si tu pensamiento no es normalmente oscuro ¿por qué lo enturbias? Cuando se ponga de moda hablar claro lo verdaderamente hazañoso será hacerse comprender de todo el mundo. Yo he pretendido eso: hacerme comprender de todo el mundo sin renunciar a escribir de lo esencial humano, a eso que es eterno en el hombre: la necesidad del amor, de la amistad, de comprender nuestra propia vida”.