“Etapas horribles en el mundo hubo siempre –y creo que más horribles que esta-; con ese criterio después de la Segunda Guerra Mundial tendría que haber habido una explosión de terror, que de hecho hubo. El terror es un género permanente; lo que ocurre son fluctuaciones en visibilidad y en calidad”, explica la autora de Las cosas que perdimos en el fuego, cuyo relato homónimo será llevado al cine por la directora galesa Prano Bailey-Bond. “El terror de la Guerra Fría se expresó mucho más en la ciencia ficción, que fue el género que lo articuló mejor y con mayor popularidad. Lo que pasa con el terror es una cuestión generacional –advierte Enriquez-. Hay un montón de escritores muy influidos por los consumos culturales que tuvieron cuando eran chicos y la gran mayoría de los casos incluyó terror en cine y en televisión y lecturas como las de Stephen King o los cuentos oscuros de Ray Bradbury. Ninguno de nosotros consideramos que estos fueron consumos culturales despreciables, sino más bien todo lo contrario, fue un consumo cultural formativo”. Para la escritora hay menos prejuicios hacia las leyendas urbanas, los santos paganos o las historias de fantasmas porque están incorporados a lo cotidiano. “Todos los tiempos tuvieron su horror y no necesariamente eso produce literatura de terror. Hay escritores amigos míos que dicen que no pueden escribir terror porque no pueden competir con la realidad. El horror se puede reflejar de muchas maneras”.