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Sábado, 15 de septiembre de 2012

Literatura › Rodrigo Hasbun presenta hoy su libro Los días más felices en el FILBA

“La escritura es una memoria diferida”

Seleccionado por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español, el escritor boliviano señala que en su último libro buscó explorar “la extranjería y la pertenencia, pero también la nostalgia o eso de sentirse fuera de lugar en todas partes”.

 

por Silvina Friera

 

“Nuestro nuevo pacto: haz tú la herida, yo pongo la piel.” La melodía de la frase –la inminencia del corte a través del lenguaje– cifra el lugar de la pérdida en uno de los cuentos de Los días más felices (Duomo), de Rodrigo Hasbún. El estilete del narrador boliviano se hunde a fondo, a fuerza de examinar los pliegues de la intimidad, los ruidos de pensamientos enquistados, la sensación de un desarraigo congénito entre espacios y tiempos. El autor –que se presenta hoy en el Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba)– no ensaya un tono sereno y circunspecto. Cuando habla, su modulación anímica despliega el encanto del joven prudente, reservado, que acaso fantasea con volverse invisible. “Me seduce la figura del migrante, del que por un motivo u otro abandona su lugar de origen –subraya Hasbún en la entrevista con Página/12–. Es una figura que atraviesa territorios y que los desordena y cuestiona; y me interesa explorar algunos sentimientos que entran en tensión a partir de ese desplazamiento físico. La extranjería y la pertenencia, pero también la nostalgia o eso de sentirse fuera de lugar en todas partes. Al mismo tiempo, en última instancia irse es imposible y que llegar es imposible, y que los que lo intentamos nos quedamos un poco suspendidos en medio, queriendo irnos y queriendo llegar sin nunca lograrlo.”

Antes de que la escritura se impusiera con la fuerza de un destino inexorable, Hasbún (Cochabamba, 1981) imaginó que su futuro estaría en la música. Como los ebrios que extravían el hilo de la conversación hasta que se esfuman de una reunión, la banda de amigos –en la que tocó la guitarra– se disolvió sin pena ni gloria. Empezaban el entrenamiento del escritor, los viajes a Chile, a Barcelona y a Ithaca (Estados Unidos), donde actualmente cursa un doctorado en la Universidad de Cornell. La estructura rapsódica de sus cuentos y su primera novela, El lugar del cuerpo (Alfaguara) –el modo en que oculta o revela, la expansión y el retraimiento de las atmósferas que suscita–, sintonizan con una narrativa que construye imágenes sin desdeñar del ritmo. Seleccionado en 2010 por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español menores de 35 años, dos cuentos del narrador boliviano fueron llevados al cine con guiones coescritos por él: el relato inédito “La historia de Pilar” y “Carretera”, incluido en su primer libro, Cinco. Martín Boulocq –“cineasta extraordinario y un amigo muy querido”, acota Hasbún– dirigió Rojo –una de las tres historias del largometraje Rojo, Amarillo, Verde–, que se estrenó en 2009; y Los viejos, que se presentó en el Bafici.

–“Siempre seremos escritores primerizos. En nuestros propios libros jugamos en desventaja”, dice Elena en El lugar del cuerpo. ¿La experiencia de la escritura no sirve o se olvida de libro en libro? ¿O quizás el ser primerizos tenga que ver con el deseo de cierta “espontaneidad” o esa especie de libertad a atreverse a todo, que tal vez con los años se pierde?

–No deja de sorprenderme lo lúcidos que podemos ser como lectores de los manuscritos de nuestros amigos o de los libros de otros y lo torpes que solemos ser con los nuestros propios. No sé si es porque nos encontramos demasiado cerca. O si es porque nos cuesta admitir que estamos muy por debajo de nuestras propias expectativas (risas). En este segundo caso, ese “no querer ver lo que es tan obvio” sería una manera de prolongar la mentira, de seguir creyendo que somos los escritores que quisiéramos ser.

–“La erudición es un disfraz de la mediocridad”, se lee en otra parte de su primera novela. También en sus cuentos la erudición aparece como borrada. ¿Por qué diluir la erudición, que evidentemente está pero haciendo de cuenta “como si” no estuviera?

–Para no distraer de lo que a mí me importa más como lector y como escritor: la experiencia emocional de los personajes, sus guerritas de verdad o de mentira, sus viajes hacia afuera y hacia adentro. Al menos ésa es la explicación más obvia, aunque creo que también tiene que ver con mi formación. Yo empecé siendo músico y ese borramiento que mencionas sucede en la música de forma muy natural. Las canciones están menos marcadas, hacen menos referencia al entorno. Apelan sobre todo a las emociones, a ciertos ritmos o cadencias, a un despojamiento en algunos casos radical. Dicho esto, sin embargo, creo que Cochabamba y Bolivia están muy presentes en mis libros, pero de forma subterránea, elusiva. Las vidas de los personajes están condicionadas en más de un modo por el hecho de ser de ahí.

–En su obra se puede rastrear el momento en que aparecen las primeras señales de algo que se resquebraja. ¿Cómo explica este interés?

–Me interesan esas señales y me conmueve lo difíciles que son de ver o lo poco que sabemos leerlas. Hay algo un poco terrible en esa incapacidad de descifrar lo que retrospectivamente parecerá tan obvio. En el cuento de Ladislao, y en algunos otros, los personajes por momentos se enfrentan a esas señales, pero muy pronto dejan de soportarlas y terminan dándose la vuelta o cerrando los ojos. No quieren aceptar que la novia está empezando a quererlos menos, que tal amigo será alcohólico y tal otro se volverá enemigo, que muchos terminarán yéndose del país, que la mayoría son menos talentosos de lo que pensaban, que a los días más felices les siguen miles de otros muy prescindibles.

–En el relato “El futuro” en un momento se dice que habrá que destruir las filmaciones de Ladislao, “borrar las evidencias”. ¿Escribir también es borrar las evidencias?

–Algunos de los personajes de “El futuro” no quieren que queden registrados ciertos momentos de sus vidas. Prefieren que no haya evidencias de lo mal que están portándose en el viaje de promoción, pero también les preocupa que ese registro distorsione la experiencia y la haga menos suya. Es lo que pasa tanto ahora, ¿no? Vas a un concierto y ves a miles de personas que se pasan el concierto entero sacando fotos y grabando videos y posteándolos en Facebook y Twitter y al final prestándole más atención a lo que pasa en sus teléfonos que al concierto. Para mí, en ese sentido, la escritura es una memoria diferida y lenta. Un intento fallido de volver adonde no se puede, a esos lugares que ya no existen.

 

por Silvina Friera
Diario Página12 (Argentina) 
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-26443-2012-09-15.html

Sábado, 15 de septiembre de 2012

Autorizado por la autora

 

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