11 de octubre de 2023

El prestigioso teatrista murió en París a los 90 años

Jorge Lavelli, el hombre que descubría mundos en el escenario

Figura fundamental del teatro y la ópera, el director argentino le inyectó “otra vida” a clásicos como Calderón de la Barca, Molière, Goethe, Chéjov o Shakespeare, pero también fue un adelantado al representar a Witold Gombrowicz y a Copi, apelando a las técnicas más vanguardistas de la escena.
 

por Silvina Friera

El hombre que descubría mundos en el escenario, un ser curioso por naturaleza y gran lector, viajó a París cuando tenía 28 años con una beca del Fondo Nacional de las Artes para cursar en la escuela Charles Dullin y en la Jacques Lecoq. Aunque entonces hablaba poco francés, no paraba de ver obras en busca de imágenes teatrales que alimentaran su imaginario en ebullición. No sabía si iba a quedarse ese joven de familia de trabajadores del barrio de Flores sur, que había intentado estudiar ciencias económicas. La beca, afortunadamente para él, se prolongó. Francia pronto se convirtió en su segunda patria. Le inyectó “otra vida” a clásicos como Calderón de la Barca, Séneca, Molière, Goethe, Antón Chéjov, Ramón del Valle-Inclán o William Shakespeare, apelando a las técnicas más vanguardistas de la escena, y también se animó a representar textos de autores contemporáneos como el polaco Witold Gombrowicz o el argentino Copi, cuando no tenían ningún reconocimiento ni prestigio. Jorge Lavelli, una figura fundamental del teatro y la ópera, murió el lunes pasado a los 90 años en la capital francesa donde residía hace más de sesenta años.

 

Lavelli –que nació en Buenos Aires el 11 de noviembre de 1932-- era “un mago o un genio del teatro”, como lo definió la actriz española Blanca Portillo, quien protagonizó en esta ciudad La hija del aire, adaptación de la pieza de Calderón de la Barca que se estrenó en el teatro San Martín en 2004. En los años 60 y 70, volvió a su ciudad natal para poner en escena piezas emblemáticas como Divinas palabras, de Valle-Inclán, que hizo con María Casare en 1964, o Yvonne, princesa de Borgoña, de Gombrowicz, en el teatro San Martín, con Elsa Berenguer, Juana Hidalgo y Luis Politti en 1972. Fue un gran difusor mundial del teatro de Gombrowicz; la primera obra del polaco que estrenó en Francia fue La boda, en 1963. 

 

En su segunda patria integró un grupo artístico con Alfredo Arias, Marilú Marini, Roberto Plate y Facundo Bo, entre otros, conocido como TSE (una sigla que no significa nada) con el que presentó la Eva Perón, de Copi, a quien conoció en París cuando aún no había escrito su primera obra de teatro. Con Una visita inoportuna, la obra que Copi escribió en el hospital poco antes de morir, inauguró una de las salas del Théâtre National de la Colline, del que fue director fundador, desde 1987 a 1996, y que se centró en el descubrimiento y la creación de autores del siglo XX. En la otra sala montó El público de Federico García Lorca. En ese espacio dirigió obras de Thomas Bernhard, Gombrowicz, George Tabori, Steven Berkoff y Eugène Ionesco, entre otros, en versiones personales que podían sacudir las estanterías y generar polémicas.

 

En el Festival de Aviñón empezó lo que sería su devoción por el teatro lírico, “un campo minado de libertad”, como lo calificaba. En 1969 montó en el marco de ese festival Orden, de Pierre Bourgeade y Girolamo Arrigo. En la década del 70 llegarían Fausto, la ópera de Charles F. Gounod, definida por el propio Lavelli como “una obra de amor que termina mal”; y Carmen, de Georges Bizet. Después se sucederían operas de autores como Maurice Ravel, Claude Debussy, Igor Stravinski, Béla Bartók, Serguéi Prokófiev, Maurice Ohana, Luigi Nono, Heinrich Sutermeister, Jean-Philippe Rameau, Marc-Antoine Charpentier, Händel, Beethoven, Giuseppe Verdi, Giacomo Puccini, Vincenzo Bellini y Wolfgang Amadeus Mozart. En 2014 estuvo en Buenos Aires para montar Idomeneo, de Mozart, en el teatro Colón, donde antes hizo temporada con El caso Makropoulos, de Leos Janácek y Pelléas et Mélisande, de Debussy.

 

Lavelli regresó al teatro San Martín en 1998 con Seis personajes en busca de un autor, la pieza del italiano Luigi Pirandello, protagonizada por Patricio Contreras, Rita Cortese, Danilo Devizia, Leticia Brédice, Lidia Catalano y Claudia Lapacó. Una de sus puestas más recordadas, también en el mismo teatro, es Mein Kampf, una farsa, del húngaro George Tabori, una ácida versión de Hitler como pintor juvenil interpretada por el excepcional Alejandro Urdapilleta junto a Jorge Suárez, que fue estrenada en 2000. La obra “plantea implícitamente un debate sobre el mal y la intolerancia, entendida ésta como un método, una manera de ejercer cualquier idea, incluso por quienes se consideran tolerantes”, escribió Hilda Cabrera, lúcida y entrañable crítica teatral de Página/12. El teatro, para Lavelli, es una actividad que comporta riesgos. “El teatro exige energía, algo que se transmite y se recupera. Sin energía no hay oposición ni combate: hay aburrimiento”, planteaba en una entrevista con este diario, dos años antes del estreno de Rey Lear, obra de Shakespeare sobre la vejez, la herencia y la difícil aceptación de la propia muerte, que después de muchas idas y vueltas --se bajó como actor principal Alfredo Alcón para luego asumir el papel protagónico Alejandro Urdapilleta-- finalmente se presentó en 2008.

 

En el libro El teatro de Jorge Lavelli. El discurso del gesto, una entrevista exhaustiva de José Tcherkaski, el director teatral reflexiona sobre la relación entre el teatro y la política. “El teatro referido a la actualidad no me parece interesante, porque la actualidad comporta una idea de demagogia. El teatro, si bien es una actividad que implica un gesto político, a lo que debe su jerarquía, su importancia, es al hecho de poder situarse dentro de un proceso histórico como una fábula, como una síntesis y como una referencia. Es decir, como un elemento de difusión, de análisis; como un elemento dialéctico. En cambio, el teatro que hace de la realidad inmediata su tema, su razón de existir, es, a mi juicio, un teatro que vive de la pasión del instante”. Lavelli afirmaba que los grandes clásicos son autores políticos como Shakespeare porque “está analizando y poniendo en cuestión, a cada momento, las debilidades humanas, sobre todo en su lucha por lo que podría ser el ejercicio de un poder”. 

 

Lavelli fue uno de los directores de escena más destacados de las últimas décadas del siglo XX y de los comienzos del siglo XXI. “El teatro debe ser vivo, profundo, ligero, inesperado, real y soñado. Nunca aburrido ni pretencioso. Jamás profesoral, ni conformista, ni servil. El teatro ha sido inventado para poder hablar de la vida y de la muerte”. 

 

por Silvina Friera Periodista y profesora de Castellano, Literatura y Latín.
Escribe en la sección Cultura y Espectáculos de Diario Página12 (Argentina) 

Link: https://www.pagina12.com.ar/597010-jorge-lavelli-el-hombre-que-descubria-mundos-en-el-escenario

11 de octubre de 2023

Autorizado por la autora

 

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