Miércoles, 8 de mayo de 2013

Feria del libro › Entrevista a la escritora colombiana Laura Restrepo

“Hay un muro de prejuicios frente al que es diferente”

La autora presentó en la feria Hot Sur, una novela monumental de 555 páginas que retrata el desarraigo y la fragilidad de criaturas que intentan sobrevivir en un mundo que agoniza. “Las grandes gestas de los pueblos son historias de desplazados”, sostiene.

por Silvina Friera

Laura Restrepo, una de las voces literarias más potentes de América latina.
Imagen: Bernardino Avila

¿Qué es la vida si no un sueño que puede transformarse en la peor de las pesadillas, aquellas que ni se imaginan porque no se alcanza a llegar tan lejos? A algunos les pasa: todo va bien hasta que de pronto cae un rayo que los parte al medio. María Paz, hija de una inmigrante colombiana embelesada por el “sueño americano”, no ha llegado a los treinta años y ya pasó por el infierno: está en una cárcel estadounidense, la prisión de Manninpox, detenida por un crimen que no cometió. No mató a su marido, un policía gringo y rubio con prontuario en el tráfico de armas. Un sueño que ni siquiera soñó esa muchacha –que cuando tenía una existencia “normal” trabajaba como encuestadora de una empresa de investigación de productos de limpieza– es aprender a escribir. Un día se entera de que un escritor dará un taller para las internas, y se anota. Y empieza a escribir. “Prefiero pensar en todo lo que me ha pasado como si fuera una novela y no una vida vivida. Como vida vivida está cargada de dolor, y en cambio como novela es una gran aventura”, anota María Paz. Hot Sur (Planeta) –que Laura Restrepo presentó ayer en la 39ª Feria del Libro– es una novela monumental de 555 páginas que retrata el desarraigo y la fragilidad de criaturas que intentan sobrevivir en un mundo que agoniza. Ni la sombra queda del “sueño americano”. O dicho en palabras de uno de los personajes, pro Bono: “Cuando un imperio cae, es porque ya se ha caído”.

Laura anda de ciudad en ciudad, muy poquito en cada lugar. Ahora mismo, cuando el lector lea estas líneas, la escritora colombiana estará de nuevo en un avión, regresando a México, donde reside. Tanto trajín no hace mella en su tono sereno y relajado. “Hace mucho que tenía en mente a esas tres mujeres, la madre y sus dos hijas: Bolivia, María Paz y Violeta. Yo escribí un texto, ‘Mujercitas en Queens’, en el que tomaba como punto de partida a Louise M. Alcott, pero colocando a esas mujercitas en Queens, esa barriada muy colombiana de Nueva York. Es la historia de una mujer colombiana que viaja a Nueva York en busca de un mejor porvenir para sus hijas, hasta que logra llevarlas a vivir junto con ella. En este relato está el germen de Hot Sur”, recuerda la escritora en la entrevista con Página/12.

–“Lo que no se narra, no ocurre”, se lee en una parte de la novela y es muy interesante porque sin escritura no habría hechos. ¿Por qué eligió construir Hot Sur a partir de distintas voces, como la de María Paz y su profesor Cleve, que van escribiendo?

–Los puse a escribir para que fueran los personajes los que contaran su historia. María Paz, en esos ejercicios de escritura que hace para su taller; Cleve, porque es autor de novelas gráficas. No solamente escriben sobre su vida sino sobre cómo se escribe. María Paz está todo el tiempo haciendo una reflexión, primero sobre su relación con los libros, que se los encuentra por primera vez en la cárcel. Después piensa en cómo será un autor; le llama la atención la persona que está detrás del libro y qué relación establece con ella, la intimidad del lector con el libro. Al principio va al taller de escritura por pura curiosidad, pero apenas se le plantea la posibilidad de escribir, reflexiona sobre qué significa contar su vida, con qué lenguaje lo va a hacer, qué tanta intimidad debe contar. Escribir se convierte no sólo en una forma de registrar lo sucedido, sino de hacer que ocurra. Como dijiste tú al principio, la idea es que antes de ser escrito nada hubiera sucedido, ¿cierto? Las cosas suceden en la medida en que se escriben. A diferencia del testimonio, en que las cosas suceden y se registran, en la novela suceden cuando se registran. Lo que queda es el registro.

–Un registro más cerca de la ficción que del testimonio, ¿no?

–Sí. No escribe para dejar registro de lo que pasó; el registro es lo que pasa. Yo quería sentar distancia frente a la simple reseña de hechos periodísticos o sociológicos. Decirle al lector: “Aquí hay personajes de papel”, que son en la medida en que escriben. Y, sin embargo, eso es lo que les da la fuerza y la realidad que tienen. Me estremece mucho el recuerdo de un reportaje que fui a hacer con un médico sin fronteras, que venía subiendo por todo el cuerno de Africa con miles de mujeres con sus hijos, en unos de esos viajes sin salida porque luego se pierden en el desierto y se van muriendo en el camino. Todos llevaban una bolsita de plástico con un papelito adentro y cada vez que veían a un extranjero, volaban a llevarle el papelito. Y el papelito decía: “Yo soy fulano de tal, mi familia está en tal lado”, contaban algo de sus vidas. ¿Para qué? Para que quedara algún registro. Me hacía acordar a las frases o el nombre que un desaparecido podía grabar con la uña en la pared de la celda, para que quede testimonio de su existencia. Como si no fuera a quedar nada más que eso. Esos papelitos te los entregaban para dejar alguna seña de su paso por la vida, ¿no? Y esto me hace pensar en la importancia de la escritura, como si todo lo demás fuera demasiado efímero o inasible.

–Parece haber un déficit de ficciones que narren desde el punto de vista de los inmigrantes o desplazados, ya sean los latinos en Estados Unidos, como en su novela o en Europa. Es una especie de “deuda” que tiene la literatura con un tema que sí aparece en los diarios, pero como una estadística más...

–Sí, puede ser. Pero fíjate que las grandes gestas de los pueblos son historias de desplazados. Moisés sale con su pueblo a buscar la tierra prometida y pasa toda clase de penurias en el camino. Eneas sale de una Troya destruida y tiene que buscar un lugar donde fundar Roma. De alguna manera hay que recuperar una tradición muy vieja y tratar de darle el valor que tiene. No como simple masa o estadística, como un dato periodístico que al otro día se olvida. El desplazamiento tiene un carácter fundacional. Libros como Las uvas de la ira, de John Steinbeck, o La cueva del sol, de Elias Khoury, sobre el pueblo palestino están recuperando una vieja tradición de ver en el peregrino, en el nómada, la esencia del ser humano. Pero tienes razón: hoy en día se lo ve más como una estadística.

En los instantes que calla, los ojos de Laura chispean, como si indagaran en un minucioso detalle que no quiere olvidar. “En el muro que divide la América del Norte de la del Sur hay un agravio, una cicatriz, algo incomprensible. El hecho de que hayamos tenido que vivir toda la vida con eso no lo hace menos atroz. La cárcel de Manninpox es como un muro dentro del muro. La cárcel todavía es un muro más estrecho. Si María Paz está en la cárcel por un asesinato que no cometió, tenía que haber un asesino que sí lo hubiera cometido. Y es un blanco. El pavor a lo oscuro y a lo distinto está en la ideología americana. La novela trata de ese otro muro quizá más sólido y difícil de echar abajo que es el muro de los prejuicios frente al que es diferente.”

–María dice que “América no está en ningún lado. América sólo está en los sueños de los que soñamos con América”. Es una definición que cuestiona lo territorial, ¿no?

–María Paz tiene muy claro que el territorio es irreal. Cuando se despide, al final de la novela, dice: “Adiós América”, aunque en realidad le parece que nunca llegó, después de vivir toda su vida allá. Y se va a un territorio tan irreal como el olor, porque lo que ella y Violeta tienen en mente es el olor de los azahares en Sevilla. Ni siquiera saben para dónde se van, pero se van persiguiendo un olor. El territorio desaparece como materialidad y se convierte en sueño. Todos hemos construido en nuestros países un “sueño americano”. Y eso es lo que parece que se está esfumando hoy en día. Por eso sentía la urgencia de escribir esta novela, para decir el tiempo que me tocó vivir. Lo que ha sido un sueño empieza a mostrar su naturaleza de sueño, no de realidad.

–¿Qué pasa cuando un sueño se desvanece?

–Es un momento histórico muy preciso. El sueño existe, lo que pasa es que no está aquí. Voy a perseguirlo porque está más allá. Y llegas más allá y el sueño existe, pero está más allá. Y de golpe llega un momento de epifanía en que la humanidad se pregunta: ¿no será que el sueño no estaba en ningún lado? Son esos instantes en que algo está cambiando y tenemos el privilegio de contemplar esos cambios como si pasaran enfrente de nuestras ventanas. No hace falta que se nos desplomen las estructuras económicas y sociales encima para darnos cuenta de que la erosión ya está pegando por la base.

–¿Los latinoamericanos perciben mejor estos cambios que algunos países europeos en crisis, como España?

–Me parece que si bien los latinoamericanos hemos percibido la crisis desde siempre, para los españoles la crisis es nueva. Por eso la están viviendo con más intensidad. Toda la juventud que está saliendo a la calle en Europa porque no tiene empleo, no tiene casa pero sí la deuda de una casa, siente que no tiene futuro. La noción de que ese sueño era un falso sueño es más intensa que nunca. Hay una generación que está viviendo peor que sus padres.

–Algo que nunca había pasado...

–Y la perspectiva es que los hijos vivan cada vez peor. Y esto implica el quiebre de toda una estructura mental. Se suponía que había una especie de Dios que era el mercado, que iba a ser que todos estuviéramos cada vez mejor. En la medida en que unos se enriquecen muchísimo, nos van jalando a los demás y todos vamos a tener más al final. Y no resultó así. La parte que unos tienen muchísimo sí funcionó, pero la cadena se para ahí. La crisis con los bancos ha sido brutal. En España tienen una consigna muy bonita: “No es crisis, es estafa”. La estafa sería como la otra cara del sueño. Ni siquiera pesadilla: estafa.

–Si se pasa revista por varios países de la región como Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela, la impresión es que hay en América latina más esperanza, que está pasando por un mejor momento económico. Varios gobiernos latinoamericanos tienen la convicción de que hay que cuidar y ampliar, en la medida de lo posible, derechos civiles y sociales.

–Con todas las críticas que se le puedan hacer a Chávez, Venezuela puso a pensar al mundo. A Chávez nadie le quita lo bailado en la ampliación de lo social. Colombia y México siguen muy aferrados al neoliberalismo. Aunque hay movimientos sociales interesantes, los gobiernos se mantienen dentro de la vieja escuela. En este momento, Colombia y México están en la retaguardia, muy atrás. Vivimos un momento muy interesante en la región; con todas las diferencias y reservas que puedas tener frente a cada uno de esos gobiernos, es evidente que América latina hace más de una década está pensando en lo social. La población europea está reclamando justamente por lo social porque les han ido reduciendo derechos: ni casa ni trabajo. Nada. Me parece interesante lo que planteó la muchachada del 15-M en cuanto a métodos de movilización, una cosa menos doctrinaria, menos jerárquica, más abierta y horizontal, con una agilidad que no tenían las viejas estructuras de los partidos de izquierda, que eran paquidérmicos. Pero aún falta mucha elaboración de contenidos. Que los indignados estén en las calles y la derecha en el gobierno no parece la mejor fórmula, ¿no?

por Silvina Friera
Diario Página12 (Argentina) 
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/22-28585-2013-05-08.html

Miércoles, 8 de mayo de 2013

Autorizado por la autora

 

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