–Kazuko le dice a Haru que “el tiempo solo existe cuando hay sufrimiento”. ¿Esta idea viene de la propia escritura o de la meditación?

–El contenido de Haru proviene de la experiencia. Mi vida no ha sido fácil. Me emigraron cuando era muy chiquita, mis papás se fueron a Barcelona en el ‘73. Emigrar a los 9 años fue un drama para mí. Me habían prometido que volvíamos en dos años y lloré durante dos años todos los días. Al cabo de los dos años, les reclamé y me dijeron: “Pensamos que te ibas a olvidar”. Me fui de acá siendo pianista, tocaba el piano desde los 5 años. La incomunicación en la que estaba me mandó directo a las palabras porque necesitaba decir. Dos años sufriendo son larguísimos. Una soledad tan consciente a los 9 o 10 años es algo que te marca mucho. En Barcelona se fueron muriendo mi mamá –muy joven, a los 49 años–, mi tío y después murió mi abuela materna –que inspira el personaje de Tame en la novela–, persona con la que he tenido una relación muy intensa. Me di cuenta de que Haru soy yo mientras leía la novela, no mientras la escribía. Después de escribir la novela, me reconcilié con mi padre. Escribir esta novela me cambió la vida.

–Hay dos personajes Itachi y Fuyuku que se van del dojo y triunfan con una cadena de zapaterías. Estos personajes son los que entran en la lógica del sistema capitalista, en una novela que es muy crítica del capitalismo, ¿no?

–Sí. La literatura es filosofía para mí, pero escrita de una forma distinta a los ensayos filosóficos. No deja de haber, en mi opinión, un proyecto de pensamiento sobre el mundo que se refleja mediante las historias que uno escribe. Haru es una novela profundamente anticapitalista, antirracista y antixenófoba. Diría que es una novela profundamente humanista. Me parecía importante que en la novela Haru se tentara, que es la tentación de sumarse al mercado. Esa tentación es inevitable porque el mundo es muy áspero.

La sonrisa de Company, como un gesto epifánico, restituye un idea residual que vibra en su mirada. “A mi abuela materna, que sobrevivió a su hija y a su hijo, le hubiera gustado ser escritora, pianista y patrona de barco. Y yo hice las tres cosas. Tengo un velero y navego, soy el sueño de mi abuela. El día que publiqué mi primera novela, Querida Nélida, dedicada a mi abuela, mi madre hizo una fiesta y me dijo respecto de la dedicatoria: ‘Te perdono porque es mi mamá’. Mi mamá me apoyó mucho en todo, pero la abuela Rosa era la que me contaba cuentos. Soy escritora por mi abuela, eso lo tengo clarísimo”.

–Cuando la emigraron, ¿ya sabía que iba a ser escritora o lo descubrió en Barcelona?

–Lo descubrí en Barcelona. Siempre escribía, pero al principio eran boludeces del tipo: “la palomita se fue por la ventanita” (risas). Creía que iba a dedicarme a la música. Pero a mi llegada a Barcelona, poco a poco fui relacionándome más con la palabra, aunque seguí tocando el piano. Cuando terminé filología hispánica en la universidad, fui a pedir trabajo a la revista Quimera, que dirigía Miguel Riera, a su vez director editorial de Montesinos. Yo tenía 20 años, entonces Riera me preguntó si escribía. Le contesté que sí y me acordé de mi novela terminada a los 17 años, Querida Nélida, que era lo único que tenía y fue lo que le llevé. Después me escribió una carta y me dijo: “No puedo darte trabajo, pero quiero publicarte el libro”.

–¿Qué vínculos tiene con poetas y narradores argentinos?

–No tengo la relación que querría porque la cotidianidad se pierde. Cada vez que vengo acá, esta vez también, pienso: “Me quiero venir”... Es muy fuerte, ¿cómo puede ser? Conozco a algunos narradores argentinos y los leo, pero no formo parte del mundo literario argentino y tampoco formo parte del mundo literario español. Me gusta saber de experiencias muy distintas y el mundo literario suele ser muy cerrado. Me gusta más leer a los escritores que conocerlos (risas).

–No formar parte de la literatura argentina ni de la española, ¿fue algo buscado o sucedió sin que lo pudiera evitar?

–Es algo que sucedió. De hecho, cuando entro a una librería nunca sé si mis libros van a estar en literatura hispanoamericana, literatura española o literatura argentina. Nunca sé lo que me voy a encontrar. En la librería El Ateneo estoy en literatura argentina, cosa que me congratuló enormemente porque soy argentina. Muchas veces he sentido que mis lectores están acá, pero que no me conocen porque yo estoy allá. El primer poema que tengo publicado se titula Volver antes que ir; es un poema narrativo de 1117 versos, escrito en argentino. El segundo que publiqué es Yo significo algo y ahora estoy escribiendo La dimensión del deseo por metros cuadrados. La poesía me sale más en argentino. El otro día estaba en el desierto de Atacama y me tiré en la ruta, donde está la raya del medio, para sacarme una foto. La ruta se está resquebrajando por el medio y pensé: es la imagen que me describe, ¿de qué lado voy a caer? Cuando te vas, nunca terminás de irte y nunca terminás de llegar. Como no me fui y me fueron, prefiero volver antes que ir.