Escenas que parecen extraídas de Swat, Criminal Minds, CSI o cualquier policial hollywoodense: un grupo de agentes encapuchados, con cascos y uniformes azul marino con las siglas de la AFI  –Agencia Federal de Investigación –, entran a una casa de seguridad controlada por un grupo de criminales, acompañados por dos reporteros de Televisa y de la TV Azteca. Los heroicos agentes rescatan a tres víctimas, un joven, una mujer y un niño de las manos de dos peligrosos delincuentes: el mexicano Israel Vallarta y su novia Florence Cassez. Lo que millones de mexicanos vieron el 9 de diciembre de 2005, minutos antes de las siete de la mañana, fue una ficción meticulosamente orquestada. Los supuestos secuestradores ya habían sido capturados mucho antes de que aparecieran en pantalla. Las víctimas también habían sido rescatadas antes, pero sin que se supiera dónde y cuándo. Jorge Volpi presentará Una novela criminal, con la que obtuvo el Premio Alfaguara de Novela, hoy a las 17 en la sala Carlos Gorostiza de la Feria del Libro, junto a Reynaldo Sietecase. Como aclara en la entrevista con PáginaI12, el escritor mexicano define a su último libro como “una novela documental o novela sin ficción” en la que intentó darle una forma literaria al caos de la realidad que encontró en el expediente contra Vallarta y Cassez. Él continúa detenido y sin condena. Ella, después de numerosas peripecias como haber sido condenada a 60 años de prisión, finalmente fue liberada en 2013.

– “Ningún mexicano se atrevería a usar ese lenguaje frente a la autoridad”, dice Denise Maerker sobre Florence Cassez. “Nosotros hemos interiorizado el miedo a la autoridad y la arbitrariedad del poder”, agrega. ¿Por qué cree que se interiorizó este miedo?

–Desde que estoy presentando el libro, cuando hablé del caso en España, los periodistas se escandalizaron de los procedimientos judiciales mexicanos, desde las torturas, hasta sembrar pruebas o inventar testigos. En México la gente lo toma como algo normal. Nunca hemos tenido un poder judicial realmente independiente y un sistema de justicia confiable y uno termina acomodándose al autoritarismo mexicano, que sigue presente en esa intromisión política del Ejecutivo en el poder judicial. Ese temor a la autoridad empieza con el policía de la calle y pasa por varios niveles. Si sabemos del caso es porque Yuli García es una periodista colombiana que no conocía los códigos mexicanos que le insistían en no seguir buscando. Pero ella se empeñaba en buscar hasta el final y eso porque es extranjera. Estas dos mujeres, Denise y Yuli, que son centrales en el caso, no tenían esos códigos, que es la sumisión del mexicano ante la autoridad. El problema es asumir como normal que así es el sistema.

– “Nada de lo que se ve en la pantalla es real”, afirma en “Una novela criminal”. ¿Qué problemas genera que se tome como real un montaje?

–Nada de lo que se vio en la pantalla fue real, pero el efecto sí fue real. La transmisión de ese día –por más que se revelase luego que fue mentira– no hizo cambiar la percepción pública de que ellos dos eran culpables. ¿Por qué? Porque durante esas dos horas lo que vio la gente en la pantalla fue a unos secuestradores. Es difícil que aunque te digan que todo lo que viste es falso esa percepción se modifique demasiado. Esto tiene que ver con mi teoría sobre la ficción. El cerebro no tiene manera de distinguir la ficción de la realidad; las imágenes que guardamos pueden venir de una u otra y no hay manera interna de diferenciarlas. Si viste una y otra vez que ellos eran culpables, el que luego simplemente haya una declaración que diga que no era cierto lo que viste no basta. Esto es lo que determina que hasta el día de hoy la mayor parte de la gente siga considerando que ella es la culpable, aunque haya sido liberada, y que él es culpable, aunque todavía no haya sido juzgado. Esto es lo que ahora llamamos posverdad, un término que no me gusta, pero que habla sobre esta consecuencia: aunque se revele la mentira del poder, la revelación de la mentira no tiene ningún efecto sobre la realidad.

No se trata de que la mentira construya una verdad alternativa, se trata de que la mentira ya generó efectos y al revelarse que es mentira no cambian esos efectos. (Donald) Trump puede mentir todo lo que sea, pero sus electores no van a cambiar simplemente porque se sepa que es mentiroso.

–¿Por qué las víctimas de los secuestros, como Cristina y Ezequiel, mienten?

–Para mí esa es una pregunta clave que nunca pude terminar de responder. De las víctimas, a la única que pude entrevistar directamente fue a Valeria. Yo creo que ella no miente, pero sucede con ella algo que se ha estudiado mucho: la manera en que una víctima puede ser manipulada y cómo el recuerdo se va modificando conforme a lo que te van diciendo. En el caso de Ezequiel, hay muchas sospechas de que ese secuestro no es real, que pudo haber sido un autosecuestro. Incluso el jefe de la policía, al que entrevisté al final del libro, me dijo que él creía que era miembro de la banda, lo cual también es posible y a cambio de la libertad tenía que ser el más entusiasta en la defensa de la policía, que siempre lo ha sido. Eso no quiere decir que no haya sido secuestrado o castigado por otra banda o por el padre. Es mucho más inquietante lo que pasa con Cristina. Yo no la pude encontrar, pero ya publicado el libro, su hija me contactó y me dijo que me iba a contar su versión de los hechos. Yo creo que Cristina es una víctima, que claramente fue secuestrada, pero nunca sabremos exactamente por quién ni cuándo fue liberada. Nunca quiso hablar sobre eso. Luego su testimonio cambia muy radicalmente a lo largo del proceso.