El mundo conocido se tambalea, pero el imperativo categórico del ámbito cultural es hacer de cuenta de que “casi” todo sigue igual. Que la ceremonia con 950 invitados muestre la simulación de aparente “unidad” –palabra pisoteada por varios políticos de derecha, de Mariano Rajoy, pasando por Donald Trump hasta llegar a Mauricio Macri– y las sonrisas impostadas y las palabras vacías intenten amortiguar las tensiones de un conflicto político que estalló por los aires: la independencia de Cataluña. La maquinaria del Premio Planeta –grupo editorial que la semana pasada cumplió con lo que había anunciado: que si la independencia de Cataluña era declarada en cualquier forma, trasladaría su sede fiscal y social a Madrid– encontró una fórmula para pilotear el avión en medio de la tormenta. Nada más políticamente correcto que otorgarle la 66ª edición del galardón, dotado de 601.000 euros, a El fuego invisible, novela cuya trama gira en torno al mítico Santo Grial, del rey del thriller conspirativo Javier Sierra, quien ha sido calificado como “el Dan Brown español, pero mejor documentado”. La religión que practican los editores se podría denominar “bestsellismo ortodoxo”. Después de dos meses en que las ventas de libros han caído en España un 25 por ciento, creen con una fe quizá demasiado ciega que la garantía para revertir el desplome consiste en apostar todo a Sierra, el único escritor español hasta la fecha que ha entrado en la lista de los libros más vendidos de Estados Unidos.

En la desangelada gala del domingo a la noche en el Palau de Congressos de Barcelona, brillaron por su ausencia las autoridades catalanas y españolas en conflicto. La presidenta del Congreso de Diputados Ana Pastor, el delegado de Gobierno en Cataluña Enric Millo y el consejero de la cartera de Empresa del gobierno catalán Santi Vila fueron los máximos representantes; una representación de capa caída si se la compara con la edición de 2016, cuando presidieron la cena del Premio Planeta los jefes de Estado, los reyes Felipe y Leticia, junto al presidente catalán Carles Puigdemont. 

No es una ironía del destino que la novela premiada se centre en la búsqueda del Santo Grial por Madrid justo cuando el grupo Planeta -el principal conglomerado editorial hispanoamericano, con una facturación de 3.300 millones de euros de los cuales 1.815 corresponden a la división libros- acaba de anunciar el traslado de su sede a la capital de España. El fuego invisible no es una novela que hurga en conspiraciones políticas recientes, sino en un tópico anclado en el imaginario literario occidental desde el siglo XII, cuando el poeta Chrétien de Troyes (1130-1190) en Perceval o el cuento del Grial inicia la tradición: ¿Dónde está el cáliz que usó Cristo en la Última Cena? El tema ha sido frecuentado por el compositor Richard Wagner, el cineasta Steven Spielberg a través de Indiana Jones, el escritor Umberto Eco con El péndulo de Foucault y Dan Brown en El código Da Vinci, entre otros.

Sierra (Teruel, 1971), autor de La cena secreta (2004) y El ángel perdido (2011), entre otros best sellers, contó que el protagonista de El fuego invisible es un joven profesor e investigador universitario que vive en Dublín, pero que pasa unos días en Madrid, ciudad donde se verá envuelto en peligrosas pesquisas para seguir el rastro del mítico Santo Grial. Cuando la pregunta por la coyuntura política llegó, el escritor que dirigió la revista Más allá de la ciencia y tuvo programa televisivo propio, Arca Secreta, esquivó zambullirse en el barro de la contienda citando la respuesta que dio la legendaria bailarina cubana de 96 años, actual directora del Ballet Nacional de Cuba, Alicia Alonso, ante una encrucijada similar: “En el momento en que el comandante hable de zapatillas de punta, yo hablaré de política”, parafraseó Sierra y dedicó la novela a sus compañeros escritores, “porque el desencadenante de esta obra es la palabra, donde reside la fuerza creativa de nuestra civilización”. ¿Comprometer su palabra como escritor y ciudadano es un problema en términos de garantizar ventas y tener lectores pro y anti independentistas? Las palabras también se tambalean por acción y omisión de quienes escriben y hablan públicamente.

El grupo Planeta, propiedad de la familia Lara, trasladó la sede social y fiscal a Madrid, pero los trabajadores de los sellos editoriales que integran el grupo (47 más los 13 del Grup 62 y uno en Portugal) continúan en Barcelona. Editoriales como Seix Barral, una de las que lanzó el boom latinoamericano, o Destino tendrán de ahora en más su razón social en la calle Josefa Valcárcel de la capital española, donde se tomarán las decisiones de fondo.