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Domingo, 27 de mayo de 2012

Literatura › La leyenda del Triestino Roberto “Bobi” Bazlen

El extraño caso del creador sin obra

Se pasó la vida encontrándole sitio en el mundo editorial a los mejores libros de la narrativa europea. La publicación de Informes de Lectura. Cartas a Montale permite descubrir la telaraña infinita de anotaciones breves y esbozos flotantes de un lector que escribe.

por Silvina Friera

Bazlen, otro Bartleby de la cultura contemporánea.

Una sombra errante entre las letras regresa con el fulgor de una “anomalía” y proyecta en el presente un perturbador callejón sin salida: la negatividad radical hacia la escritura. Los ágrafos, aquellos que nunca fueron ni serán estrellas que brillan en el firmamento literario –por voluntad, desidia, pereza, insondables heridas emocionales o intentos fallidos, entre tantas otras razones que se podrían incorporar al menú de estas declinaciones– son fantasmas que seducen. Quizá por la manera en que súbitamente intervienen en cada época, como promesa y expectativa, hasta que se disuelven dejando apenas los rastros discontinuos de un work in progress inconcluso. A unos cuantos escritores, críticos y lectores les fascina la leyenda del triestino Roberto “Bobi” Bazlen, el hombre que leyó los mejores libros de la literatura europea y aledaños –asesor literario de Einaudi y Adelphi, entre otros sellos italianos– y les encontró un sitio en el mundo editorial. El eco de este nombre acaso resulte vagamente familiar. Está incluido en ese catálogo de los creadores sin obra, los bartlebys de la literatura contemporánea que rastreó el escritor Enrique Vila-Matas. “Yo creo que ya no se pueden escribir libros. Por lo tanto, no escribo más libros –afirmaba Bazlen–. Casi todos los libros no son más que notas de pie de página, infladas hasta convertirse en volúmenes. Por eso escribo sólo notas a pie de página.” Pero los Informes de Lectura. Cartas a Montale, exquisita primera edición publicada en el país por La Bestia Equilátera con traducción de Ernesto Montequin, podrían impugnar los dichos de Bobi o reformularlos en una zona más brumosa aún, como si algo del orden de lo esquivo borrara el “lugar común”, ocultando lo que se muestra y lo que se dice en un mismo golpe. En el mismo golpe donde póstumamente –gracias a amigos y admiradores que se negaron a que permaneciera inédito– los fragmentos de Bazlen conforman una “telaraña infinita” de anotaciones breves y esbozos flotantes de un lector que escribe.

El volumen contiene algunos de los informes de lectura que Bazlen (1902-1965) escribió para las editoriales Einaudi y Adelphi y las cartas que le envió a Eugenio Montale. No malgastó los años de su vida esperando la llegada de la inspiración, como dice Stendhal en su autobiografía. Si la peregrina idea de querer ser escritor quedó en el limbo de un deseo abortado a medias por la edición póstuma de los fragmentos de su novela El capitán altura, “la experiencia Bobi” –a la que se refiere Sergio Solmi en la nota introductoria–, “consistió en invitarnos a retroceder continuamente y a cuestionar las que podían parecernos, alguna vez, nuestras líneas de llegada: una invitación a dar siempre la máxima apertura a nuestro compás, aun a riesgo de sobrepasar el círculo más grande”. El primer texto es una deriva de alto voltaje sobre El hombre sin atributos de Musil, fechada el 12 de junio de 1951. Bazlen sentencia que merece publicarse “a ojos cerrados” porque “es uno de los más importantes trabajos de todos los grandes experimentos narrativos inconformistas después de la Primera Guerra Mundial”. Aunque, desde el punto de vista editorial-comercial, no pueda soslayar un puñado de reparos. En su rol de “abogado del diablo” advierte que la novela es “demasiado larga”, “demasiado fragmentaria”, “demasiado lenta” y “demasiado austríaca”. Luego de desmenuzar con apabullante rigor esas objeciones, pondera la “precisión de pensamiento y de escritura impecables” de Musil y subraya “una sensibilidad asociativa que suele superar a las más bellas páginas en prosa de Rilke”.

De pronto, la pequeña chispa que se esconde entre las cenizas de esa inapelable renuncia a escribir –la “fachada” del personaje Bobi– se va apagando ante el extraordinario lector anfibio que fue Bazlen. Importa menos lo que no fue. Importan más sus huellas lectoras, a pesar del disenso que pueda emanar de los vestigios urgentes que trazaba. A veces despacha con un dejo de mordaz irritación los libros que lee, como El mirón, de Alain Robbe-Grillet, “un fragmento insignificante, vergonzosamente tardío, de Dostoievski o de los decadentes daneses”. Pero vaticina que probablemente la simultaneidad de tiempos y de espacios será el eslogan con el que hará carrera el principal teórico y animador del nouveau roman. En menos de diez líneas liquida Sobre Nietzsche y la literatura del mal de Georges Bataille, “un aspirante a lobo, a quien le gustaría quedar bien con Dios y con el Diablo (lo cual está por debajo de la dignidad de todo lobo verdadero, e incluso es lo contrario de su única aspiración), que se contonea frente a lo irracional y, lo que es peor, frente a la Ur; que invoca la crueldad con frasecitas post-symbolistes menos lúcidas que lustrosas, y que es la caricatura de un pequeño ‘neurótico’ estetizante y rebosante de autocompasión”.

El tren del entusiasmo se pone en marcha ante el Ferdydurke de Witold Gombrowicz. El autor polaco es de la raza de Alfred Jarry, “aunque con premisas muy distintas”, aclara Bazlen, “uno de los aliados más honestos que podemos tener en la verdadera revolución contra el amor, el arte, los principios inmortales y todas las tonterías de siempre”. Los textos de Bobi se vuelven bellos –más intensos aún– por el modo de examinar y corroer viejos prejuicios sin temor a mostrar la grieta que se despliega entre la afirmación y la negación. El triestino escribe sus lecturas sobre Carl Spitteler, William Gaddis, Ray Bradbury y Knut Hamsun, entre otras –a las que habría que añadir teóricos como Bruno Bettelheim y Thomas S. Kuhn y los ensayos del músico John Cage–, sin el afán de querer dar una lección magistral de crítica. Y sin embargo, acaso muy a su pesar, lo hace. “Tomo el libro por lo que es y quisiera ser (no como quisiera que fuese)”, escribe en uno de los informes. El vocablo lucidez recupera su desgastada claridad cuando se repara en ciertas apreciaciones de Bobi.

Las cartas de Bazlen a Montale son la prueba irrefutable del papel que cumplió Bobi en el rescate de otro triestino inigualable: Italo Svevo. Quizá el mito de la agrafía ilustrada sea como un barco que no progresa en ninguna dirección. Testigo de las huellas que dejó este fantasma arisco, Informes de lectura revela que hay múltiples formas de escribir. También se escribe cuando se lee. Lo cual no es poco, si se piensa que todo lo demás es silencio.

 
 

por Silvina Friera
Diario Página12 (Argentina) 
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-25346-2012-05-27.html

Domingo, 27 de mayo de 2012

Autorizado por la autora

 

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