La poesía de Juan Gelman
 

Cuando surgen las palabras
por Daniel Freidemberg

 

Desde hace 40 años Juan Gelman viene publicando libros de poesía. Es el único poeta argentino que atrae multitudes a sus recitales, en los que es común, cuando el encuentro incluye algún tipo de “diálogo público”, que se le dirijan preguntas del tipo de “¿cómo ve el futuro de la humanidad?”, “¿Qué nuevas utopías pueden aparecer?” o “¿qué es la belleza?”.

 

“Me miran como si fuera Jesucristo”, bromeó Gelman, desconcertado, durante uno de sus primeros retornos a Buenos Aires a fines de los 80, después de doce años de ausencia forzada. Figura emblemática para la izquierda —aunque a muchos de sus integrantes no deja de incomodarles la independencia de criterio con que escribe sus contratapas semanales para el diario Página 12— su nombre y su obra traspasaron ese circuito cultural sin acondicionarse, como lo muestran las ásperas referencias políticas del discurso con que en junio pasado recibió el Premio Nacional de Poesía. La propia obtención de ese premio puede entenderse como el reconocimiento oficial de una figura que se impuso por su propio peso, no sólo en su país ni únicamente en América Latina. El de Juan Gelman es un caso muy singular, desde el punto de vista de la escritura de poesía y desde el de su repercusión pública.

 

LEER A GELMAN. Leer poesía de Gelman es cada vez más, a medida que avanza su obra, como asistir al momento en que surgen las palabras y se van formando las frases, todavía no del todo acabadas, todavía cargadas de algo de la fuerza del territorio confuso del que vienen, temblorosas e inexpertas en su trato con el mundo. Cada vez más, leer un poema de Gelman es percibir su intento de hacerse, lanzar algunas señas misteriosas y perderse después. Pero además leer su producción poética de punta a punta implica internarse en un proceso en el que, cuanto más a fondo el lenguaje se hace cargo de sí mismo, más enfrenta la complejidad y la mezcla de horror, desconcierto y maravilla que es para esa poesía el mundo.

 

“La voz seguramente cambia, pero las obsesiones no: el amor, la niñez, la revolución, el otoño, ¡a muerte, la poesía, siguen sumiéndome en la abierta oscuridad de su sentido, obligándome a buscar respuestas que nunca encontraré”, dice el prólogo a una Antología personal aparecida en 1993 en Buenos Aires. El aún más breve prólogo de En abierta oscuridad, otra antología personal publicada en México ese mismo año, explica a su vez que “cada libro es obediencia a una obsesión que buscaba agotarse. De ahí la diversidad de expresión de estos poemas, cuya unidad tal vez resida en el deseo —y su fracaso— de dar con ¡a palabra que calla lo que dice”.

Sin embargo, y aún con la importancia que el constante cambio tiene en el desarrollo de la obra de Gelman, la extrema y muchas veces desconcertante “diversidad de expresión” opera en base a una suerte de voz básica inmediatamente reconocible en su vocabulario, su tono, su respiración, e incluso en las “obsesiones permanentes”, a su vez trabajadas según lo que dictan las obsesiones particulares de cada momento,  aquellas que busca agotar cada libro.

 

LA VIDA. Flaco, alto, peinado hacia atrás, con largas mejillas de sabueso separadas por un espeso bigote setentista, Juan Gelman es casi el prototipo del porteño de estirpe gardeliana, sobre todo por el modo de entonar las frases y de ladear la cabeza sonriendo de costado. Es extremadamente amable y atento, aunque quienes lo conocieron militando dicen que puede ser muy severo. Fuma sin parar y habla lentamente, en voz baja y marcando mucho los ritmos, con algún dejo irónico, alternando oraciones cortas y grandes silencios. En la conversación apela al “no sé”, al “quién sabe” y al “a vos qué te parece”, lo que no le impide de pronto construir frases perfectas en su precisión y condensación como aforismos o tramos de poemas. Nació en 1930 en Villa Crespo, uno de los barrios de Buenos Aires con mayor presencia judía y que en otros tiempos fue territorio de malevos y duelos a cuchillo en esquinas rosadas. Su padre era un revolucionario que emigró de Rusia amargado por el avance del stalinismo, lo que no impidió a Gelman ingresar a los catorce años a la Juventud Comunista, sufrir cinco meses de prisión en 1962 ni integrar el grupo de brillantes intelectuales del PC argentino —con el novelista Andrés Rivera, el teórico Juan Carlos Portantiero, el dramaturgo Roberto Cossa y el poeta José Luis Mangieri, entre otros— que en esos años emigraron hacia una izquierda más radicalizada que se expandía y en gran parte iba a encuadrarse más tarde en las franjas combativas del peronismo.

 

Participó en las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), luego asimiladas por la organización Montoneros, por directivas de la cual viajó en 1975 a Roma, iniciando así un exilio que resultaría decisivo en su vida y su obra.

 

Durante la dictadura surgida del golpe de Estado de 1976 no sólo perdió numerosos compañeros de militancia y amigos sino también a su hijo Marcelo, secuestrado con su mujer embarazada y cuyos restos fueron identificados por el equipo de Antropología Forense a principios de 1990.

 

Del amor: Juan Gelman y Rodolfo Mederos 22-10-11 (1 de 3)

   TV Pública - Argentina

 

Del amor: Juan Gelman y Rodolfo Mederos 22-10-11 (2 de 3)

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Del amor: Juan Gelman y Rodolfo Mederos 22-10-11 (3 de 3)

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LA VIDA II. Actualmente Gelman vive en Colonia Condesa, en el distrito federal mexicano, con su mujer, la psicoanalista Mara La Madrid, con quien escribió Ni el flaco perdón de Dios, un libro de testimonios sobre los hijos de los desaparecidos durante la última dictadura argentina, publicado en mayo pasado. Desde que, en enero de 1988, la Cámara Federal de Apelaciones invalidó la orden de captura en su contra librada en 1985 por un juez, Gelman viaja una o dos veces por año a su país. El proceso por asociación ilícita le había sido iniciado por su participación en una conferencia de prensa de Montoneros en el exilio, en 1977. Dos años después, Gelman se apartaría de esa organización en rechazo a su línea militarista. Durante su exilio vivió seis años en Roma, unos meses en Madrid, otros varios meses en Managua y seis años y medio en París, al principio trabajando en agencias informativas y luego como traductor para organismos de las Naciones Unidas, oficio que todavía lo lleva a pasar una parte del año en Nueva York.

 

UNA VOZ, UN TONO. “Algo estaba cambiando en la poesía argentina”, dice Alfredo Andrés, en el estudio introductorio de su antología El 60, refiriéndose a la aparición de Violín y otras cuestiones en 1956. Era un volumen de 76 páginas, de tapa gris verdosa sin otra cosa que el título, el nombre del autor y la indicación “Ediciones Gleizer”. También con el sello de Gleizer se habían iniciado en los años 20 Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges y Raúl González Tuñón, entre otros vanguardistas de entonces, y no parece casual que Tuñón, cuyo primer libro se titulaba El violín del diablo, prologara ahora Violín y otras cuestiones, entusiasmado por el resurgimiento de muchas de sus propias inquietudes. Pero más profunda que la presencia de Tuñón —su lirismo, su búsqueda de lo mágico en lo cotidiano— es la de César Vallejo. Aunque al principio Gelman aparece como un epígono de Vallejo, luego se advertirá que, más que un repertorio de procedimientos y cierto tipo de actitud espiritual, lo que encuentra en él es la capacidad de arrancar su escritura de una suerte de “grado cero” de la lengua hablada y sobre esa base sostener lo que Vallejo llamaba “un timbre humano, un latido vital y sincero”. Por aquel entonces, Gelman integraba la cooperativa editorial El Pan Duro con otros poetas jóvenes, en general vinculados al PC. No sólo entre sus compañeros de grupo sino, en general, en el conjunto del fenómeno literario conocido como “generación del 60”, se puede advertir hasta qué punto Gelman ocupó dentro de la poesía argentina el lugar de un maestro, en el sentido que Ezra Pound dio a esa palabra: alguien que, además de inventar algunos recursos luego infinitamente utilizados, reúne y ordena puntas de ovillos diversos. Se trataba, en este caso, de la conjunción del habla rioplatense con la experimentación escritural, la atención a la vida cotidiana y un compromiso político de izquierda. Casualmente o no, Gelman iba a ser también uno de los primeros en desprenderse del coloquialismo sesentista, sobre todo desde Cólera buey.

 

EL PERIODISTA. En el periodismo cultural, Gelman tuvo a su cargo las dos mayores experiencias de los años 70 en su país: el suplemento cultural de La Opinión (lo dirigió desde su fundación en 1971) y la revista mensual Crisis, de la que fue secretario de redacción entre 1973 y su partida a Europa. Antes, había sido jefe de sección en el semanario Panorama. Hacia 1962, y en el 74 y el 75, cumplió igual función en el diario Noticias, vinculado a Montoneros. Su inicio en el periodismo se produjo en el ámbito del PC: en el diario partidario La Hora, a fines de los 50, y luego en la agencia china Xinhua.

 

En Roma dirigió la red latinoamericana de la agencia IPS, y desde la fundación de Página 12, en 1987, escribe allí artículos de opinión.

 

EL PERSEGUIDOR. Si bien ya aparecían en Cólera buey, sobre todo en Fábulas y Hechos y de ahí en adelante, los juegos con el lenguaje serán una marca de Gelman: falsas faltas ortográficas, cambios de género, sustantivos o adjetivos conjugados como verbos, verbos o sustantivos en función de adjetivo, etc. También presente en algunos tramos de Cólera buey, en Los poemas de Sidney West (1969), se despliega la posibilidad de la poesía como narración delirante de ficciones, que Gelman seguirá aplicando en Fábulas (1971) y retomará en Hacia el Sur. Desde Relaciones, un rasgo muy frecuente será la construcción del poema en base a insistentes preguntas sin respuesta, y en Hechos comienza, y virtualmente nunca se interrumpirá, la intercalación de barras para producir separaciones rítmicas o de sentido. Por su parte Dibaxu (1994) contiene poemas escritos en sefardí, con sus correspondientes versiones en castellano.

 

Cada libro del autor, desde los años 70, implica una sorpresa y un nuevo rumbo. También cada uno, cada vez más, produce la sensación de extremar alguna propuesta. Con Salarios del impío (1993) y el reciente Incompletamente, Gelman parece arrojado a un hermetismo vertiginoso, conectado a la búsqueda mística que había iniciado en días y comentarios. Lo más probable es que en el próximo libro ataque por algún flanco inesperado, retomando de un nuevo modo un viejo aspecto de su poesía o introduciendo una novedad radical. Con Gelman nunca se sabe.

Daniel Freidemberg
El País Cultural Nº 415 
17 de octubre de 1997

Editado por el editor de Letras Uruguay

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