José Angel Valente: “La poesía es mi forma de estar vivo”

reportaje de Jorge Fondebrider

José Angel Valente nació en Orense en 1929. Es licenciado en filología hispánica. Enseñó literatura española en la Universidad de Oxford y, en 1958, se radicó en Ginebra como traductor. En 1980, en París, comenzó a dirigir un servicio de la Unesco. En la actualidad, alterna su domicilio entre Ginebra y Almería. El volumen Punto cero (1972) reúne toda su poesía de 1953 a 1971. Luego publicó numerosos textos, entre los que se destacan Interior con figuras (1976), Material memoria (1979), Estancias (1980), Tres lecciones de tinieblas (1980) y el reciente Al Dios del lugar. Asimismo publicó los ensayos Las palabras de la tribu (1971) y Variaciones sobre el pájaro y la red (1991). La charla que sigue tuvo lugar en Buenos Aires, en el mes de junio de este año, ocasión en que Valente leyó sus textos en el I.C.I.

Haber vivido tantos años España, ¿le permitió acercarse a España de manera distinta?

—Sí, ciertamente. Me fui de España porque en España no se podía respirar. Partí con un puesto docente al departamento de español de Oxford y allí entré en contacto, por primera vez, con una universidad, porque las universidades españolas eran instituciones precarias. Ya eso fue muy importante para mí. Por otra parte, entré en contacto, en su propia lengua, con poetas ingleses que para mí fueron muy decisivos: en la generación mayor, la poesía de Eliot, y en la generación siguiente, la poesía de Auden.

 

—No me sorprende lo que dice, porque en usted se da el caso, bastante curioso en un poeta español, de encontrar un tono marcadamente eliotiano.

—Bueno, Eliot es un poeta muy determinante. Yo he aprendido mucho leyéndolo. Por otra parte, él me ha remitido a los poetas metafísicos ingleses, que él atrajo a la sensibilidad moderna. Por esa vía, Eliot me acercó a Cernuda, que realizó una trayectoria similar a la de él. Descubrir a Cernuda fue realmente importante, porque también recorrí los modelos que él había seguido. Así como soy eliotiano, soy también cernudiano. En España ha habido una “peste” de Cernuda, porque se lo ha imitado mal. El fenómeno de imitación generalmente es malentendido: se imita siguiendo los pasos de un poeta, recorriendo su itinerario, pero también se imita copiando los resultados y nada más. Así, en España hay muchos cernudianos que escriben sobre jardines ingleses sin haber visto nunca lo que es un jardín inglés. Eso es una falsificación, ¿no?

 

Bueno, hay algo en lo que usted dice sobre lo que me gustaría profundizar. Da la impresión de que los poetas españoles, al no ser cosmopolitas (o, al menos, al no haberse sentido cosmopolitas) suelen tener una idea del cosmopolitismo reducida a la cita decorativa. En su caso, usted es muy prudente en el manejo de las citas y, siendo como es tan  español, su poesía da la sensación de ser auténticamente cosmopolita.

—En mi caso he tratado de incorporar al máximo lo que leí. Muchas veces ni siquiera cito porque los poetas que me importan están tan implícitos en lo que escribo que para qué alardear. Eso es, la abundancia de citas “cosmopolitas” me parecen un alarde de nuevo rico. Es cierto, en más de una oportunidad he rechazado la lectura de un libro de poesía español por esa abundancia de citas. Me ha pasado también encontrar citas en lenguas extranjeras en autores que —yo lo sabía— ignoraban esas lenguas. Esa es otra forma de falsificación. Por otra parte, querer dar a entender que uno tiene lo que no tiene es muy aldeano, ¿no? De todos modos, creo que la gente joven se ha ido educando, ahora los contactos con el exterior son mucho más fáciles. Pienso, por ejemplo, en Luis Alberto de Cuenca, que, como especialista en filología, es un hombre formado en el mundo clásico. Jaime Siles tiene una sólida cultura alemana. Otra tanto ocurre con Andrés Sánchez Robaina. Todos ellos, me parece, perciben igualmente la importancia de estar conectados con lo latinoamericano. Para refrendar esto, muchos poetas jóvenes, cuando hemos organizado una campaña de apoyo a Juan Gelman, se han sumado inmediatamente a la misma. Aclaro que esto no se debió únicamente a razones políticas, porque en España esas razones se aguaron un poco, sino, fundamentalmente, porque se trataba de un poeta al que estimaban. Seamos optimistas: hay un cierto cambio de actitud en los poetas españoles más jóvenes, lo cual me parece enormemente positivo... Ahora, volviendo a su pregunta original, es claro que mi salida de España cambió mi imagen de España completamente. Digamos que gracias a esa circunstancia pude encontrar a España en Europa. Conocí a muchos españoles echados de España y que, sin embargo, se habían quedado en Europa. Mire, desde Juan de Valdez, pasando por Miguel de Molinos, hasta el Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz (que no fue editado por primera vez en España, ya que la primera edición es francesa, luego se la editó en español en Bruselas y sólo después se publicO en España), me di cuenta de la franja enorme de vida cultural española que había quedado en Europa, y de ahí la paradoja: los españoles estaban con ese afán de ser europeos y no advertían que lo habían sido mucho, o simplemente no lo sabían. No sabían que esas gentes a las que habían echado habían tenido una importancia decisiva. Por ejemplo, la difusión de Miguel de Molinos en Europa es fulminante, ¿no? El problema es que la imagen de España, en un momento dado, cuaja como la de una inmensa ortodoxia. Desaparecen las ediciones de Molinos; también las de Juan de Valdez, cuya influencia en Italia es clave, así como en Gran Bretaña después de Crommwell. Tal es así que la iglesia anglicana, que no tiene libros espirituales, importa literatura española. Así, como no eran católicos, empiezan por los libros condenados. En un cenáculo muy famoso, que dirigía Nicholas Farrar en las proximidades de Cambridge, se lee y comenta a Juan de Valdez. Entre otras cosas también se comenta la renuncia al poder de Carlos V, algo que conmovió a la Europa de ese tiempo, ya que entonces —como ahora— nadie renuncia al poder. Farrar y su círculo estaban instalados en un lugar que se llama Little Gidding...

 

—Que es el lugar que da título a uno de los Cuartetos de Eliot...

—Sí. El círculo de Little Gidding era frecuentado, entre otros, por George Herbert, uno de los poetas metafísicos ingleses. ¿Ya ve usted cómo los círculos se van cerrando? Fuera de España empecé a encontrar apasionantes figuras de españoles heterodoxos. Eso me permitió comprender la importancia del exilio, comprendí la necesidad de ver la historia desde ese lugar. De allí pasé a la interpretación hebrea de la historia porque también sentí que los judíos expulsados de España se habían llevado parte de la tradición española. De ahí a comprender que la historia de España que se nos contó estaba basada en una idea de unidad, que en realidad era aplastamiento, había nada más que un paso. España todavía no ha recuperado algo fundamental que alguna vez tuvo: la diversidad. España antes era asimilable por su riqueza y diversidad. Llegado a este punto, mi visión de las cosas tenía que ser distinta, ¿no?

 

Quizá cuando antes hablé de cosmopolitismo estaba equivocado. Tal vez hubiera sido mejor referirme a su poesía como la de alguien que posee un cierto aplomo.

—No sé si aplomo es la palabra justa. La situación extraterritorial me hizo percibir de manera mucho más clara mi identidad y la estirpe de la que procedía. Puede que eso me haya dado mayor seguridad hacia mí mismo o que me haya permitido operar con más elementos que podía considerar como propios.

 

—En el forzado aprendizaje de otras lenguas, ¿encontró elementos que se hayan filtrado en su castellano?

—No podría yo juzgarlo. Seguramente sí, pero, vamos, no lo sé. Digamos que trato de escribir en el castellano más puro que puedo, pero sé que he recibido palabras del francés o del inglés que he tratado de adaptar de una manera o de otra. Supongo que tener que vivir teniendo que utilizar una lengua que no es la de uno mismo termina por afectar lo que uno escribe, ¿no? Pero no es sólo tener que hablar, sino también tener que leer. Muchas veces, tanto en mi período inglés como en mi período francés, he sentido la falta de libros españoles o, incluso, de traducciones al castellano. He tratado de suplir eso, primero, con el contacto directo con la lengua hablada en la emigración española (que ha sido muy fuerte en Europa) y, luego, con la frecuentación de ciertos escritores clásicos españoles: Cervantes para la prosa —y es casi un símbolo— y San Juan de la Cruz para la poesía.

 

—¿Por qué justamente San Juan de la Cruz?

—Porque lentamente, y a medida que lo he ido leyendo e incorporando, San Juan de la Cruz, se me ha hecho a mí la figura central de la tradición poética española. La “generación del 27” puso en ese lugar a Góngora, que me parece un grandísimo poeta, pero San Juan de la Cruz está mucho más arriba.

 

—En el caso de la “generación del 27” uno puede entender que Góngora era un ejemplo en el tratamiento de la forma. Pero, en el caso de San Juan de la Cruz, ¿cuales son sus razones?

—San Juan de la Cruz depende mucho menos que Góngora de los mecanismos formales. En San Juan de la Cruz es más importante la ruptura del sentido, que, en términos de la poesía moderna, me parece fundamental. No creo que en la poesía de los siglos XVI y XVII haya un poema de la envergadura del Cántico espiritual. Ni qué hablar del reconocimiento mundial al misticismo de San Juan de la Cruz. El, junto a Eckhart, son las dos grandes figuras europeas de la mística. San Juan de la Cruz tiene la ventaja de ser un grandísimo poeta. Sus “Comentarios” al Cántico, no han sido agotados. Cada lectura nos demuestra que todavía no hemos empezado a leer bien su poema. El año pasado fue su cuarto centenario y una de las cosas que yo advertí fue que todavía no hemos empezado a hacer una crítica de las lecturas suscitadas por San Juan de la Cruz. Hay un tema en especial, que a mí me ha preocupado mucho (y que de eso trata mi último libro de ensayos): el místico implica una experiencia unitaria, completamente superadora de la falsa distinción entre cuerpo y espíritu. Eso me hizo buscar una lectura del Cántico, fundada en la dinámica del deseo. Así descubrí muchas cosas que no había visto hasta ese momento. Góngora, es un poeta de otra naturaleza, pone doseles a la realidad—muy hermosos, por cierto—, pero la invitación radical al misterio, a la oscuridad, a la “noche oscura del alma”, la aventura de exploración de lo desconocido está mucho más en San Juan que en ningún otro.

 

—Me da la sensación de que en sus poemas usted asimila la inefabilidad de la experiencia mística a la experiencia poética.

—Es que yo creo que se trata de experiencias de naturaleza paralela. Me animaría a decir, incluso, que se trata de la misma experiencia. El místico experimenta el lenguaje con la misma radicalidad con que lo experimenta el gran poeta. Vea usted el caso de Hólderlin: su experiencia es tan radical que no se podría distinguir de la de un místico, ¿no? Ciertamente, el místico habla de una experiencia de lo divino, pero, claro, esa es una experiencia de lo informe, de un “fondo sin fondo”. Sea lo que sea, ahí queremos llegar, al fondo; no queremos quedarnos en la superficie. Hay que dar un salto cualitativo y tocar fondo, ¿no? En ese sentido, el místico y el poeta van por un camino muy parecido, si no por el mismo.

 

—Pero lo que usted dice no vale para todo tipo de poetas, sino para un tipo de poeta en particular.

—Claro, pero tengo la impresión de que la poesía moderna va más por ese camino.

 

En otro orden de cosas, ¿cómo empieza a escribir sus poemas?

—A la escritura de poemas casi no la considero escritura. Yo digo que escribo cuando escribo en prosa. La poesía para mí es un estado que, en un momento dado, me deja un residuo verbal. No me siento a escribir un poema, el poema se va formando en mí. Lo primero que hay es una asociación musical, hay un ritmo y a partir de ahí se desencadena el poema. Un poema está dentro de uno mucho tiempo, se gesta en uno orgánicamente y luego se da a luz. Es un poco como el proceso de nacimiento de un ser vivo. Para mí no es un acto de escritura. La lengua poética, para mí, no es discursiva. Mire, la verdad es que a veces ni yo mismo entiendo. Creo en lo que, tradicionalmente, se ha llamado la inspiración. Se escribe por espera y por escucha, es decir que escribir un poema exige un estado de receptividad.

 

—Una vez que usted se entrega a ese estado y escribe el poema, ¿se reconoce?

—Sí, supongo que sí. Entonces hago algún retoque de naturaleza material. La corrección es una labor de ajuste, pero no es la labor decisiva. Lo decisivo es la gestación.

 

—¿Cómo procede en el caso de los poemas seriados? Pienso, por ejemplo, en Presentación y memorial para un monumento...

—Bueno, ese libro fue escrito de otra manera; es decir, ese libro está escrito. Es un montaje de textos que incluye fragmentos de Mein Kampf, de Hitler, de textos de los obispos españoles declarando la Guerra Civil como guerra de cruzada, de la oda de Paul Claudel a los mártires a la guerra de España, de la expulsión de un escritor de la Unión de Escritores en Rusia, de una quema de brujas en el siglo XVII, un discurso de Franco. Eso sí lo escribí porque tenía fuentes que fui ordenando como en un collage. Pensé que para combatir el discurso de la represión, lo mejor no era el empleo de manera frontal, sino la reproducción del discurso represivo para que se viera lo grotesco que era. En ese entonces todavía había censura en España. Recuerdo que le mandé el texto al editor sin decirle nada y el libro pasó.

 

—Me imagino que habrá quien lo tomó al pie de la letra.

—Sí, a muchos les pareció muy bien. El editor me contestó entusiasmado diciéndome que era mi mejor libro. ¡Y no había nada mío! Lo único era el collage. Es un libro sarcástico que intenta poner en relieve la monstruosidad del discurso del poder. Ese es el libro más condicionado de todos los que llevo escritos. En el otro extremo está Lecciones de tinieblas. Está escrito sobre las catorce primeras letras del alfabeto hebreo y responde a una motivación fundamentalmente musical. Las primeras “lecciones de tinieblas” que oí son las de Couperin. Las “lecciones de tinieblas” cambian según las épocas: puede haber en el canto gregoriano, en el barroco, etc. La letra hebrea se canta casi siempre con una melodía diferente, es un canto melismático: se canta la letra que, aparentemente, no significa nada. El canto responde a un eje vertical, no varía, retiene algo del canto de las sinagogas; lo que varía es la música. Yo estudiaba la cábala, la significación de cada letra; luego me olvidaba de lo leído y un día escribía algo. En mí, las Lecciones de tinieblas constituyen el caso extremo de escritura no voluntaria que he querido experimentar.

 

Atando cabos, me permitiría afirmar que en usted hay una continua alternancia entre lo confesional, lo íntimo, y la búsqueda de ajenidad, de extrañamiento de la propia circunstancia.

—Es que, como le dije, la poesía no es una forma de escritura, sino una búsqueda del movimiento primario del universo.

 

—A propósito, ¿para qué más sirve la poesía? ¿Para qué le sirve a usted?

—La poesía es una negación a servir. Hay en la poesía una rebelión demoníaca, en el sentido de la rebelión de los ángeles. La poesía es palabra que se niega a ser utilizada. Eso “sirve” (así, entre comillas) a la causa de la libertad del hombre. Nietzsche tiene una frase muy bonita; decía que “el lenguaje está lleno de metáforas dormidas”. Lo que hace la poesía es despertar esas metáforas. En eso consiste su utilidad, esa es su función y su razón de existencia. En cuanto a mí, no sabría decirlo. Es mi forma de existir, esa es mi manera de ser hombre. Todo lo demás que hago lo hago accidentalmente. Si no escribiera poesía tendría la sensación de que no existo. Es mi forma de estar vivo.


José Angel Valente

Antología mínima

Biografía sumaria

Hizo tres ejercicios

de disolución de sí mismo

y al cuarto quedó solo

con la mirada fija en la respuesta

que nadie pudo darle.


XXX

(Rondó)

Estamos otra vez entre-deux-guerres,

urgándonos las caries

con un falo indeciso

o destruyendo

la destrucción, vaciando el vacío,

abriendo las ventanas contra un cielo tapiado

de Treinta y siete fragmentos (1971)

 

***

Afool

                                         (Troilo y Crésida: 11.3)

En un personaje de la cadena reposa pura la pura estupidez del ser.

 

Agamenón es un imbécil por querer mandar a Aquiles;

Aquiles es un imbécil por dejar que lo mande Agamenón;

yo, Tesites, soy un imbécil por ocuparme de estos dos imbéciles;

Patroclo, en fin, es un imbécil puro.

O la desolación fecal del ser.

                                de El Inocente (1967-1970)

 

***

XXVII

A usted le doy una flor,

si me permite,

un gato y un micrófono,

un desatornillador totalmente en desuso,

una ventana alegre.

Agítelos.

Haga un poema o cualquier otra cosa.

Léasela al vecino.

Arrójela feliz al sumidero.

Y buenos días,

no vuelva nunca más, salude

a cuantos aún recuerden

que nos vamos pudriendo de impotencia.

 

***

 

La oscura

La oscura violencia

del sol

rompiendo en las almenas

incendiadas del aire.

    Pájaros.

Copiar la trama no visible

en la parva materia.

 

    Forma.

Formas con que despierta la mañana.

Su luminosa irrealidad.

                                  (Mimesis)

 

 

 

 

Arte de la poesía

Implacable desprecio por el arte

de la poesía como vómito inane

del imberbe del alma

que inflama su pasión desconsolada

de vecinal nodriza con eólicas voces.

 

Implacable desdén por el que llena

de rotundas palabras, congeladas y grasas,

el embudo vacío.

 

Por el meditador falaz de la nuez foradada,

 

por el que escribe ¡ay! y se pone peana,

 

por el decimonónico, el pajizo, el superfluo, el obvio,

 

por el que anda aún entre seres y nadas

flatulentos y obscenos,

 

por el tonto tenaz,

 

por el enano,

 

por el viejo poeta que no sabe

suicidarse a tiempo debajo de su mesa,

 

por el confesional,

 

por el patético,

 

por el llamado, en fin, al gran negocio,

 

y por el arte de la poesía ejercido a deshora

como una compraventa de ruidos usados.

 

***

 

Al llegar a Passy

Al llegar a Passy

la torre se alumbraba por el aire

y las nubes se llenaban de pájaros.

 

De dos en dos subías, cuerpo,

los rotos escalones

de la melancolía.

 

¿Fundaste tú esta ciudad

con tu poca ceniza,

con tus pies solitarios,

con tu solapa anónima?

 

No llora el llanto quien lo tiene,

sino sus sombras allegadas,

sus días paralelos, sus tímidos difuntos.

 

En la mañana húmeda se empapan

de lento amor tus ojos,

de lentos despertares,

de escrituras lentísimas.

 

Comparecencia ciega de las manos.

 

¿Escribiste este cielo tú, formaste tú

el lomo gris del animal celeste

que el río arrastra con sus aguas?

 

Cenizas tuyas del amor,

el cuerpo.

            Passy en la súbita

celebración del aire.

 

                                  (Passy)

                                   de Al Dios del lugar (1989)

La UNED en TVE-2 - Aventura del Saber -

Rincon Literario - José Ángel Valente, poeta, ensayista y traductor. Recibió, entre otros, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1988. En la entrevista examina su obra influenciada por Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y los poetas hispanoamericanos como, José Lezama Lima y César Vallejo.

 

reportaje de Jorge Fondebrider

 

Publicado, originalmente, en: Diario de poesía Año 6. Nº 25. Diciembre de 1992

Link del texto: https://www.ahira.com.ar/ejemplares/diario-de-poesia-n-25/

Gentileza de Archivo Histórico de Revistas Argentinas

 

Ver, además:

"Nosotros no somos ángeles, sino que tenemos cuerpo" ensayo de María Auxiliadora Álvarez (México) c/video

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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