La memoria de la Madre Tierra: el canto ecológico de los poetas mapuches[1]

ensayo de Juan Manuel Fierro y Orietta Geeregat V.

jmfierro@ufro.cl  - ogeerega@ufro.cl

Universidad de La Frontera, Temuco

RESUMEN

El artículo aborda la problemática de la memoria, del vínculo con la naturaleza y de la preocupación ecológica, textualizada en la producción poética de escritores mapuches contemporáneos. Estos textos constituyen un manifiesto donde la naturaleza se entrega, se revela, se mantiene vigilante, apelando a la enunciación lírica para que ésta la reciba, escuche su voz y multiplique su lamento y su esperanza. A pesar de toda adversidad, el verso mapuche es el resultado de una permanente contemplación, donde la memoria se convierte en puente entre realidad y sueño, entre campo y ciudad, entre vida y anhelo, entre el hombre y el espíritu de la naturaleza cuya dimensión materna se quiere recuperar.

Palabras clave: Poesía mapuche, Ecología, Memoria, Elicura Chihuailaf, Jaime L. Huenún, Leonel Lienlaf, César Millahueique, Erwin Quintupil.

The Memory of Mother Earth: the ecological song of Mapuche poets

ABSTRACT

The article studies the problem of memory, the link with nature and ecological concerns, as textuali-sed in the poetic works of contemporary Mapuche writers. These texts form a manifesto in which nature is presented, revealed and kept alive, appealing to lyrical enunciation so as to be able to recei-ve nature, hear its voice and multiply its lament and its hope. Written against all odds, Mapuche poetry is the result of a permanent contemplation, within which memory becomes a bridge between dream and reality, between country and city, between life and yearning, between man and the spirit of natu-re whose maternal dimension it strives to recover.

Key words: Mapuche poetry, Ecology, Memory, Elicura Chihuailaf, Jaime L. Huenún, Leonel Lien-laf, César Millahueique, Erwin Quintupil.

Aquí, henos aquí,

ya viudos de nuestros dioses,

viudos del sol, del agua

y de la luna llena.

Adentro

frente al brasero.

quemamos lengua y memoria.

Afuera

florece el ulmo, la lluvia

moja al laurel

que brilla en mitad del monte.

¿Para quién brilla el laurel?

¿Para quién moja sus ramas?

De lejos se escucha el mar

y el graznido del güairao...

                           (Jaime L. Huenún)

La poesía de raíz indígena, en sus distintas vertientes, se manifiesta y consolida en Chile con creatividad y fuerza. Lo que ayer parecía una expresión exótica, tímida o reactiva es hoy, sobre la base de una particular temática y originalidad textual, una voz de significativa resonancia que supera los lindes de lo estético y adquiere un valor transliterario, etnográfico, testimonial, político, documental, pro-fético y ecológico de singular significación.

Las voces de los actuales escritores mapuches, huilliches, lafquenches, pehuenches, deambulan por un territorio textual híbrido y heterogéneo; desde el ancestral ulkantun hasta la fronteriza «oralitura», término acuñado por el poeta Elicura Chihuailaf para explicar el don de oralidad vinculado a la práctica cultural y textual dominante, pero arraigado en la voz de los ancestros:

La Palabra sostenida en la memoria, movida por ella, desde el hablar de la fuente que fluye en las comunidades. La palabra escrita no como un mero artificio lingüístico (no me estoy refiriendo a la función de artificio que todo lenguaje contiene permanentemente) sino como un compromiso en el presente del Sueño y la Memoria. (Chihuailaf 1999: 25)

También se usan las expresiones tradicionales de la escritura poética en lengua castellana, que fueron consideradas por los mapuches, durante mucho tiempo, las formas y las voces de los «Otros».

Los poetas mapuches irrumpen en la tradición del canon poético-literario chileno con una actitud transgresora, levantando y proponiendo una estética compleja, lo que produce contradicciones evidentes con las formas discursivas imperantes en el medio y con aquellas textualidades que tradicionalmente abordaron la temática indígena. Todas ellas reciben el impacto de lo que significan y proponen textos de «doble codificación», entendidos como tipos de discursos bilingües, mapu-dungun-español o verdaderos complejos textuales, verbales y gráficos, caracterizados por su naturaleza intertextual y etnocultural, y que muchas veces son sincréticamente la manifestación textualizada de la no fácil interacción de culturas indígenas, criollas y extranjeras.

Hoy la poesía mapuche, huilliche, lafquenche y pehuenche es una realidad que tiene una temática común, un espacio o territorio urbano-rural (generalmente esta poesía es escrita en la urbe o desde la urbe), y una personalidad poética que se levanta con autonomía y legitimidad ante el estatuto de la poesía tradicional chilena, a la cual no imita, ni confronta, sino más bien le propone una forma distinta, creativa y autónoma de texto poético, consciente quizás de la ampliación de su destinatarios naturales. Hay aquí un claro intento de la intelectualidad mapuche por legitimar no sólo la temática de la recuperación de la tierra o de la restauración de la dignidad como pueblo, sino también toda una cosmovisión míti-co-mágica que se conjuga con los recuerdos de sus ancestros y de sus vínculos cotidianos y sobrenaturales con la madre tierra. Sobre la base de este espíritu, levantan una forma escritural, asentada en la memoria, asumida en la actual condición de diáspora, que translocaliza no sólo a las gentes del campo a la ciudad, de la oralidad a la escritura, sino también a las lenguas, del mapudungun al español, en mapudungun y en español. Todo este esfuerzo se realiza tratando de no olvidar ni eludir sus raíces orales y sin sentirse dominados por una forma escri-tural ajena, la cual intervienen y usan como una realidad ineludible de la interacción asumida.

Los textos de poetas mapuches como Sebastián Queupul (Poemas mapuches en castellano, 1963), Elicura Chihualaf (El Invierno y su imagen, 1982; En el país de la memoria, 1988; De sueños azules y contrasueños, 1995; Recado Confidencial a los chilenos, 1999), Leonel Lienlaf (Se ha despertado el ave de mi corazón, 1989; «Palabras soñadas», 2003), Jaime Huenún (Ceremonias, 1999), Bernardo Colipán (Pulotre, 1999) y los trabajos de Lorenzo Aillapán, César Millahueique, Paulo Wuirimilla, Erwin Quintupil, Jacquelin Caniguan, Adriana Paredes Pinda, Maribel Mora Curriao, Rosendo Huisca, Febe Manquepillan, Graciela Huinao, David Añiñir, Víctor Cifuentes Palacios, Emilio Guaquín Barrientes, Omar Huenuqueo Huiquinao y Carlos Levi, entre otros, constituyen la voz colectiva o el poder de una palabra que no sólo denuncia sino también sueña e imagina que es posible recuperar los vínculos perdidos con la madre tierra que es la expresión de la reciprocidad de los hombres con la naturaleza en una actitud mágica y cósmica. Si esto ya no es posible de recuperar materialmente, sí es posible lograrlo en el territorio de la metáfora.

En muchas de las poéticas indígenas, a través de textos poéticos, meta y para-poéticos, habitualmente se textualizan utópicos desafíos tales como: la recuperación del territorio ancestral, la reconquista de la identidad, las contradicciones de la alteridad y la complejidad en el anhelo o en el trauma por percibir una memoria ancestral imposible de recuperar y vivir en plenitud. La preocupación ecológica alcanza también niveles caracterizadores y fundamentales que sostienen la temática de esta poética, y no por una cuestión de moda o coyuntura cultural sino por ser raíz y vida de los ancestros. Para los mapuches, dice María Ester Grebe,

la naturaleza silvestre tiene espíritu, energía y vida propia. Constituye un testimonio vivo de la creación divina. En cada uno de sus elementos —agua, tierra, cerro, bosque nativo, fauna y flora silvestre, piedra, viento, fuego, etc.— reside un espíritu dueño o guardián (ngen) cuya misión es cuidar y preservar la vida, bienestar y continuidad de los fenómenos naturales en nichos ecológicos específicos a su cargo. (Grebe 1994: 65)

Todos estos tópicos serán ejes caracterizadores de estas poéticas y de estos discursos, temas que le otorgan a sus textos la dimensión plural de un proyecto trans-poético común que denuncia y apela, pero también enuncia el manifiesto que moviliza hacia una nueva utopía, que no es otra que recuperar la memoria escindida, las antiguas voces de la madre tierra, el territorio tutelar, el espacio del espíritu, el Wallmapu (territorio ancestral), aniquilado y perdido por la intromisión violenta del «Otro» y ante lo cual, en el presente, el discurso poético se transforma en el territorio virtual y metafórico, y a su vez en un tiempo de arraigo, todo ello a través de la textualización metaforizada de la memoria que muchas veces, contada por otros (me decía mi abuelo, que su abuelo le decía) se atesora como un puñado de recuerdos que el viento de la modernidad trata de borrar para siempre con sus mecanismos de asimilación y homogeneización. Dice Erwin Quintupil:

El campo está abierto

y al fondo la montaña que vigila

mojada y oscura

en que los escarabajos hurgan

llevando colores perdidos en su vagar.

El hombre, el anciano

se detuvo en algún punto del ciclo interminable

y habló el amarillo de la tierra cansada

la blandura del camino.

El bosque dijo su verde esperanza.

El aire detuvo su incesante caminar.

Surgió un destello milenario

y luego

llegaron

a la luz del trigo

el tono claro de la madera

el calor de la ceniza

y el aroma de plantas:

todos hablaron por su voz.

El hombre, el anciano

buscó en su memoria relatos antiguos y después

más tarde en el tiempo

cuando el sol humilde inclinó su claridad

la luna asomó sus ojos

pidió silencio la lechuza

la tierra vuelve a su girar.

                     (Quintupil 1994: 87)

En este texto se explicita que la naturaleza, en la cosmovisión mapuche, espiritualmente se conjuga con el hombre y su vida. Poéticamente el hablante, hoy, se convierte en la voz de la naturaleza, en un restaurador de sus prácticas, de sus vínculos. El poema es, en su eterno presente, un manifiesto donde la naturaleza se entrega, se revela, se mantiene atenta, apelando a la voz del hablante, y éste la recibe, escucha su voz, la multiplica, porque en este espacio, lo que fue puede seguir siendo, viviendo y recuperando así el equilibrio. A pesar de toda adversidad, el verso mapuche es el resultado de una permanente contemplación, donde la memoria se convierte en puente entre realidad y sueño, entre campo y ciudad, entre vida y anhelo, entre el hombre y el espíritu de la naturaleza.

Ante la ausencia de los espacios reales, de los bosques y las aguas reales, puras y no contaminadas, ante la ausencia de los guerreros y de los guardianes de su sabiduría, el poeta acude a la memoria y a la metáfora para textualizar el vínculo ineludible con los ancestros y la madre tierra, la «nuke mapu», pues en ella está su ser y su esencia. Al respecto Elicura Chihuailaf poetiza y recuerda:

Sentado en las rodillas de mi abuela oí las primeras historias de árboles y piedras que dialogan entre sí, con los animales y con la gente. Nada más, me decía, hay que aprender a interpretar sus signos y a percibir sus sonidos que suelen esconderse en el viento. (Chihuailaf 1999: 25)

La pretensión común de esta poética es la recuperación de la memoria, y especialmente la memoria de la naturaleza, pero a su vez, es la posibilidad de escriturar una forma verbal de participación en una memoria social y una naturaleza intervenida. En una cultura en la cual sus miembros veneran el pasado y a sus actores, romper la secuencia es sin duda una tragedia, de ahí que los poetas mapuches traten de verbalizar su memoria, de reconstruirla a través de lecturas, relatos, de voces fragmentadas, de testimonios ya no dichos en torno al fuego ancestral sino en húmedas y sucias calles o espacios urbanos marginales. El intento por recuperar este vínculo, con y desde la memoria, se manifiesta en la metáfora, en la imagen, como la única vía posible de participar de un tiempo que ya no está y en el cual por diversas razones no se estuvo. De ahí que tratan de verbalizar las voces de los ríos, los lagos y los mares, los volcanes, los árboles, las aves, las plantas y las flores, develando sus misterios y sus símbolos. Adquiere así esta poesía una forma natural de regeneración e identificación, el vinculo verbal común que se recupera, la voz que se unifica en testimonio, que permite reencontrarse y mirarse comunes, unidos en un territorio originalmente verbalizado, metafóricamente recuperado, como en el siguiente texto:

Las fogatas crepitan en la costa y borracha toco el Cultrún, entre los cuerpos que desnudos se entrelazan. El éxtasis del nguillatun transforma las hogueras en imágenes, mis amigas claman heridas y yo caigo de bruces en la arena llorando a gritos. Porque estas voces no vienen de la cruz, surgen de la tierra y me hablan en mapudungun señalándome el camino. (César Millahueique 1998: 20)

La cultura mapuche, como cultura ágrafa, sustenta en la palabra la posibilidad de preservar la memoria que se manifiesta como proceso individual y colectivo. Todos pueden recordar y hablar pero no todas las voces son «elegidas». Se establece una categoría o validez de la palabra que desde un individuo puede interpretar o asumir la voz del conjunto. Es la función del dueño de la palabra o genpin, es la voz de la comunidad autorizada y reconocida por ella. En este sentido los poetas mapuches, como genpines, escuchan los quejidos de la naturaleza herida y verbalizan su voz, su lamento o su esperanza, metamorfo-seándose con ella, asumiéndose árboles, zorros, cóndores, lluvia, luna, peces, mar. De esta manera podemos entender el texto «Transformación» de Leonel Lienlaf:

La vida del árbol

invadió mi vida

comencé a sentirme árbol

y entendí su tristeza.

Empecé a llorar por mis hojas,

mis raíces,

mientras un ave

se dormía en mis ramas

esperando que el viento

dispersara sus alas.

Yo me sentía árbol

porque el árbol era mi vida.

                         (Lienlaf 1989: 99)

En este texto, como en muchos otros, nos encontramos con la idea de que la voz del hablante no es sino el intento de restaurar el diálogo entre los elementos unidos por una misma madre. El viento con la lluvia, el fuego con los volcanes, en síntesis con el espíritu de la tierra a la cual se le debe la vida y que a pesar de las invasiones y las transgresiones puede volver a regenerarse, híbrida o mestiza, pero siempre como lugar sagrado, el ámbito de los equilibrios, ámbito de las más primigenias ceremonias. Los árboles representan para los mapuches, por sí mismos, la condición de escaleras al wenumapu, a través de las cuales se regeneran los vínculos perdidos entre los miembros de la comunidad y los dioses por medio de códigos secretos y mágicos rituales.

No en vano los evoca, los integra en los rituales básicos del amor. Dice el hablante de «Ceremonia del Amor» de Jaime Huenun:

Los árboles anoche amáronse indios: mañio e ulmo, pellín

e hualle, tineo e lingue nudo a nudo amáronse

amantísimos, peumos

bronceáronse cortezas, coigues mucho

besáronse raíces e barbas e renuevos, hasta el amor despertar

de las aves ya arrulladas

por las plumas de sus propios

mesmos amores trinantes.

                         (Huenun 1999: 17)

Los poetas mapuches-huilliches actuales, comprometidos con lo que tienen que decir, determinados por la compleja inter y transculturalidad que abordan y consecuentes con la esencia y solemnidad de lo que dicen, adoptan o asumen la actitud de un poseedor de la palabra o genpin ancestral cuya misión es la construcción de un complejo etnodiscursivo, mezcla de ulkatun o canto poético, nvtram o conversación y weupin o el arte del discurso histórico.

Este complejo discursivo, al translocalizarse, necesariamente tendrá que asumir la hibridez cultural y la heterogeneidad expresiva de las lenguas y culturas en contacto para denotar la propia condición del hablante mapuche que interactúa en las dos culturas, dominando ambas expresiones y sirviéndose de ellas para proponer un acto efectivo de comunicación, un zugatrawun o encuentro en la palabra que a su vez es el encuentro de una memoria híbrida, bipolar, mezcla de lo ancestral que se busca recuperar o preservar y lo occidental que se vive en una condición de alteridad inducida y forzada. Desde esta condición levantan su canto de la naturaleza, la memoria de una madre tierra que, herida, asume en sus voces la fuerza mítica de los nuevos brotes, el canto que anuncia el amanecer de nuevos vientos que soplarán desde los cuatro costados de la tierra para remover el rescoldo y la ceniza y encontrar bajo ella, el canto de los nuevos niños y su derecho a nacer y vivir en un mundo donde los elementos volverán a marcar el equilibrio, el bienestar del medio ambiente, como otrora los antepasados disfrutaron de la naturaleza virgen, de los misterios y las voces que emergían de la madre tierra invitando a vivir, disfrutar y respetar todos los aspectos que de ella emergían.

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Quintupil, Erwin

     1994  «Anciano», Temuco, Pentukun, núm. 1: pág. 87.

Nota:

[1] Este trabajo contempla aspectos de los Proyectos de Investigación Didufro 2123 y 120.207.

 

ensayo de Juan Manuel Fierro y Orietta Geeregat V.
jmfierro@ufro.cl  - ogeerega@ufro.cl 
Universidad de La Frontera, Temuco

 

Publicado, originalmente, en: Anales de literatura hispanoamericana 2004, vol. 33 77-84

Anales de literatura hispanoamericana es publicada por el Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense de Madrid

Link del texto: https://revistas.ucm.es/index.php/ALHI/article/view/ALHI0404110077A

 

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