Las sensibilidades de la palabra

ensayo de Luis Enrique Ferro-Vidal [1]

Correo-e: chanizferro@gmail.com

Universidad de Guanajuato, México

Resumen: Este ensayo literario busca generar una reflexión filosófica que nace desde la palabra y sus características para poder desentrañar la pregunta oculta y ancestral, ¿la concepción humana de la realidad es demarcada por el mundo de los objetos o de las palabras? Lo anterior establece el problema de cómo el mundo se hace palabra, sentido y enunciación, siendo el medio humano utilizado para construir el relato de su existencia desde su propia existencia y desde su propio mundo. Sin embargo, queda por resolver la intención de la palabra, es decir, ¿a quién le corresponde la palabra? ¿Quién es dueño del relato que se cuenta para hacer de este mundo un mundo humano?

Palabras clave: ciencia del lenguaje; filosofía; lenguaje; relato

Abstract: This literary essay seeks to generate a philosophical reflection that arises from the word of the word and its characteristics in order to be able to unravel an ancient and hidden question: Is human conception of reality demarcated by the world of objects or by the world of words? All this raises the question of how the world beco-mes word, sense and enunciation, being the human means used to construct the story of his own existence and from his own world. However, the issue of the intention of the word still needs to be solved, that is to say: whose word is that? Who is the owner of the story told to make this world a human world?

Keywords: language science; philosophy; language; story

Desde hace siglos, el ser humano ha reflexionado sobre la importancia de las palabras como un elemento creador que nos permite definir el mundo. De ahí que el mito judío del Zohar muestra cómo Dios, con el verbo de las palabras, fue creando todo lo que existe. En el mito judeo cristiano, Adán puso nombre a todos los seres de la naturaleza. También recordamos el mito de la torre de Babel, en el cual los seres humanos compartían un mismo código de palabras que les permitió pensar en elevar una torre para llegar al cielo, y por el poder de ese código Dios se enfureció y diversificó el mundo de las lenguas. En otro tipo de contexto, las palabras fungieron como símbolo de la razón, basta con acordarse de que los griegos pensaban que el poder del logos sólo lo tenían ellos porque eran civilizados, mientras que el resto de la humanidad era bárbaro porque no tenía logos y por lo tanto balbuceaba. No debe olvidarse que los españoles pensaban de manera similar a los griegos, ya que consideraban animales o sin alma a los grupos prehispánicos, porque los indígenas no tenían en su comprensión un lenguaje humano. En el siglo XXI, el hombre ha buscado una explicación del origen del habla y la adquisición de las palabras a través de las ciencias del lenguaje. Al respecto, se han generado varias teorías que van desde la conductivista y la semántica generativa hasta llegar a la constructivista. Todas ellas tienen como fundamento una dicotomía teórica que se sustenta en dos campos principales de pensamiento, como lo menciona González del Yerro Valdés:

a) Las teorías formalistas de carácter innato que suponen que la gramática está constituida por un conjunto de reglas similares a las reglas algebraicas.

b) Las teorías cognitivo-pragmáticas que afirman que la gramática constituye el medio por el que el hablante consigue expresar de forma significativa sus intenciones comunicativas. Estas perspectivas niegan la existencia de una gramática universal que dirija la adquisición del primer lenguaje (2015: 22).

Con estas ideas teóricas, los científicos buscan desentrañar si el origen del lenguaje y la adquisición de las palabras en el ser humano están determinados de manera innata o son aprendidos por la experiencia. De esa forma, la preocupación por la palabra sigue siendo un enigma, por lo que la intención de este trabajo es reflexionar e intentar contestar las preguntas, ¿cuál es la fuerza de la palabra?, y ¿por qué es vital para el ser humano?

La fuerza de las palabras: lo sagrado del hablar

La palabra sobre la palabra también es enunciación, no hay duda al respecto. Puede ser escrita u oral porque es sonido y grafía, es social y corporal, es cursiva, manuscrita, scrib, braille. También es racial, porque puede ser negrita para que resalte. Las palabras se balbucean, gritan y asimilan; son asfixiantes, pues se atoran en la garganta para ser escupidas o vomitadas, y aun así, se reflexiona acerca y sobre ellas. Algunas veces son mordidas porque suelen estar mochas o entrecortadas. Las palabras son alimento que nutre. Recordemos que algunas de ellas llevan comillas como para decir lo que no se quiere pronunciar, pero se parecen a eso que se desea proferir. Hay palabrotas que por su dimensión se atoran entre dientes y se hacen silenciosas. Otras son ligeras a un grado que se las lleva el viento. Las palabras son ricas por sus diversos significados y de cualquier manera economizan su expresión, por eso se producen, intercambian y consumen. Hay veces que hasta sobran, y cuando no alcanzan se prestan. Aun así cantan, mueren, se olvidan para ubicarse en la punta de la lengua. Se mal dicen y maldicen porque son más chuecas que derechas. Las palabras son un acto de grandes dimensiones en la vida del ser humano; se puede solicitar que se midan, por eso las hay grandes y pequeñas, esdrújulas, agudas y graves.

Hay palabras bonitas, decoradas con tildes o sin ellas; las hay duras y etéreas, que llegan a lastimar hasta el alma. Existen palabras suaves y dulces; no se puede negar también que son unas dictadoras porque se dictan, recalcan y calcan. Son tiranas porque se repiten, pero con su fuerza y poder también se arrastran las condenadas, porque al verse derrotadas se minimizan y pierden toda dignidad y pudor hasta llegar por cuenta propia a humillarse.

Las palabras se aniquilan porque pueden ser atropelladas, y hay que recordar que el pez por su boca muere. Tienen identidad porque gozan de pertenencia; además son intercambiadas, compartidas o robadas. Son puestas en la boca de otro y, en ocasiones, se confunden porque son decires de otro. Llegan a hablar de lo mismo, por eso de los sinónimos; y todavía se contradicen, por aquello de los antónimos.

Existen palabras elegantes, complejas, rebuscadas, simples o tan sólo vacías. En otras ocasiones se esconden y, por lo tanto, hay que buscar las adecuadas, que tienden a ocultarse en la punta de la lengua. Hay las que dejan marcas desgarradoras, también aquellas que se repiten y no pueden salir de la cabeza. Las palabras, a su vez, cuentan con tintes políticos, por aquello del crédito a la palabra, o bien, se imponen porque son ley. Hay estética en ellas porque se hacen garabatos, y son plásticas porque se deforman a un nivel que no se entienden, por ese motivo se tachonean y hay que encimarlas con otras.

Una característica más de las palabras es que contienen dentro de sí género, cantidad, espacio y tiempo. Por ejemplo, la palabra “maizal”, que es un lugar donde hay muchas plantas de maíz. De ahí se puede entender que las palabras generan en su unidad el contenido de un contexto más amplio de lo que en un primer momento expresan. Estas son algunas de las cualidades y formas de la palabra, hay muchas cosas más que se pueden decir sobre ella, palabra de honor.

Sin embargo, lo que interesa resaltar de las propiedades de las palabras es que se encuentran conformadas por sonidos que se articulan para darles vida. A su vez, son entendidas como producto de un convenio social, por lo cual, al ser articuladas, el hombre se puede comunicar con sus pares a través de mensajes que ayudan a la configuración del lenguaje, y no tan sólo del habla. La palabra vuelca la idea para hacer el mundo de las cosas.

Al momento de ser nombrados por el hombre, los objetos se convierten en poseedores de cualidades y características de la concepción humana, porque la palabra es lo contrario al silencio y al vacío, ya que es movimiento, ritmo, rima y contenido. Así, sólo le compete al hombre su evocación y su definición, mas no al objeto mismo, ya que:

La función representativa del signo [o palabra] es considerada como tal por ser un pensamiento o interpretante y no por su conexión con el objeto o el hecho de que sea imagen de éste; es decir, la síntesis proporcional implica una relación significativa, una semiosis [...] los signos son sólo sustituto de la realidad (Mandujano, 2007: 142-143).

Entendido de esa forma, se puede ejemplificar la idea diciendo que la palabra “átomo” no es el objeto “átomo” por y en sí mismo, y solo y sólo cuando lo nombramos llenamos de contenido a esa cosa para identificarla como tal.

Al utilizar la palabra, el objeto se humaniza porque trasciende la forma para volverse concepto e idea, es decir, representa las cosas. Pongamos otro ejemplo: no porque al objeto del sistema solar conocido como Plutón se le haya dado la definición de “planeta enano” en vez de “planeta” significa que deje de ser lo que es sólo por el cambio de nombre. Lo que sucede es que las cualidades de este objeto celeste tienen otra condición o percepción de estudio; pero a Plutón, como objeto de la realidad, no le importa cómo lo llamen porque continuará siendo y comportándose igual. Por lo tanto, la palabra sirve para recrear en la vida del hombre una representación del mundo real. De esa manera: “la lengua condiciona su manera de ver el mundo [.] Por un lado, la lengua se ajusta a las necesidades de la realidad y, por otro, los hablantes de una lengua se condicionan a ver la realidad según su lengua” (Ávila, 2007: 78). La palabra está fuera del mundo, pero es al mismo tiempo una representación de él. Entonces, podemos afirmar que las palabras al articularse con otras se vuelven las ordenadoras de la realidad y fuente inagotable de la reflexión de las ideas humanas en relación con lo que las rodea; mientras que el objeto queda como marco referen-cial, no desaparece y sigue siendo el mismo. De ahí que el enunciado hace manifiesta la referencia de las acciones y el contexto de un objeto desde la visión del hombre.

Con las palabras el mundo deja de ser el mundo real para ser la metáfora de éste, o bien, son la forma en que se humaniza el mundo. Sin embargo, Ávila advierte que:

[. ] la diferente organización de las lenguas se manifiesta no sólo en el ordenamiento de las palabras, es decir, en su sintaxis —gramática—, sino también en la manera de ver la realidad a través del léxico —vocabulario—. Podemos decir que cada lengua segmenta la realidad de una manera particular (2007: 77).

Entonces, si la realidad está determinada por el lenguaje o la lengua, ¿la realidad deja de existir? A la realidad no le sucede nada, ya que no porque cada lengua haga referencia a ella de manera diferente significa que ésta, como experiencia del mundo, deje de ser lo que es: lo único que cambia es la forma en que se define y se entiende.

Retomando la idea general, las palabras son la cosa o el objeto pensado, el sentido y la expresión del hombre. Sin ellas, el mundo sería una cosa y no una cualidad del pensamiento y de la reflexión. Cuando aparecen las palabras se da forma a la esencia del objeto, por lo tanto, se concatenan las explicaciones del mundo, así como la participación del ser humano sobre él. De tal forma, las palabras enuncian las cosas que se encuentran en la realidad, pero estas formas de nombrar no residen en la cosa misma, es decir, las palabras no son naturales sino que forman parte de estrategias culturales o herramientas inventadas para dar sentido a las cosas:

Nosotros proyectamos las categorías que creamos, con ayuda del cerebro, a un mundo sin destino ni significación. El universo carece de categorías, salvo [...] aquellas creadas por el hombre [Debido a que] en el universo no existe la categoría “rojo”. Tampoco existe la categoría “brazo”. Pero estas categorías sí existen en la cultura y en nuestro lenguaje (Bartra, 2008: 71-73).

Con base en esas cualidades de las palabras, el ser humano puede generar categorías que definen a los objetos y logra que trasciendan las cosas, el mundo y el universo, para transmutar la materia en el alma de la realidad.

Las palabras, por estar más allá de la cosa enunciada son manifestación, creación e invención; también trastocan lo sagrado, porque llevan dentro de sí la expresión y la metáfora de lo que quieren decir. Es así que se puede llegar a reconocer que “una transcripción fonética multiplicaría en vano las distinciones más finas: no lograría que la escritura igualara a la palabra viva” (Desbordes, 1996: 35). Pero, ¿cómo encontrar el sentido humano en las palabras? ¿Cómo escribirlas y contarlas para hallar el sentido de lo que somos en tanto seres humanos? ¿Qué se busca con la palabra?

Los cabalistas buscan en ellas el espíritu; los historiadores, el objeto mismo de la historia en su verbo pasado y remarcado en los códices; los literatos, el arte de la poesía, las bellezas de las palabras y las locuciones de su vivencia. Todas estas maneras de acercarse a las palabras les dan un sentido, conforman la expresión que da cuenta de una imagen del mundo y de una manera de representar al ser humano.

La imagen que da vida a las palabras forma los relatos que representan nuestra razón de ser como individuo, como pueblo y humanidad. De tal manera, pueblan el globo terrestre para humanizarlo y nos permiten comprender el universo, la tierra y nuestra historia. Las palabras, por tanto, ayudan a configurar la geometría de una realidad de lo natural, social, histórico, poético y espiritual de quienes las pronuncian para construir la explicación de su mundo.

Pero, ¿qué acontece al enunciar la naturaleza, el espíritu, la poesía, la vivencia y la historia del hombre? ¿Quién puede detener las palabras en la ejecución de su sentido? Nada ni nadie, porque con su pérdida se dilapidarían las relaciones sociales, perdiéndose de este modo todo pensamiento o idea humana. Sin palabras, el sentido se aniquilaría en el cosmos del hombre. No por nada los griegos y otras culturas pensaban al logos humano como el movimiento del todo. Por lo tanto, las preguntas anteriores ayudan a reafirmar que las palabras no sólo se escuchan, también se observan, se sienten y con ellas se crea el mundo natural y humano.

Las palabras son las interconexiones o vectores que unen al hombre con la realidad, por lo que son de quien las porta y la que nos ubica en el mundo. En consecuencia, son la esencia del hombre, que con su aliento vital las pronuncia, crea y transfigura para hacer girar el mundo sensible de lo humano.

Por lo establecido hasta aquí, las palabras sirven para hacer una introspección del mundo en el espíritu, porque al ser articuladas, por expresar más de lo que dicen y por construir el soplo de lo que constituye la realidad, generan un lenguaje, tiempo y espacio que materializan la expresión humana que piensa al mundo. Con las palabras, la materia encierra a la realidad en una metáfora elíptica que tiene dentro de sí las infinitas posibilidades de narrar, relatar y contar el tiempo de las cosas, para recordar los sucesos y procesos de la naturaleza, rememorar las vivencias humanas y para traer a la realidad las fantasías más descabelladas y así colmar la realidad con monstruos, fantasmas y otros seres.

Por tales motivos, las palabras componen una visión del mundo, por lo que es vital enseñarlas y trasmitirlas de generación en generación para configurar y dar expresión al tiempo del ser humano que las pronuncia y transmite para no olvidarlas. Las palabras son útiles para cambiar el eje y el horizonte de la realidad, porque con ellas se enseña el mundo, o bien, en ellas se manifiestan las formas de verlo y pensarlo. Con esta acción se habla y se escribe lo que vale la pena ser contado, porque forma parte del bagaje de un convencionalismo social y una memoria que se hace tradición. Las palabras se enraízan como un elemento cultural que es utilizado para trasmitir de boca a oído, de mano a hoja historias y relatos que se enseñan, se aprenden y se heredan para perpetuarse como expresión de la vida del hombre. Por ese motivo, los otomíes del estado de Puebla afirman que: “con la tradición oral se recibe también el espíritu de los abuelos, que aún al morir trasmiten a los que sobran en este mundo la herencia de su sabiduría” (Zepeda González y Albino, 2006: 270). Así, la palabra se eterniza, se socializa y permite compenetrar al ser humano en las esferas de la realidad y lo onírico.

En ese juego entre lo real y lo imaginario, el ser humano prefirió el uso de las palabras para plasmar, ya no en las paredes de la cueva sino en las profundidades de la memoria, la experiencia de su tiempo para hablar y buscar eternamente el sentido de su autobiografía. En ese hablar y en esa búsqueda de ser, el hombre se convierte en una experiencia del tiempo natural, pues como resultado del devenir, es producto de su época.

Para nosotros, el tiempo es experiencia que se hace palabra, logos y acción, en donde lo importante no es cómo se dicen las cosas sino lo que se escucha, lo que se quiere decir en ese hablar y lo que se entiende, porque no se trata tan sólo de una articulación de sonidos sino también de la evocación de un contenido. Las palabras son, ante todo, el elemento que ayuda a la configuración de un lenguaje que permite a los hombres trasmitir y entender sus necesidades, placeres o afecciones a través de conceptos y metáforas. Se guarda el secreto de las palabras en la expresión, porque ahí se localiza el sentido, la significación, la representación y la expresión que utiliza el ser humano para enunciar sus experiencias viven-ciales, para convertirlas en historias, relatos o narraciones de las aventuras del hombre sobre el mundo. Las palabras, sean orales o escritas, se engarzan con sus metáforas y con su condición social para introducir en la existencia humana los textos culturales que se trasmiten entre diversas generaciones, para incrustar sus experiencias a través de la construcción de los textos de la memoria, por lo que, desde un ámbito social, son el ordenador y cosmovisión de un pueblo, el centro del contexto cultural. Con las palabras se enseña la humanidad del mundo.

Las palabras son el motor que permite transmitir los relatos que expresan las experiencias y pensamientos que se tienen. El narrar, por ende, es sentimiento y pasión, es la configuración del entorno y del ser. El que tiene poder sobre la palabra posee el dominio sobre el mundo y su creación. Pero, ¿quién es el que mantiene entre sus manos el acto de narrar?, ¿el que piensa o imagina, o aquél que interpreta e improvisa la obra en el momento de su representación? ¿Dónde está el narrador del relato? ¿Quién hace del cuento la historia de “colorín colorado, este cuento se ha acabado”? ¿Quién es el dueño del “érase que se era”? ¿Cómo se encuentra el orden de lo que ha de ser narrado y contado? ¿Quién lee las palabras? ¿Cómo se inscribe el sentido en el que escucha o lee, escribe o habla? ¿A quién le corresponde la palabra? ¿Cuál de todos los hombres es dueño del relato que se cuenta?

Como el mundo mismo, las palabras nos pertenecen a todos; cada persona y cada pueblo hacen uso de ellas para relatar su presencia. No existe sociedad ni ser humano que pueda vivir sin el placer de utilizar las palabras para contar los relatos que dan vida a sus propias experiencias en y sobre el mundo. Las palabras como narración tienen el fin de apropiarse de la realidad, ya que su articulación no es sólo un

asunto de referentes, significados y significantes, al contrario, en el contexto mismo radica el decir algo de algo. Aunque todos supiésemos los mismos conceptos y conociéramos el significado y usos de cada una de las palabras, se utilizan como se entiende el mundo y su particularidad. Sin importar si el uso del lenguaje se adquiere de manera innata o por enseñanza, las palabras retoman el orden de la humanidad para expresar sus vivencias y reflexiones más profundas. Ese es el poder que da sentido al espíritu de lo humano.

Referencias

Avila, Raúl (2007), “Cada idioma con su tema”, en María del Pilar Montes de Oca Sicilia, De lengua me como un plato, México, Algarabía.

Bartra, Roger (2008), Antropología del cerebro. La conciencia y los sistemas simbólicos, México, Fondo de Cultura Económica.

Desbordes, Fran^oise (1996), “La pretendida confusión de lo escrito y lo oral en las teorías lingüísticas de la antigüedad”, en Nina Catch, Hacia una teoría de la lengua escrita, Barcelona, Gedisa, pp. 33-42.

González del Yerro Valdés, Asunción (2015), Perspectivas teóricas sobre la adquisición del lenguaje, disponible en: https://www.researchgate.net/publication/266873795_PERSPECTTVAS_TEORICAS 

Mandujano, Miguel (2007), “Signo, perro y mentira”, en María del Pilar Montes de Oca Sicilia, De lengua me como un plato, México, Algarabía.

Zepeda González, Alfredo y Pedro Ruperto Albino (2006), “Los otomíes de la sierra. Palabra cercana, palabra colectiva”, Estudios de Cultura Otopame, No. 5, pp. 267-278.

El autor:

[1] Luis Enrique Ferro Vidal. Licenciado en Antropología Social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), México. Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), México. Doctor en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), México. Actualmente, es profesor de tiempo completo del Departamento de Estudios Culturales, Demográficos y Políticos de la División de Ciencias Sociales y Administrativas en el Campus Celaya-Salvatierra de la Universidad de Guanajuato (UG), México. Está adscrito al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en el nivel 1. Sus líneas de investigación son otomíes de Querétaro y Guanajuato, chichimeca jonaz, religión, identidad, memoria y cultura.

 

ensayo de Luis Enrique Ferro-Vidal

Correo-e: chanizferro@gmail.com

Universidad de Guanajuato, México

 

Publicado, originalmente, en: La Colmena 95  julio-septiembre de de 2017  pp. 9-15

La Colmena es una revista de difusión cultural de la Universidad Autónoma del Estado de México

Link del texto: https://lacolmena.uaemex.mx/article/view/6969

 

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