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El hechizo 
Carlos Ferreyra

Le tapé la cara con la almohada y apreté. Empezó a patalear y a golpearme. Sus dos buenas tetas vibraban como olas permanentes. Apreté más fuerte. Se arqueó y comenzó a rasguñarme tratando de zafar su cabeza de la presión. Sonreí, y cuando una de sus uñas se clavó en mi costado la liberé. Estaba colorada. Abrió su boca como un remolino y tomó aire.

- Hijo de puta! – fue lo primero que dijo
- Hijo de puta! Hijo de puta! – fue lo segundo y lo tercero.

Y como un acto reflejo continuó pegándome.

- Pará loca de mierda! ¿qué te pasa?
- Me podrías haber matado, puto!
- Dejáte de joder, si acabaste como una loba. Te encanta…
- Así no! No tan fuerte! Te fuiste a la mierda!

Saltó de la cama y comenzó a vestirse. Agarré la toalla, me limpié y se la alcancé estirando el brazo.

- Metétela en el culo.
- Vení no seas boluda. Pasame un pucho

Me lo alcanzó. Lo prendí y la habitación se iluminó por un segundo. Estábamos prácticamente a oscuras. Encendí la luz y la observé. El cielo. Su culo, sus tetas, su pelo.

- No te vistas, vení. Fumemos.
- Me tengo que ir
- Yo también, pero no me voy. Ves que te quiero más – le dije sonriendo.
- Sos un estúpido
- Un estúpido que te quiere
- Vos no querés a nadie. Sos el tipo más egoísta que conocí en mi vida.
- Dejame

No contestó. Por un momento me quedé callado, sin animarme a decir nada. La había conocido por casualidad, en el hall del Hilton en Puerto Madero. Estaba trabajando como promotora y en seguida fui por su teléfono. En menos de 10 minutos lo tenía y en menos de 3 días ya nos habíamos encamado. Era rápida y divina y me cogía como nunca me habían cogido antes. De eso hacía ya un año y medio. Ella estaba casada desde hacía 15 años y tenía un hijito de 3 años. Llevaba una vida de mierda. Igual a la mía pero peor. Eran 3 desgraciados bajo un mismo techo. Yo podía volarme la cabeza y no despertar a nadie.

- Esto no da para más – me dijo
- Aflojá, vení a fumar
- No quiero fumar! No quiero coger! No quiero nada con vos! Ya fue! Mirá lo que es esto. 
- Si querés cambiamos de hotel, pero
- No pasa por ahí…mirame. No doy más.
- Pero justamente, acá venimos porque no damos más.
Me paré y la abracé. Hacía meses que no la abrazaba y me gustó. A ella también, pero se apartó como una gata. Se sentó en la cama y yo me senté junto a ella. Apagó la luz y me besó. Un beso suave, distinto.

- No quiero verte más.
- Sí querés.
- No. Esto no sirve. No me sirve a mí y tampoco te sirve a vos.
- Calmate, con todo lo que pasamos
- Qué decís!?
- Qué querés que te diga. Vos me encantás. La pasamos bien. 
- Lo que vos no entendés es que yo ya no la paso bien. Tengo un hijo y cada vez que entro acá es como si lo estuviera traicionando.

Apagué el cigarrillo y busqué otro.

- No te hagas tanta historia. Tu hijo va a crecer y se va a transformar en esto, en lo que somos todos. No es tan grave. Va a tener su mujer y su familia y su fato por ahí. Así es la vida. No te compliques tanto.
- Es que ahora estoy complicada y justamente lo que quiero es no complicarme más.
- Y llegar a tu casa y hacerle de morfar a tu marido y limpiarle el culo al nene y cenar mirando la tele y dormir al nene y terminar el día echándote un polvo lamentable. Una barbaridad…
- Porque esto una maravilla…
- Esto es lo que es y está bien así.

Encendió la luz y tomó su cartera.

- Me voy

Y se fue sin besarme. Apagué la luz y me quedé ahí tirado, fumando y pensando. ¿qué podía hacer? Era temprano y estaba solo en una habitación de mala muerte, abandonado por la suerte, dejado de lado como un trapo viejo. Traté de conmoverme pero fue inútil. No era tan grave después de todo. Cada día millones de personas eran abandonadas y el mundo seguía dando vueltas. Nunca había llorado por una mujer y esta no iba a ser la primera vez.

Terminé el cigarrillo y salí de ahí. Anochecía y la gente escapaba del centro como si Buenos Aires estuviese maldita. De hecho lo estaba. La única ciudad del mundo con yupies pobres. Cero glamour. Como mínimo necesitaba una buena concha para pasar la noche. No había muchas disponibles pero todavía me quedaban un par de buenos recursos. En realidad me quedaba solo uno. La llamé desde un teléfono público que estaba a una cuadra de su departamento. Tanta fe me tenía.

Cuando escuchó mi voz me dijo:

- Apareciste?
- Voy para tu casa
- Trae algo para tomar

Entré a un supermercado chino y fui hasta la góndola de los vinos. Agarré dos botellas de tinto y una de whisky. Un whisky barato, para tomar con hielo y soda. El super estaba repleto. Todo el mundo vivía puteando a los chinos e inventando historias asquerosas sobre ellos pero al final del día les dejaban su dinero sin chistar. Que apagan las heladeras por las noches, que venden mercadería robada, que los lácteos los tienen vencidos, que son sucios, que no hablan castellano, que son parte de una mafia y una mierda. Los chinos se estaban quedando con nuestro dinero y les importaba un carajo lo que pensáramos de ellos. La cajera era una chinita hermosa. Como todas las chinas no tenía tetas, pero el pelo le caía sobre la cara como un telón de seda. Le sonreí mientras pasaba las botellas por el sensor y me miró extrañada. No debería tener más de 23 años. O sea que ya era mayor de edad. Podía hacerle lo que quisiera. Pensé que nunca me había cogido a una china y me exité.

- Tleintaicuatlo con tetenta
- Eh?
- Tleintaicuatlo con tetenta
- Treinta…
- Tleintaicuatlo con tetenta
- Treinta y cuatro con sesenta
- No! Con tetenta
- Setenta – me soplaron desde atrás
- Ah! Con setenta! Treinta y cuatro con setenta. Ok

Le di uno de 50, me dio el vuelto y me fui. La china de mierda no sabía ni hablar pero estaba buenísima. Al final de cuentas ¿quién la quería para hablar?

Apuré el paso y llegué a mi dulce hogar. Traté de arreglarme el pelo en el ascensor pero no había caso, me estaba quedando pelado y se notaba. Tenía la cara grasosa y estaba sucio. Ni hablar de mi aliento. La soledad era un verdadero milagro. 

Se abrió la puerta y ahí estaba ella, mi Susana. Alta, buenas tetas, buen culo, cara 6 puntos y unas piernas del cielo. Dejé las botellas por ahí, me le abalancé y le metí una buena mano entre las gambas. Se corrió.

- No empecés, estoy indispuesta y me duele todo.
- Me estás jodiendo?
- No te jodo y no te pongas pesado.

Me le quedé mirando. Sacó las botellas de la bolsa y fue hasta la cocina.

- Este whisky es una porquería 
- Eh…no había otro. Vos viste cómo son estos chinos. Te venden lo que tienen. Te gusta bien y si no también.
- Sos una rata. ¿tenés hambre? Puedo calentar unos fideos.

Deprimente.

- No. Estoy bien. Me voy a pegar una ducha.
- Ok. Ahí te llevo una toalla y unos calzones limpios.

Me metí en el baño y pensé que el matrimonio debería ser algo muy parecido al infierno. ¿Cómo era posible que la pendeja quisiera dejar de verme, para sumergirse totalmente en semejante mierda? Las mujeres estaban locas. Todas. Les gusta sufrir, ser desgraciadas, llorar, vivir desesperadas, sintiendo culpa.
El agua caliente me llenó de energía. Se abrió la puerta.

- Acá te dejo todo
- Vení, metete en la ducha, está bárbara
- Te dije que estoy indispuesta
- Dale! Te dejás la bombachita puesta y listo
- Luis…
- Dale! Te hago unos mimitos ¿cuánto hace que no nos vemos? Tenés una cara
- No me siento bien – dijo acercándose.

“Listo” pensé. Estiré el brazo y le acaricié una teta. La hija de puta no tenía corpiño y enseguida se le marcó el pezón. La tomé de la remera y la arrastré. Nos besamos.

- Pará – me dijo, y comenzó a desvestirse

Se metió en la ducha con la bombachita puesta y empezó a besarme y a acariciarme los huevos. En menos de cinco segundos estaba duro como un pedazo de hierro caliente. Empezó a pajearme y yo empecé a pajearla a ella. Pude ver la sangre caer por sus piernas tiñendo de rojo la bañadera. Me exité más todavía y la hice arrodillar para que la chupara un rato. Después me arrodillé yo y la hice recostar poniendo sus piernas sobre mis hombros. Le corrí la bombacha y se la metí. La sangre seguía saliendo roja y caliente. Los dos estábamos incómodos, ella a punto de desnucarse y yo con las rodillas destruidas, pero no nos importó nada. Hacía meses que no nos veíamos y lo disfrutamos como dos adolescentes. Cuando acabamos ella volvió a arrodillarse y nos abrazamos bajo el agua caliente.
Nos bañamos con tranquilidad y sin decir una sola palabra. Ella se secó primero y salió del baño dejándome solo entre el vapor. Era la segunda mujer que me abandonaba en el día.

- Te calenté los fideos – me dijo cuando salí del baño
- Vos vas a comer?
- No, no me siento bien

La ayudé a poner la mesa y abrí una botella de vino. Tenía sed. Serví dos copas y me senté. La cocina era chica e incómoda y hubiera sido mejor comer en el living, pero no dije nada. No debía romperse el hechizo. Se sentó en frente mío, alzamos las copas, las chocamos y sonreímos sin alegría. Los fideos estaban bien. De fondo sonaba el televisor y se escuchaban los pasos de la gente del departamento de arriba. La gente se empecinaba por dar signos de vida.

- Están buenísimos – mentí. Solo estaban buenos. Me serví más vino.
- Qué hacés acá Luis?
- Quería verte. No puedo tener ganas de verte?
- Me vas a contar o me vas a tratar como a una boluda?
- Qué querés que te cuente Su? Estoy acá, quería verte…nada.
- Te dejó.
- Para el caso nunca estuvimos juntos
- O sea que no te quiere ver más. – sonrió.
- Qué sabés? Sos adivina ahora?
- Sos terrible. Hasta cuando vas a andar así? No querés llegar a algo?
- Llegar a qué? Con llegar a fin de mes me conformo. Su, vos ya me conocés. No me hinchés las pelotas. ¿Qué mierda les pasa a las minas? ¿Son todas sicólogas ahora? Primero te curten con el verso del no compromiso y de la libertad y de la cosa moderna, y después quieren ver adónde va uno con su vida? ¿Qué les picó?
- No seas estúpido Luis! Hacé lo que quieras. Imaginate que a esta altura de mi vida no me voy a poner a domarte. No me interesa. Te pregunto porque te aprecio. Para charlar un rato.
- ¿Quérés vino?
- No. ¿Te vas a quedar a dormir?
- Puedo?
- Podés
- Querés?
- Quiero
- Te das cuenta. Yo te quiero así, cuando podemos estar juntos sin demasiada historia, sin rollo. Dejá que los otros se compliquen la vida. Yo quiero estar tranquilo. Mañana no voy una mierda al colegio y nos vamos al cine y a comer afuera.
- Te vas a hacer la rata. Muy adulto
- Te parece?
- No sé. Después vemos. Nos podemos quedar acá todo el día. Mirando la tele, metidos en la cama.
- Me encantó. Traé el whisky.

Nos servimos dos buenos faroles llenos de hielo y con un poco de soda y nos tiramos en el sofá, frente al televisor. Estaban dando Gran Hermano Famosos. Una mierda, pero era eso o caminar hacia el aparato para cambiar de canal, porque el control remoto no funcionaba. 

A Su le gustaba el whisky. Siempre le había gustado y también le gustaba fumar sus Virginia Slims. Yo no los toleraba. Largos, eternamente suaves, sin sabor ni picor, sin personalidad. Un típico pucho de mina. Así que tomamos y fumamos en silencio tratando de descular qué entendía por “famosos” la gente de Telefe… En definitiva los únicos famosos eran el conductor y sus panelistas, pero los pobres presos eran poco menos que desconocidos.

- Mirá la panza del Roña Castro – me dijo Su
- Yo lo cago a trompadas
- Me imagino
- Pero mirá lo que es! Un gordito. Lo mato

Su se rió por primera vez en la noche. Cuando Su reía el mundo se detenía por 3 segundos. Y en esos 3 segundos ella era capaz de olvidar el accidente en el que había perdido a su marido y a sus dos hijos. Al poco tiempo se había cruzado conmigo después de 20 años. Habíamos hecho la secundaria juntos y nos reencontramos en la reunión que había organizado el Carlos Pellegrini para conmemorar los 20 años de egresados de nuestra camada. El encuentro había sido espantoso y denigrante. Un pobre grupo de vejetes escudriñándose minuciosamente para ver quién había alcanzado acumular más a lo largo de dos décadas. Yo no podía dejar de verlos como “los chicos” y todo aquello me pareció innecesario y patético. Yo era ¡profesor de geografía! Sin dudas era el escalón más bajo en aquella cadena alimentaria. Era la presa y ellos los predadores. Al cabo de un rato me sentí de más. No representaba ningún desafío para nadie así que pronto me dejaron de lado, charlando con las mujeres. Y no es que entre ellas mi posición hubiese mejorado, pero al menos fueron más amables. En especial Su.
Ella también era profesora y me contó que estaba de licencia por lo del accidente y a medida que pasaba la noche todo lo demás dejó de importarnos. Intercambiamos teléfonos y a los pocos días volvimos a vernos.

- Me querés decir qué hace esa gente ahí encerrada? – preguntó
- Trabaja. Si son todos unos muertos de hambre. Les pagan un sueldo y se meten ahí a rascarse la chota. Vos y yo tenemos que laburar como giles todos los días.
- Vos te meterías ahí?
- A full! Es genial. Te garpan por hacer nada y si tenés ojete salís y pegás algún curro piola.
- A vos te usarían para vender peluquines – volvió a detenerse el mundo por otros 3 segundos.
- Viste cómo se nota? Recién cuando subía para acá, me miré en el espejo y me quise matar.
- Tenés que pelarte.
- Ni en pedo – serví más whisky.
- Este whisky que trajiste es una mierda
- Bueno ché!
- Mañana no vamos a poder ni movernos de la resaca.
- Vení

La besé y sentí su aliento agrio mezcla de alcohol y tabaco. Me gustó.

- Sacate todo
- Luis
- Sacate todo. Tirémonos a ver la tele en pelotas, como hacíamos antes
- Estoy indispuesta Luis
- Aguantá – me paré, fui hasta el baño y volví al living con una toalla. – Levantáte – le dije
- Sos un chico
- Dale, dale – le dije sacándome los zapatos.
- Me dejo la bombacha
- Ta bien, dale! Metele!

Las tetas de Su siempre me habían vuelto loco. Desde la secundaria. Nunca había sido muy linda, pero esas tetas lo compensaban todo, y aún las tenía bien plantadas. 

- Te conté que yo me pajeaba con vos?
- Qué decís?
- Cuando éramos chicos, me pajeaba con vos
- Me estás jodiendo
- Te lo juro por Dios!
- En serio? – se sonrojó.
- Sip!

Me abrazó y me besó metiéndome la lengua bien hasta el fondo. Estaba motivada.

- Y qué pensabas?
- Que estaba con vos. Que cojíamos. En realidad pensaba que te violaba. Que te agarraba en el colegio, te encerraba en un aula y ahí nomás te violaba.
- Me violabas? Qué degenerado!
- Absolutamente. Te la metía por atrás agarrándote de las tetas. Mirá, me acuerdo y mirá como me pongo. Siempre me calentaste.

Se inclinó y empezó a chupar con fuerza y mientras chupaba yo le manoseaba las tetas tibias en un frenesí inmediato, incontenible. Cada tanto me miraba como hacen las putas en las películas porno, desafiándome a que aguantara “un poco más”, pero invitándome al mismo tiempo a que le acabara en la boca. Aguanté y aguanté durante un buen rato hasta que le agarré la cabeza inmovilizándola para obligarla a tragar todo lo mío. Sabía que no había necesidad de obligarla a nada, pero hacerlo me daba más placer.

- Quiero que me violes
- Su, no puedo más
- No me importa. No tiene que ser hoy, pero quiero que me violes. Pensá cómo querés hacerlo, pero mañana me violás
- Dame más whisky
- Todavía no terminaste ese vaso
- Dame más

Nos quedamos ahí, acurrucados como dos fugitivos en medio de un bombardeo hasta que terminó Gran Hermano y nos fuimos a la cama. No daba más, pero al menos tenía una cama caliente y una mujer a mi lado. Más de lo que merecía y más de lo que mucha gente logra tener en toda una vida. Me dormí.


A la mañana siguiente esperé a que se metiera en el baño y fui hasta la cocina por un cuchillo. Me quedé parado con la espalda apoyada en la pared y en absoluto silencio. Escuché como se secaba y como se peinaba. Sentí cada uno de sus movimientos hasta que por fin se abrió la puerta. Tenía puesta una bata y una toalla en la cabeza. Le tapé la boca, le apoyé el cuchillo en el cuello y la di vuelta. La tomé por atrás y la llevé caminando hasta la pieza apoyándole la punta del cuchillo en la espalda. Lastimándola.

- Vení hija de puta! Gritás y te mato! Te juro que te mato.

Agarré una media y se la metí en la boca lo más profundo que pude. Le arranqué la toalla del pelo y le abrí la bata. Esas tetas Dios! Le pasé el filo del cuchillo por los pezones mientras la sostenía del cuello contra la pared. Se exitó. Respiraba rápido, agitada. Bajé el cuchillo por su abdomen y la punteé un par de veces. Se quejó.

- No te quejés! No te quejes! Puta!

Apreté el cuchillo más fuerte y no dijo nada. Pude ver lágrimas en sus ojos pero no me detuve. En un movimiento rápido le corté la tirita de la bombacha que quedó colgando desprolija. Saqué el cinturón de la bata, la tiré boca abajo sobre la cama y le até las manos. La hice arrodillar en el piso con el abdomen sobre la cama siempre sosteniéndole la cabeza con fuerza, tirándole del pelo.
Entonces me bajé los calzones prestados y comencé a frotarle la pija en el agujero del culo. Escupí en mi mano y se lo mojé. Entonces fue más fácil entrar. Y a medida que bombeaba le masajeaba los tetas con una mano mientras que con la otra apoyaba el cuchillo en su costado.
En un momento ella empezó a mover el culo con ganas, para arriba y para abajo, una y otra vez sin parar, gimiendo casi hasta atragantarse. Movió la cabeza y me hizo un gesto con los ojos. Le saqué las medias de la boca.

- Ah, Ah, AH!!! Sí, dale, ASÍ, ASÍ. MÁS, MÁS!!!
- Uy, Uy, cómo me calentás, como me calentás. Puta. Sos una puta.
- Sí, dale. Apoyame más fuerte el cuchillo. Dale.

Obedecí

- Ay! – gritó
- Perdoname – me disculpé retirando el arma
- NO, NO LO SAQUES. NO TENGAS MIEDO. ME ENCANTA!!! DALE!!!

Obedecí otra vez

- Ay! – gritó de nuevo

“Jodete”, pensé y apoyé un poco más fuerte y seguí dándole hasta que los dos acabamos. Después el silencio fue sepulcral con excepción de nuestra respiración. Estábamos sudados como dos maratonistas al borde del infarto. Me tiré sobre su espalda y la besé en la mejilla.

- Sos un genio – me dijo – desatame, quiero abrazarte.

Obedecí una vez más y me abrazó.

- Nunca me habían hecho sentir así. Nunca en mi vida. Prometeme que lo vamos a seguir haciendo.
- Te lo prometo – le dije incrédulo.
- Cuando me clavaste el cuchillo pensé que me moría. Ahí nomás acabé. Me hiciste tener miedo.

Sonreí como un boludo, sin saber qué decir.

- Te puedo preguntar algo?
- Sí - le dije
- Alguna vez violaste a alguien?
- Pero vos sos loca!
- No me voy a enojar.
- Pero cómo pensás una cosa así! ¿sos boluda? Me conocés de toda la vida.
- Durante veinte años no te vi…quién sabe?
- Tanto te gusto?
- Me volví loca. Creo que después de mucho tiempo sentí algo muy parecido a la felicidad. Me voy a bañar otra vez.

Se metió en el baño y prendió la ducha. Me miré en el espejo y no pude evitar reírme. Panzón, pelado, fracasado, con cuarenta años encima. No estaba tan mal. Y en eso me sonó el celular. Era Flavia, la pendeja.

- Qué querés? – le dije
- Seguís enojado?
- Y cuándo me enojé yo?
- Bueno, no sé. ¿cómo estás?
- Bien
- Dónde estás?
- En la casa de una amiga
- En serio, decime
- Estoy en la casa de una amiga y me la acabo de coger
- No me digas eso, me hacés mal
- Flavia no me rompás las pelotas ¿para qué me llamás?
- Te extraño. Quiero verte
- Ahora querés verme? Hace doce horas me dejaste y ahora querés verme ¿a qué estás jugando?
- No soporto más todo esto. Esta casa, este matrimonio, es todo una mierda. 
- Y qué querés que haga?
- Encontrémonos hoy a las 6 de la tarde en el hotelito.
- Ok 

Corté y volví a mirarme en el espejo. Las minas estaban todas locas. No tenía la menor duda, pero ese no era mi problema. Empecé a vestirme y a pensar una escusa para sacarme de encima a Su a eso de las 6 de la tarde.

- Desayunamos – me preguntó al salir del baño otra vez con la bata y la toalla en el pelo
- Dale, pero algo livianito, tengo medio revuelto el estomago. Si sigo así esta tarde me voy al doctor…

Carlos Ferreyra

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