Una partida literaria
Por Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA

El ajedrez, esa épica silenciosa y relativamente indolora con la cual los hombres han ensayado la puja o la guerra desde el siglo XIII, puede ser visto como un deporte, una ciencia o un arte. O todo eso junto. Pero para Cervantes, era semejante a la vida misma. Para Turgueniev, una necesidad tan imperiosa como la literatura. Para Pushkin, imprescindible en una buena familia y para Goethe, una prueba suprema de la inteligencia.

A mí el ajedrez me fue revelado en un aula del colegio Vicente Fidel López, de Palermo Pobre, durante unas clases nocturnas en las que aprendí a perder y a infligirles perpetuo desaliento a mis profesores. Luego el ajedrez me interesó más como enigma policial y literario, como metáfora y como estética, que como juego concreto. Decía el eximio jugador Alexander Alekhine que "para competir en ajedrez es preciso, ante todo, conocer la naturaleza humana y comprender la psicología del contrario". Y Rubinstein, otro viejo genio del asunto, completaba: "No existe un misterio en diez asesinatos como una partida de ajedrez".

Recuerdo algunos versos y muchas novelas donde el ajedrez se imbricaba muy bien con la literatura. Especialmente, con la literatura de misterio. Una de las más ingeniosas tramas policiales alrededor del ajedrez comienza cuando una restauradora de obras de arte examina para una subasta una pintura del siglo XV de Peter Van Huys, y descubre una misteriosa inscripción sepultada bajo el barniz: "¿Quién mató al caballero?". En el cuadro aparecen dos hombres jugando frente al tablero y una dama vestida de negro que los observa desde un segundo plano. La restauradora comienza a investigar ese enigma y percibe que su resolución puede estar en la partida que los caballeros juegan. Se asocia entonces con un gran ajedrecista retirado de los torneos internacionales, que pierde el tiempo jugando con cualquiera en las plazas. Ese ajedrecista fracasado consigue algo muy difícil: desandar movimiento a movimiento la partida para desentrañar qué mensaje cifrado quiso dejar el pintor cinco siglos atrás. La historia se llama La tabla de Flandes y es quizás la mejor novela de intriga que alguien haya escrito en lengua española durante la segunda parte del siglo XX. La firma Arturo Pérez-Reverte.

El ajedrez, su historia y sus derivaciones filosóficas y literarias, es el tema central del extraordinario artículo que escribió Matías Serra Bradford, un amigo de la casa que además es un erudito de los libros. Matías es el autor de Manos verdes, una refinada novelaacerca de un jardinero y sus siete jardines, y de tres volúmenes más: Fagans. El viaje y los viajes, Studio y Diarios y miniaturas. Ha sido, además, editor de fino olfato y ha traducido a Iain Sinclair, Malcolm Lowry, Kenneth Patchen y Aldous Huxley.

Leyendo su nota, que él mismo tituló "El arte de leer a un rival", me vino a la memoria una novela que leí enuna noche. Habrá sido hace unos diez años. El asunto es que la perdí y nunca más volví a verla reeditada ni en ninguna mesa de saldos. Recordaba que me había parecido una pequeña obra maestra del género, y que la había publicado Tusquets. También, que era una especie de variación de El duelo de Conrad: dos maestros ajedrecistas que se odiaban y atravesaban los tiempos y las guerras batiéndose de diversos modos hasta la muerte. Uno de ellos era judío y el otro, un ex oficial nazi. Toda una noche me mantuvo en vilo aquella partida literaria. Luego el libro se perdió, y aunque lo fui recordando a lo largo de estos años, nunca hasta ahora tuve la firme decisión de buscarlo.

Cuando llegué a la última línea de Serra Bradford, me metí ansiosamente en Google y busqué y busqué. Jugué una partida de ajedrez contra el olvido. Finalmente, gané esa pequeña partida: la novela se llama La variante Lüneburg, la escribió Paolo Maurensig y es todavía un brillante compendio de las pasiones, inteligencias y rivalidades que se expresan a través de este juego nada inocente al que dedicamos la portada de nuestra edición.

Ahora sólo tengo que encontrar a alguien que quiera prestarme, con riesgo de perderla para siempre, esa novela perdida. Si saben de alguien, no dejen de avisarme.

Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA 

jdiaz@lanacion.com.ar
http://adncultura.lanacion.com.ar/ 

12 de setiembre 2009
Autorizado por el autor

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